viernes, 3 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 67

—Al principio creí que no importaba, y después se me olvidó por completo. En las últimas semanas, he estado pensando que a lo mejor no me iré.
—¿A lo mejor? —Dani le dió otro puñetazo.
—No me iré —rectificó él, frotándose el brazo—. Ya sé que tendría que habérselo dicho, no fue mi intención herirla.
—Lástima, si lo hubieras hecho a propósito, estarías contento de haber logrado tu objetivo. En este momento, ella tiene el corazón roto y tú eres un idiota.
—Vaya, muchas gracias.
—Pedro, lo digo en serio. Esto no es propio de tí, nunca juegas con los sentimientos de los demás ni eres mezquino.
Pedro pasó de sentirse como un idiota,  como si ser un idiota fuera algo a lo que sólo podía aspirar.
—¿Qué quieres que te diga? —le preguntó a su hermana.
—¿A mí? Nada, yo no soy el problema.
Pedro  sabía que aquello era cierto, pero Paula se había enfadado tanto… y debía admitir que no le faltaba razón.
—Tendría que habérselo dicho —murmuró—. Tendría que haberlo dejado claro.
—No todo el mundo recibe una segunda oportunidad —le dijo Dani.
—Ya lo sé. Perdí  a Paula una vez, pero no pienso volver a perderla —no podía, ella era demasiado importante para él.
Tres meses atrás, había estado deseando irse de Seattle para probar algo nuevo, pero en ese momento…
—¿Cómo está? —le preguntó a Dani—. Se ha alterado bastante, y con el embarazo…
—¿Alterada?, ¿crees que sólo estaba alterada?
Pedro soltó un juramento, y se le formó un nudo en las entrañas.
—Tendría que haber dejado que Federico me machacara.
—Así te habrías sentido mejor, pero hay alguien más importante de quien debes preocuparte.
—¿Hasta dónde he metido la pata?
—Hasta el fondo, pero Paula es una mujer razonable. Y además, tienes la suerte de que en este momento es especialmente vulnerable. Zaira se va.
—¿Adónde?
—A Ohio, pero eso ahora no importa. ¿Qué vas a hacer?
Arrastrarse y suplicar, esperar que se le ocurrieran las palabras adecuadas, y si no era así, acampar delante de su casa hasta que ella admitiera que tenían que estar juntos. Al levantarse, todos los músculos de su cuerpo protestaron.
—Soy demasiado viejo para todo esto. Diles a Federico y a Agustín que he ido a ver a Paula.
—Estará allí durante toda la noche —le dijo Dani, tras comprobar su reloj.
—Perfecto. No la avises de que voy a ir. Tengo que hacer otra parada antes, y no sé cuánto voy a tardar.
—¿No vas a ir directamente a verla? —le preguntó su hermana en tono de desaprobación.
—No, y no me regañes. Sé lo que estoy haciendo.
—Sí, eso está claro. Todos tendríamos que dejar que manejaras nuestras vidas, lo estás haciendo genial con la tuya.
—Yo también te quiero —le dijo Pedro, antes de darle un beso en la mejilla.

