miércoles, 17 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 1

Paula Chaves sabía que probablemente no estaba bien alegrarse, de que su ex marido tuviera que arrastrarse ante ella, pero estaba dispuesta a vivir con aquel defecto en su personalidad.
—Sabes que va a querer contratarte, ¿verdad? —le dijo su amiga Zaira.
—Sí, claro. Ah, el dulce sabor de la venganza… —Paula se reclinó contra el respaldo de la silla, mientras valoraba las posibilidades—. Quiero hacerle suplicar. No por crueldad, ni por un odio visceral, sino…
—¿Para solidarizarte con el resto de mujeres divorciadas del mundo? —sugirió Zaira.
—Exacto —dijo Paula, con una carcajada—. Supongo que eso me convierte en una mujer ruin y mezquina.
—Puede, pero hoy estás especialmente despampanante. ¿Te sirve de consuelo?
—Un poco —Paula  se alisó la parte delantera del jersey que se había puesto, y le echó un vistazo a su reloj de pulsera—. Hemos quedado en un restaurante del centro. Es un sitio neutral, sin buenos ni malos recuerdos.
—Mantente alejada de los buenos —la avisó Zaira—. Siempre tuviste debilidad por Pedro.
—Eso fue hace tres años, pero lo he olvidado del todo. Ya lo he superado.
—Claro —Zaira no pareció demasiado convencida—. No pienses en lo bien que le sienta la ropa, ni en lo guapo que está sin ella. Lo que tienes que recordar es que te rompió el corazón, que mintió al decirte que quería tener hijos, y que pisoteó tus frágiles sueños.
Aquello sería fácil, pensó Paula, sintiendo que un destello de rabia empañaba su buen humor.
Igual de malo era el hecho de que, cuatro años atrás, hubiera intentado entrar a trabajar como cocinera en el Alfonso's, uno de los restaurantes de la familia de Pedro. El puesto consistía sólo en estar al cargo de las ensaladas, pero como se habían presentado otros diez candidatos, le había pedido a su marido que hablara con su abuela para recomendarla. Él se había negado, y ella no había conseguido el trabajo.
—Esta vez es el trabajo el que viene a mí, y pienso aprovecharme de ello… y de él —dijo maite—. Desde un punto de vista estrictamente profesional, claro.
—Claro —repitió Zaira, sin demasiada convicción—. Ese hombre sólo va a traerte problemas, como siempre, así que ten cuidado.
Paula se levantó, y agarró su bolso.
—Yo siempre tengo cuidado.
—Y pídele un montón de dinero.
—Te lo prometo.
—No pienses en acostarte con él.
Paula se echó a reír.
—Venga ya, el sexo ni se me va a pasar por la cabeza, ya lo verás.
Paula llegó pronto, pero se quedó en el coche hasta que pasaron cinco minutos de la hora acordada. Era una pequeña y posiblemente insignificante estratagema para establecer su control de la situación, pero se dijo que se merecía darse el gusto.
Entró en el tranquilo bistró, y antes de que pudiera acercarse a la maître, vio a Pedro en una de las mesas del fondo del local. Aunque tenían amigos en común y vivían en la misma ciudad, ella se había esforzado al máximo por evitarlo, así que nunca coincidían en el mismo sitio. Aquel encuentro iba a cambiar la situación.
—Hola —le dijo, con una sonrisa tranquila.
—Hola, Paula—Pedro la recorrió con la mirada, y le indicó que se sentara con un gesto—. Gracias por acceder a venir.
—¿Cómo iba a negarme? No me dijiste gran cosa por teléfono, y me picó la curiosidad —dijo ella, mientras se sentaba.
Pedro tenía buen aspecto. Era un hombre alto y musculoso, y sus ojos conservaban la misma mirada penetrante que ella recordaba. Al sentarse frente a él, su cuerpo recordó cómo habían sido las cosas en el pasado, cuando todo funcionaba de maravilla y no podían quitarse las manos de encima mutuamente. Pero ya no estaba interesada en él en ese sentido, claro. Había aprendido la lección.
