miércoles, 17 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 3

—Claro que sí. Ni siquiera va a importarme trabajar para ti, porque cada vez que me saques de mis casillas, te recordaré que fuiste tú quien vino a buscarme… quien me necesitaba.
Así que se trataba de un sentimiento de venganza. Pedro  podía respetarlo. Le indignaba, pero lo respetaba.
—¿Por qué estás haciendo esto? —le preguntó ella, mientras tomaba una pacana—. Hace años que te desligaste del negocio familiar.
Pedro  había conseguido escapar de los negocios de su familia cuando estaba casado con ella, pero al parecer se había visto arrastrado hacia ellos de nuevo.
—Alguien tenía que sacar el barco a flote —dijo.
—Sí, pero ¿por qué tú? No te interesa el imperio familiar.
Pedro dejó veinte dólares sobre la mesa, y se levantó.
—Necesito saber tu respuesta en veinticuatro horas, a partir del momento en que recibas el contrato.
—La tendrás a la mañana siguiente.
—De acuerdo —Pedro dejó una tarjeta de negocios junto al dinero, y añadió—: ten, por si necesitas ponerte en contacto conmigo.
Salió del restaurante y se dirigió hacia su coche, convencido de que Paula iba a aceptar su oferta. Intentaría apretarle un poco las tuercas, pero el trato era demasiado bueno para que lo dejara escapar. Si ella lograba salvar el restaurante y conseguir devolverle su antigua gloria, en tres años tendría capital más que suficiente para abrir su propio restaurante.
Pero él se habría ido mucho antes. Había accedido a volver temporalmente para encarrilar la situación, pero no tenía ninguna intención de quedarse más de lo necesario. Su única preocupación era sacar a flote el local, y estaba más que dispuesto a dejar que otros se llevaran el reconocimiento. A él sólo le interesaba alejarse del negocio.
Paula entró en el bar deportivo y parrilla Downtown poco después de las dos de la tarde. El barullo habitual de la hora punta ya se había calmado un poco, aunque había varios clientes viendo los deportes en las pantallas distribuidas por todo el local. Paula  fue directamente hacia el bar, y se apoyó en la barra de madera pulida.
—Hola, Mandy. ¿Ha venido ya? —le preguntó a la rubia de pechos enormes que estaba secando unos vasos.
—Hola, Paula. Sí, está en su despacho. ¿Te sirvo algo?
—No, gracias —le contestó, aunque deseó con todas sus fuerzas poder pedirle un poco de cafeína.
Paula fue hacia la parte derecha del bar, donde había una pequeña sala con servicios, un teléfono y una puerta donde ponía Personal. Poco después, entró en el desordenado despacho de Federico Alfonso.
Él estaba sentado tras una mesa tan grande como un colchón, tenía los pies levantados, apoyados en una esquina, y el teléfono aguantado entre una oreja y un hombro. Al verla, puso los ojos en blanco mientras señalaba el teléfono, y le hizo un gesto para que entrara.
—Ya lo sé —dijo, mientras ella avanzaba sorteando las cajas que aún estaban por abrir—. Es un acto importante y me gustaría asistir, pero ya tengo un compromiso previo. A lo mejor en otra ocasión. Sí, claro. Adiós.
Federico colgó el teléfono, y soltó un sonoro gemido.
—Era para no sé qué acto relacionado con el comercio con un país extranjero.
—¿Qué querían que hicieras? —le preguntó ella. Tras apartar unas carpetas de la única silla disponible, se sentó en el duro asiento de madera y dejó las carpetas en la abarrotada mesa.
—Ni idea. Que me pasara por allí y que sonriera para las fotos, a lo mejor hasta tenía que dar un discurso —dijo Federico encogiéndose de hombros,
—¿Cuánto estaban dispuestos a pagarte?
Él bajó los pies al suelo, y se volvió para mirarla de frente.
—Diez de los grandes, pero no necesito el dinero. Además, no aguanto todo ese rollo, es pura basura. Antes jugaba al béisbol, pero ahora estoy aquí. Me he retirado.
De eso hacía sólo un año. La temporada iba a empezar en cuestión de semanas, y seguramente Federico echaba de menos su vida anterior.
Paula  recorrió con el dedo uno de los montones de carpetas que había sobre la mesa, y levantó la mirada hacia él.
