viernes, 19 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 15

Pedro atravesó el comedor a las ocho y media de aquella noche. Todas las mesas estaban llenas, y no quedaba ni un solo asiento vacío en el bar. La música tranquila se mezclaba con las conversaciones y las risas de los comensales, el aroma de la comida impregnaba el ambiente, y abundaban los comentarios de sorpresa conforme la gente iba probando los distintos platos especiales de Paula.
Habían evitado el desastre.
Tres horas en el mercado corriendo de un lado a otro buscando champiñones, chalotas, pescado, marisco y varios ingredientes para las ensaladas habían dado como resultado un menú del chef capaz de engañar a todo el mundo. No podía creer que Paula hubiera podido organizarlo todo en tan poco tiempo, pero lo había logrado.
Cruzó la puerta batiente de la cocina, cuya locura de actividad febril y ruidosa contrastaba de lleno con la tranquila elegancia del comedor.
—¡Sube el fuego! —gritó uno de los cocineros—. ¡Sube el fuego, capullo esmirriado!
—¡Cabrón! —le contestó el otro hombre, sin levantar la mirada de la sartén donde estaba salteando unas gambas con verduras.
—Mesa tres, estoy esperando la crema de langosta —gritó Zaira desde la parte delantera—. ¡Quiero una crema, señoritas! ¿Tan difícil es?
Otro chef le dió un cuenco lleno y ella lo tomó con maestría, lo colocó sobre una bandeja, se volvió con total dominio y volvió al comedor.
Pedro se acercó a Paula, que lo estaba observando todo con expresión de ansiedad. Ella tocó con un dedo los pedidos que tenía alineados, y se volvió hacia él.
—¿Qué es lo siguiente? —le preguntó.
—Dos mesas de cuatro, de aquí a unos cinco minutos.
—Vale. En cuanto se sienten, cambia los menús —Paula sacudió la cabeza, y añadió—: Odio todo esto.
—Ya lo sé, lo siento.
—Sí, claro, como si eso me sirviera de algo.
Pedro estaba tan enfadado como ella, pero sabía que no serviría de nada exteriorizar lo que sentía, y con uno de los dos gritando ya había suficiente. Los contratos con los antiguos proveedores ya se habían cancelado y los nuevos empezarían a servirles por la mañana, y él pensaba estar allí para asegurarse de que todo estuviera en orden. Si no era así, que se prepararan.
—Nunca había tenido que hacer esto —añadió Paula—. Es la noche de la inauguración, Pedro, y estoy haciendo malabarismos con el menú. Un solo pedido especial podría hundirme, y no tengo ninguna necesidad de aguantar tanta presión.
La pequeña impresora de la esquina escupió tres nuevos pedidos, y Paula se abalanzó a por ellos. Pedro fue hacia la puerta de la cocina, y se cruzó con Zaira.
—¿Aún sigue amenazándote con matarte? —le preguntó ella.
—A la cara, no.
—Tendrías que haber estado aquí antes —Zaira bajó la voz, y le dijo—: sorbete de naranja. Tráele un poco, y la tendrás comiendo de la palma de tu mano. Siempre que te vaya ese rollo, claro.
—¿Por qué estás siendo tan amable conmigo? —le preguntó él, mirándola con suspicacia.
—Porque el sexo con tu hermano fue tan fantástico, que me siento en armonía con el mundo entero. Te sugeriría que lo probaras, pero creo que ninguno de los dos queremos profundizar en la idea.
—Desde luego que no.
Pedro salió de la cocina, y se dirigió a su despacho. Irse del restaurante no era una opción, y menos en la primera noche, pero era el gerente y sabía delegar. Una vez allí, llamó a Federico por teléfono.
—Hazme un favor —le dijo—, párate en alguna tienda de camino hacia aquí, y compra un poco de sorbete de naranja.
Para cuando se fueron los últimos comensales, la cocina estuvo limpia y el personal se marchó, ya era más de medianoche. Paula estaba sentada en una silla de una de las mesas redondas para seis, con los pies apoyados en otra silla y la espalda dolorida.
