sábado, 20 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 20

—No se trata de eso.
—¿En serio? Entonces, todo esto es por Camila, ¿no?
Pedro se quedó mirando a su hermano con la boca abierta, incapaz de creer lo que acababa de oír.
—¿Lo sabías? —le preguntó, con voz ronca por la sorpresa.
Federico asintió.
Ya habían pasado diecisiete años, y Pedro no había hablado de su hija con nadie de su familia. Gloria lo había sabido, claro, porque ella se enteraba de todo, y aunque su novia del instituto había estado encantada de dar a su hija en adopción, él había querido algo más para su pequeña. Había querido ocuparse de ella, pero en aquel entonces estaba en el último curso del instituto, sin medios para mantener a una niña, y mucho menos para criarla.
Gloria le había ofrecido poder quedarse con su hija si era ella quien la criaba, pero hasta la última fibra de su ser se había rebelado ante la mera idea; al final, ella lo había presionado tanto que él había cedido y había accedido a darla en adopción.
Aún recordaba el momento en que había firmado los documentos, la sensación de estar cometiendo un gran error. Le faltaban unas semanas para cumplir los dieciocho años, así que era demasiado mayor para llorar, pero el deseo de hacerlo había sido avasallador. Había querido agarrar a su hija y salir corriendo, y había sido la calidez de la familia adoptante lo único que había posibilitado que renunciara a Camila.
—¿Cómo te enteraste de su existencia?, nadie lo supo.
—En teoría, pero Agustín y yo te oímos discutiendo con Gloria sobre el tema. Creo que Dani no lo sabe, era demasiado pequeña.
—Nunca comentaste nada al respecto.
—¿Por qué íbamos a hacerlo?, era tu decisión. Agustín y yo hablamos sobre lo que haríamos si nos hubiera pasado a nosotros, y los dos coincidimos en que también habríamos renunciado al bebé sin pensarlo dos veces.
—Es fácil decirlo cuando le ha pasado a otra persona.
—Puede. Después el tema quedó zanjado, y creímos que tenías derecho a mantenerlo en secreto si querías. Sabías dónde encontramos si te apetecía hablar del tema.
Federico parecía hablar con mucha naturalidad, pero Pedro se preguntó si había algo más detrás de su aparente indiferencia, cierta sensación de traición por el hecho de que no hubiera confiado en ellos en una decisión tan importante.
—Yo era el mayor —dijo, un poco incómodo.
—Claro, y supongo que quisiste dar un buen ejemplo, así que decidiste no decirles a tus hermanitos pequeños que le habías hecho un bombo a tu novia. A Agustín y a mí nos quedó muy claro, y nos convertimos en estandartes del sexo seguro. No te preocupes, hermano mayor, lo que te pasó nos sirvió de ejemplo.
Pedro supuso que aquello contaba para algo.
—¿Cuántos años tiene? ¿Quince?, ¿dieciséis?
—Diecisiete. Está cursando el último año en el instituto.
—¿Te mantienes en contacto con la familia?
—Con los padres. Me mandan fotos y cartas un par de veces al año y ella sabe que es adoptada, pero no le interesa conocer a sus padres biológicos.
A su madre biológica le resultaba indiferente. Después de dar a luz y de graduarse, Alison se había ido a vivir al este; Pedro no había vuelto a saber nada de ella, pero sospechaba que no tenía ningún interés en la hija a la que había entregado en adopción.
—Siempre lo sentí por ti, sé que no querías renunciar a ella —comentó Federico.
—No supe cómo ocuparme de ella.
—Hiciste lo correcto. Siempre lo haces, y siempre me lo restregaban por la cara.
—Gracias por no tenérmelo en cuenta.
—De nada. Pero creo que ha llegado el momento de que hagas lo correcto con Paula,no se ha quedado embarazada para fastidiarte.
—Seguro que lo considera un extra muy divertido.
—Puede, pero desea de verdad tener este bebé. Tendrías que respetarlo, y no echárselo en cara.
Pedro sabía que su hermano tenía razón, pero se limitó a contestar:
—Me lo pensaré.
—Perfecto. ¿Quieres una cerveza?
—No, gracias. Tengo que volver al restaurante.
Pedro apretó un puño. Federico lo imitó, y los chocaron.
