lunes, 15 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 75

-¿Paula?-los ojos mostraron su sorpresa.
-Exacto -asintió-. Quienquiera que intentara llegar hasta ti la tiene apuntada en su agenda -al no obtener una reacción, cambió de enfoque-.Tu hermana se encuentra en mi estudio por esta noche. Se sentirá muy aliviada de verte y de hablar contigo acerca de lo que sea que te está mortificando.
Delfina sacudió la cabeza y retrocedió hacia las escaleras.
-No puedo volver.
-No es volver. Es ir junto a Paula. Ella te necesita -y mientras la joven subía las escaleras para ser tragada por las sombras de arriba, añadió-: Si cambias de parecer, sabes dónde encontrarla, al menos por ahora.
Maldijo y se pasó una mano por el pelo.
¿Qué diablos se suponía que debía hacer a continuación?
Se preguntó qué diablos hacía el tipo de la cazadora negra de cuero en el edificio. ¿Formaría equipo con Alfonso para disfrutar de Paula? ¿Se estaría acostaría con ellos por separado, o al mismo tiempo?
No es que le importara, era simple curiosidad nacida del aburrimiento.
Sintiendo que la energía menguaba, se tragó otra píldora. Debía mantenerse despierto. Debía acabar lo iniciado. Le quedaba sólo una pastilla. Mejor que la reservara por si la necesitaba más adelante. Tendría que haber traído más. Dentro de unos minutos, estaría volando y sería capaz de manejar cualquier cosa.
Y Paula sería tan fácil... Le daría la bienvenida, quizá hasta que llorara sobre su hombro. Le contaría lo que esa mañana le había sucedido en el vestuario de las instalaciones del parque.
Rió.
Había cometido algunos errores, paro ya no. No podía permitirse ese lujo, no cuando la lista se hacía más larga. En ese momento, no sólo tenía que deshacerse de la mocosa y de Paula, sino que también debería ocuparse de Alfonso. El dolor en el costado le recordó que sería un placer.
Pero ¿qué hacía ahí ese aspirante a los Ángeles del Infierno?
Había deducido que Paula y Alfonso terminarían por regresar al edificio, de modo que había decidido vigilarlo en sus ratos libres, cuando no estaba ocupado por el trabajo o persiguiendo a Delfina. Por eso había reconocido a ese tipo cuando se quitó el casco.
Si iba a acercarse a Paula, tenía que hacerlo ya. Bajó del coche. Llevaba horas sentado allí, desde antes de que Paula y Alfonso hubieran regresado, de modo que necesitó unos minutos para estirarse.
Cruzó la calle en ángulo, dirigiéndose con andar casual hacia la entrada del edificio. A esa hora de la madrugada no había demasiados coches.
No había testigos, lo cual era estupendo.
Su adrenalina se activó, igual que la droga. Los latidos se le aceleraron, al igual que sus pasos. Quería entrar y acabar antes de que regresara Alfonso. Luego esperaría y se ocuparía de ese canalla que le había estropeado los planes de esa noche.
Se acercó a la entrada... comenzó a alargar la mano... y entonces se la llevó al pelo y siguió andando.
-¡Maldita sea! -gruñó-. ¡Maldita sea, maldita sea!
Justo cuando iba a alargar la mano hacia la puerta, vio al tipo vestido de cuero sentado en las escaleras. Después de todo, el cerdo no había subido a su despacho.
¿Es que nada iba a salir bien esa noche?
-¿Pedro?-sintió su ausencia nada más despertar-. ¿Pedro, ¿dónde estás?
Sacó las piernas por el borde de la cama, bostezó y encontró la sábana encimera, con la que se cubrió. ¿Dónde estaba? ¿Se había quedado dormido en una silla?
Se levantó y encendió una luz. Escudriñó el estudio y no lo vio por ninguna parte. ¿Adónde habría podido ir después de medianoche?
Inquieta, vagó por el estudio, tocando el equipo y pensando en lo excitante que había sido verse haciendo el amor.
Observó la estantería con las cintas, todas etiquetadas, la mayoría con un solo nombre: Missy, Chica, Glory, Franco, Eugene, Norman.Tantos jóvenes fugados de sus casas. Bostezó otra vez y comenzó a darse la vuelta.
Fue en ese momento cuando lo vio, el único nombre que podía paralizarla y crearle un nudo en la garganta.
Pepi.
No podía ser. El corazón le martilleó.
Pero el instinto le dijo que sí... Tenía que verlo por sí misma.
Con manos trémulas, logró encender el equipo e introducir la cinta en el aparato de vídeo. Observó la pantalla a medida que la cámara se adaptaba y de pronto apareció bien enfocada la toma de una rubia joven.
-¡Delfina! -murmuró.¿De qué hablo? -preguntó la voz familiar. -De lo que tú quieras. Tus experiencias en la calle. Cómo lo llevas. Qué hace falta para que vuelvas a casa.
La expresión de Delfina se tornó sombría.
-No puedo ir a casa. Nada es lo que parecía. Todo es una mentira. Todo en lo que yo creía es una mentira.
-¿No hay nadie en quien puedas confiar? -Mi hermana. Pero ella no sabe...
Sintió un nudo en el estómago y le costó respirar cuando asimiló hasta dónde llegaba la perfidia de Pedro.
-¿Tu hermana no sabe qué?
-No es quien cree ser. Y no es la única... –Delfina movió la cabeza-. Podemos empezar de nuevo? -Claro, si es lo que quieres... -Sí.
-¿Podemos empezar de nuevo?
Tardó un momento en comprender que esa última pregunta había surgido a su espalda. Paró la cinta, permaneció con la vista clavada en la pantalla de televisión y escuchó el sonido de su corazón martillear con furia en sus oídos.
-Paula, no lo sabía, no al principio -explicó Pedro-. Se llamaba a sí misma Pepi. Tú la llamaste Delfina.
Ella se volvió...

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! No creo que Paula le crea que no sabía...

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