domingo, 21 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 25

—Bien.
—¿Has entrado en acción?
—Un poco.
Agustín se había pasado la mayor parte de aquel periodo de servicio en Afganistán, y aunque le enviaba correos electrónicos, no le decía gran cosa aparte de que estaba bien; no le explicaba detalles sobre su jornada, o sobre sus misiones.
—¿Y tú qué tal?, me comentaste que ibas a ocuparte del Waterfront.
—Sólo por cuatro meses. El local era un desastre, y Gloria tuvo que cerrarlo.
—Y entonces te llamó para que la rescataras.
—Sólo son cuatro meses, después podré volver al Daily Grind.
—¿Están bien Dani y Federico?
—Sí. Dani sigue frustrada porque Gloria no la deja salir de la hamburguesería, y Federico se ha hecho cargo del bar de deportes. Su popularidad atrae a la clientela.
—¿Las camareras siguen estando impresionantes y medio desnudas?
—Ya conoces a Federico.
—Tendré que acercarme por allí —bromeó Agustín.
—Estaría bien que nos reuniéramos todos. ¿Cuánto tiempo tienes de permiso?
Agustín tomó otro trago, dejó el vaso en una mesita que tenía al lado y se inclinó hacia delante.
—Lo he dejado.
—¿Te has retirado? —le preguntó Pedro, sorprendido.
—Sí, ya llevaba allí catorce años.
Pedro no podía imaginarse a su hermano haciendo otra cosa.
—¿Por qué?
—Porque había llegado el momento —contestó Agustín, encogiéndose de hombros.
—¿Qué vas a hacer a partir de ahora?
—No estoy seguro. Había pensado en quedarme aquí un par de días, antes de empezar a buscar casa.
—Claro, quédate el tiempo que quieras. Trabajo de doce a quince horas al día, así que casi nunca estoy aquí. Además, mi vida amorosa es un asco, así que no tienes que preocuparte de interferir en ella.
—¿No sales con nadie? —le preguntó Agustín, mientras volvía a tomar su vaso.
—No, hace bastante tiempo que no.
Pedro pensó en el beso que había compartido con Paula, y decidió que eso no contaba. Ni siquiera podía explicárselo a sí mismo, así que era imposible que pudiera explicárselo a su hermano.
—Creía que te quedarías en los marines hasta que te echaran a patadas, ¿estás bien?
—Sí.
Pedro no supo si creerlo, porque había algo en los ojos de Agustín… una sombra preocupante.
—¿Quieres hablar del tema?
Su hermano lo miró a los ojos, y le preguntó:
—¿Alguna vez he querido hacerlo?
—No. ¿Qué te parece si nos emborrachamos?
—Me parece genial —dijo Agustín, con una sonrisa.
—Bien. Voy a llamar a Federico.
—A lo mejor le interrumpes, ¿no?
Pedro pensó en Federico y Zaira, y contestó con voz alegre:
—Seguramente, pero ¿por qué no va a sufrir él también?
—Me gustaría decir que es la sal —dijo Paula, mientras rebuscaba en el plato de frutos secos a la caza de las avellanas—, pero creo que es algo más que eso. Si fuera la sal, cualquier fruto seco serviría, pero el antojo es muy específico.
Levantó la mirada, y soltó una carcajada al ver que Federico se estremecía.
—¿Qué pasa?, ¿no quieres que te cuente mis antojos?
—No es que me haga demasiada ilusión, porque algunos han sido asquerosos.
—Y me lo dice un tipo que salía escupiendo por televisión.
Federico secó otro vaso, y lo colocó detrás de la barra.
—Yo nunca escupo.
—Todos los jugadores de béisbol lo hacen.
—Algunos no.
—No lo entiendo, ¿por qué os encanta escupir? ¿No os llaman las madres para deciros que da asco? Puaj… —Paula se llevó una mano al vientre, y añadió—: Vale, cambiemos de tema. Me están entrando náuseas.
—Como quieras.
Lucy salió de la cocina, y se acercó a ellos.
—Aquí tienes, cielo —le dijo a Paula, al darle una copa enorme.
—Gracias, eres una maravilla —contestó ella, con un suspiro de placer.
—No me lo agradezcas a mí, yo sólo lo he pedido —la camarera se volvió hacia su jefe, y le preguntó—: ¿Quieres algo?
—No, gracias.
Lucy sonrió, y volvió a la única mesa ocupada del bar.
Eran las tres, el típico momento de calma entre la comida y el ajetreo de la tarde. Paula sabía que tendría que volver pronto al restaurante, pero antes pensaba saborear su capricho, un refresco de cerveza de raíz con helado de vainilla.
Mientras Federico la miraba fingiendo tener arcadas, echó las avellanas en la copa y tomó una cucharada. La mezcla de frío líquido, helado y frutos secos salados le resultó deliciosa.
—Lo que te pasa es que estás celoso, porque no se te había ocurrido esta combinación —le dijo a su amigo, después de tragar.
—Sí, claro. Celoso —Federico se echó hacia atrás, y se cruzó de brazos—. ¿Has visto ya a Agustín?
—No, y apenas puedo esperar. Me quedé de piedra cuando Pedro me dijo que había dejado los marines, ¿va a venir? —dijo, mientras recorría con la mirada el bar casi desierto.
—Sí. Pareces muy contenta de que haya vuelto a casa.
—Porque lo estoy. Y no te preocupes, nunca podría querer a Agustín tanto como a tí —bromeó.
—Eso no me preocupa.
Paula sabía que probablemente lo decía en serio. Hacía mucho tiempo que eran amigos, y Federico sabía que ella nunca lo dejaría de lado; a veces,Paula pensaba que Dani y ella eran las únicas mujeres estables en la vida de su amigo.
—Tu verdadero problema es Zaira—comentó, mientras tomaba otra cucharada de helado—. No conoce a Agustín, y ya sabes que a las mujeres les encantan los militares.
