miércoles, 24 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 41

—¿Te encuentras mal? —le preguntó Paula a su amiga.
—Qué va, estoy muy bien. Deja de darme la lata, me estás poniendo de los nervios —dijo Zaira, sin dejar de cortar puerros.
Paula sabía que lo mejor era dejar el tema, pero no podía evitar preocuparse por su amiga.
—No eres tú misma, llevas un par de días muy callada. ¿Es por un hombre?
Zaira se volvió hacia ella con el cuchillo en ristre.
—Mira, he aprendido de toda una experta, así que déjalo ya. Estoy bien, lo que pasa es que tengo varios asuntos en la cabeza.
—Estoy preocupada por tí.
—Y te lo agradezco, pero no hace falta. Estoy bien, sólo he estado pensando bastante. Como no suelo hacerlo, me resulta un poco duro.
—Quiero ayudarte —dijo Paula con voz suave, al ver el brillo de emociones contenidas en los ojos de su amiga.
—No puedes. Déjalo, antes de que empiece a echar espuma por la boca.
—Vale. Pero si quieres hablar, aquí estoy.
—Ya lo sé.
En ese momento, Pedro entró en la cocina.
—Acaba de llegar el pedido del vino. He podido conseguir el mismo pinot que teníamos para el menú de degustación, pero es 0,02 en vez de 0,01. Voy a abrir una botella para ver si es muy diferente.
Sus palabras contenían la pregunta implícita de si ella quería probarlo también, ya que ambos compartían la responsabilidad del restaurante, y Paula sabía cuál era la respuesta correcta. Como su objetivo era abrir su propio local, debía interesarse en todos los aspectos del negocio; aunque tendría que contratar a un buen gerente, las decisiones finales estarían en sus manos.
Además, había otra razón por la que debía acceder: para demostrarle a Pedro lo poco que le importaba, para que él viera que ella no seguía destrozada por su discusión de la semana anterior; de acuerdo, quizás no estaba destrozada, pero aún seguía dolida y, peor aún, se sentía como una tonta. No soportaba sentirse como una tonta.
Pasó junto a él rumbo a la bodega, y vió tres cajas en una carretilla. La de arriba estaba abierta, y había una botella y un sacacorchos encima del mostrador. Sin perder el tiempo, cortó el plástico de seguridad y la descorchó con un movimiento experto.
Pedro colocó dos vasos en el mostrador, y después de servir un poco de vino en cada uno, Paula levantó el suyo y lo movió en sentido circular. Lo levantó para ver el vino a contraluz y comprobar el color, y después volvió a moverlo e inhaló el aroma, que le resultó delicioso. Tomó un sorbo, dejó que los sabores se asentaran en su lengua y decidió que el vino era bueno. Tenía un toque dulce, pero no demasiado.
—Es bueno —dijo.
—Sí.
Paula dejó el vaso en el mostrador e hizo ademán de marcharse, pero Pedro se apresuró a cerrarle el paso.
—Espera, quiero disculparme por lo que pasó el viernes. Por todo. Por la visita que te hizo Gloria, y por nuestra discusión posterior. Tendría que haberte contado lo de Camila yo mismo hace años, antes de que nos casáramos, pero crecí guardando secretos y es un hábito difícil de romper; además, tenía miedo de lo que pudieras pensar de mí.
—Te agradezco la disculpa, pero no es necesaria. Pedro, estamos divorciados, así que nada de eso importa ya.
—Claro que importa. Trabajamos juntos, y quiero que seamos amigos.
Amigos. «Sí, claro». Paulaestuvo a punto de decirle que ella no solía acostarse con sus amigos, y que al hacer el amor habían cruzado una línea que cambiaba las cosas entre ellos, pero ni ella misma acababa de entender cuál era la diferencia, o su significado.
—No debería haber permitido que Gloria tuviera una información que tú desconocías, quería herirte y lo consiguió. Lo siento.
A pesar de sí misma, Paula recordó una conversación que habían tenido hacía tiempo, cuando ella había querido trabajar en el Alfonso's y él había hecho todo lo posible para impedirlo. Él le había dicho que no la quería cerca de Gloria, pero ella había pensado que su preocupación era muy exagerada, y se había preguntado cómo podía herirla aquella mujer. En ese momento, sabía que probablemente podía hacerlo de mil maneras distintas.
