lunes, 6 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 7

A Dani Alfonso la encantaba su trabajo. Como asistente de la chef jefe, estaba a cargo de revisar los pedidos de alimentos, de comprobar que el personal de cocina llegaba a su hora, y actuaba como enlace entre la parte frontal del local, el comedor, y la parte trasera, la cocina. Durante las horas punta de la cena, se encargaba de acelerar la preparación de los platos y de que cada mesa recibiera los platos correctos en el momento adecuado.
Sofía estaba ya muy cerca de dar a luz y pasaba cada vez menos tiempo en el restaurante, lo que implicaba más responsabilidad para Dani. En vez de sentirse presionada, Dani sentía cada vez más energía. Le encantaban los retos y allí no había dos días iguales. Disfrutaba con las groserías de los cocineros y había tenido que demostrar que no se sonrojaría con sus chistes soeces. En la cocina de The Waterfront era una empleada más. No la cuñada de Sofía, ni una de «los» Alfonso. Se la juzgaba por el trabajo que hacía y por nada más.
Acabó de revisar la entrega de productos y firmó el recibo. Cuando el camión de reparto se alejaba, entró Jaime, el chef segundo de Sofía, temporalmente a cargo de los cocineros.
—¿Andas escaso de sexo? —preguntó ella con dulzura, al ver su ceño fruncido.
—Este trabajo está interfiriendo con mi vida social —rezongó Jaime—. Tengo que salir de los clubes antes de tiempo. A veces tengo que marcharme solo. Eso no me gusta.
Jaime era francés, caprichoso y brillante. Y se estaba recuperando de una ruptura. Podría haberse hecho un nombre, pero no quería esa responsabilidad. Prefería que Sofía le pagara un buen sueldo y tener una vida aparte del trabajo. Pero eso había empeorado desde que ella estaba de semibaja por maternidad.
Entró en la cocina y miró la lista de platos especiales.
—Los cambias todos los días —protestó—. ¿Por qué?
—En parte por tradición y en parte para molestarte.
—No tenemos clientes que vengan a cenar noche tras noche. No se enterarían si los especiales no cambiaran en una semana.
—Aguántate, amigo.
Jaime comprobó el filo de los cuchillos.
—No me gusta que me llames eso —dijo, agarrando uno de aspecto muy peligroso.
—Vale —Dani alzó las manos y sonrió.
—Bien. Ahora preparé tus platos especiales porque soy un profesional, pero no me hará feliz.
—Tomo nota.
—¿Cuándo volverá Sofía? —suspiró.
—Aún no se ha marchado.
—Pero no está aquí todo el tiempo. Echo de menos que no haga ella el trabajo duro.
Siguió quejándose, pero Dani salió de la cocina y fue hacia el despacho de Sofía. Tenía papeleo que solucionar antes de que empezara el bullicio. Se sentó ante el ordenador e introdujo los datos del pedido. Media hora después fue a por otra taza de café.
Habían llegado varios cocineros. Ya había caldos burbujeando y verduras cortadas para la cena. Dani, mientras rellenaba su taza, pensó que aquello no se parecía nada al Burguer Haven, donde lo más complicado era elegir el sabor del batido del mes.
Había trabajado allí demasiado tiempo, con la esperanza de que su abuela se fijara en lo bien que lo hacía y la trasladase allí o a Alfonso's, el restaurante familiar especializado en carnes. Pero Gloria no lo había hecho. Una mezcla de lealtad a la familia y la necesidad de un buen seguro médico había llevado a Dani a seguir allí hasta que, unos meses antes, había descubierto que nada era lo que parecía.
El seguro médico para su marido había dejado de ser necesario cuando ese buscavidas le había pedido el divorcio. La lealtad familiar tampoco tenía sentido ya. Cuando Dani le había preguntado a su supuesta abuela por qué no la ascendía, ella le había replicado, risueña, que no era una auténtica Alfonso. Dani había dimitido sin pensarlo un segundo.
Su reacción de despecho ante la mujer que, obviamente, siempre la había odiado, duró exactamente cuarenta y cinco minutos. Después Dani se encontró sin trabajo, sin hogar y sin idea de qué hacer con su futuro.
