miércoles, 17 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 2

Mientras tomaba la hoja y la desdoblaba, Pedro se dijo que hacer lo correcto siempre había sido un engorro. Después de echarle un vistazo a la lista, se la devolvió con un gesto seco. Lo que quería Paula no era una oportunidad, sino sus huevos salteados con ajo y salsa de especias.
—No —dijo sin más, mientras intentaba ignorar la forma en que el sol de la tarde acentuaba las diferentes tonalidades de rojo y marrón de su pelo caoba.
—Vale —Paula tomó la hoja de papel, y empezó a levantarse—. Ha sido un placer volver a verte, Pedro. Buena suerte con el restaurante.
Él alargó el brazo, y la agarró de la muñeca.
—Espera.
—Pero, si no hay nada más que decir…
La mirada de asombro de sus grandes ojos azules rebosaba inocencia, pero Pedro no se dejó engañar. Sabía que Paula estaba dispuesta a aceptar el trabajo, porque de no ser así, no se habría molestado en acceder a reunirse con él. No era su estilo andarse con jueguecitos tontos, pero eso no significaba que no estuviera dispuesta a disfrutar obligándole a suplicar.
Teniendo en cuenta su pasado en común, Pedro supuso que se lo había ganado a pulso, así que decidió negociar con ella y ceder en lo necesario; de hecho, él mismo se lo habría pasado bien en aquel tira y afloja si ella no pareciera tan satisfecha consigo misma.
Deliberadamente, acarició su muñeca con el pulgar, consciente de que eso la molestaría. A Paula nunca le habían gustado sus antebrazos, sus muñecas y sus manos, ya que según ella, estaban desproporcionados respecto al resto de su cuerpo. Él siempre había pensado que era una locura, y que se obsesionaba por un supuesto defecto inexistente. Ella tenía las manos de un chef… ágiles, fuertes y con cicatrices. Siempre le habían gustado sus manos, ya estuvieran trabajando en la comida en la cocina, o en él en el dormitorio.
—Lo que pides es imposible —dijo, señalando el papel con un gesto de la cabeza antes de soltarle la muñeca—. Y tú lo sabes perfectamente bien, así que ¿dónde está la verdadera lista?
Paula sonrió, y volvió a sentarse.
—Había oído que estabas en las últimas, así que tenía que intentarlo.
—No estoy tan desesperado. ¿Qué es lo que quieres?
—La libertad creativa con los menús, el control total de la cocina, mi nombre en el menú, la titularidad de cualquier plato especial que cree, el derecho de rechazar a cualquier gerente que intentes imponerme, cuatro semanas de vacaciones al año, y el diez por ciento de los beneficios.
En ese momento, la camarera apareció con su comida. Él había pedido una hamburguesa y Paula una ensalada, aunque no era una ensalada cualquiera. La camarera colocó ocho platos con varios ingredientes delante de una pequeña ensaladera que contenía cuatro clases distintas de lechuga.
Bajo la atenta mirada de Paula , Paula puso aceite de oliva, vinagreta balsámica y pimienta negra en una tacita de café, y a continuación añadió el zumo de medio limón. Después de removerlo todo con un tenedor, echó los taquitos de pollo ahumado y de queso feta en la ensalada, e inhaló el aroma de las pacanas antes de añadirlas. Dejó a un lado las nueces, tomó medio tomate y unas cebollas rojas y después lo aliñó todo. Cuando tuvo la ensalada a su gusto, apiló los platos vacíos y empezó a comer.
—¿Cómo está? —le preguntó Pedro.
—Buena.
—¿Por qué te molestas en salir a comer fuera?
—No suelo hacerlo.
De hecho, era algo que tampoco había hecho cuando estaban juntos. En aquel entonces, a ella le gustaba preparar unos platos increíbles para los dos, y él había disfrutado de su habilidad.
Pedro  volvió a centrarse en sus exigencias. No podía ceder en todo por cuestión de principios, y porque sería un mal negocio para él.
—Puedes tener el control creativo de los menús y de la cocina, pero los platos especiales se quedan en la casa.