—Siempre he podido cuidar de mí misma, tanto entonces como ahora.
—Ahora lo sé, pero en aquel momento…
—Te estás portando como si te hubiera importado que algo me hiriera.
—Porque habría sido así, eras mi esposa.
«La esposa a la que no querías». Paula no lo dijo en voz alta, consciente de que si lo hacía, él se daría cuenta de que aún estaba dolida.
—Mira, Pedro, no se nos dio nada bien tener una relación personal en el pasado, y está claro que sigue siendo así. Mantengamos las cosas en un plano estrictamente profesional, será lo mejor para todos.
—Pero quiero que seamos amigos.
—A veces no se puede tener todo lo que se quiere, ya es hora de que te vayas dando cuenta.
Paula empezó a pasear de un lado a otro del aparcamiento. ¿Dónde diablos estaba? Federico podía ser muchas cosas, pero no era un tardón. Le echó un vistazo a su reloj, y soltó un gemido. Si no quería llegar tarde, iba a tener que ponerse en marcha en menos de dos minutos. En aquel momento, Pedro salió del restaurante, y lo miró con suspicacia al ver que llevaba puesto el abrigo y que se dirigía hacia ella.
—Bueno, vámonos. ¿Quieres conducir tú? —le dijo él.
—¿De qué estás hablando? —le preguntó ella, con las manos en las caderas.
—De tu cita con la doctora para hacerte una ecografía, voy contigo.
Paula se lo quedó mirando con la boca abierta. Como no le había contado adónde iba, supuso que había estado hablando con Federico. ¿Acaso había una conspiración en su contra?
—¿Va a venir Federico? —le preguntó.
—No lo sé. Pero él no está aquí, tienes que irte y yo quiero ir contigo.
—Prefiero ir sola.
—¿Estás segura de eso? —le preguntó él, mirándola con atención con sus ojos oscuros.
No, claro que no estaba segura, pero no quería admitirlo ante él. En ese momento, Federico llegó y detuvo el coche frente a ella.
—Siento llegar tarde, ha habido un accidente en el puente.
—No pasa nada, vámonos ya.
Federico miró a su amiga y a su hermano, sin saber qué hacer.
—Yo también voy —dijo Pedro con firmeza, mientras se acercaba más a Paula.
—Ni hablar. Federico, ni se te ocurra.
—Paula, es mejor así. Tenéis que hablar, y además, él te ha visto desnuda y yo no. Será más fácil.
—¡No! —exclamó ella. Sin embargo, era demasiado tarde, porque Federico ya se alejaba de ellos. Se volvió hacia Pedro, y le preguntó indignada—: ¿Le contaste que nos habíamos acostado juntos?
—Claro que no, se estaba refiriendo a cuando estábamos casados —Pedro le puso la mano en la base de la espalda, y la instó a ir hacia su Volvo—. Venga, que vamos a llegar tarde. ¿Quieres conducir?
Paula estaba tan nerviosa, que le dio las llaves sin pensar, y sólo se dio cuenta de que le había concedido el control de la situación cuando se sentó en el lado del acompañante.
—Se supone que somos amigos —murmuró, sintiéndose dolida y abandonada por la actitud de Federico. No podía creer que él la hubiera traicionado así—. Voy a tener que explicárselo después.
—Él entiende la situación, y está intentando ayudar —comentó Pedro, mientras salía de la plaza de aparcamiento.
—¿A cuál de los dos? —refunfuñó Paula.
—¿Adónde vamos?
Después de darle la dirección, ella se acomodó en su asiento y comentó:
—Esto es una estupidez, estaría perfectamente bien sola.
—Puedes estarlo. Si no quieres que entre contigo, me quedaré fuera.
—Sí, supongo que eso sería lo mejor —dijo ella, sin demasiada convicción.
Aunque sabía que una ecografía era una prueba muy común, no podía evitar sentirse aterrorizada ante la idea de someterse a ella; por eso le había pedido a Federico que la acompañara, para no tener que enfrentarse sola a aquel momento.

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