martes, 9 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 42

El corazón se le desbocó. Sólo una persona empleaba ese condenado diminutivo. -Sí.
-Soy Ángela, de la Centralita de Jóvenes Fugados.
-¿Centralita de Jóvenes Fugados? -repitió y Pedro se sentó a su lado en el banco.
-Parte de nuestra misión es transmitir mensajes de los chicos fugados a la familia o a amigos.
A su lado, Pedro pegó la cabeza a la suya, por lo que ladeó el teléfono para facilitarle la escucha.
-¿Fue Delfina, mmm, Pepi, quien te pidió que llamaras?
-Sí -corroboró Ángela-. Quería que supieras que se encuentra bien.
-¿Dónde está ahora?
-Lo siento, pero no poseo esa información.
Sólo transmito lo que se me pide.
Sin querer perder esa línea con su hermana, preguntó:
-¿Ha mencionado cuándo iba a regresar a casa? ¿O que quisiera verme en alguna otra parte?
-Deja que lea su mensaje -comentó Angela-. «Pau, te quiero. No intentes encontrarme, porque al saber lo que sé sobre papá, ya no puedo vivir en esa casa. Pero no tienes que preocuparte por mí. Estoy a salvo. Pepi».
«A salvo...» ¿qué quería decir con eso? ¿Que tenía un lugar donde quedarse? ¿Gente que la cuidara?
-¿Cuándo llamó?
-Hace unos minutos. Yo misma tomé la llamada... y me puse en contacto contigo en el acto.
Hacía unos minutos. Gracias a Dios que se encontraba bien, al menos por el momento.
-¿Puedo darte un mensaje para que se lo transmitas? -preguntó.
-No puedo garantizarte que lo reciba. Tendría que llamar. Pero puedo apuntarlo. Un momento... voy a introducirlo en el ordenador. Si quieres, me lo puedes dar como si hablaras con tu hermana, que yo lo introduciré exactamente de esa manera. De acuerdo, ya está.
-Pepi, haré cualquier cosa que necesites para que vuelvas a casa. Podemos tener nuestro propio apartamento. Prepararé un nuevo hogar sólo para nosotras dos, si eso es lo que te haría feliz.
-¿Eso es todo? -preguntó Ángela.
-Por favor, añade: «Te quiero y te echo de menos. Pau».
-Ya está.
Cuando la mujer joven cortó, Paula guardó el número en la memoria de su móvil por si tenía que utilizarlo más adelante.
Y entonces permaneció sentada en el banco, demasiado aturdida para moverse. El contacto con su hermana no había sido tan directo como había esperado, pero era algo. Al menos por el momento, sabía que Delfina se hallaba viva y bien.
Tuvo ganas de llorar.
Y como si Pedro supiera cómo se sentía, le frotó el hombro y la pegó a su costado. Paula se apoyó contra él y dejó escapar un sollozo ahogado.
-Adelante, llora si es lo que quieres -musitó
Pedro, acariciándola con suavidad-. No tienes por qué ser dura todo el tiempo.
Se soltó, pero sólo por un momento. Luego, con hipo, recuperó otra vez el control.
-Ya he llorado bastante -contuvo las emociones-. Llorar no te consigue lo que quieres o necesitas -apretó los ojos con fuerza para frenar las lágrimas que, de todos modos, amenazaban con caer-. Llorar no traerá a mi hermana de vuelta a casa.

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