Cualquier plato que creaba un chef mientras trabajaba en un restaurante determinado pertenecía al establecimiento.
—Quiero poder llevármelos cuando me vaya —dijo ella, mientras ensartaba un trozo de lechuga con el tenedor—. No es negociable, Pedro.
—Cuando te vayas, se te ocurrirán nuevos platos.
—No quiero crear algo fantástico y tener que dejarlo en las manos ineptas de tu familia. Y antes de que te pongas a la defensiva, deja que te recuerde que hace cinco años el Waterfront tenía lista de espera cada fin de semana.
—Puedes poner tu nombre en el menú, como chef ejecutivo —Pedro la vio tensarse, consciente de que nunca había tenido ese puesto y de lo que significaría para ella, y añadió—: además, tendrás el tres por ciento de los beneficios.
—El ocho.
—Cuatro.
—Seis.
—Cinco —dijo Pedro—. Pero no tienes ni voz ni voto en lo que respecta al gerente.
—Tengo que trabajar con él o con ella.
—Y él o ella tiene que trabajar contigo.
Con una sonrisa de oreja a oreja, Paula dijo:
—Tengo reputación de ser un encanto en el trabajo, ya lo sabes.
Pedro había oído que era muy perfeccionista y que siempre exigía la mejor calidad en todo; también había quien la consideraba una persona difícil, recalcitrante y simplemente brillante.
—No puedes decidir quién será el gerente, porque ya está contratado; al menos, a corto plazo.
—¿Quién es?
—Ya te enterarás. Además, se le ha contratado para que se encargue sólo de arreglar las cosas, contrataremos a otra persona dentro de unos meses. Entonces podrás dar tu opinión.
—Vaya, qué interesante —dijo Paula enarcando una ceja—. Así que un pistolero va a venir para limpiar la ciudad. Me gusta —inhaló hondo, y añadió—: el cinco por ciento de los beneficios, un contrato de tres años, daré mi opinión sobre el futuro gerente, y podré llevarme mis creaciones cuando me vaya… pero sólo a mi propio restaurante, y tú también podrás quedártelas en el menú del Waterfront.
A Pedro no le sorprendió que estuviera pensando en abrir su propio restaurante, ya que la mayoría de los chefs lo hacían tarde o temprano; sin embargo, pocos tenían el capital o la capacidad de gestión necesarios.
—Ah, y el sueldo que me has ofrecido antes está bien —añadió ella.
—Por supuesto, pero eso era sin tener en cuenta todas estas exigencias. ¿Quién vendrá contigo?
—Mi segundo chef y mi asistente.
—Al final no te tomarás las vacaciones, ¿verdad? —comentó él, ya que en el pasado nunca lo había hecho.
—Las quiero. Y que quede claro que las aprovecharé.
—Pero no podrás hacerlo hasta que hayamos arrancado y las cosas funcionen bien.
—Había pensado en el verano que viene, para entonces ya lo tendré todo bien organizado —Paula no sabía si aquello era cierto. Al fin y al cabo, aún no había visto el alcance del desastre.
—¿Eso es todo? —le preguntó Pedro.
Paula lo pensó durante unos segundos, y finalmente dijo:
—Redacta la oferta. Le echaré un vistazo, y entonces te diré si hay trato.
—En ningún otro sitio te ofrecerán tanto, no finjas que aún puedes echarte atrás.
—Nunca se sabe, Pedro. Quiero oír lo que tu competencia pone sobre la mesa.
—Sé quiénes están interesados en contratarte, y nunca te ofrecerán un porcentaje tan alto de los beneficios.
—Tienes razón, pero sus restaurantes tienen éxito. Un porcentaje más pequeño de algo es mejor que una buena tajada de nada.
—Esto podría convertirte en una estrella, hacer que la gente se fijara en tí.
—La gente ya se fija en mí.
Pedro quiso decirle que no era tan especial, que podía mencionar a cinco chefs capaces de hacerlo tan bien como ella, pero el problema era que sería mentira. En los últimos tres años, Paula se había labrado un nombre, y la necesitaba para sacar el restaurante del pozo en el que estaba metido.
—Haré que mañana mismo envíen el contrato a tu casa —le dijo.
—Perfecto —dijo ella, prácticamente ronroneando de satisfacción.
—Estás disfrutando de esto, ¿verdad?

No hay comentarios:

Publicar un comentario