martes, 30 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 57

Cuando Pedro la agarró de las caderas y empezó a controlar el ritmo, ella alargó los brazos y se inclinó hacia delante para poder seguir moviéndose y sostenerse al mismo tiempo.
Sorprendida, se dió cuenta de que aquel ángulo era aún mejor, y que prolongaba su orgasmo. Pedro continuó aferrado a sus caderas, hasta que de repente la apretó con más fuerza y la detuvo en seco mientras él seguía moviéndose. Una embestida, dos… y soltó un profundo gemido.
Paula abrió los ojos, y contempló cómo se tensaba su rostro. Su boca se tensó de placer, y pareció contener el aliento. Finalmente, volvió a gemir y abrió los ojos. Sus miradas se encontraron, y ambos sonrieron.
—No ha estado mal —dijo ella—. Lo de estar encima me ha gustado mucho.
—Sí, a mí también me ha gustado —su sonrisa se ensanchó, y se echó a reír—. Deberíamos quedar otro día para volver a hacerlo.
—Sí, me gustaría.
Pedro la rodeó con los brazos, y rodó con cuidado hasta colocarla de costado. Ambos ajustaron brazos y piernas hasta que estuvieron el uno frente al otro, y después de subir la colcha para que pudieran cubrirse, Pedro le acarició la cara.
—¿Estás bien?
—Como si todas las células de mi cuerpo acabaran de estar en una fiesta increíble.
—Perfecto.
—¿Y tú? —le preguntó Paula.
—Lo mismo. Hacia el final he tenido que controlarme al máximo, no sabía cuánto iba a poder resistir.
—Lo has hecho muy bien.
—Dos segundos más, y habría perdido el control completamente.
—No me habría importado —le aseguró ella, mientras le tomaba una mano y la colocaba sobre uno de sus senos.
—Si hubiera acabado antes que tú, te habrías quedado a medias.
—Después te habrías encargado de mí de otra forma; además, hay algo muy estimulante en un hombre que está tan excitado que pierde el control, es muy sexy.
—Tú sí que eres muy sexy.
Al contemplar aquellos ojos oscuros, Paula se dió cuenta de que antes no se había equivocado: estaba enamorada de él. A lo mejor trabajar a su lado había hecho que nacieran nuevos sentimientos, o a lo mejor había sacado a la luz algo que siempre había estado allí; fuera lo que fuese, se había dado cuenta de lo que sentía por él al ver el sacrificio emocional que había hecho por Camila. El problema era saber qué hacer al respecto.
En ese momento empezó a sonar el teléfono, y Pedro se dió la vuelta para agarrarlo.
—¿Diga? —escuchó durante unos segundos, y añadió—: Dale, ahora se lo digo. No, no tardamos. De acuerdo, adiós —tras colgar, se volvió hacia Paula—. Tu familia acaba de llegar a tu casa. Dani está allí, haciendo de anfitriona.
—¿Qué? ¡Han llegado con un día de antelación!, ¡se suponía que iban a llegar mañana! —Paula se sentó en la cama, mientras intentaba controlar el pánico que sentía—. No estoy lista para ver a mis padres, iba a aprovechar esta noche y mañana por la mañana para prepararme.
—No sé qué decirte, ya los tienes aquí —Pedro se inclinó, y le besó un hombro—. Al menos no llegaron hace quince minutos, nos habrían aguado la fiesta.
Cuando Paula llegó a su casa, se encontró con un auténtico caos.
—¡Paula! —exclamó su madre, al verla entrar—. Ya lo sé, llegamos pronto, pero esta mañana en el desayuno decidimos que nos apetecía venirnos ya para Seattle, y como el hotel tenía habitaciones disponibles y tus hermanas también estaban deseando venir, aquí estamos.
Antes de que Paula pudiera contestar, su madre, que era una mujer menuda con el pelo pelirrojo y rizado y los ojos azules, se cubrió la boca con las manos y exclamó:
—¡Pero mira esa barriguita!, ¡mi pequeña va a tener un bebé!
—Hola, mamá —le dijo, mientras la abrazaba.
—¡Miguel! ¡Miguel, ven aquí, ha llegado Paula!
Su padre fue hacia ellas, y las envolvió a ambas en un abrazo.
—Hola, cielo. ¿Cómo estás?
—Muy bien, papá.
Clara y Sofía, las hermanas de paula, salieron de la cocina con sus hijos pisándoles los talones.
—¡Paula!
Dani apareció la última, con una botella de agua en una mano y una bolsa de galletas saladas en la otra.
—Les he dado algo de comer y de beber, me voy ya. He quedado con alguien en el centro.
—No te vayas —le dijo Ale, la madre de Paula—. Ya te hemos molestado bastante, y tenemos que ir al hotel a instalarnos —enmarcó la cara de Paula en sus manos, y le dijo—: No sabes lo contenta que estoy de verte. Eres feliz, lo veo en tus ojos.
Paula controló las ganas de hacer una mueca; con un poco de suerte, su madre no conectaría su felicidad con su reciente encuentro con Pedro.
—Tengo una idea —dijo Miguel, mientras rodeaba a Paula con un brazo—. Primero podemos ir al restaurante para poder ver ese local suyo tan elegante, y de allí nos vamos al hotel.
—Buena idea —comentó Ale—. No te entretendremos demasiado, sabemos que es una de las noches en las que tienes más trabajo.
—No seas tonta —le dijo Paula. Contó cuántos eran, y añadió—: Ningún problema. Podemos ir ahora al restaurante para que lo veas, y después volvemos a eso de las siete para cenar —se volvió hacia sus hermanas, y les preguntó—: ¿es demasiado tarde para los niños?
—No, es perfecto —contestó Clara, su hermana mayor, con una sonrisa—. La madre de Sean vive en la zona, y va a encargarse de los niños esta noche y mañana. Así es mejor, y tanto Sofía como yo tendremos nuestras respectivas habitaciones para nosotras solas. Ya sé que para ti no es nada del otro mundo, porque puedes estar sola siempre que quieres, pero para nosotras será el paraíso.
—Un paraíso desconocido —añadió Sofía—. Voy a cerrar la puerta del cuarto de baño sin tener que preocuparme de que alguien me llame, entre o me necesite para algo, puede que hasta me tome un baño.
—Vale, me aseguraré de cocinar rápido para que dispongáis del máximo tiempo posible en el cuarto de baño —sonrió Paula.
—No hace falta —le dijo su madre, mientras enlazaba el brazo con el suyo y la apretaba en un abrazo—. Tus hermanas exageran lo de querer estar solas.
Tras la espalda de su madre, Sofía y Clara indicaron con gestos que no estaban exagerando lo más mínimo.