—Ten paciencia, hermanito mayor. No es hijo tuyo, así que esta vez no te incumbe lo que pase.
—Claro. Gracias.
Pedro salió del despacho, y fue hacia la puerta principal. Cuando el aparcacoches le llevó su BMW, volvió al restaurante mientras reflexionaba sobre todas las sorpresas que se había llevado en un espacio tan corto de tiempo; el embarazo de Paula, enterarse de que Reid y Agustín sabían lo de su hija…
Recordó las peleas que había tenido con Gloria en aquel entonces, cómo le había gritado con toda la furia de un muchacho de diecisiete años a quien se le estaba arrebatando algo de un valor incalculable. Era sorprendente que el barrio entero no se hubiera enterado, pero sus hermanos se habían mantenido en silencio, esperando a que él acudiera a ellos. Y nunca lo había hecho.
Tendría que haber hablado con ellos, porque le habrían entendido. Y debería haber hablado con ellos hacía tres años y medio, cuando su matrimonio se había estado desmoronando. Paula había empezado a presionarle para que se comprometiera más desde un punto de vista emocional, para que tuviera un hijo con ella, para que se centrara en su matrimonio; sin embargo, él se había esforzado por mantenerse todo lo apartado posible de ella, mientras intentaba superar el terror de saber que a su única hija acababan de diagnosticarle leucemia mielocítica aguda.
Había esperado durante tres meses para ver cómo evolucionaba la enfermedad, y los padres adoptivos de Camila le habían mantenido informado de cada etapa del tratamiento. Recordó la agonía de no saber si la quimio funcionaría, la incertidumbre de no saber si su hija iba a vivir o a morir, y la felicidad cuando Camila había vencido a la enfermedad.
¿Debería haberle hablado a Paula de su existencia? En aquel entonces se había sentido incapaz, porque ella no habría entendido que él se preocupara tanto por una hija que había tenido con otra mujer, y que al mismo tiempo se negara a tener un hijo con ella. No había sabido cómo explicarle que tenía miedo de volver a pasar por el sufrimiento que había sentido al perder a Camila.
De modo que Paula le había presionado para que le diera más, y él se había ido retrayendo hasta que ella había acabado por irse. Su marcha había parecido lo mejor para los dos.
Entró en el restaurante, y después de hablar con su gerente adjunto, fue a la cocina. Como siempre, lo asaltó el barullo de los gritos, el siseo del vapor y el ruido de la parrilla.
—Tres más de salmón —dijo uno de los camareros, mientras dejaba una bandeja sobre el mostrador—. La mujer quiere saber lo que le pones a la salsa.
Paula vio a Pedro al levantar la mirada, pero se apresuró a centrar su atención en el camarero.
—Lo siento, es un secreto. Pero prometo que, si alguna vez publico un libro de cocina, pondré la receta en el primer capítulo.
Cuando el camarero se fue, ella se volvió hacia Pedro y le dijo:
—Te has marchado cuando iba a empezar la cena.
—Ya lo sé.
Su expresión le advirtió que no volviera a hacerlo, pero no lo dijo en voz alta. Paula era demasiado buena, y no iba a abroncarlo delante del personal.
Pero quería hacerlo, y dadas las circunstancias, no podía culparla.
—Tenemos que hablar, ¿te va bien a eso de las diez? —le preguntó.
—Claro. Seré la que lleva el uniforme de chef.
A las nueve y cuarto, la cosa ya se había calmado un poco. Todas las reservas estaban servidas y había un par de mesas vacías en el comedor, así que Pedro fue a su despacho a ponerse al día con el papeleo antes de que llegara Paula. No estaba seguro de lo que le iba a decir; quería disculparse por reaccionar de forma desproporcionada, pero no podía contarle lo de Camila justo después de enterarse de que estaba embarazada. Quería que las aguas se calmaran antes de soltarle aquella noticia impactante.
Se sentó tras su mesa, pero en vez de encender el ordenador, se reclinó en el respaldo de la silla y recordó la primera vez que Paula le había dicho que estaba embarazada. No lo habían planeado, pero a veces, los métodos anticonceptivos fallaban.
Él se había quedado de piedra… primero debido a una felicidad enorme, y después por una terrible sensación de culpabilidad. Iba a vivir todo lo que se había perdido con Camila, ¿qué pasaría si quería más a aquel bebé que a su hija?

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