lunes, 20 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 47

—Eso me hace quedar demasiado bien. Lo que hice fue lo que la llevó al límite.
—¿Por qué necesitas asumir toda la culpa?
—Hábito, quizá —era una buena pregunta—. Siempre soy la única responsable.
—Contigo y con Luz, sí. Pero no con los demás. No digo que escaparte estuviera bien. Fue una estúpida reacción adolescente a lo que quiera que estuviese ocurriendo. Sobreviviste, y sin ayuda. Eso es bueno. Sí, tus padres sufrieron y tú fuiste la razón. Pero no le provocaste una crisis a tu madre. La causó algo que ya había dentro de ella.
—Espero que tengas razón. No me queda sitio para más culpabilidad —tomó un trago—. La familia nunca es cosa fácil.
—Lo sé.
—Nunca hablas de tus padres. Sólo de Gloria y tus hermanos.
—Mis padres murieron hace mucho tiempo. No se llevaban bien. Imagino que estuvieron enamorados en otro tiempo, pero para cuando yo fui consciente de su relación, no quedaba nada de eso. Mi padre bebía mucho; supongo que para huir de su madre. Mi madre era callada, triste, creo. Gloria convirtió su vida en un infierno de más de mil maneras.
—Lo siento —dijo ella. Odiaba pensar que Pedro no había tenido una infancia feliz.
—No lo sientas. Tenía a mis hermanos y a Dani. Nos apoyábamos unos a otros.
—Eso es algo. Os imagino a los cuatro conchabados en contra de la reina malvada.
—Nunca la llamamos reina —sonrió—, pero sí otras muchas cosas.
—No preguntaré cuáles.
—Me mantenía tan alejado de ella como podía. Federico también. Matías y Dani intentaron que funcionara. Matías incluso se incorporó a la empresa familiar cuando acabó la universidad. Duró más de lo que habría durado yo. Dani hizo un máster y volvió a casa dispuesta a dirigir el imperio. Gloria la colocó en Burguer Haven y nunca la dejó salir de allí.
—¿Por qué? Dani es fantástica. Por favor, no me digas que es una cuestión de género. Que sólo un hombre puede dirigir la empresa.
—Dani no es una Alfonso —dijo Pedro tras un leve titubeo—. Nuestra madre tuvo una aventura con algún tipo. Dani fue la consecuencia. Nosotros lo sabíamos, pero Dani no. Gloria no le perdona que no sea una Alfonso. Es un pecado mayor.
—Nunca lo habría adivinado —dijo Paula, asombrada—. No diré nada, por supuesto.
—Te lo agradezco. La verdad ha salido a la luz, pero Dani aún está en el proceso de aceptarla.
—¿No es extraño cómo un momento en la vida lo cambia todo? Si hubiera vuelto a casa cuando Carlos y yo lo dejamos... Si no hubiera sido Gonzalo quien contestó al teléfono cuando llamé...
—Si Ben no me hubiera apartado y recibido la bala en mi lugar...
Ella miró a Pedro y comprendió que no había pretendido decir eso en voz alta.
—¿Piensas mucho en ello? —preguntó.
—Debería haber sido yo —él encogió los hombros.
—¿Por qué? ¿Por qué crees que era tu hora y no la suya?
—Ben tenía algo por lo que vivir.
—¿Y tú no?
Se preguntó si por eso Pedro era tan reservado. Tal vez no se valoraba a sí mismo. Y en ese caso, ¿qué podía haberlo llevado a pensar algo así?
—Sobrevivo —dijo él tras una larga pausa.
—Haces más que eso.
—Me estoy quedando sin Ashleys —dijo él—. ¿Y si no la encuentro? Se lo debo.
—Lo estás intentando. Él agradecería tu esfuerzo.
—Ben era como un cachorrillo —Pedro se acabó la copa y la miró—. Siempre me seguía, buscando mi amistad. Quería que hiciéramos cosas juntos.
—Y tú no —ella leyó la verdad en sus ojos.
—Era un crío. No teníamos nada en común.
—Te sientes culpable.
—Tal vez —admitió él.
—¿Crees que encontrar a Ashley va a compensar lo que no hiciste mientras estaba vivo?
—No. Pero puede que me deje dormir por la noche.
Ella se hizo eco de su dolor. Tal vez fuera un sentimiento femenino. O maternal. O simplemente fuera cómo se sentía cuando estaba con él. Dejó su bebida y se acercó.
