viernes, 24 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 56

—Pedro —estrechó su mano deseando apretar hasta oír crujir de huesos, pero se resistió a ese placer momentáneo.
Ryan y Dani intercambiaron una mirada.
—Todo irá bien —le dijo ella—. Dame un minuto.
Ryan asintió y salió del despacho.
—No le grites —le dijo Dani a Pedro.
—Un comportamiento muy interesante.
—Lo digo en serio —Dani dejó de sonreír—. Vale, tienes razón. No deberíamos estar haciendo eso en el trabajo, pero así son las cosas. ¿Y qué? No hace daño a nadie —hizo una pausa y volvió a sonreír—. Me gusta. Cree que soy sexy y, después de lo que ocurrió con Martín, me lo merezco.
—¿Tiene algún futuro? —él podía resistirse a casi todo, pero no a la sonrisa de Dani.
—No lo sé. Me gustaría decir que sí, pero no hace mucho que nos conocemos y aún estoy en proceso de divorcio. Si fuera por mí, me gustaría que lo tuviera.
—Cuidado. No quiero que sufras —le aconsejó él.
—No lo haré. Esta vez mi corazón no entrará en juego hasta que esté segura. Pero lo que estamos haciendo es muy agradable.
—No necesito detalles.
—¿Estás seguro?
—Sí, segurísimo.
Le alegraba ver a Dani feliz. Martín había sido un auténtico cerdo. Le había pedido el divorcio después de que ella lo cuidara y apoyara durante diez años, y luego había culpado a Dani de la ruptura. Eso ya era terrible en sí mismo, pero descubrir que encima le estaba siendo infiel había sido el colmo.
—Debería dejarte ir a tu reunión —dijo ella.
—Debería ser la tuya.
—No, no quiero el puesto. En serio —afirmó Dani—. Cuando Sofía vuelva, me marcharé. Ahora mismo me divierte fastidiar a Gloria. Sé que odia que esté aquí, pero luego quiero retomar mi propia carrera.
—¿Puedo ayudarte de alguna manera?
—De momento no. Pero sé que siempre me apoyarás. Lo agradezco —sonrió—. No te enfades con Ryan por liarse conmigo. No es culpa suya. El problema es que soy irresistible.


