martes, 23 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 34

Él cambió de posición para poder seguir acariciándola allí con el pulgar, mientras la penetraba con dos dedos. Paula se sintió apabullada por el placer, pero entonces él bajó la cabeza y tomó un pezón entre sus labios, y la suave succión fue demasiado.
El orgasmo la golpeó con la sutileza de una explosión. Se vio sacudida por una oleada tras otra de placer, y no pudo hacer otra cosa que absorber sin aliento el éxtasis que Pedro había creado en su interior.
Su cuerpo liberó meses de abstinencia, hasta que Paula  pensó que el placer no iba a parar nunca. Finalmente, se obligó a abrir los ojos y miró a Pedro a la cara, mientras aún sentía las ondulantes contracciones.
—Ahora —susurró.
Pedro  no estaba dispuesto a rechazar una invitación así. Mantuvo los dedos dentro de ella mientras se colocaba bien entre sus piernas, y después los reemplazó rápidamente con su miembro.
En el mismo momento en que penetró en su cálido y húmedo cuerpo, Pedro sintió el sensual masaje de las contracciones que aún la recorrían. Estar dentro de Paula siempre había bastado para hacerle perder el control, pero penetrarla mientras aún la sacudía un orgasmo fue algo indescriptible.
Toda la sangre de su cuerpo se centró en su erección, y su sensible miembro fue aún más consciente de la sensación de su cuerpo apretándolo.
Cuando notó que ella volvía a estremecerse, Pedro soltó un juramento.
—Si no dejas de hacer eso, no voy a poder controlarme —le dijo con voz tensa. Abrió los ojos, y se encontró con su rostro sonriente.
—¿Te estás quejando porque tengo demasiados orgasmos? —jadeó ella—. Pobrecito.
Pedro soltó una carcajada, pero cuando a ella volvió a sacudirla otro clímax, gimió y sintió que el control se le iba de las manos.
El inventario, se dijo. Pensaría en el inventario. Mientras posaba las manos en sus rodillas levantadas y se hundía en su cuerpo, pensó en el almacén, en cuánto…
Era demasiado tarde, y su cuerpo tomó el mando de la situación. La penetró una y otra vez, más y más fuerte, y al abrir los ojos, sus miradas se encontraron. Otra contracción, otra… y alcanzó el clímax.
Mantuvieron la mirada fija el uno en el otro mientras el placer los invadía, y mientras Pedro derramaba su simiente dentro de ella, sintió que su cuerpo lo apretaba de nuevo y ya no hubo vuelta atrás.
Pedro observó la luz que se reflejaba en la pared del dormitorio. El lugar y la cama no le resultaban conocidos, pero sabía exactamente dónde estaba y lo que había hecho. Paula dormía a su lado, con su cuerpo cálido y femenino acurrucado contra él.
Estaba cansado, porque se habían quedado despiertos hasta muy tarde haciendo el amor, pero se sentía satisfecho.
Esperó a que apareciera la necesidad de escapar que normalmente llegaba a la mañana siguiente, pero la única emoción que lo embargaba era la confusión.
Técnicamente, tanto Paula como él eran adultos libres y dueños de sus actos que se gustaban y que obviamente se atraían, así que habían dado un paso natural. Era algo que le pasaba a todo el mundo.
Pero las cosas no eran tan sencillas. Paula y él no tenían una relación y además trabajaban juntos, aunque él siempre había tenido mucho cuidado de mantener su vida personal bien separada de la profesional. Y aunque en el pasado se habían amado lo suficiente para comprometerse de por vida, no creía en segundas oportunidades, así que ¿qué estaba haciendo allí?
Paula se movió a su lado, abrió los ojos y le dijo:
—Buenos días, ¿qué hora es?
—Casi las seis.
Ella soltó un gemido.
—Hoy me toca a mí ir a controlar la entrega de los pedidos, voy a llegar tarde —se sentó en la cama, y añadió con una sonrisa—: Voy a estar todo el día cansada, por tu culpa.
—Lo siento.
La sonrisa de Paula se ensanchó.
—No te disculpes, ha valido la pena.