Además, se negaba a perdonarle que, en los tres años que llevaban separados, él no hubiera tenido la decencia de engordar y llenarse de arrugas. No, seguía siendo igual de guapo… típico de un hombre, querer llevar la contraria.
Aun así, él necesitaba su ayuda, y eso la llenaba de satisfacción. Durante su matrimonio, el mensaje constante había sido que ella no era lo suficientemente buena, pero en ese momento él quería que le sacara las castañas del fuego… o mejor dicho, el restaurante. Aunque planeaba acceder a ayudarle, primero iba a hacer que suplicara y a disfrutar de cada dulce segundo de la experiencia.
—El Waterfront tiene problemas —empezó a decir él, pero se detuvo cuando llegó la camarera para tomarles nota.
Cuando la mujer se fue, Paula se reclinó en el mullido respaldo de su asiento y sonrió.
—Por lo que he oído, creo que es bastante más que eso. Tengo entendido que el restaurante está en las últimas, que no deja de perder clientes y dinero.
Paula  parpadeó mientras intentaba mirarlo con expresión de inocencia, aunque sabía muy bien que no iba a engañarlo ni por un momento, y que Pedro querría estrangularla; sin embargo, él tenía las manos atadas, porque la necesitaba. De hecho, la necesitaba desesperadamente. Ah, le encantaba poder decir eso de un hombre, sobre todo de Pedro.
—El local no está en su mejor momento —admitió él. Por su expresión, estaba claro que cada segundo de aquella conversación le resultaba un suplicio.
—El Waterfront es el restaurante con más solera de la poderosa dinastía Alfonso—comentó Paula, en tono alegre—. Es el buque insignia, o al menos lo era. Ahora tiene reputación de mala comida y peor servicio —tomó un sorbo de agua, y agregó—: al menos, eso es lo que se comenta.
—Gracias por la información.
Pedro apretó la mandíbula, claramente furioso por la situación, y Paula supuso que se estaba preguntando por qué tenía que ser precisamente ella, de todos los chefs de Seattle.
Ella tampoco lo sabía, pero había oportunidades que una mujer no podía dejar pasar.
—Tu contrato ha acabado —dijo él.
—Sí, es verdad —contestó ella, con una sonrisa.
—Estás buscando un nuevo empleo.
—Sí.
—Me gustaría contratarte.
Tres simples palabras, que por separado no significaban nada especial, pero que juntas podían suponer un mundo para alguien… en ese caso, para ella.
—Tengo otras ofertas —comentó con calma.
—¿Has aceptado alguna de ellas?
—Aún no.
Pedro  medía uno noventa más o menos, y tenía el pelo oscuro, unos pómulos perfectamente esculpidos, y una mandíbula obstinada; su boca a menudo revelaba su estado de ánimo, y en ese momento, estaba firmemente apretada. Estaba tan enfadado, que casi parecía echar humo por las orejas. Paula  no se había sentido mejor en su vida.
—He venido a ofrecerte un contrato por cinco años. Tendrías el control completo de la cocina… las condiciones serían las normales —dijo, antes de mencionar un salario más que generoso.
Paula  tomó otro sorbo de agua. En realidad, lo que quería no era otro trabajo, sino abrir su propio restaurante, pero para eso necesitaba una cantidad de dinero que no tenía. Sus alternativas eran admitir más socios de los que quería o esperar, y se había decidido por la segunda.
—No me interesa —dijo, con una pequeña sonrisa.
—¿Qué es lo que quieres? Aparte de mi cabeza en bandeja de plata, claro.
La sonrisa de Paula se ensanchó.
—Nunca he querido eso… al menos, desde que el divorcio se hizo efectivo. Ya han pasado tres años, Pedro. Hace mucho que lo superé y seguí adelante. ¿Tú no?
—Claro que sí. Entonces, ¿por qué no te interesa? Es una buena oferta.
—No estoy buscando un trabajo, sino una oportunidad.
—¿Qué quieres decir?
—Que quiero algo más que las condiciones normales. Quiero que mi nombre figure por delante, y un control creativo total por detrás —Paula se sacó una hoja de papel doblada del bolsillo de la chaqueta, y dijo con calma—: tengo una lista.

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