El sábado por la mañana, Paula revisó la maleta de Luz tres veces.
—Lo tengo todo —le dijo su hija con paciencia.
—Lo sé. Sólo quería comprobarlo —Paula obvió que si faltaba algo tardaría menos de treinta minutos en llevárselo, igual que la entrega de una pizza—. Vas a pasarlo bien —dijo, más para sí que para Luz.
—Lo sé —su hija sonrió de oreja a oreja—. Los abuelos van a llevarme al zoo esta tarde. Y vamos a hacer galletas y a ver la televisión. Será muy divertido.
—Seguro que sí.
Paula había estado deseando tener algo de tiempo a solas. Podría trabajar en el inventario para la feria de artesanía. Pero llegado el momento, no quería que Luz se marchara.
—Es la primera vez que duermes fuera de casa — le dijo—. Igual te resulta raro al principio.
—Mami, tengo cinco años. Puedo hacerlo.
Antes de que Paula pudiera contestar, oyó el coche de su madre. Luz corrió a la puerta y abrió.
—Estoy preparada —gritó.
Paula  intentó buscar alguna excusa para que Luz se quedara en casa. Por desgracia, no la encontró. Así que se encaminó hacia la puerta.
—Hola, mamá.
—Hola, chicas —su madre miró a Luz—. ¿Lista?
—Sí. Tengo mi maleta. También me llevo mi osito de dormir.
—Muy bien.
Paula levantó la maleta y volvió a dejarla.
—Es la primera vez que duerme fuera de casa. Sólo tiene cinco años.
—Estará bien. No te preocupes. He criado a dos hijos.
—Lo sé. Es sólo que...
Su madre esperó con paciencia, pero Paula, sin saber qué decir, llevó la maleta de Luz al coche. La niña la siguió con su osito, que sentó en el asiento trasero. Después corrió de vuelta a la casa.
—Voy a decirle adiós a la señora Ford —gritó.
—Vale —Paula  cruzó los brazos sobre el pecho y esperó a que Luz entrase en la casa—. Le gusta un vaso de agua antes de irse a la cama. Pequeño, o tendrá que levantarse para ir al baño. A veces no se acaba la cena, pero da igual. No la obligo a terminar.
—Tranquila —dijo su madre—. Es lo mismo que yo hacía contigo.
—Vale. De acuerdo —Paula no podía librarse de su sensación de pavor—. Mira, creo que es demasiado pronto. Luz es muy pequeña y necesitamos más tiempo para que los vaya conociendo.
—¿Más tiempo? —su madre estrechó los ojos—. ¿Te refieres al tiempo que habría tenido si hubieras vuelto a casa cuando te quedaste embarazada? ¿Al tiempo que habría tenido yo si no te hubieras escapado?
—¿Qué? —Paula dio un paso atrás.
—He hecho lo posible por ser paciente y comprensiva —dijo su madre con tono airado—. Pero no me fuerces, Paula. Estoy pendiendo de un hilo.
—¿Tú? ¿Qué razones tienes tú para estar molesta?
—¿Qué? ¿Qué me dices de que mi hija desapareciera durante ocho años? Ocho años. Sin saber si estabas viva o muerta. ¿Puedes siquiera imaginar lo que es eso? ¿Sabes cuántas noches pasé en vela desesperada por una llamada o noticias, y aterrorizada también? Temía que encontraran tu cuerpo. Pero no fue así, y en cierto sentido no saber nada fue peor.
La voz de su madre estaba cargada de emoción y parecía a punto de llorar. Pero Paula ya tenía bastante con intentar defenderse del inesperado ataque.
—Y todo ese tiempo estabas bien —siguió su madre—. Bien y sin molestarte en decirlo. ¿Sabías que no ha pasado un día que no pensara en tí, rezara por tí, me preguntara dónde estabas y qué hacías? ¿Sabes qué le hizo tu egoísta desaparición a tu familia? ¿A tu hermano? Perdió su infancia. Estábamos tan ocupados buscándote que no pasábamos tiempo con él.
—Llamé —musitó Paula, incapaz de soportar que su madre la atacara así.
—Hablar con un niño de trece años no cuenta — gritó su madre—. ¿Por qué no hablaste conmigo o con tu padre? ¿Por qué no volviste a llamar? ¿Sabes el dolor que causaste? ¿Lo que fue llevar tu foto a la policía, pegar carteles, ofrecer recompensa? ¿Sabes que nos dijeron que debías de estar muerta y que era mejor que siguiéramos con nuestra vida?
Su madre calló un segundo. Paula temblaba.
—Podría haberte perdonado, con el tiempo. Pero tienes una hija, Paula. Sabes lo que es amar a un bebé, tenerlo en brazos. Sabes lo grande que es ese amor y que nunca se acaba. Lo sabes y no me llamaste. Me dejaste con mí dolor.
Algo estalló dentro de Paula y años de dolor resurgieron como una llamarada.
—Dejaron de buscarme —gritó—. ¡Pararon! Llevo aquí cinco años, y me encontró un adolescente. Ya estaba aquí pero habíais dejado de buscar. Dejé de importarles. Siguieron  con su vida. Yo nunca dejaría de buscar a Luz. ¡Nunca!
—Dices eso ahora, sin saber lo que pasamos. ¿Sabes por qué paré? Tuve que hacerlo. Tuve una crisis. Un día tu padre me encontró encogida en un rincón. Ya no podía aceptar tu pérdida. Así que me internaron y medicaron y aprendí a no sufrir tanto.
—Rindiéndote —dijo Paula con amargura. Acababa de confirmar sus peores temores. No sabía a quién odiaba más, a sí misma por provocarlo todo o a su madre por no tener la fuerza para seguir buscando.
—Tienes razón —su madre apretó los labios—. Me rendí.
—Ya estoy —gritó Luz desde la puerta. Corrió hacia el coche.
—La traeré mañana a las seis —la madre de Paula ayudó a Luz a subir al coche y le puso el cinturón.
Paula se sentía como si la hubieran golpeado con un mazo. Le dolían hasta los huesos. Emocionalmente, estaba devastada. Apenas tuvo fuerzas para despedirse de Luz con la mano.
Cuando el coche se alejó, Paula empezó a temblar. Habría caído al suelo si un par de inertes brazos no la hubieran agarrado. Reconoció el olor y la sensación mientras él la alzaba en brazos y la llevaba a casa. Pedro la dejó en el sofá y se apoyo en él.
—Lo has oído —susurró ella
—Lo ha oído toda la manzana.
—Me encanta entretener a los vecinos.
—Habías estado callada hasta ahora. Te tocaba.
Ella intentó sonreír pero no pudo. Alzó el rostro y lo miró a los ojos.
—¿Por qué duele tanto?
—Porque la vida es una faena.
—No sé qué hacer. No sé cómo arreglarlo.
El hombre que le había advertido que no se fiara de él inclinó la cabeza y la besó.

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