jueves, 11 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 55

-Quizá podríamos tumbarnos -tomó la linterna y pasó el haz de luz sobre el suelo-. La buena noticia es que está seco -recogió el periódico, lo abrió y lo extendió hoja a hoja por el suelo-.Y ahora está limpio.
Paula le quitó la linterna y la apagó. Se sentó en el suelo y sintió que él la imitaba y se echaba. No podían desnudarse por completo ahí. Lo sabía. Pero él esperaría... bueno, sabía lo que esperaría. Satisfacer esas expectativas le permitiría no pensar en otras cosas durante un rato.
-¿Hace calor aquí -murmuró- o soy yo?
-Tú estás caliente -los dos rieron y Pedro bajó hasta quedar cara a cara-. Siempre me encantó tu risa.
-Me hiciste reír más que nadie que haya conocido jamás. He echado de menos eso -reconoció.
-¿Qué más has echado de menos? -preguntó.
Paula cerró los ojos. Había echado de menos todo en él. Y cuando notó los labios de Pedro, pensó que quizá lo que más había extrañado eran sus besos. Le dio un beso lento y húmedo y ella se permitió perderse en él. El tiempo pasó y volvió a ser una adolescente que experimentaba el júbilo del amor por primera vez.
Cuando los labios la abandonaron, le tocó el rostro con suavidad. Al recordar la primera vez que había estado a punto de perder la virginidad, se situó en la posición opuesta, para que sus piernas quedaran a la altura de la cabeza de él.
-¿Qué haces? -murmuró Pedro.
-Lo que sé que te gusta -con rapidez le abrió los vaqueros.
-Paula...
-¿Quieres que hable? -inquirió al tiempo que introducía una mano en la abertura. Lo encontró a través de los calzoncillos, y luego salvó también esa barrera hasta localizar la fuente de calor-. ¿O quieres esto?
La respuesta de Pedro fue un gemido mientras Paula lo aferraba con una mano y empleaba la otra para eliminar los impedimentos. Entonces quedó expuesto a su mirada, pero no por mucho rato. Ella se humedeció los labios, bajó por la dura extensión y volvió a subir hasta la punta. Le lamió la cabeza, la succionó, la introdujo más profundamente en la boca.
-Paula -susurró.
Descendiendo lentamente por la erección, fue consciente de las manos que le abrían los vaqueros y se los bajaban por las caderas. Lo siguiente que sintió fue calor en su centro a través de la tela de las braguitas. Se preguntó si Pedro recordaría haberlo hecho en el pasado con tanta claridad como ella... respirar a través de las braguitas para que se arqueara hacia él... besarla allí hasta que abría los muslos y la invadía con mayor profundidad.
Pedro  la lamió a través del fino material. Paula se sintió invadida por la sensación e imaginó que lo tenía dentro. Comprendió que no tardaría. Los dedos pasaron por debajo de las braguitas, abriéndola para él.
Mientras deseaba tenerlo de verdad dentro, relajó la parte de atrás de la garganta y se arqueó aún más, tratando de tomarlo en su totalidad. Él le apartó las braguitas y la lamió de tal manera que la impulsó a mover las caderas con otra cadencia.
No supo cómo lo consiguió, pero Pedrole dio la vuelta para dejarla extendida directamente encima de él y disfrutar así de un acceso más abierto.
Le bajó los vaqueros hasta las rodillas. Luego las braguitas. En cuanto le introdujo el dedo, estuvo preparada para el orgasmo.
El contacto de la lengua sobre el clítoris la elevó a cumbres nuevas al tiempo que conseguía introducírselo todo en la boca. Él hizo lo mismo y la cubrió por completo con los labios. Paula jadeó y subió en busca de aire, pero en el acto volvió a tomarlo. Lo deseaba, lo deseaba en ese momento. Se meció contra la boca que la devoraba mientras él se arqueaba hacia la suya.
A los pocos segundos, sintió que comenzaba la palpitación. De él. De ella. Cerró los ojos y se perdió en el placer del orgasmo caliente que bajaba por su garganta y en su propio orgasmo, que pareció prolongarse una eternidad.
Y cuando terminó y se derrumbó sobre el costado, Pedro la subió a su lado. Aún con el sabor de él en la boca, cerró los ojos y reconoció que quería más.
Más sexo.
Simplemente, más.
Ése era el peligro, lo que en secreto había temido. ¿Y si no había más? ¿Y si eso era lo único que podría tener de él?
¿Qué clase de mujer cambiaba el sexo por favores cuando deseaba algo más?
Y ese algo era lo único que jamás pediría. Probablemente, que jamás recibiría. Desde luego, no de Pedro. Quizá de parte de nadie salvo de su hermana.
Había varias palabras que podría emplear para describir eso que faltaba, pero la única que volvía a su mente era la más peligrosa de todas.
Amor...

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