—No es culpa tuya —dijo, tomó su rostro en las manos y miró sus ojos oscuros—. Tú no lo mataste.
—Debería haber sido yo.
—No haces más que repetir eso. La bala no tenía tu nombre escrito en ella. Fue un giro del destino. Sí, es horrible que Ben haya muerto, pero tu sufrimiento no le devolverá la vida. Por lo poco que me has contado de él, no querría que sufrieras.
—No lo sé. Es posible que le hiciera gracia.
—No te hagas el listillo, amigo.
—O me harás ¿qué? —dijo él, curvando la boca.
En un mini segundo la atmósfera cambió. Lo que había sido un intercambio amistoso se cargó de sentimiento y energía sexual.
Ella era consciente de lo cerca que estaban, de sus dedos sobre su rostro. Sentía el calor y la dureza de su barba en las yemas. Los ojos de él la atraparon, absorbiéndola, apresándola con la amenaza erótica de no volver a soltarla nunca.
De repente, deseó que no lo hiciera. Estaba cansada de ser sensata y pensarse las cosas. No era el hombre apropiado, ¿y qué? Estaba acostumbrada. Ya se enfrentaría a las consecuencias después.
Se arrodilló y bajó las manos hasta sus hombros. Al mismo tiempo, se inclinó y besó su boca.
Él debía haber sabido lo que iba a hacer, y durante un segundo se preguntó si se resistiría. Pero en cuanto sus labios se rozaron, él la rodeó con sus brazos y la tumbó sobre su regazo. Después poseyó su boca y su cuerpo con lengua y manos.
La besó profunda y sensualmente, imitando el acto sexual, mientras acariciaba sus piernas con las manos. Sus largos dedos parecían tocar cada poro de su piel mientras se movían hacia la parte superior de sus muslos para luego alejarse.
Se abrazó a él, necesitando agarrarse a algo sólido, mientras su mente saltaba de sensación en sensación. No había estado con ningún hombre desde que dejó a Facundo. Terminaciones nerviosas cuya existencia había olvidado resurgieron como una explosión.
Sus senos se hincharon, tenía los pezones tan duros que casi dolían. Sintió humedad entre las piernas.
Él abandonó su boca y recorrió sus mandíbula. Ladeó la cabeza para facilitarle el camino, invitándolo a seguir. Al mismo tiempo, anhelaba quitarse la ropa y pasar a más. Estaba dispuesta, llevaba años estándolo.
Él puso las manos en su cintura incitándola a sentarse. Sin saber qué pretendía, ella aceptó, y él se movió hacia el centro del sofá de forma que estuviera a horcajadas sobre él.
Al principio no entendió por qué, pero cuando se inclinó para besarlo y sintió sus manos deslizarse desde su cintura hacia arriba, todo quedó claro.
Mientras sus lenguas se encontraban, jugando, bailando, él puso las manos en sus pechos, cubriéndolos. La exquisita presión le arrancó un gemido. Estaba tan sensibilizada que pensó que se desmayaría de placer si seguía tocándola así. Cuando frotó sus pezones con los pulgares, contuvo un grito.
Su piel ardía, pero sentía tanto deseo que nada le parecía bastante. Profundizó en el beso, necesitando cuanto él pudiera darle.
«Más», pensó frenética. Necesitaba más.
Él leyó su pensamiento, o quizá su forma de restregarse contra él. Dejó una mano en su pecho y colocó la otra entre sus piernas.
Incluso a pesar de las bragas y los vaqueros, sintió la presión de sus dedos, moviéndose hasta que encontraron el punto del centro de su placer. Gimió.
Una parte diminuta y sensata de su cerebro le decía que aquello no era buena idea. Que se arrepentiría. Pero a la parte de ella que había pasado tantos años sin sexo eso le importaba bien poco.
Así que no protestó cuando él desabrochó sus vaqueros; lo ayudó a bajarlos. Cuando él se arrodilló en el suelo, entre sus piernas e inclinó la cabeza para besarla íntimamente entre las piernas, sólo fue capaz de dar gracias al cielo.
El hombre sabía lo que hacía, pensó, sintiendo la presión de su lengua en el punto más sensible de su cuerpo. Él iba despacio, con calma, obligándola a seguir su ritmo, aunque ella habría preferido una carrera de velocidad hasta la meta.
Daba vueltas, rodeaba y regresaba a ese punto, lamiéndolo una y otra vez. Entonces introdujo un dedo en ella y lo giró.

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