miércoles, 17 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 5

Él la cortó con una rápida sacudida de la cabeza, y se apresuró a decir:
—Lo siento, no volveré a sacar el tema de nuestro matrimonio.
—Bien.
El personal se enteraría de su antigua relación con Pedro Alfonso a los quince minutos de abrir el restaurante, porque en una cocina no había secretos, pero eso no significaba que quisiera ir pregonándolo.
Era extraño volver a ver a Pedro y hablar con él, y no estaba segura de lo que sentía al respecto. No estaba enfadada, aunque sí un poco incómoda. Y triste. Las cosas habían sido fantásticas entre ellos en el pasado, pero a él no le había importado lo más mínimo, y… bueno, de acuerdo, quizás estuviera un poquito enfadada, pero ya habían pasado tres años. ¿Quién se habría imaginado que aún quedaban rescoldos de las antiguas emociones?
Al menos no iba a tener que tratar con él de forma regular.
—Te prepararé una lista lo antes posible, haré el inventario en cuanto hayamos acabado.
—Vale. Eh… intenta no gritar.
—¿Porqué?
—Ya hay algunos contratos firmados.
Paula sabía que no se refería a los empleados, así que dedujo que estaba hablando de los proveedores y de los distintos servicios.
—Eso no es problema mío —le dijo.
—Sí que lo es, porque tendrás que tratar con ellos.
Típico de Pedro, preocuparse sólo de lo relacionado con la gestión. Aunque él entendiera a un nivel abstracto lo que implicaba preparar comida para doscientas o trescientas personas, no lo sentía con el corazón.
—No pienso trabajar con incompetentes —le dijo con firmeza.
—¿Pueden meter la pata antes de que los consideres incompetentes?
—Si la comida hubiera sido de buena Pedro, el restaurante no habría tenido que cerrar. Había algo que fallaba, y supongo que era lo que servíais. Me gusta trabajar con ciertos proveedores en concreto.
—Tenemos contratos firmados.
—Ustedes, no yo.
—Paula, ahora tú también te llevas un pellizco de los beneficios, así que formas parte del negocio.
Teniendo en cuenta que no había ningún beneficio, la idea no la reconfortaba demasiado.
—Quiero traer a mis propios proveedores.
—Primero tenemos que cumplir con los que ya tenemos.
Paula reconoció el gesto inflexible de su boca. Podía discutir, gritar e incluso amenazarle con la violencia física, pero Pedro no iba a ceder. Su única alternativa era utilizar la lógica.
—De acuerdo. Los emplearé por ahora, pero si meten la pata una sola vez, se acabó. Recurriré a otros.
—Me parece justo.
—Será mejor que hables con ellos, porque apuesto a que no han estado sirviéndoos sus mejores productos. Será mejor que cambien de actitud.
—Me ocuparé de ello —Pedro se sacó un PDA del bolsillo de la chaqueta, y empezó a escribir en la pequeña pantalla.
Típico de un hombre… siempre con alguno de sus juguetitos.
—¿No tendría que ocuparse de eso el gerente?, ¿es que no tienes que irte a vender café?
—Vaya, qué gracia que menciones el tema.
Paula se apoyó contra el mostrador y lo miró con atención. Todas las señales de alarma estaban presentes… el brillo de sus ojos, la sonrisita, aquella actitud que dejaba entrever que estaba al cargo de la situación… aunque no era así, claro. Estaban hablando de su sueño, y no estaba dispuesta a permitir que nadie jugara con él.
—Deja que lo adivine —dijo en tono seco—, no va a gustarme nada saber a quién has contratado.
—No lo sé —sonriente, Pedro admitió—: soy yo.
Paula esperaba que mencionara un nombre desconocido, o a alguien con quien hubiera trabajado mal en el pasado. Pero… ¿trabajar con Pedro? Se le hizo un nudo en el estómago, y la inundó una oleada de emoción.
No, Pedro no. Aquélla era una muy mala idea.
—No tendrás tiempo —se apresuró a decir, aunque recordaba perfectamente bien que él era muy bueno en su trabajo.