Hasta la última célula de su cuerpo parecía gemir de agotamiento. Llevaba en el restaurante desde poco después de las seis de la mañana, y aunque las jornadas de dieciocho horas no eran algo fuera de lo común en aquel negocio, estaba embarazada y eso parecía cambiarlo todo.
—Lo has hecho muy bien, me has dejado impresionada —le dijo Dani.
—Gracias, pero no me ha gustado nada tener que cambiar de menú a mitad de la velada.
Eso había doblado el trabajo en la cocina, pero lo habían conseguido y la primera noche había sido un éxito rotundo.
Hugh, el marido de Dani, levantó su vaso de vino hacia ella.
—Por Paula, una gran chef.
—Por Paula.
Todo el mundo se sumó al brindis, y Paula sonrió.
—Gracias, son muy amables. Y si alguno de vosotros se ofreciera a sustituirme mañana, le estaría más que agradecida.
—No creo que sea una buena idea —comentó Zaira, que estaba sentada junto a Federico—. Tú eres la que tiene talento.
—Eso es lo que se rumorea.
Paula tomó su vaso de agua. Llevaba media hora fingiendo que bebía vino, pero no le quedaban ganas de seguir con el jueguecito. La mitad de las personas sentadas a la mesa ya sabían la verdad… Zaira, Federico, ella misma, así que Dani, Martín y Pedro eran los únicos que ignoraban lo que pasaba.
Les lanzó una mirada a Dani y a su marido. La hermana de Pedro estaba sentada en el regazo de Martín, con las piernas colgando de uno de los brazos de la silla de ruedas de él. Era un hombre alto y musculoso, que había sido una estrella del rugby en la Universidad de Washington. En su último año allí se había lesionado, y había quedado paralizado de cintura para abajo. Dani había estado a su lado durante todo el proceso de recuperación y de rehabilitación, y su amor no había flaqueado ni un solo momento.
Paula no sabía cómo se las arreglaban para tener una vida sexual, pero teniendo en cuenta las heridas de Martín, no podía ser de forma demasiado convencional. Se preguntó qué pasaría cuando quisieran tener hijos, y al darse cuenta de que quizás Dani se sintiera mal al enterarse de su embarazo, decidió no revelar la noticia en ese momento. Tendría que sincerarse con Pedro  tarde o temprano, pero no esa noche.
Y hablando de Pedro…  Paulavolvió su atención hacia su ex marido. Aún estaba enfadada por su insistencia de utilizar unos proveedores que les habían tomado el pelo, pero tenía que admitir que había aceptado el traspiés como un caballero y que se había esforzado al máximo por ayudarla. Siempre había sido un hombre fiable en una crisis, aunque en el día a día perdía muchos puntos.
—Tus patatas fritas con pescado han arrasado —le dijo Pedro. Inclinó la cabeza, y añadió—: Me rindo ante tu habilidad culinaria.
—Es lo que tienes que hacer —le dijo Zaira.
—Ha sido nuestra primera victoria, esperemos que la sigan muchas otras —comentó Paula.
—Voy a buscar un poco más de vino, ¿alguien quiere? —dijo Pedro, mientras se levantaba de la silla.
La respuesta fue un «no» generalizado, y Pedro supuso que la reunión iba a acabar de un momento a otro. Tanto Dani como Martín tenían que levantarse temprano, y como Federico y Zaira se estaban mirando el uno al otro como tiburones observando a su presa, lo más probable era que se levantaran de un momento a otro para hacer cosas en las que prefería no pensar.
—Ven a la cocina un momento —le dijo a Paula.
Ella se puso de pie y le siguió.
—Si hay ratas, prefiero no saberlo.
—El restaurante está en un edificio bastante viejo, ¿tú qué crees?
—Ya sé que es inevitable, pero no quiero verlas —dijo ella, con un estremecimiento.
—Tengo un exterminador muy bueno.
—Más te vale, porque odio a las ratas. Es por las colas, parecen escamosas. ¿Por qué no tienen colas peludas?
—Ni idea.

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