lunes, 22 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 28

Paula miró a Zaira y a Agustín, y comentó:
—Decidas lo que decidas, vas a tener que cenar conmigo, Agustín.
—No hay nada que me apetezca más —le dijo él, mientras le tiraba de su larga trenza.
—Por favor, come bastante, vas a necesitar toda tu energía —le dijo Zaira.
Agustín se la quedó mirando durante largo rato, y finalmente empezó a decir:
—Te agradezco la oferta…
—¿Me estás rechazando? —le preguntó Zaira, atónita.
—¿Qué te parece si lo dejamos para otro día?
Pedro se preparó para el estallido. Que él supiera, nadie había rechazado a Zaira hasta ese momento; sin embargo, se sorprendió cuando ella se echó a reír.
—Tú te lo pierdes, soldado. Si cambias de idea, y estoy segura de que lo harás, Paula tiene mi número —dijo, antes de volver a la cocina.
—Qué mujer más interesante —comentó Agustín.
—Eso se rumorea —dijo Paula—. ¿De verdad no te interesa, o te estás haciendo el duro para captar su atención?
—Yo no me ando con jueguecitos —dijo Agustín, muy serio.
—¡Ja! Eso es algo genético en los de tu género. Bueno, siéntate y te traeré la comida.
—¿No puedo elegir lo que me apetezca?
—Venga ya, ¿en qué planeta crees que estás? —Paula se volvió hacia Pedro, y le preguntó—: ¿Tienes hambre?, puedo traerte algo también.
—Gracias.
Cuando Paula volvió a la cocina, Agustín se volvió hacia su hermano.
—¿Es tuyo?
Pedro supuso que se refería al bebé.
—Es mi ex mujer.
—Tuviste ganas de darme un puñetazo cuando me abrazó.
Pedro se sorprendió de que su hermano hubiera notado su reacción, ya que habría apostado dinero a que había conseguido permanecer inexpresivo.
—No sé de qué estás hablando.
—Sí, claro. Entonces, has contratado a tu ex mujer porque es una gran chef, ¿verdad?
—¿Te has olvidado de la vez que cocinó la cena de Navidad?
—Tienes razón. Entonces, ¿cómo lo llevas?
—Bien, mejor de lo que esperaba.
—¿Y el bebé?
—Decidió que ya era hora, y fue a un banco de esperma. No hay ningún hombre en su vida.
Agustín miró a su hermano a los ojos, y comentó:
—Menos mal.
Los tres se sentaron a una de las mesas del comedor. Paula sirvió dos ensaladas diferentes, sus famosas patatas fritas con pescado, salmón, puré de patatas, judías verdes con salsa de mostaza y además les prometió un postre especial, aunque se negó a decirles de qué se trataba.
—¿Has pensado en lo que vas a hacer a partir de ahora? —le preguntó a Agustín, después de llenar los tres platos de comida.
—Lo primero es encontrar casa —contestó él. Se volvió hacia Pedro, y añadió—: No es que no me guste vivir contigo.
—Puedes quedarte el tiempo que quieras —le dijo su hermano.
—Te lo agradezco, pero quiero tener mi propio hogar. Primero buscaré un piso, hasta que decida dónde quiero vivir.
—¿Es que eres rico? —le preguntó Paula.
Los dos hermanos se la quedaron mirando sin decir palabra.
—¿Qué? —protestó ella—. Siento curiosidad. Agustín, invertiste en el Daily Grind, ¿verdad?
—Sí, limpié mis ahorros por mi hermanito mayor.
—Y ganaste una fortuna —le dijo Pedro.
Cinco años atrás, Federico había conseguido su segundo contrato multimillonario y se había ofrecido a costear todos los gastos, pero Pedro había preferido tener varios inversores, y Agustín había sido uno de ellos.
—La verdad es que me va muy bien, y ni siquiera necesito trabajar —admitió Agustín.
—¿Vas a buscar empleo? —le preguntó Pedro.
No se sorprendió cuando su hermano asintió, porque Agustín no era una persona a la que le gustara estar todo el día de brazos cruzados.
—Pero antes, tengo que encontrar a alguien —comentó Agustín.
—¿A quién? —le preguntó Paula.
—A una mujer llamada Ashley.
—¿Una novia? —le preguntó Pedro.
—Sí, pero no mía. Ben, uno de mis compañeros de unidad, murió en acto de servicio. Era un buen tipo. No es que fuera un gran marine, pero tenía buen corazón, y Ashley era su chica. Pensaba casarse con ella al volver, y tengo que encontrarla para entregarle una carta.
—Tendrás algo más que su nombre, ¿no? La familia de él podría ayudarte a localizarla —comentó Paula.
Los ojos de Agustín se nublaron.
—Ben no tenía familia, se crió en centros de acogida y pasó por cuatro institutos en otros tantos años. Sé que ella vivía en la zona de Seattle cuando coincidieron en un instituto, y que se llama Ashley.
Pedro se reclinó en su silla, y comentó:
—Esa información no basta para encontrarla.
—Claro que basta —contestó Agustín, mientras agarraba su vaso de vino—. Puedo buscar en los anuarios de los institutos donde estuvo Ben, y conseguir información sobre todas las Ashley que coincidieron con él.
—Eso sería un trabajo brutal, ¿no sería mejor que contrataras a un investigador privado, o algo así? —comentó Paula.
—Tengo tiempo de sobra, quiero que ella reciba esa carta —dijo Agustín con firmeza.
Pedro reconoció la expresión testaruda en el rostro de su hermano.
—No insistas, Paula. Está decidido a hacerlo.
—Buena suerte —dijo ella.
—Gracias —respondió Agustín. Cortó un trozo de pescado rebozado, y le dijo—: La comida está buenísima, es lo mejor que he probado en un año.
—Gracias, supuse que te gustaría. ¿Por qué has rechazado a Zaira?
—Una transición muy buena, Paula. Qué sutil eres —dijo Pedro.
—Siento curiosidad. Llevas mucho tiempo fuera, así que supongo que no tuviste demasiado… eh… bueno, ya sabes.
—Sexo —dijo Agustín con calma—. Te refieres a que no tuve demasiado sexo mientras estaba fuera.
—Algo así. Zaira es atractiva, y según tengo entendido, es muy buena en la cama.
—¿Me estás ofreciendo a tu amiga?
—No, sólo tengo curiosidad. ¿Es porque es mayor que tú?
—¿Cuántos años tiene?, ¿treinta y ocho o treinta y nueve?
—Cuarenta.
—Una edad perfecta. Ese no es el problema.
—Entonces, ¿qué pasa?
—Entonces, no es asunto tuyo.
Paula levantó su tenedor como si fuera un arma, y comentó:
—Estoy embarazada, tienes que portarte bien conmigo.
Pedro decidió que su hermano necesitaba que lo rescatara, así que intentó cambiar de tema.
—Parece que los Mariners harán una buena temporada.
—Sí, eso he oído —dijo Agustín.
Paula hizo una mueca.
—La alineación central parece prometedora, a ver si consiguen que los bateadores estén a la altura.
Mientras hablaban de béisbol, del éxito del restaurante y de las mejores zonas donde Agustín podía buscar casa, Pedro observó cómo su hermano eludía las preguntas personales de Paula; obviamente, no estaba dispuesto a contarle más de lo que él creyera oportuno, a pesar de lo mucho que la apreciaba.
Estaba claro que eran una familia con un montón de secretos

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