martes, 16 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 76

-Lo has sabido el tiempo suficiente –aunque cubierta por la sábana, se sentía completamente desnuda-. ¿Por qué no me lo contaste, Pedro? -No podía...
-¿No podías o no querías? Has estado jugando conmigo...
-No es ningún juego.
Fue a recoger su ropa del suelo.
-Creía que de verdad tratabas de ayudarme a encontrarla. -Y así era.
Lo rodeó, pero él la siguió al cuarto de baño. Le cerró la puerta en la cara. Temblando por la furia y la sensación de traición, se vistió con la máxima celeridad.
Pedro Alfonso, el único hombre en quien creía poder confiar, se había burlado de ella. Si le hubiera contado que conocía a Delfina, todo habría terminado demasiado deprisa para él. No habría podido ofrecerle esas lecciones sobre lo que significaba estar en la calle. No habría dispuesto de oportunidad alguna de usarla.
Había pensado que le importaba. Incluso que la amaba.
En cuanto abrió la puerta, él le cerró el paso.
-Respeto la confianza de los chicos a los que grabo... o ayudo. ¡Tú lo sabías porque te lo dije desde el principio! Es parte del código respetar las confesiones... tú, de todas las personas, deberías entender ese concepto, ya que es lo que haces por tu padre. ¿Lo que hay entre nosotros no se reduce a eso?
Lo empujó para pasar. ¿Cómo se atrevía a tener la audacia de mostrarse enfadado, como si fuera ella quien hubiera hecho algo malo?
A punto de marcharse, titubeó al oírlo decir:
-A pesar de lo mucho que lo deseaba, no podía contarte lo que sabía.
-¿Cuánto sabes? -demandó. Por la expresión de él, estuvo segura de que había mucho más-. Sabes dónde se encuentra Delfina, ¿verdad? Lo has sabido en todo momento.
-No, no en todo momento. No hasta esta noche.
-Humboldt House.
-Sí.
-¿Dónde está? ¿Cuál es la dirección?
-No puedo decírtelo.
-Pero Delfina está allí, ¿verdad? ¿Y es de ahí de donde vienes ahora? Fuiste para... ¿qué? ¿Advertirle que me acercaba? -no le respondió y tuvo ganas de pegarle. Ni siquiera en ese momento era capaz de ser honesto con ella-. Jamás habría pensado eso de ti, Pedro. Felicidades. Supongo que al fin estamos en paz por lo que te hice en el instituto -se dirigió hacia la puerta.
-¡Paula, eso no es justo! ¡Aguarda un momento! No puedes irte ahora...
-¡Mírame! -exclamó-. Y, sí... ¡no quiero volver a verte nunca!
Corrió escaleras abajo. Con los ojos que le escocían y manteniendo la ecuanimidad sólo por un acto de voluntad, se quedó en el portal y comprendió que no tenía dinero. El banco que había del otro lado de la calle debía de tener un 'cajero. Podía sacar dinero y parar un taxi.
Al dirigirse hacia allí, examinó su entorno. No había mucho movimiento en las calles. Entonces un movimiento captó su atención... corriendo por la avenida Milwaukee, una figura pequeña, el pelo rubio a la luz de los semáforos.
¿Sería producto de su imaginación o podría ser...?
-¡Pepi! -llamó, agitando la mano.
La cabeza se irguió y la encontró. La joven agitó la mano y gritó «¡Pau!». La joven corrió hacia el cruce, donde tuvo que esperar que pasara un camión.
Paula llegó a la encrucijada justo en el momento en que un coche arrancó a toda velocidad del bordillo de la avenida Damen. Esperando que parara en el semáforo en rojo, se mostró horrorizada cuando el vehículo dio la impresión de ganar velocidad al girar, mientras una impaciente Roberta bajaba del bordillo antes de que la luz cambiara.
-¡Delfina, cuidado! -gritó cuando el coche realizó un arco amplio.
Delfina alzó la vista justo a tiempo... el coche ganaba velocidad hacia ella. La adolescente giró hacia su derecha y regresó a la acera, salvándose por unos centímetros. El coche siguió ganando velocidad y continuó por Milwaukee.
Con el corazón desbocado, sin saber si era imaginación o realidad, Paula clavó la vista en el coche que se alejaba. ¿El conductor había tratado de atropellar a su hermana?
Delfina cruzó con celeridad la calle y la envolvió en un abrazo.
- ¡Oh, Pau, me alegro tanto de verte!
. Le devolvió el abrazo, pero estaba distraída, atenta todavía a que el coche diera la vuelta y se lanzara hacia las dos. Pero la calle permaneció tranquila, salvo por los pocos vehículos que pasaban a una velocidad razonable.
Paula centró su atención en su hermana.
-Tenemos que ir a casa, Pepi.
La adolescente pareció horrorizada.
-¡No, ya no puedo vivir con papá!
-Prometo que arreglaré algo distinto para las dos, pero tenemos que dejar las calles e ir a un lugar seguro -le advertiría a su padre en persona, pero si no estaba allí, sería una pena, porque tendría que llamar a la policía-. Dormiremos bien una noche y luego, por la mañana, haremos las maletas y nos iremos a un hotel hasta que pueda encontrar un apartamento...

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