martes, 23 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 35

—¿Qué te apuestas a que Pedro  ha pasado la noche en su casa?
—¿Crees que lo han hecho allí?, a lo mejor ha sido en casa de él.
—No sé si Paula sería capaz. Tú no has visto la cocina de Pedro, es toda roja. A ella le darían arcadas.
Paula dejó el bolígrafo de golpe, y dijo indignada:
—¿Quieren  parar de una vez?, estoy aquí.
—Ya lo sabemos —le dijo Zaira—. Tener esta conversación no sería tan divertido si tú no estuvieras delante.
—Mi vida privada es exactamente eso: privada. Así que no pienso hablar del tema —dijo Paula, antes de levantarse de la silla.
—¿Has visto eso? —comentó Zaira, con las cejas enarcadas—. No ha negado que se haya acostado con él.
—Muy bien, hablen de mí todo lo que quieran. Yo me voy a mi despacho, donde…
Paula se quedó inmóvil, sin atreverse ni siquiera a respirar, y Zaira estuvo junto a ella en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Qué ha pasado?, ¿estás bien?
—Shhh.
Paula  hizo un gesto con la mano, y volvió a sentirlo después de unos segundos. Un ligero movimiento en el interior de su vientre, seguido de un firme golpe. El bolígrafo y el menú se le cayeron de las manos, y se aferró a los brazos de Zaira.
—¡Es el bebé! —exclamó—. ¡He notado que se movía!
Las dos amigas empezaron a dar saltos de alegría, y Federico se levantó y se unió al abrazo en grupo.
—Hazlo otra vez, quiero sentirlo otra vez —dijo Paula, con ambas manos sobre su vientre.
El niño le concedió su deseo, y volvió a moverse.
—Buen trabajo —le dijo Federico, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Gracias, esto es increíble. Caramba, se ha movido. Tendré que consultar mi libro sobre bebés, pero creo que voy siguiendo el proceso normal —Paula se echó a reír, y comentó—: Realmente es un bebé.
—¿Es que creías que eran gases? —bromeó Zaira.
—No —contestó ella con una sonrisa, mientras se agachaba a recoger el bolígrafo y la hoja de papel—. Bueno, ahora tengo que seguir con el menú —como no le apetecía seguir con su trabajo de inmediato, comentó—: aunque a lo mejor llamo antes a mi madre, seguro que le hace ilusión enterarse de lo que ha pasado.
Paula fue a su despacho, y al descolgar el teléfono, se sorprendió al comprobar que la primera persona que tenía en mente no era su madre, sino que sentía el impulso de llamar a Pedro para contarle las buenas noticias.
—Mala idea —se dijo con firmeza.
Pedro no quería tener hijos, y tres años atrás le había dejado muy claro que tampoco la quería a ella, así que desear compartir aquella noticia con él era una tontería.
Entonces, ¿por qué había pensado en él antes que en nadie?.
Paula  comprobó el vendaje que llevaba en la mano. La herida había dejado de sangrar, lo que demostraba que ella había tenido razón al insistir en que no necesitaba puntos de sutura. Era viernes por la noche y la cocina era un torbellino de actividad, así que sólo la amputación de un miembro iba a sacarla de su restaurante hasta que todo el mundo estuviera servido.
—Acaban de sentarse en la mesa para ocho —gritó—. Van a pedir el especial, así que preparaos.
Jaime la fulminó con la mirada, y le dijo:
—¿Era necesario que ofrecieras dos platos que necesitan reducción al fuego en viernes?
—Pensé que estaríais a la altura —contestó ella, con aparente despreocupación.
Paula se mostró segura de sí misma porque eso era lo que su plantilla esperaba de ella, pero hizo una mueca para sus adentros, consciente de que no había estado pensando con claridad al planear los especiales para aquella noche; por desgracia, requerían demasiados fogones, así que si se pedían varios al mismo tiempo, empezaba una milimétrica coreografía junto con un juego de fuerza bruta llamado «a ver quién consigue el fogón libre».
Se planteó explicarles a todos que había estado un poco distraída porque el bebé se había movido, pero como dudaba que a alguien le importara lo más mínimo, aguantó las quejas y se prometió no volver a meter la pata.
