miércoles, 29 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 72

Dani le dedicó tanto tiempo a su cabello y maquillaje que se sentía como una participante en un concurso de belleza. Ryan, la rata, había faltado por enfermedad los últimos dos días, pero volvería y ella quería estar preparada para verlo cara a cara. A eso se debía el tiempo adicional dedicado a su apariencia y también su decisión de ponerse unos ajustados pantalones negros y una blusa de seda. Si había algún accidente en la cocina sería terrible, pero el riesgo merecía la pena. Quería que Ryan supiera lo que se había perdido. Quería hacerlo pagar.
Por desgracia aún no había ideado la manera. Pero se le ocurriría algo antes o después.
Llegó al trabajo a su hora habitual y vio que el coche de Ryan no estaba en el aparcamiento. Eso le permitiría cargarse de café y reunir fuerzas.
Una media hora después, cuando revisaba las sugerencias de Jaime para los platos especiales oyó sus pasos en el pasillo. No alzó la vista, pero se preparó para enfrentarse al embustero traidor.
—Dani —dijo él, con voz grave y seductora—. Hola.
—Ryan —ella miró el atractivo rostro y los bellos ojos, y supo que había sido engañada por un maestro.
—¿Cómo estás? He estado preocupado por tí.
—¿Por qué? —preguntó.
—Por lo que ocurrió —entró al despacho y cerró la puerta tras de sí—. Que Jen apareciera así —suspiró—. No quería que te enteraras de esa manera.
Sus palabras le resultaron tan familiares que casi le dio miedo. ¿Tendrían todos los hombres la enfermedad crónica de no poder asumir responsabilidades? Martín le había dicho algo parecido; se sentía fatal porque se hubiera enterado de su aventura, pero no le pidió disculpas por engañarla, el muy cerdo.
Igual que Martín, Ryan no lamentaba lo que había hecho, sólo el que lo hubieran atrapado.
—¿Cómo querías que me enterara? —gorjeó—. ¿O tenías la esperanza de que no lo descubriera?
—Yo, eh... —pareció desconcertado, como si no hubiera esperado esa pregunta—. Dani...
Ella lo interrumpió chasqueando con los dedos.
—Te preguntaré algo más. ¿Has sido fiel a tu mujer alguna vez? ¿Esperaste al menos dos meses antes de empezar a engañarla? Porque está claro que no soy la primera. Se te da demasiado bien mentir.
—Quiero a mi familia —dijo él, tensándose.
—Claro que sí. Lo veo en cada uno de tus actos. Acostarte conmigo fue un increíble gesto de amor. ¿Te está agradecida Jen?
—¿Estás amenazándome? —preguntó él—. ¿Vas a decírselo?
—La verdad, no se me había pasado por la cabeza. Creo que tú ya le haces bastante daño por los dos, así que no es necesario. Ahora que sé lo imbécil que eres, me gustaría decirle la verdad, pero sospecho que no me creería. Seguro que la has convencido de que eres maravilloso. Tiene gracia, cuando lo descubrí sentí lástima de mí misma, pero ya no. Lo siento por ella. Yo puedo olvidarte sin pensarlo dos veces.
—Vas a pedirle a tu hermano que me despida, ¿verdad? —él tragó saliva.
—No necesariamente. Eres un gerente aceptable y con Sofía de baja de maternidad el restaurante no puede permitirse cambios ahora mismo. Así que mientras no me fastidies, estás a salvo. Pero serás sincero con todas las mujeres que trabajan aquí y con cualquiera que yo conozca. Empieza las conversaciones anunciando que estás casado y ni se te ocurra flirtear. ¿Ha quedado claro?
—Sigues enfadada.
—La verdad es que no —dijo ella, tras pensarlo un segundo—. Esta pequeña charla me ha liberado. Por fin entiendo que no hice nada malo. Eso era lo que odiaba, haber elegido tan mal. Pero no fue culpa mía; me hiciste creer que eras exactamente lo que necesitaba. No tenía razones para desconfiar de ti. Tú mentiste, no yo. Gracias a Al, nuestro fabuloso gato, eres la única rata que hay en el edificio; puedo soportarlo.