Cuando ella se levantó y se estiró, Pedro pudo admirar su cuerpo a placer. La prueba material de su embarazo se extendía hacia él, dándole una apariencia más exuberante. Sus pechos eran más grandes que antes, y aunque ya los había acariciado milímetro a milímetro, estaba más que dispuesto a volver a hacerlo. Entonces miró su reloj, y soltó un gemido al darse cuenta de que él también iba a llegar tarde.
Cinco minutos después, Paula salió del cuarto de baño cubierta con un albornoz. Se había lavado la cara, y tenía el pelo recogido en una trenza.
—Tendré que volver en cuanto pueda para ducharme —le dijo, antes de darle un beso—. Tómate tu tiempo, pero acuérdate de cerrar la puerta cuando te vayas, ¿vale?
—Vale.
Ella entró en el vestidor, y apareció varios minutos después completamente vestida.
—Nos vemos en el restaurante —le dijo, antes de marcharse.
Pedro la siguió con la mirada, y se sentó en la cama. No había sido tan difícil.
Estaba en la habitación de su ex mujer, después de pasarse casi toda la noche haciendo el amor con ella, y se preguntó en qué demonios había estado pensando.
Paula llegó treinta segundos antes que el camión de entrega, y después de comprobar que todo estuviera en orden, guardó los productos que debían conservarse en frío. El cielo estaba despejado, los pájaros cantaban y el gato había dejado dos ratas muertas junto a la puerta trasera. Era un día fantástico.
Mientras se atareaba en la silenciosa cocina, se sintió en completa armonía con el mundo, como si todas las células de su cuerpo hubieran respirado hondo y se hubieran relajado. El sexo era algo muy beneficioso y tendría que practicarlo más a menudo, sobre todo si era tan bueno como la noche anterior.
Supuso que por eso Pedro era el amante perfecto. Sabía todo lo que a ella le gustaba sin que tuviera que decírselo, ya se habían desahogado desde un punto de vista físico y no tenían ninguna relación emocional.
Él le gustaba mucho, claro. Era un tipo decente, pero no era para ella. Ya lo habían intentado una vez, y el hecho de que no quisiera tener hijos era un impedimento demasiado serio.
Pero podía hacer que se le encogieran los dedos de los pies.
Se puso a trabajar en el menú de los platos especiales para aquella noche, y Jaime llegó a eso de las ocho y media. El gato sin nombre apareció poco después, regordete y satisfecho, en busca de mimos y caricias.
—No quiero saber lo que has estado haciendo —le dijo Paula—, pero no he visto ni un solo roedor desde que llegaste.
El gato ronroneó aún más fuerte.
—Hola a todos —saludó Zaira, al llegar a eso de las diez—. ¿Cómo se…? —se paró en seco con la mirada fija en Paula, y dijo—: Oh. Dios. Mío.
Paula se volvió un poco en su silla, convencida de que iba a descubrir a un extraterrestre a su espalda.
—¿Qué pasa? —le preguntó a su amiga.
—Eso te pregunto yo a tí.  Hay algo raro, lo noto… —Zaira se acercó a ella, y de pronto se echó a reír—. ¡Lo has hecho!, ¡te has acostado con alguien!
Paula lanzó una mirada a su alrededor, y se sintió aliviada al comprobar que Jaime no estaba en la cocina. Los camareros llegarían más tarde, así que tenía que aprovechar para controlar la situación.
—No sé de qué estás hablando —le dijo a su amiga; sin embargo, no sabía si estaba resultando demasiado convincente, porque no podía dejar de sonreír.
—Venga ya. Estás radiante y es obvio que no es por el embarazo, sino por algo más terrenal. No puedo creerlo, después de tanto tiempo… ¿quién es?, no…
Zaira se quedó inmóvil, con los ojos como platos y la boca abierta.
—Madre mía, te has acostado con Pedro.
—¿Era necesario que me enterara de eso? —comentó Federico al entrar en la cocina. Se apoyó en el mostrador, y le dijo a Paula—: Por favor, dime que no es verdad.
Ella volvió su atención al menú, y respondió con firmeza:
—No tengo ni idea de qué están hablando, pero salgan de mi camino si no van a trabajar, porque estoy muy ocupada.
—Es verdad, mírala —insistió Zaira—. La sonrisita, el hecho de que no se haya duchado…

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