sábado, 27 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 50

En ese momento empezó a sonar el móvil de Pedro, y al ver la rapidez con la que él lo agarraba, Paula recordó que estaba esperando que le informaran sobre los resultados de las pruebas de compatibilidad.
—Es Tracy —dijo él, con la mirada fija en la pantalla, antes de apretar el botón y contestar—. Dime.
Paula mantuvo la mirada fija en él. Al principio vio el brillo de preocupación en sus ojos, pero al ver que su boca se curvaba en una sonrisa, supo lo que iba a decirle antes de que colgara.
—¡Soy compatible! —exclamó él, eufórico—. Tengo que hacerme algunas pruebas más, pero como estoy sano, se da por supuesto que vamos a poder seguir adelante con esto. Puedo salvarla.
Como sabía cuánto significaba aquello para él, Paula dejó al margen su propia confusión.
—Me alegro —le dijo con sinceridad, mientras le daba un fuerte abrazo—. Vamos a celebrarlo. Aunque no podemos salir a tomar unas copas, pero podemos cenar… o tú puedes beber si quieres, y yo me limitaré a mirar.
—Nada de licor para mí, quiero estar bien sano —dijo Pedro—. Vamos a comer una ensalada.
—No puedo creer que hayas dicho eso —comentó Paula, con una carcajada.
—Yo tampoco.
—Vamos a llamar a tus hermanos para celebrarlo juntos, también están deseando saber los resultados.
—Buena idea —dijo él.
Mientras él se ponía en contacto con Federico Agustín y Dani, Paula se puso los calcetines y los zapatos. Pedro era un hombre tan especial… era cariñoso y decidido, además de un buen padre para Camila, pero su corazón parecía incapaz de ir más allá. Nadie podía entrar en él, así que sólo una tonta pensaría que podía cambiarle.
Sin embargo, al verlo reír mientras hablaba con Federico, no pudo evitar desear que las cosas fueran diferentes, que él pudiera dejarla entrar, que hubieran podido permanecer juntos y formar una familia propia.
Había un número finito de institutos en la zona de Seattle, y Agustín había tenido la suerte de localizar a Ben a la primera. Su amigo había cursado su segundo año en el West Seattle, y había habido siete mujeres llamadas Ashley en su mismo curso y casi treinta en todo el instituto.
Después de hacer una lista con todas ellas, Agustín  había pasado algún tiempo navegando por Internet para buscar información sobre matrimonios, cambios de nombre y direcciones. Algunas de ellas se habían marchado de la ciudad, y como Ben había estado con su novia por última vez justo antes de marcharse a Afganistán, había eliminado de la lista a todas las que se habían ido hacía más de dieciocho meses. Había aplicado el mismo criterio para las que estaban casadas, y la lista se había reducido a once candidatas.
La primera de ellas vivía en Bellevue, al este del lago Washington, y se llamaba Ashley Beauman. Agustín enfiló por la calle residencial donde ella vivía el martes por la mañana, poco después de las diez; aunque lo más probable era que no estuviera en casa, por lo menos podría localizar el sitio exacto donde vivía y volver más tarde.
Sin embargo, al llegar a la casa vio un coche en el camino de entrada, y varios juguetes para niños pequeños en el jardín. O Ashley le había estado ocultando algún secreto a Ben, o no era la persona que buscaba.
Después de aparcar su X5, fue hacia la puerta y pasó por encima de un pequeño triciclo por el camino. Al primer timbrazo, contestó una mujer rubia con aspecto cansado, que llevaba a un niño apoyado en la cadera.
—Hola, dígame.
Agustín  se había vestido con ropa informal deliberadamente. Con una sonrisa, se presentó y le explicó que estaba buscando a una conocida de un compañero suyo en los marines.
—No me acuerdo de ningún Ben del instituto —dijo la mujer, mientras se cambiaba al niño de cadera—. ¿Estaba en mi mismo curso?
Agustín se sacó dos fotografías de Ben del bolsillo. La primera era de su época en el instituto, y la segunda había sido tomada cuatro meses atrás en el campamento base.
La mujer las observó con atención, y negó con la cabeza.
—Lo siento, pero no lo conozco —frunció el ceño, y le preguntó—: ¿Por qué ha decidido preguntarme a mí?
—Su novia se llamaba Ashley.
—Está de broma, ¿no? ¿Va a hablar con todas las Ashley que fueron al instituto con su amigo?
—Sí, hasta que la encuentre.
—Buena suerte —la mujer vaciló un momento antes de decir—: Su amigo ha muerto, ¿verdad? —al ver que Agustín asentía con la cabeza, añadió—: Lo siento, espero que la encuentre.
—Lo haré.
