jueves, 25 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 43

Paula sentía una profunda sensación de alivio, como si no hubiera podido respirar hondo en semanas.
—Ha sido bastante impresionante —comentó, sentada en el asiento del acompañante de su Volvo.
—La imagen era muy detallada, se podía ver todo —dijo Pedro.
—Más de lo que uno querría —bromeó ella—. ¿Te ha dado un poco de asco?
—No —tras un segundo de vacilación, Pedro admitió—: Vale, no creí que hiciera falta que nos enseñara el agujero que va a ser el estómago.
—Es verdad que eso ha sido un poco raro —admitió Paula, riendo—, pero ha sido genial —la experiencia entera había sido como un milagro—. El bebé me parece tan real… antes era consciente de que estaba embarazada, claro, pero verlo mientras oía el latido de su corazón…
—Lo ha cambiado todo —acabó Pedro por ella.
—Exacto. He estado a punto de preguntarle si es niño o niña, me iría bien saberlo para empezar a preparar su cuarto y todas sus cosas, y para comprarle la ropa.
—¿Es que los recién nacidos llevan ropa?
—Bueno, no estamos hablando de un vestuario normal, pero hay ropa para dormir. Tengo algunos libros sobre bebés, supongo que tendría que empezar a leer esa parte.
—¿El capítulo sobre accesorios de moda? —bromeó él.
—Claro, quiero que mi niño vaya a la última —dijo ella, con una sonrisa. Se volvió hacia él, y añadió—: Gracias por acompañarme, lo habría pasado mal si hubiera tenido que ir sola.
—Yo también me alegro de haber ido, pero Federico te habría acompañado de no ser por mí.
—Sí, pero dudo que hubiera conseguido aguantar el tipo —era una experiencia muy íntima, y aunque Federico y ella eran grandes amigos, no compartían cosas así.
Al mirar a Pedro, Paula sintió que la embargaba una extraña mezcla de felicidad, enfado y tristeza. En el pasado había querido que ambos pudieran compartir aquella experiencia, había anhelado tener hijos con él.
De repente, se preguntó hasta qué punto se había implicado Pedro en el embarazo de Alison, y en qué medida acababa de acompañarla a ella para intentar suavizar la tensión que había entre los dos. Creía que él sentía sinceramente haberla herido y que no le había ocultado la verdad por crueldad, pero sospechaba que había estado dispuesto a mantener en secreto la existencia de su hija de forma indefinida.
—Siento lo de nuestro bebé —dijo él de repente.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó, sorprendida.
—Siento que lo perdiéramos. Me sentí mal cuando pasó, pero hasta hoy, la experiencia no me había parecido algo real y material. Era consciente desde un punto de vista intelectual de que te habías quedado embarazada, pero no pensé en el hecho de que se trataba de un niño de verdad. Lo siento, supongo que no me estoy explicando bien.
—No te preocupes, te entiendo —Paula podía comprender que se hubiera sentido más al margen, porque no era su cuerpo el que había experimentado el embarazo. Pero no sabía si podía confiar en su aparente sinceridad.
—Me perdí un montón de cosas —dijo él, con la vista fija hacia delante—. Es triste, para ambos.
Increíble, Pedro acababa de admitir que había sentido una emoción.
—Yo también lo siento, pero creo que fue lo mejor que pudo pasar.
—¿Te refieres a perder el bebé?
—Sí. Esas cosas suceden por alguna razón, y lo más probable es que el feto tuviera algún problema, y que no hubiera sobrevivido de todas formas.
—Pensaba que ibas a decir que había sido lo mejor porque nos divorciamos.
—Ése es un factor a tener en cuenta, pero no es importante. Nos las habríamos arreglado para ser padres sin estar juntos —ella nunca había esperado ser madre soltera, pero eso era lo que había decidido al final.
—Tenías razón al decir que no me sorprendió que te marcharas, porque es algo que esperaba desde el principio. Siempre pensé que la relación era temporal, incluso antes de que nos casáramos.
