sábado, 13 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 62

Veinte minutos más tarde, entraban en Haven, un local con doble fachada donde dos adultos estaban ocupados tratando con varios adolescentes de diversos entornos socioeconómicos. Más cerca, había un tablón de anuncios con los servicios que Haven ofrecía, desde terapias de grupo y programas contra la droga hasta ayuda para encontrar trabajo.
Nada contra asesinos en potencia.
Así como había puesto una fachada normal por el momento, algo en lo que era una experta, nunca en la vida había estado más asustada.
Un aroma delicioso le hizo gruñir el estómago.
-Café -en una mesa cercana había una cafetera grande-. ¿Crees que a alguien lo molestará?
-Sírvete a gusto -indicó Pedro.
Mientras se. servía en una taza de papel, volvió a repasar mentalmente lo sucedido. Aún seguía sin tener sentido que alguien tratara de estrangularla. La infidelidad no equivalía a llegar al asesinato. Sin importar que Pedro hubiera plantado la pregunta en su cabeza, quería creer que ese ataque era una coincidencia.
Aunque era raro que tuviera lugar justo después de que la noche anterior la empujaran a la calle...
Quizá su padre no supiera demostrarle cariño, pero estaba segura de que no quería verla muerta, sin importar lo que supiera sobre él. Era muchas cosas, y no todas buenas, pero no era un asesino.
Bebió un trago gratificante de café y le pasó una taza a Pedro.
-¿Te gusta esto? -preguntó él con una mueca, después de probarlo.
-Los mendigos no pueden elegir -murmuró, con la vista clavada en la caja de donuts.
-Tome uno -comentó una voz masculina detrás de ellos.
Paula se volvió para ver a un hombre de mediana edad, bajo, con una camiseta, vaqueros y pelo largo ondulado acercarse a saludarlos.
-Jerry Kramer -anunció-. ¿Qué puedo hacer por ustedes, amigos?
Paula aceptó la oferta del donut y Pedro se presentó y le habló de Delfina.
-¿Tienen una foto?
-La tenía, pero me robaron la mochila -tragó y se dio cuenta de que la garganta le dolía; probablemente estaba irritada tanto por dentro como por fuera-. Se parece a mí... Delfina es mi hermana menor.
El trabajador social movía la cabeza.
-No puedo decir que la viera por aquí.
-¿Y qué me dice de un refugio para jóvenes?
Humboldt House... ¿tiene la dirección?
La expresión amigable de Kramer se nubló un poco.
-Lo siento, no puedo darles esa información.
-¿Porque no la tiene o porque no quiere?
-Porque no puedo -repitió-. Lo que sí puedo hacer es ofrecerle el tablón de anuncios. Si su hermana viniera, lo vería. Si quiere ponerse en contacto con usted, lo hará.
Sabiendo que no iba a conseguir nada si insistía, aceptó dejar un mensaje. Al terminar, se marcharon de Haven y Pedro sugirió que fueran a comer algo.
-No tengo dinero -le recordó, y luego añadió con esperanza-. ¿El cajero?
-Hay un método más antiguo -con una floritura, alargó la mano.
-¿Te refieres a pedir?
La tensión la recorrió al pensar en mendigar. Pero se dijo que formaba parte de la experiencia. Si quería que su visión de la vida en la calle fuera precisa, pedir formaba parte de ello. Las calles eran duras. Y no pensaba dar marcha atrás en el acuerdo.
-De acuerdo, lo haremos a tu manera.
-Debería poder hacerlo a mi manera alguna vez, ¿no crees? -preguntó con una sonrisa.
Ya no hablaban del dinero para la cena.
Por la expresión de él, pensaba en lo que fuera que tuviera en mente para más tarde. En cómo le gustaría tomarla.
Hasta el momento, era ella quien había tenido casi todo el control de los encuentros íntimos. El mensaje de que tal vez le gustaría tomar la iniciativa le disparó la imaginación.
¿Le gustaría estar arriba, debajo, por detrás?
Podía verlos en todas y cada una de las posturas. Trató de tragar saliva, pero la garganta aún le dolía y de pronto tuvo la boca reseca y los pensamientos desbordados. Pensar en estar de nuevo con Pedro la inflamaba, pero no sólo quería tener sexo con él...
Sin embargo sabía que era inútil anhelar más.
-Bueno, ¿de dónde saco el típico bote de metal?
-Me temo que tendrás que arreglarte con una taza de papel.
Los cruces de seis calles eran puntos buscados por los indigentes para pedir, ya que no sólo había muchos coches, sino también mucho tráfico de a pie. Sin embargo, estaba demasiado cerca de su casa como para sentirse cómoda. ¿Y si la veía alguien a quien conocía? Se bajó más la visera de la gorra y rezó para que nadie la reconociera.
Se plantó sola en el bordillo, para poder pedirle tanto a los transeúntes como a los coches. En vez de quedarse a su lado, Pedro retrocedió para situarse con la espalda contra un edificio, con el fin de que no diera la impresión de que iban juntos. El razonamiento que hacía era que una mujer sacaría más dinero si estaba sola y parecía desesperada.
Y lo estaba...

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