domingo, 21 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 23

Paula  asintió. Sus dos hermanas se habían casado menos de dos años después de salir del instituto, pero ella nunca le había encontrado la gracia a atarse a un hombre, encerrarse en casa y empezar a producir niños. Aunque tampoco había planeado ser madre soltera, claro.
—Me he abierto camino en un mundo de hombres —dijo con optimismo—. En cuanto se sepa lo del bebé, todo el mundo empezará a tratarme como a una reina, y si no es así, tengo a Zaira para protegerme.
Pedro recorrió el restaurante vacío con la mirada.
—¿Está con Federico?
—Supongo que sí. Estoy segura de que están haciendo el amor como conejos en este mismo momento.
—Será mejor que dejemos el tema, ninguno de los dos queremos tener esa imagen en el cerebro —dijo Pedro, con una mueca.
—Tienes razón. Zaira es la persona más sexual que he conocido en mi vida.
—Dímelo a mí. Aquella vez que nos pilló in fraganti, pensé que iba a ofrecerse a unirse a nosotros.
Paula se echó a reír.
—Creo que a lo mejor nos lo habría propuesto, si no hubiéramos estado casados. Después me dijo que eras mucho más impresionante desnudo de lo que se había imaginado.
—Genial. No necesitaba saber eso.
—Pero Zaira es prácticamente una leyenda —le dijo ella, en tono de broma—. ¿No querrías probar para saber por qué?
—No.
—Pero, Pedro…
—No me interesa acostarme con tu mejor amiga, ¿está claro? —le dijo él, mientras la fulminaba con la mirada.
—Vale, tú te lo pierdes.
—Si quieres detalles, pídeselos a Federico. Estoy seguro de que no le importará contártelo todo.
—No, gracias —a Paula le gustaba bromear con Pedro sobre Zaira, pero realmente no quería saber cómo era su amiga en la cama. Eso sería demasiado raro—. Bueno, si no quieres saber nada de Zaira, ¿en quién estás interesado?
—¿Me estás preguntando sobre mi vida sentimental?
—Claro —Paula sospechaba que no había nadie en su vida en ese momento, porque no la habría besado si tuviera alguna relación con alguien.
—No estoy con nadie. ¿Y tú?
—Has hablado con Federico, así que ya sabes que yo tampoco —le dijo, convencida de que había ido a ver a su hermano para que le explicara lo que pasaba.
—¿Por eso optaste por la fecundación in vitro?
—Sí, me cansé de esperar a que apareciera Don Perfecto; al parecer, su vuelo se retrasó o se casó con otra persona por error.
A Pedro no le gustó nada aquel comentario. Había habido un tiempo en el que él había sido Don Perfecto… aunque aquello había cambiado cuando el matrimonio se había roto, por supuesto.
—¿Eso es lo que quieres?, ¿un matrimonio tradicional? —le preguntó.
—Sí. Nunca pensé que sería una madre soltera. No me da miedo arreglármelas sola, pero habría preferido formar parte de algo más. Pero no importa, sé que puedo hacerlo.
Pedro no lo dudó ni por un segundo, porque Paula siempre había puesto todo su empeño en lograr sus objetivos.
—Comentaste que sería en septiembre. ¿Cuándo?
—El doce. Tengo la ventaja de saber el día exacto en que me quedé embarazada.
—¿Lo llevas bien en la cocina?
—Claro. Tendré que sentarme más después del séptimo mes, pero aún podré ocuparme de todo. El embarazo es una de las razones de que quisiera que Zaira se viniera a trabajar conmigo, ella tomará el relevo. Me tomaré una pequeña baja por maternidad, y volveré al trabajo en tres semanas.
—¿No quieres quedarte en casa más tiempo con el bebé? —le preguntó él, sorprendido.
—Voy a traérmelo al trabajo. ¿Por qué crees que elegí el despacho más grande?
¿Un niño?, ¿allí?
—No puedes traértelo.
—¿En serio?, ¿por qué?
Pedro  se la quedó mirando, incapaz de pensar en una sola razón.