Pedro se quedó a cenar y a Paula le pareció curioso que su anteriormente reservado vecino estuviera tan cómodo con su hija de cinco años. Luz y Pedro charlaban amistosamente e incluso le contaron un par de anécdotas de su día en el centro comercial.
Era muy distinto a los hombres que había conocido. En parte por las circunstancias de su vida. Había pasado de ser una adolescente en el instituto a vivir por su cuenta. Y el negocio de la música de Los Angeles no había puesto en su camino a muchos hombres que pudieran considerarse normales. Había vuelto a Seattle embarazada y su estilo de vida no daba opción de conocer a hombres solteros.
Así que Pedro suponía un gran cambio. Pero había más que eso. Le costaba reconciliar la imagen de un hombre que jugaba pacientemente con su hija con la de un chico de dieciocho años que había abandonado a su novia moribunda.
¿Qué había ocurrido en los más de catorce años transcurridos desde entonces? ¿Era cuestión de madurez o algo más profundo? Había abandonado a Charlotte para evitar el dolor y la muerte, pero había acabado en la guerra. Había enviado a hombres a la batalla y algunos de ellos habían muerto. Además, estaba su búsqueda de la Ashley de Ben. ¿Qué porcentaje de esa sensación de culpabilidad se debía a que Ben hubiera recibido la bala y qué parte a su abandono de Charlotte?
Pedro  era un hombre complejo. Pero era bueno. No le gustaba que hubiera abandonado a su novia, pero tampoco le gustaban partes de su propio pasado. Todo el mundo cometía errores. Una persona debía ser juzgada por lo que ocurría después.
Más tarde, después de acostar a Luz, Paula volvió a la sala y se sentó en el sofá. Pedro había llevado una botella de vino que, dado su cansancio y nivel de estrés, podía ser peligrosa. Por otra parte, el alcohol la ayudaría a hablar de Facundo, el gran error de su vida.
—Facundo ya te había buscado antes —Pedro fue directo al grano. Ella asintió.
—Suele viajar con grupos de música. Es más fácil que montar uno propio; eso requeriría trabajo, algo que odia. Ya había venido dos veces. No sé cómo consigue mi teléfono, pero lo hace. Me llama y exige que nos veamos, si me niego, me amenaza. Empieza a hablar de Luz y de que nunca la ve. Siempre usa eso. Le doy el dinero que tengo y se marcha.
—¿Has hablado alguna vez con él para que renuncie legalmente a sus derechos?
—No. ¿Por qué iba a acceder si puede sacarme dinero cada vez que pasa por la ciudad? —tomó un sorbo de vino—. Facundo es músico y compositor de canciones. Cuando está limpio, es brillante. Imbécil, pero con talento. Cuando está enganchado, sólo es capaz de tocar la guitarra y vivir al día.
—Legalmente, lo que hace es chantaje —apuntó Pedro—. Hay leyes en contra de eso.
—Lo sé, pero si lo denuncio las cosas podrían ponerse feas. Podría alegar que desea ver a su hija desesperadamente. Miente muy bien. También podría decir que se lo he impedido, y es verdad. Hoy fui a ver a una abogada.
—Por tu expresión, no fue bien.
—Para nada. No se puso de mi parte. Dijo que debería permitir las visitas supervisadas. Que si Facundo nunca había abusado de mí física o emocionalmente, Luz no corría riesgos. Por lo visto, que Facundo me exigiera que abortase no importa. Dijo que muchos hombres reaccionan mal ante un embarazo imprevisto y que no debería tenerlo en cuenta.
Agarró la copa con ambas manos.
—La idea de iniciar una batalla legal me aterroriza. ¿Y si consiguiera derechos de visita? A Facundo  no le importa Luz. Utilizaría ese derecho para sacarme dinero. Me lo imagino llevándosela y reteniéndola mientras yo busco o pido dinero para él.
Empezaron a arderle los ojos. Tomó aire y se concentró en mantener el control.
—Haría cualquier cosa por mantener a Luz a salvo. Incluso he pensado en huir. Pero no sé si sería capaz de volver a empezar. Y a ella no le gustaría.
—Huir es sólo una solución temporal. Necesitas algo permanente —su voz sonó fría y dura. Paula recordó que Pedro era un hombre capaz de matar.
—¿Qué estás pensando? —preguntó, aunque no estaba segura de querer saberlo.
—Que quiero buscarlo y darle una paliza. Una lección que le haría comprender que si vuelve a acercarse a tí o a Luz, será lo último que haga en su vida —torció la boca—. ¿Asustada?
—¿De tí? —ella negó con la cabeza—. No. Nunca nos harías daño a Luz o a mí. Ni siquiera estoy segura de que se lo harías a Facundo. Creo que te gustaría, pero no sé si podrías acercarte y pegarle sin más.
—¿Quieres apostar?

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