miércoles, 29 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 73

—No creo —Paula sonrió.
—Necesitas hablar con un abogado.
—Acabo de hacerlo. Fue horrible.
—Me refiero a un especialista. Alguien que se ponga de tu lado y haga el trabajo. Alguien brutal.
—Alguien caro —dijo ella, pensando en sus patéticos dos mil setecientos dólares y sabiendo que un abogado así daría cuenta de ellos en una semana.
—Con experiencia —dijo él—. Investigaré y encontraré a la persona adecuada. Lo pagaré yo, y antes de que te pongas histérica, te aviso que es un préstamo. Podrás devolvérmelo a plazos.
—Yo no me pongo histérica —protestó ella, considerando la oferta. En el fondo sabía que seguir pagando a Facundo sólo traería problemas. Si encontrara a alguien que la ayudase de verdad, Luz estaría a salvo.
—Sí que lo haces. Adelante. Estoy preparado para la batalla.
—No habrá batalla. Gracias por la oferta y sí, por favor, busca a alguien que pueda ayudarme.
Pedro abrió la boca y volvió a cerrarla. Su expresión de asombro hizo que Paula soltara una risita.
—Tenía todos mis argumentos preparados —dijo él con una mueca—. Eran bastante buenos.
—Puedes usarlos si quieres. Me quedaré aquí sentada escuchando y después aplaudiré.
—Me gusta esa actitud —se inclinó hacia ella y tocó su mejilla—. Últimamente la echaba en falta.
—Has sido tan bueno conmigo y yo... —Dios. Tenía que pedirle disculpas por lo que había hecho—. Quería decirte que siento lo ocurrido. Lo que hice. Estuvo mal y me sentí fatal después. Fue una reacción de pánico, pero eso no es excusa.
—No importa.
—Sí importa. Odio haber hecho eso. Hace que me sienta como si no hubiera madurado en absoluto. Pero no dejaba de pensar que tenía que distraerte.
—Hiciste un buen trabajo —se inclinó y la besó—. Tengo una idea. Tú dejas de fustigarte, yo acepto la disculpa y lo dejamos ahí.
—Gracias —dijo ella—. ¿Fue muy horrible'?
—Emocionalmente lamentable, pero físicamente —la besó de nuevo— Una mujer bellísima desesperada por aprovecharse de mí. A todos los hombres debería pasarles algo así. Y, por cierto, no puedes decirle a nadie que me importan las emociones cuando practico el sexo. Tengo que pensar en mi reputación.
—Tu secreto está a salvo conmigo —le prometió. El último resto de culpabilidad y vergüenza se esfumó mientras escrutaba su rostro.
—Bien. Ahora —le quitó la copa de vino y la puso en la mesa—. Tal y como yo lo veo, me debes algo y es hora de cobrármelo.
La primera reacción de ella fue protestar. No porque no quisiera hacer el amor con él, sino porque se sentía violenta e incómoda.
—Estoy nerviosa —admitió.
—Nerviosa, ¿significa «no»?
Ella miró sus ojos oscuros. Él se detendría si se lo pedía. Se iría y nunca la culparía por ello.
—Nerviosa significa «oh, Dios, ¿qué piensa de mí en realidad?»
—Puedo soportar esa clase de nerviosismo —volvió a besarla.
Pedro se vistió mientras Paula  se duchaba. Aún estaba oscuro afuera, eran poco más de las cuatro. Habían estado haciendo el amor hasta muy tarde y sabía que ella estaría agotada todo el día. Pero a juzgar por cómo había gemido bajo él, habría apostado a que no se arrepentía de haber perdido horas de sueño. Además era viernes, el último día de su semana laboral.
Se planteó subir a casa y dormir una hora más, pero decidió iniciar la jornada. Justo entonces sonó su móvil. Miró el número, era Matías. Eso significaba…
—¿Hola? —dijo—. ¿Matías?
—Sofía está de parto —dijo su hermano entre emocionado y asustado—. Estamos en el hospital. Tardará unas cuantas horas, pero quería que lo supieras.
—¿Quieres que vaya ahora o que espere?
—Espera. Yo estoy con Sofía, así que estarías solo. Pero llama de vez en cuando.
—Lo haré. Deséale suerte y dile que pensaré en ella.
—Vale. Voy a llamar a Federico. Nos vemos.
Matías colgó. Paula salió del cuarto de baño. Tenía el pelo recogido y una enorme gallina lo miraba desde su delantal.
—¿Algún problema? —preguntó ella—. ¿Tu abuela?
—No, Sofía esta de parto.
—Por fin —sonrió Paula—. Sabía que estaba a punto. ¿Vas al hospital?
—Acaban de llegar. Matías dice que espere. He pensado ir a mediodía.
—El primero suele ir despacio. Yo tuve suerte. Luz sólo tardó unas seis horas, pero he oído auténticas historias de horror. ¿Puedo llamarte después para ver qué tal va?
—Claro. ¿Quieres pasar por el hospital después del trabajo?
—Me gustaría, pero no quiero molestar.
—No molestarás. Llámame y te diré si ya hay niño o no. ¿Qué te parece?
—Perfecto —se puso de puntillas y lo besó—. ¿Te apetece un café?
—Me apeteces más tú, pero me conformaré.

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