miércoles, 10 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 46

Escucha, las cosas no tienen por qué ser así. Prométeme que no contaras a nadie lo que sabes y todo estará bien.
-Déjame en paz o lo lamentarás.
-¿Es una amenaza? Porque -si lo es, Yo también puedo hacerte una...
-¡Paula no dejará que me hagas daño! -espetó con voz baja y colérica-. Podría contárselo a quien quisiera .Tú no puedes hacernos nada.
Le apretó el brazo.
-Podría ocuparme de dos con tinta facilidad como de una.
-¡Suéltame! -gritó, tratando infructuosamente de liberarse-. ¡O todo el mundo va a saber de tí!
-¿Hay algún problema? preguntó un camarero joven de pelo oscuro.
-No, ninguno -repuso, soltando a Delfina.
Eso fue todo lo que necesitó. -Antes de que pudiera detenerla, se había escabullido entre la multitud en dirección a la salida. Intentó seguirla, pero se vio frenado por el ruidoso gentío.
Seguía afanándose por llegar hasta ella, cuando la vio atravesar la salida y subir las escaleras. ¡Maldición!
Sabía demasiado y no se reservaría para siempre lo que sabía. Joven e impulsiva, hablaba antes de pensar. Y cuando le hablara a la persona equivocada y la porquería llegara hasta los medios, todo estaría arruinado.
No podía dejar que eso sucediera. No podía dejarla hablar.
Con frialdad, decidió que en realidad no podía dejarla vivir.
Entonces, una vez que se deshiciera de su mayor peligro, se vería obligado a reconsiderar el papel que desempeñaba Paula y lo que ella podría hacer con lo que sabía. O creía saber, porque no disponía de todo el cuadro, no hasta que no hablara con la cría.
Siendo una reconocida criatura política de la peor clase, haría lo que debiera, aunque ello significara eliminar de su mundo a las dos hermanas.

Tras recibir una llamada de Tomás para informarlo de que una de sus empleadas había visto a Delfina, Paula bajó a la carrera las escaleras de entrada al Club Undercover, con Pedro pegado a sus talones. Dejó la mochila detrás del puesto de la encargada y se detuvo ante la entrada, observando a la gente joven que poblaba el espacio.
-¿La ves?
-No. Pero es difícil ver a alguien allí –indicó las mesas que se elevaban varios niveles por encima de ellos.
¿Qué esperamos? -Pedro subió a un lado de la zona de asientos.
Paula lo siguió e inspeccionó de cerca a todos los adolescentes del local.
Delfina no estaba.
Una vez que rodearon todo el sitio y terminaron otra vez en el nivel principal, Pedro preguntó:
-¿Y ahora qué?
Echó un último vistazo y lo agarró del brazo.
-¡Jose! -exclamó-. La mejor amiga de Delfina. La chica que vive por aquí y a quien fue a ver mi hermana. Allí.
Con la rapidez con que los dejó pasar la multitud, cruzaron hasta la mesa donde la pelirroja se concentraba en un atractivo joven de pelo rubio. Entonces giró la cabeza, y en cuanto los ojos conectaron con Paula, la sonrisa de enamorada se desvaneció de su cara.
-Paula, hola.
-Necesitamos hablar lejos de este ruido.
Con un suspiro, la chica le susurró algo a su cita; luego, se levantó y se dirigió hacia la entrada.
Paula apenas esperó a poner pie en el vestíbulo del club para volverse hacia la pelirroja.
-¡Muy bien, Jose, empieza a hablar! -acostumbrada a tratar con su hermana adolescente, adoptó la misma personalidad severa que a veces había tenido que emplear con Delfina-. Dijiste que no sabías dónde estaba mi hermana, pero esta noche las vieron juntas.
-De acuerdo, la vi. -admitió Jose intimidada-, pero sólo durante unos momentos-. No sé dónde se encuentra ahora, de verdad. Pepi me llamó antes y dijo que necesitaba verme.
-De modo que se reunió contigo aquí, como quería. ¿Qué te contó?
-¿Contarme? -Jose frunció el ceño-. No entiendo.
De modo que Jose no lo sabía, lo que probablemente significaba que Delfina no se lo había contado a nadie.
Aliviada de que aún no tuviera que encarar esa situación con su padre, dijo:
-Me preguntaba de qué habían hablado.
-No sobre dónde se aloja, si te refieres a eso -aseguró la joven-. Ni siquiera tuvimos tiempo de charlar. Dijo que tenía que ir a los aseos y lo siguiente que ví. es que huía a toda velocidad del club.
-¿Huía? -repitió sobresaltada-. ¿Por qué?
La joven se encogió de hombros.
-Yo... estaba más bien ocupada. Sólo supuse que quería irse, eso es todo. Fue hace unos diez minutos.
-He perdido a mi hermana por sólo diez minutos -soltó-. Oh, Dios mío.
Pedro la rodeó con un brazo y la estabilizó...

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