Zaira entró como una exhalación, y por su expresión, parecía lista para estrangular a alguien.
—El inventario de vinos está mal, es increíble. En la mesa de degustación se les ha acabado el pinot, así sin más. Randy acaba de anunciarlo en voz baja, como si pensara que si lo susurra no va a enterarse nadie —se detuvo en medio de la cocina, y levantó ambos puños—. ¿Dónde demonios está Pedro? Lo quiero muerto, y lo digo muy en serio. Sin pulso, completamente muerto.
—¡Es imposible que se haya acabado el pinot! —protestó Paula, atónita—. El menú de degustación es lo que más éxito tiene junto con mis patatas fritas con pescado… maldita sea, le dije a Pedro que repasara el inventario de vinos, ¿dejó que lo hiciera Randy?
—Supongo que sí.
—¿Y Pedro no está aquí?
—No lo he visto desde hace una hora —dijo Zaira.
Genial. Era viernes por la noche, el restaurante estaba lleno hasta los topes, se les había acabado el vino y Pedro había desaparecido.
—Nadie mete la pata con mi menú de degustación —murmuró mientras iba hacia su despacho.
Era un menú de cinco platos con precio fijo que lo ofrecía todo, desde los aperitivos hasta el postre, e incluía la posibilidad de elegir si se quería con vino o sin él. La opción «con vino» ofrecía un vaso de vino diferente con cada plato, incluyendo un excelente pinot noir con el salmón. Había sido muy específica con el vino que quería. Algunas variedades de pinot eran más dulces que otras, y quería el equilibrio exacto de azúcar con el salmón.
Se quitó la chaqueta de cocina y los zuecos, porque no quería que la gente se diera cuenta de que era la chef cuando atravesara el comedor.
Se puso unas zapatillas y un jersey negro que tenía colgado detrás de la puerta para ocasiones como aquélla, y tras quitarse el pañuelo del pelo, salió a toda prisa.
Al llegar al comedor, redujo el paso y se comportó como si fuera un miembro más del personal. Sonrió a varios de los comensales y fue hacia la puerta de la bodega, que era claramente visible desde la parte delantera del local.
El frío la golpeó nada más entrar, ya que la habitación se mantenía a una temperatura constante de unos doce grados. Hizo caso omiso de la incomodidad momentánea, se apresuró a acercarse a la zona donde se guardaba el pinot y comprobó que el estante estaba vacío.
La puerta se abrió, y al volverse vio entrar a Randy, el asistente de Pedro, un chico joven, alto y muy rubio. El muchacho se frotó las manos en un gesto de nerviosismo que a Paula le recordó a su propia abuela.
—Se nos ha acabado el pinot —le dijo él, con voz temblorosa y muy baja—. No sé qué servir con el menú de degustación, y Zaira se niega a ayudarme. Acaba de amenazar con matarme.
—Me lo imagino. En este momento, soy lo único que te separa de una muerte segura.
Tras recorrer con la mirada las diferentes variedades de pinot, Paula agarró tres botellas y volvió a la cocina, con Randy pisándole los talones.
—¿Que vas a hacer? —gimió él.
—Probarlos para ver cuál va mejor con mi salmón.
—Pero entonces tendremos tres botellas abiertas. Además, ¿qué pasa con los costes? No hemos calculado si estos vinos nos permitirán mantenernos dentro del margen de los menús de degustación.
Paula  volvió a cambiarse rápidamente de ropa, y al llegar a la cocina, vio que Zaira esgrimía un enorme cuchillo de cocina contra el cuello de Randy, y que parecía más que dispuesta a usarlo. Ignorando la escena que tenía ante sí, Paula tomó tres vasos de vino y abrió las botellas.
—¡Salmón! —gritó a pleno pulmón.
Burt colocó un trozo de salmón en un plato, y Jaime le echó un poco de salsa por encima y se lo acercó. Paula sirvió un vaso de cada vino, asegurándose de alinear cada botella con su vaso correspondiente.
—¡Probando! —gritó.
—¿Tengo que soltarlo? —le preguntó Zaira.
—Sí, esto es más importante. Después podrás darle una paliza si quieres.
Cuando Zaira soltó a Randy, el muchacho soltó un gritito y salió corriendo de la cocina.

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