—Exacto —dijo ella—. ¿Por qué no puedo traérmelo?, al menos durante los primeros meses. Voy a darle de mamar, así que tendré que mantenerlo cerca, y ya tengo apalabrada a una niñera fantástica que se parece a la mujer de Papá Noel. Para cuando mi hijo o mi hija esté en edad preescolar, tendré mi propio restaurante.
Paula  siempre lo tenía todo planeado.
—El niño va a saber lo que es una sartén antes de aprender a caminar —comentó Pedro.
—Eso espero.
Pedro ensartó unas patatas con el tenedor. No le extrañaba que sus pechos estuvieran más grandes, si estaba de cuatro meses. Contuvo las ganas de sonreír, al darse cuenta de que Paula lo acusaría de ser un hombre típico por haber notado aquello antes que nada.
Al recordar su primer embarazo, se dio cuenta de que aún había más cambios en ella. Ambos se habían sentido tan felices… asustados, pero felices. Y entonces la culpa había empezado a corroerlo, y la situación se le había escapado de las manos.
Lo más lógico hubiera sido contarle lo de Camila, pero nunca había encontrado las palabras ni el momento adecuados, así que se había ido distanciando de ella y del hijo que crecía en su vientre. Había hecho todo lo posible por ignorar cómo iba cambiando su cuerpo, hasta que un día ella le había llamado llorando y aterrada.
—Aquella vez también estabas de cuatro meses —dijo, sin saber si era una buena idea mencionar el pasado.
Ella se sirvió un poco más de ensalada antes de contestar.
—Ya lo sé, he estado pensando en ello. Según mi ginecóloga, lo que sucedió es una de esas cosas que pasan y ya está. Probablemente había algún problema con el niño, y por eso lo perdí. Me ha dicho que estoy completamente sana, y que no hay razón para pensar que vaya a perder también éste.
—¿Has pasado de la fecha…?
—Dentro de dos semanas.
Pedro no necesitaba preguntarle si estaba preocupada, porque podía verlo en sus ojos.
La vez anterior, se había quedado devastada, y recordó cómo la había abrazado mientras ella sollozaba por la pequeña vida que se había perdido. Por su parte, él se había sentido tanto desolado como aliviado, porque no iba a tener que decidir a quién querría más… si a Camila, o al nuevo bebé; sin embargo, el dolor de Paula había sido demasiado hondo para poder contenerlo, y se había mostrado inconsolable.
El tiempo había cicatrizado las heridas, como siempre, y cuando ella le había propuesto ocho meses después que lo intentaran de nuevo, él le había dicho que no quería tener hijos. Había sido más fácil que contarle la verdad, que confesarle que no podía soportar otra pérdida más… no mientras Camila luchaba contra la leucemia.
—Solíamos hacer esto montones de veces —comentó ella—. Nos quedábamos hasta tarde hablando, mientras el resto del mundo se iba a dormir.
—Nos regimos por el horario del restaurante, el mundo es un lugar diferente de noche.
—Solía compadecer a los pobrecitos que tenían que levantarse temprano, me gustaba quedarme despierta hasta las dos o las tres de la madrugada. En aquel entonces no tenía que llegar a primera hora para supervisar las entregas y planificar los especiales del día.
Pedro miró los platos, que aún estaban llenos de comida, y le dijo:
—¿Quieres llevarte lo que ha sobrado a tu casa?
—Claro, me lo comeré para desayunar.
—¿Pescado para desayunar?, qué asco.
—Oye, muchachote, que estás hablando de mi pescado. Está buenísimo.
—Pues cómetelo todo.
Pedro se levantó y fue a la cocina a por unos recipientes. Después de que Paula metiera allí todo lo que había sobrado, llevaron los platos sucios a la cocina y recogieron sus abrigos.
—¿Necesitas algo? —le preguntó él, mientras la acompañaba a su coche después de cerrar con llave la puerta trasera del restaurante.
Paula  lo miró, y dijo:
—Vaya, genial. Ahora que sabes que estoy embarazada, no va a haber quien te aguante, ¿verdad?
—Si con eso quieres decir que me voy a preocupar por ti, entonces tienes razón.
Ella se paró al llegar junto a su Volvo, y se apoyó contra la puerta del conductor.

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