miércoles, 22 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 50

—Si necesitas preguntarlo —dijo lentamente—, ¿no es mejor que anoche acabara cuando acabó?
—¿Nos hará la abuela galletas algún día? —preguntó Luz desde el asiento trasero—. En la tele las abuelas siempre hacen galletas.
—Seguro que sí —contestó Paula—. Mi madre hace galletas de manteca de cacahuete riquísimas.
—¡Bien!
Luz casi bailaba de excitación, pero Pedro percibía la falta de entusiasmo de Paula. Su tensión se acrecentaba kilómetro a kilómetro. Cuando llegaron y aparcó ante la casa que ella señaló, tuvo la sensación de que estaba a punto de explotar.
Una pareja de mediana edad salió de la casa. Paula se desabrochó el cinturón de seguridad.
Pedro bajó del coche y fue hacia el otro lado. Abrió la puerta para que ellas dos salieran. Paula agarró su muñeca y le clavó las uñas en la piel.
—Vas a quedarte.
Él no supo si era una petición o una orden, pero asintió de todas formas.
—Hola —saludó Paula—. Mamá, papá, éste es mi amigo Pedro. Vive en mi edificio. Tenía una rueda pinchada y nos ha traído. Y ella es Luz.
Paula  comprobó que la niña no estaba a su lado. Pedro la buscó y le sorprendió verla detrás de él.
—Cielo, todo va bien —Paula se agachó—. No tengas miedo.
—No importa —dijo la madre de Paula, con una dolorosa mezcla de esperanza y desilusión—. Tardará un tiempo en acostumbrarse a nosotros.
—Soy Miguel—el padre de Paula dió un paso hacia Pedro—. Ésta es mi esposa, Alejandra.
—Encantado, señor —Pedro estrechó su mano.
Eran gente corriente que había llevado una vida normal. Sin duda habían querido mucho a su hija y no habían entendido que se escapara. Deseó decirles que no era culpa de ellos. La vida daba golpes así. La gente moría, o dejaba de amar o se iba. No era culpa de nadie. Pero sabía que ellos no lo entenderían
—¿Sabes quién soy? —Alejandra se agachó ante Luz.
—Mi abuela —Luz puso una mano en la pierna de Pedro.
—Entonces también sabes que tengo que quererte y mimarte mucho, ¿verdad?
Luz asintió, sin hablar.
—¿Te gustan los bollos de canela?
Luz asintió de nuevo.
—Pues acabo de hacer. ¿Quieres ayudarme a ponerles la cobertura?
Otro gesto afirmativo.
—Bien —Alejandra se irguió y le ofreció la mano. Pedro  animó a Luz a ir con su abuela.
—Gracias —le susurró Paula, acercándose—. Creo que el entusiasmo duró hasta que llegó el momento de la verdad. Pero ahora estará bien.
—¿Y tú?
—Eso ya lo veremos.
Una hora y media después, el desayuno había acabado y Pedro estaba en la sala con Miguel, supuestamente para ver un partido de béisbol, pero en realidad para ser interrogado por el padre de Paula.
Pedro deseó decirle que no tenía sentido, que no formaría parte de la vida de Paula mucho tiempo, que no quería una relación, pero habría sido inútil.
—¿A qué te dedicas? —preguntó Miguel, cuando estuvieron sentados en sendas mecedoras.
—Dejé los marines hace un par de meses. Ahora mismo trabajo en el negocio familiar. Tenemos algunos restaurantes.
—¿Alfonso's? —Miguel arrugó la frente.
—Ése es uno de ellos.
—Impresionante. Bien. Paula necesita un hombre estable en su vida.
—Paula y yo sólo somos amigos, señor —Pedro deseó estar de vuelta en Afganistán—. En cuanto al tipo de hombre que necesita, descubrirá que es una persona muy distinta de la que recuerda. Se ha hecho una vida nueva. Con el tiempo verá...
Luz entró corriendo y fue directa hacia él. Se encaramó al asiento.
—Están peleando —dijo, con los ojos muy abiertos—. Mami y la abuela.
—Me temía algo así —suspiró Miguel—. Será mejor que vaya a ver qué ocurre.
Pedro asintió, pero su atención se centró en la niña. ¿Por qué había ido a buscarlo a él? Se había sentado en su regazo como si lo hubiera hecho mil veces antes. Como si él formara parte de su vida.
—La abuela quería saber qué hacía mami de verdad con esos grupos de rock —murmuró Luz—. Mami dijo que no había hecho nada malo y casi lloraba. La abuela gritó y yo me fui corriendo. ¿Por qué está la abuela enfadada con mi mami?
—Hacía mucho que no hablaban —contestó él lentamente—. Cuando la gente no habla, se hace un lío.
—Y si hablan ahora ¿ya no estarán enfadadas?
—Puede que eso tarde un poco de tiempo.
—¿Cuánto?
—No lo sé.
Ella suspiró y se recostó en él.
—Yo nunca voy a dejar de hablar con mami.
—Eso está bien —dijo él, consciente del cuerpecito que se relajaba contra él. Así, sin más, como si se sintiera segura. Como si él nunca fuera a hacerle daño o abandonarla. Como si confiara en él.

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