Penny le había ofrecido que fuera su asistente, solucionando sus problemas y proporcionándole tiempo para decidir qué quería hacer mientras adquiría una experiencia fabulosa. Además, cuando Sofía y Matías se casaron, pudo quedarse con el contrato de arrendamiento de la casa de Sofía. Y un extra añadido era saber que a Gloria le enfurecía que trabajase en The Waterfront. El contrato de Sofía establecía que le estaba permitido contratar a quien quisiera como ayudante, así que la vieja bruja no podía hacer nada contra Dani.
Eso era lo positivo. Lo negativo había sido descubrir que no era quien había creído ser. Y quedaba el pequeño misterio de quién era su padre.
Por lo visto su madre había tenido una aventura que acabó en embarazo y el resultado era Dani. Pero ¿quién era él?, ¿sabía que tenía una hija?, ¿le importaba? Si Gloria sabía algo, lo estaba ocultando. Dani tenía que decidir qué hacer al respecto.
Alguien llamó a la puerta, interrumpiendo sus pensamientos. Se dió  la vuelta y el aire abandonó sus pulmones de golpe. Casi se desmayó.
Había un hombre en el umbral. Pero no un hombre cualquiera. Era alto, rubio y guapísimo. Casi parecía un dios griego. Sus ojos azul oscuro y mandíbula cuadrada eran la perfección masculina y la representación de las fantasías de Dani. Se preguntó si alguien, creyendo que era su cumpleaños, le había enviado un regalo perfecto.
—Hola. Soy Ryan Jennings. Busco a Dani o a Jaime.
—Yo soy Dani —se puso en pie y se estiró la blusa, deseando que hubiera una forma sutil de desabrocharse un par de botones. Era más bien baja pero con curvas y en ese momento le apetecía lucirlas.
—Hola, encantado de conocerte —él sonrió—. Me alegro mucho de estar aquí. Es un restaurante fantástico y estoy deseando formar parte del equipo.
Por lo visto iba a trabajar allí. Dani pensó que tal vez su suerte cambiara por fin. Tras los últimos meses, se merecía que le ocurriera algo maravilloso.
—Gloria Alfonso no suele mantenerme al tanto de los nuevos contratos —dijo Dani sin acritud; Ryan era tan delicioso que estaba dispuesta a perdonar la omisión—. Y hoy no he hablado con Sofía. ¿Serás...?
—El nuevo gerente. ¿Gloria no te ha avisado?
—No te lo tomes personalmente. A ella le gusta pillar a la gente por sorpresa.
—Un estilo directivo curioso.
—No sabes de la misa la mitad —salió de detrás del escritorio—. Bienvenido a bordo.
Se estrecharon la mano. Ella sintió calor. Hasta ese momento no había vuelto a pensar en su vida amorosa. Estaba inmersa en pleno caos personal y las relaciones habían pasado a un segundo plano. Pero de repente veía posibilidades.
—Estoy un poco desbordado por todo esto —dijo él—. Hice la entrevista hace un par de días. No estaba muy seguro de haberlo hecho bien, pero me llamó esta mañana y me hizo una gran oferta.
—Que aceptaste.
—Es una suerte —dijo él mirándola a los ojos.
Ella estaba pensando exactamente lo mismo.
Sintió chispas, que hacía tiempo no sentía. Chispas, calor y un enorme potencial. De repente, tenía ganas de ponerse a cantar.
—De acuerdo, entonces —se dijo que era importante no actuar como una idiota ante Ryan—. Te enseñaré todo. ¿Eres de Seattle?
—No. De San Diego. Vine a ayudar a un amigo a abrir un restaurante. Por desgracia la financiación falló y me encontré buscando trabajo en una ciudad desconocida.
—Seattle es fantástico —dijo ella.
—Me gusta lo que he visto por ahora —le sonrió al hablar, insinuando que no se refería sólo a Seattle.
Ella se preguntó si sería inapropiado arrastrarlo a su escritorio y aprovecharse de él allí mismo. Pero pensó que sería mejor ir más despacio. Enseñarle el restaurante, presentarle al personal y seducirlo sobre el escritorio la mañana siguiente.
Sonrió. Siempre era agradable tener un plan.

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