—Yo no voy a tener ningún problema, estaré sedado todo el tiempo. Es Camila la que tiene que hacer el trabajo duro —dijo Pedro.
Paula  asintió. Había buscado información por Internet, y sabía que Pedro se despertaría con un par de hematomas y se recuperaría en dos o tres días, pero que Camila lo pasaría mucho peor mientras su cuerpo asimilaba el trasplante de médula ósea.
—¿Te arrepientes de haber decidido posponer tu encuentro con ella para más adelante?
—No. Ya tiene bastante con todo lo que le está pasando, así que quiero que se concentre en recuperarse. Ya tendremos tiempo para conocernos.
Varios miembros del personal del hospital entraron en la habitación, y una de las enfermeras les dijo:
—Ha llegado el momento.
—Vale —Paula  se inclinó a besarlo, y le dijo—: Estaré aquí cuando te despiertes.
—No hace falta, estaré bien.
—Ya lo sé.
—Gracias —le dijo él, mientras le daba un ligero apretón en la mano.
Paula esperó a que se lo llevaran en una silla de ruedas, y después se unió a Federico en la sala de espera.
—Tienes una barriga enorme —le dijo él al verla entrar.
—Vaya, muchas gracias —sonrió ella.
Él dio unas palmaditas en el asiento que había junto a él, para que se sentara a su lado en aquella sala colorida y llena de plantas, y comentó:
—Sólo estoy intentando distraerte, no hay razón para preocuparse.
—Eso me dice todo el mundo, y no es que esté preocupada.
—Entonces, ¿qué te pasa?
—No lo sé, todo esto me resulta un poco raro. Hace tres meses hacía siglos que no hablaba con Pedro, y ahora…
—Ahora estás en un hospital, mientras esperas a que se someta a una simple intervención médica que puede salvarle la vida a una niña cuya existencia desconocías, ¿no?
—Muy buen resumen.
Federico se reclinó en el sofá, y agarró un vaso de café de plástico.
—¿Te molesta que quiera ayudar a Camila?
—No es que me moleste, porque quiero que ella se cure y la verdad es que su participación en esto era incuestionable. Pedro es un buen hombre, es normal que quiera ayudar a su hija.
—Pero…
—Pero… ¿por qué no se portó así conmigo?
—¿Cuando perdiste el bebé?
Paula  asintió. ¿Por qué no le había importado?, ¿por qué se había negado a abrirle el corazón a su hijo?
—Me ocultó tantas cosas… no es demasiado abierto desde un punto de vista emocional.
—¿Y eso te importa?
Paula sabía que no debería ser así, porque Pedro y ella no estaban juntos, pero a pesar de todo…
—No lo sé —admitió—. Vamos a cambiar de tema.
—Vale, podríamos hablar de lo guapo que soy.
—Podríamos hablar durante horas de eso.
—Sí, es verdad, y además es uno de mis temas preferidos —dijo Federico,con una sonrisa presuntuosa—. Anda, empieza tú.
—No, gracias —dijo Paula, con una carcajada—. ¿Has hablado últimamente con Zaira? Ha estado bastante ocupada durante estos últimos días, y casi no le he visto el pelo.
—Agustín y ella estuvieron en el bar hace un par de semanas, pero no los he visto desde entonces.
—Tiene un montón de cosas en la cabeza, me comentó que a lo mejor tiene que irse —Paula recordó lo que su amiga le había explicado sobre la familia que tenía en Ohio—. Entiendo que tuviera una vida antes de venir a Seattle, pero no quiero que se vaya. Dios, parece que de pronto sólo me preocupo de mí misma —con un suspiro, admitió—: Voy a echarla mucho de menos.
—Ha sido una buena amiga para tí.
—Sí. Tú también eres genial, pero no entiendes de cosas de chicas. Nunca quieres hablar sobre pedicuras.
—O sobre depilación.
—Es verdad —dijo ella, con una sonrisa.
—¿Ha entrado ya? —les preguntó Dani, al entrar en la sala.
—Sí, hace un par de minutos —dijo Federico, mientras se levantaba—. ¿Cómo está mi hermanita pequeña?
—No es mi mejor momento, pero voy sobreviviendo —Dani abrazó a Federico, y después sonrió a Paula—. ¿Tu oferta sigue en pie?
—Claro que sí. ¿Quieres ser mi compañera de piso?
Dani se dejó caer en el asiento de Federico, y asintió.
—Sí, si a tí no te importa. Tengo que salir de mi piso en cuanto pueda.
—¿Qué te parece ahora mismo?, ¿por qué no vamos a hacer otra llave mientras Pedro sigue anestesiado? Podrías trasladar todas tus cosas esta misma tarde; además, voy a quedarme con él durante un par de días, así que vas a tener la casa para ti sola mientras te instalas.

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