—Es muy probable que se sienta atraída por él.
Ella le lanzó una mirada perpleja.
—¿Ya está?, ¿te trae sin cuidado si la mujer con la que te acuestas se va con otro?
—Zaira y yo nos entendemos muy bien. Nos lo pasamos bien juntos —Federico sonrió, y añadió—: Muy bien.
—No quiero oír los detalles —se apresuró a decir ella, con una mueca.
—Tu amiga es muy…
—¡Para!
Federico soltó una carcajada.
—Vale, me portaré bien. Zaira y yo somos iguales, nos interesa estar juntos mientras sea divertido. Cuando deje de serlo o alguno de los dos pierda el interés, se acabó.
Paula  lo había visto en acción muchas veces, y sabía que estaba siendo sincero. Pero verlo y creerlo no quería decir que lo entendiera.
—¿Nunca has deseado tener algo más familiar? —le preguntó.
—¿Para qué?, la variedad mantiene las cosas interesantes.
—Durante un tiempo, pero la gente normalmente quiere formar vínculos.
—Pedro siempre ha dicho que me falta un tornillo.
Paula metió una pajita en su copa.
—Federico, estoy hablando en serio, me preocupas. ¿No te hartas de tus ligues de una noche?, ¿nunca te has planteado sentar la cabeza?
—Claro que no. Paula, mira a tu alrededor —Federico abarcó el local con un gesto del brazo—. Puedo tener una mujer diferente cada día de la semana, y nadie espera que llegue a casa a una hora concreta, para cenar y ponerme a ver la tele. Puedo hacer lo que me dé la gana, y mi vida siempre es interesante. ¿Por qué iba a renunciar a eso por una única mujer, un par de niños y una hipoteca?
—Por amor —era una discusión que ya habían tenido otras veces, y Paula  nunca conseguía comprenderlo—. ¿No quieres formar parte de algo?, ¿dejar tu impronta en el mundo?
—Estaré en los libros de historia.
—No me refiero al béisbol, sino a querer a alguien, a… —Paula  se detuvo, y tras un segundo añadió—: lo siento, ya sé que habíamos acordado no volver a hablar de esto, siempre acabamos discutiendo.
Federico se acercó a ella, y le acarició la mejilla.
—No discutimos, tú te enfadas porque no quiero lo que crees que debería tener.
—Me preocupo por ti. No quiero que envejezcas solo, sin nadie que te quiera.
—A mí no me importa.
Paula no lo entendía. Aunque Federico llevaba un estilo de vida que le habría encantado a un chico de dieciocho años, sospechaba que a la luz de la mañana, no era tan fantástico como él decía. Pero podían ser imaginaciones suyas.
Ninguno de los hermanos Alfonso había tenido demasiada suerte en el amor. Dani era la única que tenía una relación feliz y estable, y ni siquiera era una verdadera Alfonso… ella aún no había podido asimilar aquella información.
—¿Cómo está el peque? —le preguntó Federico.
Paula  tuvo la impresión de que quería cambiar de tema, y supuso que era una buena idea.
—Muy bien. Estoy teniendo un embarazo modélico, aunque aún me las arreglo para preocuparme por todo —dijo, con las manos sobre su vientre.
—¿Cuánto falta? —le preguntó él, con un brillo de preocupación en los ojos.
—Una semana. Ya sé que pasar de la fecha en la que perdí el otro bebé no significa nada, pero creo que entonces podré relajarme un poco.
—Es normal, quieres cortar la racha —le dijo él con suavidad.
—Me repito una y otra vez que estoy bien, y la doctora me lo ha confirmado.
—Te lo creerás conforme el embarazo vaya avanzando. ¿Cómo lo lleva mi hermano?
—¿Qué quieres decir?, Pedro no tiene nada que ver —dijo ella, antes de sorber con la pajita.
—Vino dispuesto a arrancarme un brazo cuando se enteró de que estás embarazada, quería saberlo todo sobre el padre.
Paula sintió que se sonrojaba, y centró toda su atención en su copa.
—Dudo que estuviera tan afectado.
—Tú no estabas aquí, estaba dispuesto a darme una paliza.
Incapaz de contenerse, Paula levantó la mirada hacia él.
—Eso no es cierto.
—Vale, a lo mejor estoy exagerando un poco, pero aquí está pasando algo.
Paula pensó en su último encuentro… personal. Tres años atrás, se había sentido tan furiosa y herida, que no había querido saber nada de él, pero en ese momento…
—Trabajamos juntos, y nos estamos haciendo amigos —se limitó a decir.
—Entonces, ¿por qué te has ruborizado?
La culpa hizo que Paula se sonrojara aún más.
—No es eso, lo que pasa es que…
Federico esperó pacientemente, y al final ella admitió con un suspiro:
—No puedo explicarlo. Nos llevamos bastante bien, y es agradable. Parece como si ahora nos valoráramos como no conseguimos hacerlo en el pasado —levantó una mano antes de que él pudiera interrumpirla, y siguió diciendo—: No lo digo desde un punto de vista sentimental. Somos dos personas diferentes, y es como si lo que no me gustaba de él hubiera desaparecido, y sólo quedaran las cosas positivas. O a lo mejor soy yo la que ha cambiado.

2 comentarios:

  1. Que le pasara a Agustin Alfonso ? Creo que Pau y Pedro se siguen queriendo!! Me encanra esta historia, ojala no pase nasa con el bebe

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  2. Wowwwwwwww, qué caps más fuertes. Qué vieja bruja la abuela Gloria. Y Agustín, qué onda??? Me encanta esta historia.

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