miércoles, 1 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 58

Paula no quería ni imaginarse a sus hermanas casadas adentrándose en el loco mundo de Zaira.
—Están centradas en el lujo de tener habitaciones para ellas solas y en tomarse un largo baño.
—Vaya, entonces no me interpondré entre la bañera y ellas —dijo Zaira, antes de salir a toda prisa de la cocina.
Después de mirar a su alrededor para asegurarse de que todo estuviera bajo control, Paula dejó a Jaime al mando y salió al comedor. Sonrió a Pedro, que estaba junto al puesto de la maître, y se acercó a la mesa con vistas al lago donde estaba su familia.
—Hola, ¿ya pidieron? —les dijo, mientras agarraba una silla vacía.
—No, aún no —contestó su padre—. Este sitio es fantástico, tiene unas vistas increíbles. ¿Nos habías dicho que estabas trabajando con tu ex marido?
—Ah, ¿vieron a Pedro? —dijo ella, mientras se esforzaba por aparentar calma y naturalidad. No quería que se le notara que había pasado buena parte de la tarde desnuda y pidiendo más.
—Sí que nos lo dijo, estoy segura de que lo mencionó —dijo su madre, antes de mirar hacia pedro y saludarlo con la mano—. Siempre pensé que había sido una pena que lo vuestro no funcionara. ¿Ha vuelto a surgir la chispa?
—No —contestó Paula, mientras rogaba que su madre hubiera perdido la capacidad de saber cuándo estaba mintiendo.
—Mamá, déjalo. Está claro que Paula ya lo ha superado y ha seguido con su vida. Va a tener un hijo ella sola, es la mujer moderna perfecta.
—Yo no diría tanto —protestó Paula, aunque agradeció el voto de confianza.
—Hablando del bebé —le dijo su madre—, ¿sigues queriendo que venga a pasar unas semanas contigo cuando nazca? No quiero entrometerme, o…
—Claro que quiero que vengas —se apresuró a decirle Paula—. Estaré más que agradecida por tu ayuda, me aterroriza intentar arreglármelas sola con un recién nacido.
—Lo harás muy bien, pero estoy muy contenta de poder ayudarte —dijo su madre, con una gran sonrisa—. Ya hablaremos de los detalles, ahora vamos a cenar.
Paula les hizo varias sugerencias, y después se levantó para volver a la cocina. Su madre quiso acompañarla.
—Cariño, has hecho un trabajo fantástico. Todos nos sentimos muy orgullosos y felices.
—Gracias. Me alegra saberlo, sobre todo después de todos los años que malgasté perdiendo el tiempo.
—No digas eso, nunca pensamos que estuvieras perdiendo el tiempo. Sólo estabas intentando encontrar un trabajo que te llenara, eso es todo.
—Pero dejé la universidad dos veces sin acabar la carrera, seguro que batí el récord de suspensos.
—Te negaste a conformarte, tanto tu padre como yo te admiramos por ello.
—¿En serio?
—Por supuesto. Lo único que siempre he querido es que mis hijas sean felices, y tú lo has conseguido. Clara y Sofía también, pero de una forma más tradicional. Ellas sabían lo que esperaban de sus vidas, pero tú no. Tú te forjaste tu propio camino, y para eso hace falta mucho valor.
Hasta aquel momento, Paula había creído que sus padres la veían como un auténtico fracaso, que se habían decepcionado por cada una de las paradas y de las salidas que había tenido a lo largo del camino, mientras intentaba averiguar lo que quería hacer con su vida.
—Gracias, mamá. Eres la mejor —le dijo, antes de darle un beso en la mejilla.
—Sólo pido la oportunidad de probar tus platos —bromeó su madre.
—Hecho.
Alejandra volvió a la mesa y Paula continuó hacia la cocina, pero Pedro la interceptó.
—He visto a tu familia.
—Sí, se me ha olvidado avisarte de que vendrían. Perdona —contempló su rostro, y pensó que estaba muy guapo bajo el juego de luces del restaurante—. Hola.
—Hola. ¿Cómo estás?
—Con ganas de ponerme a cantar ópera. ¿Y tú?