—¿Por qué?, ¿qué dije para que pensaras algo así?
—No fue por ti, tú te comprometiste completamente —dijo Pedro, mirándola con una sonrisa que no se reflejó en sus ojos—. Fue por mí, por cómo me había criado, por mi forma de pensar. Hay un montón de razones aburridas que ya no importan, pero quería que supieras que tenías razón —volvió a mirarla, y comentó—: Sé que te encanta que te digan eso.
—Normalmente, sí —murmuró ella, atónita ante su confesión—. Pero esta vez me habría gustado equivocarme —vaciló por un segundo, y finalmente le preguntó—: Si eso era lo que sentías, ¿por qué te casaste conmigo?
—Porque quería estar equivocado.
—Pero al final acertaste, acabé abandonándote.
—Te fuiste para captar mi atención, yo fui quien te dejó marchar. Lo que compartíamos era muy valioso, Paula —admitió él—. Cuando te fuiste, perdí algo que jamás podré reemplazar.
—Gracias por decirlo, siempre me pregunté si te habías dado cuenta de que me había ido.
—Me di cuenta.
—Pero no lo suficiente para intentar recuperarme.
—Aún sigues enfadada por lo de Camila, ¿verdad?
—Eso ni siquiera empieza a describirlo, Pedro. No es que me ocultaras un tatuaje, mantuviste una parte muy importante de tu vida apartada de mí. No sólo el hecho de que tuvieras una hija, sino que la querías tanto, que no podías querer a nadie más.
—Eso no es verdad.
—¿Estás seguro?
—Paula, eras mi mujer. Quería…
—¿Qué?, ¿que permaneciéramos juntos para siempre?, ¿que formáramos una familia?
—Quería que saliéramos adelante.
—No te creo. Lo que pienso es que querías estar solo con tu dolor. Al menos tu falta de interés no se debía a mí en concreto, le habrías hecho lo mismo a cualquiera.
Las manos de Pedro se tensaron al volante.
—No vas a darme un respiro, ¿verdad?
—¿Crees que te lo mereces? Has cambiado todas mis percepciones sobre nuestro pasado juntos, y aún estoy intentando asimilarlo.
—¿Podrás trabajar conmigo?
—¿Me estás diciendo que estás dispuesto a marcharte? —le preguntó ella.
—Sí, si eso te ayuda.
—Hablaba en serio cuando te dije que no te odiaba.
—¿Volveremos a ser amigos?
Habían estado casados, trabajaban juntos y hacía más o menos una semana que se habían acostado juntos. Paula no sabía si habían sido amigos alguna vez.
—No lo sé —admitió—. No creo que sea… —se quedó sin aliento al sentir un repentino movimiento en su vientre.
—¿Qué pasa?, ¿estás bien? —se apresuró a preguntarle él.
—Estoy genial, el bebé se está moviendo.
—¿En serio?, ¿qué se siente? —le preguntó, con una enorme sonrisa.
La furia y el dolor se mezclaron con el deseo de compartir aquel milagro. Tras unos segundos de duda, Paula se levantó un poco el jersey y le colocó la mano en su vientre desnudo.
—¿Lo notas?, justo aquí.
Él la miró con los ojos como platos y la boca abierta de asombro.
—Sí, lo noto. No es un golpe, sino más bien un roce.
—Exacto.
Después de intercambiar una sonrisa con ella, Pedro volvió a centrar su atención en la carretera, pero dejó la mano sobre su estómago y Paula siguió cubriéndola con la suya. El momento pareció alargarse hacia el infinito. A pesar de todo, había un vínculo entre ellos.
Pedro había sido una parte esencial de su pasado y formaba parte de su presente, y aunque ella quería odiarlo, era incapaz de hacerlo; al menos, ya no estaba enamorada de él. Sólo una tonta dejaría que el mismo hombre le rompiera el corazón dos veces.

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