Pedro  había dejado el asador familiar para abrir su propio negocio, pero no había sido por falta de éxito; al contrario, los beneficios habían ido incrementándose de forma sustancial. ¿Por qué tenía que volver allí?, ¿por qué en ese preciso momento?
—Voy a hacer un paréntesis de cuatro meses. Seguiré yendo al despacho, pero sólo durante unas horas a la semana. Voy a centrarme en el Waterfront.
—¿Por qué no me lo dijiste cuando te pregunté sobre el tema la primera vez?
—Porque pensé que rechazarías el trabajo.
Paula no sabía lo que habría hecho, pero como no pensaba admitirlo ante él, se echó a reír y comentó:
—Caramba, Pedro, y yo que pensaba que tu hermano era el del ego enorme. Ya veo que es cosa de familia.
Él se limitó a mirarla, sin mostrar la más mínima incomodidad.
—Teniendo en cuenta nuestro pasado, era una suposición razonable. Trabajar juntos en cualquier circunstancia sería todo un desafío, pero en un restaurante…
Paula apartó la mirada, y se dio la vuelta.
—No me importa con quién tenga que trabajar, siempre y cuando sea bueno en su trabajo. Así que ven a tu hora y da el ciento cincuenta por ciento, y no tendremos problemas.
—Paula…
Ella respiró hondo, luchando por contener la furia que se iba extendiendo por su interior. Era un sentimiento que tenía enterrado muy dentro de sí, y que la impulsaba a reaccionar de forma beligerante. Se dijo que todo pertenecía ya al pasado, que no podía olvidar que hacía mucho tiempo que se había acabado, pero la lista de agravios era demasiado extensa.
Los errores que había cometido Pedro se negaban a desaparecer de su memoria, y deseó con todas sus fuerzas gritárselos uno a uno a la cara y exigirle explicaciones, aunque sabía que estaba siendo poco razonable.
Aun así, no pudo evitar sacar a la luz uno de ellos, uno muy simple que ya no tenía ninguna importancia. Se volvió de nuevo hacia él, y se puso las manos en las caderas.
—¿Cuál fue tu problema? Yo era tu mujer, y se trataba de un puesto sencillo. Ensaladas, Pedro. Sólo eran ensaladas. ¿Por qué no pudiste descolgar el teléfono y recomendarme?, ¿pensaste que no haría un buen trabajo?
Aquello era lo que siempre se había preguntado, pero nunca había sido capaz de plantearle: si nunca había creído en ella. No se le ocurría ninguna otra razón que pudiera explicar su actitud, pero nunca había conseguido que él confirmara sus sospechas, y quería saber la verdad.
Pedro dio un paso hacia ella, pero se detuvo y sacudió la cabeza.
—Me vuelves loco. Ya han pasado… cuatro años desde aquella entrevista de trabajo, ¿no? ¿De verdad importa?
—Sí, claro que importa.
—No me creerás.
—Inténtalo.
—No es que no creyera en ti, Paula. Eso nunca. Eras increíble, la mejor. El problema era mi familia.
—¿Qué problema había?, ¿que tu abuela viera a tu mujer trabajando? Pedro, ella ya sabía que yo era una profesional, no habría sido ninguna sorpresa.
—No quería que tuvieras que tratar con ella, que estuvieras expuesta a ella.
Paula  sabía que Gloria y él nunca habían estado demasiado unidos, pero le costaba mucho creer que aquélla había sido la verdadera razón de su negativa a ayudarla.
—Me crié con dos hermanas, y teníamos que compartir un cuarto de baño. Se me da bien compartir mi espacio con otras personas.
—No quise arriesgarme, arriesgarte a ti. Nunca puse en duda que pudieras hacer un buen trabajo.
Ella no acabó de creerle, pero tal y como él había comentado, era inútil discutir del tema a aquellas alturas. Pedro había vuelto arrastrándose para pedirle que trabajara para él, y ella había accedido a hacerlo.
—Bueno, es igual —dijo, mientras se encogía de hombros—. Aceptaré que seas el gerente de forma temporal, si no te entrometes en mi trabajo.
—Ése no es mi estilo.
—Es interesante, ¿verdad? Recuerdo que una vez me dijiste que el infierno se congelaría antes de que tú y yo trabajáramos juntos.

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