—Muy bien —Pedro señaló con la cabeza hacia la mesa donde estaba sentada su familia, y le preguntó—: ¿Te molesta si voy a saludarlos?, ¿o crees que la situación sería demasiado incómoda?
—No creo que haya problema, siempre les caíste bien.
—Vale, entonces lo haré —recorrió su brazo con la punta de los dedos, y añadió—: ¿Quieres que nos veamos luego?
—Perfecto.
Paula siguió hacia la cocina, pero de pronto, Zaira se interpuso en su camino y se llevó las manos a las caderas.
—Lo he visto —le dijo su amiga—. Lo he visto todo. La conversación íntima, las caricias… hay algo entre Pedro y tú.
—Claro que no. Bueno, a lo mejor sí que hay… algo, pero no es nada especial —si no contaba el hecho de que estaba enamorada de él, claro.
—¿Y…?
—¿Y qué? Lo he acompañado a ver a su hija, y ha decidido no decirle quién es. Ha sido muy duro para él, y al ver lo que pasaba…
—¿Qué?
—Que me ha conmovido.
—¡Ja! Eso no es lo único que está pasando aquí. Sé que hay algo más, pero no estoy segura de querer enterarme de los detalles. Sólo te pido que esta vez estés muy segura.
—¿Qué quieres decir?
—Asegúrate de lo que quieres, Paula. La última vez te marchaste, y eso no está bien porque se hiere a los que se quedan atrás.
Paula se quedó atónita ante aquella acusación tan injusta.
—No me marché. Bueno, técnicamente sí, pero lo hice porque a Pedro no le importaba lo más mínimo. Él mismo ha admitido que no me quería.
—No luchaste por él —Zaira levantó una mano para que no la interrumpiera—. Mira, lo siento. No necesitas que te eche un sermón, y además, no soy exactamente el mejor ejemplo, soy la reina de las huídas.
Paula no podía creer que estuvieran manteniendo aquella conversación.
—Yo no huí de Pedro.
—Sí que lo hiciste, y me parece bien. Lo único que te estoy diciendo es que si empiezas algo otra vez, te asegures de que estás dispuesta a comprometerte a largo plazo.
Zaira entró en la cocina, y Paula se quedó sin habla y molesta.
No había huido, Pedro  había desaparecido emocionalmente antes de que ella se marchara, y los problemas de su matrimonio no habían tenido nada que ver con ella… ¿o sí? Al entrar en la cocina, una vocecita en su cabeza le dijo que hacían falta dos personas para crear o romper una relación, que nadie tenía la verdad absoluta ni toda la culpa. Que quizás, sólo quizás, ella había tenido parte de culpa en lo que había pasado.
Dani detestaba todos y cada uno de los detalles que formaban parte del despacho de Gloria. El tamaño, la tremenda blancura… siempre que estaba allí, se sentía como si la hubieran llamado al despacho del director del colegio, a pesar de que en aquella ocasión había sido ella quien había pedido la cita.
Eran las siete y media de un sábado, y la mayoría de la gente estaba en casa con su familia o pasándolo bien con los amigos, pero su abuela era diferente. Gloria estaba en su despacho, y si quería hablar con ella, tenía que ir a verla allí.
—Ya puede entrar —le dijo la secretaria, al abrir la puerta del despacho.
Dani le dió las gracias con una sonrisa. Su abuela tenía varias secretarias, porque con sus horarios de trabajo no tenía bastante con una.
—Hola, Dani. Me complace que hayas venido —le dijo Gloria.
Estaba sentada detrás de su enorme y blanquísima mesa, y no se levantó ni hizo gesto alguno para darle la mano ni abrazarla. En el despacho su relación era estrictamente profesional, allí no eran familiares.
—Me he tomado la libertad de comprobar los balances de la hamburguesería —siguió diciendo Gloria, mientras le indicaba con un gesto que se sentara—. Están bastante bien, así que no creo que haya ningún problema en ese sentido, ¿no?
—No.
Dani había elegido con cuidado la ropa para el encuentro, y se había puesto un traje pantalón con una camisa de seda. Se mantuvo sentada en el borde de la silla, con la espalda muy recta.
—La hamburguesería va bien, y por eso quería verte. Gloria, ya llevo bastante tiempo en ese local, y no me queda nada por aprender allí. Estoy lista para ascender en la empresa.

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