domingo, 19 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 40

—Aun así, eres muy bueno ocupándote de esto.
—Matías y Dani tienen demasiados problemas emocionales con Gloria para hacerlo, y Pedro está dirigiendo la empresa. Ah, Gloria dice que le lleves el bebé en cuanto nazca.
—Supongo que fue una orden —comentó ella.
—Puedes apostar a que sí.
—A mí también me da pena —abrió los ojos—. Tenía una gran empresa y una familia, y ahora no tiene nada. Pedro  y tú son neutrales, Matías  y Dani no la soportan. Nadie quiere tener nada que ver con ella.
—No sueles ser tan bondadosa —dijo él.
—Lo sé. Es porque no tengo que relacionarme con ella. Cuando ambas estemos de vuelta en el trabajo ponga pegas a mis menús y critique la comida que hago, también la odiaré. Hasta entonces puedo permitirme ser generosa.
—Tal vez Pedro siga al frente. Quizá descubra que le gusta dirigir la empresa.
—Ojalá —dijo ella—, pero no suelo tener tanta suerte. Además, supondría quedarse aquí y a Pedro no le gusta eso. Implica el riesgo de involucrarse.
—¿De qué estás hablando? —Federico la miró—. Pedro se marchó de aquí porque era su trabajo.
—¿Y por qué se alistó en los marines?
—Para fastidiar a Gloria.
—Eso dice todo el mundo, pero yo no lo creo. Me parece que hay más. Pedro siempre se ha mantenido un tanto distante de todos. Puede que esta vez funcione. Quizá Paula le haga bien. Me gustaron mucho Luzy ella.
—Eran agradables —Paula era bonita y resultaba fácil hablar con ella; eso le gustaba en una mujer con la que no iba a acostarse. Con las demás, la conversación era una pérdida de tiempo—. Te equivocas con respecto a Pedro. No es distante.
—¿Qué sabes de él? —preguntó Sofía—. ¿Qué sabes de sus sueños? ¿De sus miedos? ¿De sus deseos más profundos y oscuros?
—Somos hombres. No hablamos de esas cosas.
—Exacto. Tú puedes hablar conmigo. Matías nos tiene a Dani y a mí. ¿A quién tiene Pedro?
—No lo sé. ¿A sus amigos de los marines?
—¿Conoces a alguno? ¿Lo ves acompañado?
—Deja a Pedro en paz —dijo él, incómodo con el interrogatorio. Las mujeres tenían la manía de hablar de sentimientos—. Está bien.
—No lo está. Pero confío en que llegue a estarlo.
—¡Hay mensajes! —gritó Luz emocionada cuando Paula bajó del coche, de vuelta del trabajo—. La señora Ford y yo oímos dos cuando llamaron, y hay más.
—Eso está muy bien —se inclinó hacia su hija—. ¿No me das un abrazo?
—Mami —Luz le dio un abrazo ràpido y tiró de su mano—. Ven a escucharlos.
Paula  permitió que la arrastrara hacia la casa. Era cierto que la luz del contestador parpadeaba. Había seis mensajes y todos eran encargos de bisutería.
Dani y Sofía habían hecho más que ponerse sus joyas, habían hablado de ellas. En los últimos diez días, Paula había vendido más de una docena de piezas y había concertado tres reuniones en casas privadas. Si seguía así, podría empezar a comprar materiales más caros y abrir una cuenta de ahorros.
—¡Eres famosa, mami! —exclamó Luz encantada.
—Eso parece.
Sonó el teléfono.
—¿Hola?
—Paula Chaves, por favor —dijo una mujer.
—Soy Paula.
—Ah, hola. Soy Marcia Bentley y estoy a cargo de contratar a gente para la feria artesanal del Día del Trabajo que celebramos anualmente. ¿La conoce?
Era la mayor feria de artesanía del estado. Paula había ido varias veces, sobre todo para conseguir ideas, y le había abrumado su variedad y calidad.
—Claro que sí —dijo—. Es fantástica.
—Me alegra que lo piense. Una de las artesanas habituales tiene un problema y no podrá participar. He oído tanto de su trabajo que quería ofrecerle su puesto. Está en uno de los pasillos principales, cerca de varios puestos de comida y bebida. ¿Le interesa?
—Claro que sí —Paula se dejó caer en una silla de la cocina. Era una oportunidad de las que sólo se presentan una vez en la vida—. Me encantaría.
—Bien. Si me da su dirección, le enviaré el contrato. Puede firmarlo y enviarme un cheque de vuelta —Marcia le dió algunos detalles más y colgó tras prometerle que prepararía los documentos ese día.
—¿Quién era, mami? —preguntó Luz, bailoteando, cuando Paula colgó.
—Una organizadora de la feria artesanal del Día del Trabajo. Dice que puedo poner un puesto.
—Eso es bueno, ¿no? —Luz sonrió.
—Es lo mejor de lo mejor.
Su hija lanzó un grito de entusiasmo y corrió a comunicarle la noticia a la señora Ford.
Paula se quedó sentada, esperando a que su cerebro dejara de dar vueltas. Era increíble. El alquiler del puesto sería caro, pero lo compensaría en una mañana. Su problema eran las existencias.
Fue hacia su mesa de trabajo. Tenía las joyas acabadas en la estantería superior. Necesitaría cientos de piezas para la feria; eso implicaría muchas horas de trabajo y utilizar la tarjeta de crédito para comprar material, pero merecería la pena. Podría sacar dos mil dólares de beneficio, tras pagar las facturas.
Era una gran suerte, o quizá no. ¿Tendrían que ver Sofía  o Dani con la invitación? ¿O Pedro? No le sorprendería que fuera cosa de él. Encajaba.
Deseó poder contarle la noticia, pero no estaba en casa. Últimamente, pasaba mucho tiempo en la oficina. Hacía casi una semana que no lo veía. Lo echaba de menos. Era curioso, seis semanas antes apenas lo conocía y de pronto, todo le recordaba a Pedro.
Desde que se había escapado con Carlos para acabar en Los Ángeles, había aceptado que no tenía gusto para los hombres. Con Pedro se preguntaba si eso había cambiado. Quizá por fin había encontrado un buen hombre. Uno en quien poder confiar.
Eso era lo que quería: alguien dispuesto a apoyarla, pasara lo que pasara.

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