A las siete, la cocina estaba inmersa en el típico caos de los sábados por la noche.
—¡Chalotas! —gritó uno de los cocineros—. ¿Quién cojones me ha quitado las chalotas?
Paula hizo una mueca. Robar el material de alguien era una clara invitación para que a uno le dieran una puñalada en la espalda. Literalmente.
Jaime hizo un sonido de impaciencia y fue a toda prisa a buscar más chalotas a la despensa; cuando volvió, se aseguró de que todo el mundo estuviera abastecido antes de regresar a su puesto.
—Gracias —le dijo Paula.
—Tienes suerte de que esté de buen humor —respondió él.
—¿Las cosas van bien en casa?
—De maravilla —Jaime sonrió con satisfacción, y comentó—: George quiere venirse a vivir conmigo, estamos hablando de tener un gato juntos.
—No puedes quedarte con Al, lo necesitamos aquí.
—Tendrás que esconderlo en algún sitio si vienen los de Sanidad.
—Ya lo sé, pero vale la pena —Paula agarró un plato de salmón que alguien le pasó, y colocó una pequeña porción de pastel de maíz coronada con cangrejo.
—¡Plato listo! —gritó.
Zaira apareció a su lado, y le dijo:
—Tus padres y tus hermanas están aquí, pero nada de maridos ni de niños. ¿Tengo que preocuparme?
—Los maridos están en casa, y los niños con la abuela.
—Así se hace —comentó Zaira, mientras agarraba un segundo plato—. ¿Les digo que si quieren venirse de copas?

3 comentarios:

  1. Ayyy me encanta !! Llore con la visita de Pedro a su hija , muy emotivo

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  2. Muy buenos capítulos!!!! Muy emotiva la actitud de Pedro con su hija, pero que bueno sería q pudiera ser más abierto con Paula con respecto a los que les pasó a ellos!

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  3. Ayyy me encanta !! Llore con la visita de Pedro a su hija , muy emotivo

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