miércoles, 29 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 70

—Te deseo—susurró. Después se levantó y abandonó la sala sin mirar atrás. Al llegar al pasillo se detuvo, se quitó las sandalias, los vaqueros y las bragas. La invitación no podía ser más clara.
Consciente de que había una niña en la casa, Pedro no se quitó los vaqueros hasta que llegó al dormitorio de Paula. Cerró la puerta y miró a la mujer desnuda que lo esperaba en la cama.
Tumbada boca arriba, tenía un preservativo entre los dedos. No hizo falta más. Acabó de desnudarse y se reunió con ella. Paula le puso el preservativo e hizo que se tumbara de espaldas.
—Quiero estar encima —dijo. Se situó sobre él y descendió lentamente hasta que la penetró.
Pedro sintió el calor y la humedad de su cuerpo mientras ella se deslizaba hacia arriba y abajo, reclamándolo con una excitante danza erótica. Sus senos lo tentaban. Alzó las manos y frotó sus pezones.
Ella cerró los ojos y emitió un gruñido. Mientras subía y bajaba, se contraía alrededor de él. En esa postura, ella controlaba velocidad y profundidad, y podía llevarlo al límite demasiado rápido.
—Más despacio —jadeó él, queriendo asegurarse de que ella estaba tan preparada como él.
Pero lo ignoró. Siguió moviéndose, absorbiéndolo, apretándolo con sus músculos. Pedro bajó las manos hacia sus caderas, para detenerla, pero ella gritó.
—Tócame.
Él volvió a sus senos.
Paula siguió moviéndose cada vez más rápido hasta que él ya no pudo controlarse. Tuvo que rendirse a ella con un intenso gemido. Cuando acabó, abrió los ojos.
—¿Paula?
—Eso ha estado genial —dijo, quitándose de encima—. Esta noche dormiré.
Pedro se preguntó si sería verdad o si era tan mentira como el sexo que acababan de practicar. Porque había sido sexo, sin intento de conexión ni de disfrute. Al menos para ella. Había intentado distraerlo y lo había conseguido.
—Gracias, Pedro —ella fue hacia el armario, se puso una bata y bostezó—. Te pediría que te quedaras, pero estando Zoe en casa... —miró el despertador—. Vaya, es tardísimo. Tú también debes de estar agotado.
—Tengo dos mil setecientos dólares —le dijo Paula a la abogada que había frente a ella, deseando haber tenido ese dinero cinco años antes — . Pero cuando se acabe, me costará ahorrar más de veinticinco dólares a la semana.
—No te preocupes, Paula—Sally Chasley sonrió—. Nuestra tarifa funciona en una escala decreciente. Ahora lo importante es solucionar el problema. Dices que tu ex marido te acosa.
—No. Facundo y yo nunca nos casamos. Vivíamos juntos y yo pagaba todos los gastos. Se droga, a veces mucho. Es caro. El caso es que me quedé embarazada y él quería que abortase. Me negué y me fui —en realidad había huido, a la carrera.
—¿Y después? —la animó Sally—. ¿Te pusiste en contacto con él cuando nació el bebé?
Paula negó con la cabeza.
—Ahorré hasta que tuve bastante para el billete de autobús y vine aquí.
—¿No comentaste nada con Facundo?—Sally frunció el ceño—. ¿No le hablaste de pensión alimenticia para la niña o de cómo formar parte de la vida de su hija?
—Ya he dicho que Facundo quería que abortase.
—Lo sé, pero muchos hombres sienten pánico al pensar en un bebé. Sobre todo con el primero. Pero cuando nace, muchos cambian de opinión. Quieren ser padres.
—A Facundo sólo le interesa el próximo chute.
—¿Te ha amenazado físicamente?
—Me pegó cuando descubrió que estaba embarazada —a Paula no le gustaba el rumbo que tomaba la conversación—. Me busca y me exige dinero. Si no se lo doy dice que insistirá en formar parte de la vida de Luz. ¿Eso no equivale a extorsión?
—Paula, la ley se toma los derechos de ambos padres muy en serio —Sally suspiró—. Facundo reaccionó mal una vez. Te pegó una vez. Esas cosas ocurren.
—¿Cuántas veces tiene que pegarme para que deje de estar bien? —la miró incrédula—. ¿Y que pasa con su drogadicción? No quiero que Luz esté expuesta a eso.
—Ni debería estarlo. Sin embargo, Facundo tiene derecho a ver a su hija. Podrías pedir visitas supervisadas. Él tendría que ganarse tu confianza y la de la niña.
—Nunca confiaré en él —afirmó Paula—. Luz no le importa. La utiliza para sacarme dinero.
—Tú lo permites —dijo Sally—. Deja de dárselo. Si lo que dices es cierto, se irá. Si insiste en sus derechos de padre, tal vez lo estés juzgando mal. Lo cierto es que no se puede impedir a un padre que vea a su hijo sin causa justificada. Que él no te guste no lo es.
Era como una pesadilla hecha realidad. Sin duda, la sensata e ingenua Sally se negaría a redactar un documento ofreciéndole a Facundo una cantidad de dinero para que renunciara a sus derechos paternos.
—Gracias por tu tiempo —Paula se puso en pie—. Dime lo que cobras por hora y te pagaré la consulta.
—Paula, no te vayas. Hablemos más del tema.
—No tengo más que decir.

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