domingo, 14 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 69

Como debería haber hecho desde el principio. Pero había decidido que tenía que demostrar que era merecedor de su confianza, y en el proceso habían podido morir los dos. ¿Cómo había dejado que la situación llegara tan lejos sin haber confiado en él?
-El cuarto de baño no es el lugar adecuado para hablar de esto. Vayamos al otro cuarto.
La alegró salir del espacio reducido y regresar al estudio de Pedro. Cruzó los brazos y se ordenó dejar de desear lo que en ese momento no podía tener.
Lo primero que vio fue la cama deshecha de él. Desvió la vista y se dirigió a la ventana para contemplar la calle. Aunque era tarde, era viernes por la noche y aún había bastante gente.
Pedro  se unió a ella, abrió la ventana y se sentó en el alféizar.
-Empieza.
-La noche antes de que desapareciera Delfina, regresó mucho más tarde de la hora que tiene estipulada -comenzó, frotándose los brazos-. Mi padre la esperó y tuvieron una pelea. Los oí discutir, pero estaba en la cama, de manera que me fue imposible oír lo que decían. A la mañana siguiente fui a la habitación de Delfina  para hablar con ella. Cada vez se llevaba peor con mi padre, se metía en problemas, y quería averiguar por qué. No estaba. Me había dejado una nota diciendo que no volvería. Entonces fui a ver a mi padre, pero se negó a explicar la discusión que habían mantenido... al menos hasta que no pasaron veinticuatro horas sin que nadie la hubiera visto.
-Y entonces el senador te contó... ¿qué?
-Que Delfina afirmaba haber ido a buscarlo a su despacho y oído su voz a través de la puerta de atrás. La siguió hasta la primera planta, donde lo descubrió con otra mujer -semejante escándalo podía acabar con la carrera de su padre, ya que los votantes se mostraban intolerantes con las infidelidades de los funcionarios públicos-. Al parecer, llevaba años con esa tal Patricia Lavander.
-Y justo en su despacho -musitó Pedro-. Qué conveniente para los almuerzos prolongados -vio que Paula movía la cabeza, disgustada-. ¿Y tú lo sabías?
-Antes no. Mi padre no es perfecto, pero no tenía ni idea de que fuera de dudosa moralidad - o de que alguna vez le pediría que comprometiera sus principios para respaldarlo, lo cual era el núcleo del dilema en el que se hallaba-. Solía preguntarme por qué mi madre y él pasaban tan poco tiempo juntos. Ella siempre decía que cada uno tenía su vida y que se sentía perfectamente satisfecha por cómo estaban las cosas.
-¿Y qué dice ahora que Delfina está en las calles?
-Está preocupada, desde luego, pero no es lo que podrías llamar una mujer fuerte. Jamás ha sido capaz de manejar a mi hermana. Siempre me ha dejado eso a mí.
-Qué pareja forman tus padres.
-Sí, bueno...
Cerró los ojos unos momentos y las emociones la anegaron, amenazando con escapar. Trató de obligarse a sentirse mejor, pero el vacío parecía interminable. La falta de conexión con sus seres queridos nunca le permitiría sentirse completa.
Cuando volvió a abrirlos, Pedro la miraba con expresión preocupada.
-De modo que tu hermana huyó porque descubrió que tu padre tenía una amante.
-Eso parece.
-¿Tiene sentido para ti? Quiero decir, una cosa es que Delfina  huya temporalmente por quedar conmocionada y que su mundo esté patas arriba. Pero ¿jurar no volver más? Y luego está el asunto del tipo misterioso que quiere mataros a las dos. Tiene que haber algo más. ¿Qué es lo que no me estás contando, Paula?
-Nada. Lo prometo. No he retenido nada. Es todo lo que yo sé.
-Entonces, es posible que el senador no te haya contado todo.
Ella asintió.
-Yo he llegado a la misma conclusión. Pero ¿qué más podría haber? ¿Qué puede saber Delfina por lo que alguien mataría para que no se divulgue?
-¿Y cómo supo dónde encontraros a las dos? El corazón de Paula se disparó. Con aliento contenido, se obligó a hablar.
-El móvil. Mi padre quería que lo pusiera al corriente.
-Apuesto que sí. ¿De modo que lo llamaste y le dijiste dónde estábamos? -preguntó con voz tensa.
-Le hablé del Club Undercover -reconoció-. Y sobre la fiesta clandestina -la obscenidad que salió de la boca de Pedro hubiera bastado para que un marinero se ruborizara-. Mi padre no es un asesino -insistió.
-Quizá no directamente -convino-. El tipo con el que luché esta noche era de mi tamaño y muy fuerte. Seguro que también de mi edad. Así que ¿quién que encaje en esa descripción tendría un motivo?
-Quizá uno de los hombres que trabaja para mi padre...
-¿Por qué?
-No tengo ni idea.
-¿Y si estuviera a las órdenes del senador? - sugirió él-. De lo contrario, ¿cómo sabría el canalla dónde encontraros a Delfina y a ti?
Paula  sintió que se desmoronaba por dentro...

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