—Creo recordar que dijiste que querías una mesa lo bastante grande como para hacer el amor encima, fue uno de tus requisitos cuando fuimos a comprarla. Pero si sigues teniéndola así de desordenada, nadie va a querer desnudarse en ella.
Federico se reclinó sobre el respaldo de la silla, y le dijo con una gran sonrisa:
—No necesito la mesa para conseguir que se desnuden.
Federico Alfonso no sólo era una leyenda por su increíble carrera como lanzador en la liga profesional de béisbol, sino también por la forma en que atraía a las mujeres. En parte se debía al atractivo y al encanto que tenían todos los hermanos Alfonso, y en parte al hecho de que Federico adoraba a las mujeres. Sus ex novias abarcaban desde las típicas modelos y actrices hasta terrenales amantes de los árboles casi diez años mayores que él. Listas, tontas, bajas, altas, delgadas, curvilíneas… le gustaban todas, y a ellas les gustaba él.
Paula lo conocía desde hacía años, ya que se lo habían presentado dos días después de que conociera a Pedro. En el pasado, ella solía bromear diciendo que había sido amor a primera vista con uno, y amistad a primera vista con el otro.
—Ni te imaginas lo que he hecho hoy —le dijo.
Federico enarcó sus cejas oscuras, y comentó:
—Cielo, últimamente no dejas de sorprenderme, así que ni siquiera voy a intentar adivinarlo.
—He ido a comer con tu hermano.
—Sé que te refieres a Pedro, porque Agustín aún está en el extranjero. Vale, voy a picar. ¿Por qué has ido a comer con él?
—Me ha ofrecido un trabajo. Quiere que sea la chef ejecutiva del Waterfront.
—¿Lo dices en serio? Es donde se cocina pescado, ¿no? —Federico no había tenido nada que ver con el negocio familiar hasta el pasado junio, cuando se había lesionado el hombro.
Paula se echó a reír.
—Exacto. Y Alfonso's es el asador, y tú diriges el bar de deportes, y Dani se ocupa de la hamburguesería, el Burguer Heaven. Caramba, Federico, es tu patrimonio, tienes un imperio familiar.
—No, lo que tengo es un especial de dos por uno en aperitivos. ¿Vas a aceptar la oferta?
—Creo que sí —dijo Paula, mientras se inclinaba un poco hacia delante—. Me va a pagar un salario astronómico y además tendré un porcentaje de los beneficios, así que es la oportunidad que estaba esperando. En tres años, tendré suficiente dinero para abrir mi propio local.
—Ya te dije que yo te daría el dinero que necesitaras. Sólo tienes que decirme cuánto, y te haré un cheque.
Paula  sabía que hablaba en serio, porque Federico tenía millones invertidos en todo tipo de negocios; sin embargo, no podía aceptar un préstamo de un amigo. Sería como si aceptara que sus propios padres la avalaran.
—Ya sabes que necesito hacerlo por mí misma.
—Sí, claro. Tendrías que empezar a pensar en superar toda esa tontería, Paula.
Ella ignoró el comentario, y dijo:
—Me gusta la idea de resucitar el Waterfront. Eso hará que aumente mi prestigio, lo que a su vez redundará en un mayor éxito para mi restaurante.
—Tranquila, está claro que todo esto no se te está subiendo a la cabeza.
Ella se echó a reír.
—Mira quién fue a hablar. Tu ego apenas cabe en el hangar de un aeroplano.
Federico rodeó la mesa, se agachó a su lado, tomó su rostro entre las manos y la besó en la mejilla.
—Si esto es lo que quieres de verdad, ya sabes que te apoyo al cien por cien.
—Gracias —Paula  le apartó el pelo oscuro de la frente, consciente de lo sencilla que habría sido su vida si se hubiera enamorado de él, y no de Pedro.
Federico se levantó, y se apoyó en la mesa.
—¿Cuándo empiezas?
—En cuanto esté firmado todo el papeleo. He oído que hay que renovar el local de arriba abajo, pero como no hay tiempo para eso, tendremos que arreglárnoslas con lo que hay. Tengo que hacer los menús, y que contratar al personal de cocina.
Federico se cruzó de brazos.
—No se lo has dicho, ¿verdad?
—No es una información relevante.
—Claro que lo es. A ver, deja que lo adivine: pensaste que Pedro no te contrataría si lo supiera, pero una vez que lo haya hecho, no podrá usarlo como motivo de despido.
—Exacto.

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