Pedro llegó media hora después al despacho de Gloria, y su abuela se levantó de un salto al verlo.
—¿Qué te ha pasado? Dios mío, tienes puntos de sutura y un ojo morado… ¿tienes el labio roto?
—Eso no importa, no he venido por eso.
—De acuerdo —Gloria volvió a sentarse en su silla—. Entonces, ¿qué haces aquí? Y no es que no esté encantada de ver a mi nieto mayor, claro.
Pedro  se asombró al verla sonreír. Gloria se comportaba como si no hubiera pasado nada, como si no hubiera intentado destruir a Paula y cualquier posibilidad que él pudiera tener con ella.
—Te has pasado de la raya —le dijo, mientras se esforzaba por mantener la calma. Aunque Gloria era un verdadero demonio, seguía siendo una mujer y además vieja; tenía que respetar eso, aunque no la respetara a ella.
—No sé de qué estás hablando —contestó Gloria.
—No me vengas con ésas. Sabes perfectamente bien lo que pasa, así que no te hagas la tonta.
—Pedro, no voy a permitir que me hables así.
Pedro se inclinó hacia delante, y apoyó las manos en la mesa.
—Me importa muy poco lo que tú permitas o dejes de permitir. Has tenido más oportunidades de las que te merecías, y estoy harto de tí. Has ido demasiado lejos, Gloria. No voy a permitir que nadie le haga daño a Paula.
—¿Todo esto es por esa mujer? Recuerdo muy bien que te abandonó, Pedro, aunque tú parezcas haberlo olvidado.
—Todo esto es porque voy a proteger a mis seres queridos. No quiero saber nada más de tí —Pedro se incorporó.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó ella, atónita—. No puedes darme la espalda. Soy tu abuela, tu familia.
—Aunque tengamos un vínculo de sangre, tú no formas parte de mi familia. Eres incapaz. Sólo eres un vampiro emocional, que toma y toma sin dar nada. Siempre tienes que controlarlo todo —Pedro sacudió la cabeza, y añadió—: Ya no somos niños, y no puedes obligarnos a obedecerte. Te has entrometido, y según lo estipulado en mi contrato, tengo derecho a dejar el Waterfront.
Gloria se levantó de la silla.
—No puedes irte, el restaurante te necesita.
Como de costumbre, el negocio era lo primero para ella.
—Al restaurante no va a pasarle nada sin mí. Randy tomará las riendas, y aún sigues teniendo a Paula de chef. Pero no le aprietes demasiado las tuercas, porque a ella también le puse una cláusula de escape en su contrato. Si empiezas a inmiscuirte en los asuntos del restaurante, puede marcharse y además llevarse todas sus recetas. Supongo que no te haría ninguna gracia.
—¿Cómo te atreves?
—Me atrevo porque no me dejas otra alternativa. Deseaba quererte, Gloria, pero haces que resulte imposible. Quieres controlarnos, pero no estamos dispuestos a permitírtelo. Has alejado a tus nietos de ti uno a uno hasta que sólo te quedaba Dani, pero te negaste a aceptarla y ahora la has perdido a ella también.
—No puedes irte —insistió Gloria—. Ésta es tu herencia, es quien eres.
—Yo no soy una empresa, nunca lo he sido —se la quedó mirando durante un largo momento, y finalmente añadió—: Pensé que te odiaría, pero no es así. Sólo siento lástima por tí —Pedro se volvió, y fue hacia la puerta.
—Conseguiré que vuelvas —le dijo ella—. Conseguiré que vuelvan todos.
—Ni lo sueñes —Pedro se fue de allí sin mirar atrás.

Paula estaba hecha un ovillo en el sofá, mientras deseaba poder guardar todo su dolor en una caja. Así no tendría que enfrentarse a él en ese momento, y podría volver a sacarlo al cabo de unas semanas o de unos meses para sentirlo por un tiempo, y después volver a guardarlo hasta que recuperara las fuerzas de nuevo.
Por desgracia, eso era imposible, así que lo único que podía hacer era soportar el dolor que la llenaba y esperar a que se suavizara lo bastante para poder funcionar otra vez.
Tenía todo el cuerpo dolorido, como si le hubiera pasado un coche por encima; le dolían incluso los huesos. Cada vez que creía que se le habían acabado las lágrimas, empezaban a caerle de nuevo por las mejillas. Se preguntó si acabaría quedándose sin fluidos corporales, y Dani se encontraría su cuerpo plano y reseco en el suelo al llegar a casa.
Soltó un sonido que era mitad carcajada y mitad sollozo, y se preguntó si se estaba acercando al lado oscuro.
Al oír que llamaban a la puerta, se preguntó quién podía ser. Lo más probable era que se tratara de Federico o de Agustín, porque Dani tenía llave y Zaira se había ido.
—Porque yo insistí —se recordó en voz alta.
Hacer que su amiga se quedara en Seattle para verla sufrir le había parecido egoísta e injusto, así que había instado a Zaira a que se pusiera rumbo a Ohio, y le había hecho prometer que la llamaría al llegar allí.
Al abrir la puerta, se quedó boquiabierta al ver a Pedro, aunque no era el mismo hombre al que había visto aquella misma tarde. Tenía un ojo morado, un vendaje junto a la sien y un labio roto.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntó, incrédula.
—Nada importante —Pedro entró en la casa, y cerró la puerta tras de sí—. Paula, lo siento. No puedo expresar con palabras lo mucho que lo siento. Nunca tuve intención de herirte ni de ocultarte lo del traslado, simplemente no pensé en ello. Con todo lo que estaba pasando, no me pareció importante.

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