miércoles, 17 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 4

—Eres muy lista, Paula, pero no es propio de tí andarte con jueguecitos.
—Quería el trabajo, y era la única manera de conseguirlo.
—No va a hacerle ninguna gracia.
Ella se levantó, y dijo:
—No creo que le incumba. Pedro y yo llevamos casi tres años divorciados, y ahora vamos a tener que trabajar juntos. Es una relación muy moderna, del nuevo milenio.
—Paula, cuando mi hermano se entere de que estás embarazada, se va a organizar una buena, y por más razones de las que te imaginas.
Cuatro días después, Paula fue al Waterfront y dejó su coche en el aparcamiento vacío. Era un típico día de marzo, frío y nublado, con la promesa de lluvia en el ambiente. Al salir del automóvil y pisar el pavimento agrietado, inhaló el olor a madera mojada, agua salada y pescado. Las gaviotas sobrevolaban la zona con sus gritos estridentes, y el viejo edificio del restaurante destilaba un aire de desolación. Las remodelaciones y los pequeños parches no conseguían ocultar que la estructura había pasado por una mala época.
Paula pensó para sus adentros que no había nada más triste que un restaurante desierto. Era media mañana, así que en circunstancias normales tendría que haber bastante actividad; los cocineros tendrían que haber llegado para ir preparándolo todo, el chef tendría que haber planeado el menú del día y comprobado las entregas, y el aroma de la leña quemada en la parrilla y de las especias tendría que impregnar el aire. En cambio, el único movimiento lo aportó una página errante de periódico al pasar por delante de su coche.
Aquél era su nuevo lugar de trabajo. Ya había firmado los documentos y los había enviado al despacho de Pedro, así que aquél sería su mundo durante los tres años siguientes, y estaba en sus manos conseguir que volviera a ser un éxito.
Sintió que se le formaba un nudo de excitación y de anticipación en el estómago. En circunstancias normales lo celebraría con sus amigos con una deliciosa comida y un buen vino, pero de momento, el vino tendría que esperar.
—Por una buena razón —susurró, mientras posaba una mano sobre su estómago.
En ese momento oyó que llegaba otro coche, y al volverse vio un BMW Z4 azul oscuro aparcando junto a ella. Contempló el caro descapotable, y se le ocurrieron al menos media docena de comentarios antes de que Pedro se bajara. ¿Acaso no se había fijado en el tiempo durante los últimos treinta y pico años?, ¿era una buena idea llevar un descapotable en invierno?
Sin embargo, cuando él abrió la puerta y bajó del coche, fue incapaz de hacer otra cosa que sonreír y saludarlo con la mano. Mientras él se erguía en su impresionante metro noventa y se ajustaba la chaqueta de cuero, se sintió como la protagonista de un anuncio de colonia masculina, cuyo papel consistía en contemplar al modelo en cuestión con la boca abierta y expresión de adoración. El guión tendría que leerlo alguien a quien aún le funcionara el cerebro.
Cuando se le tensó la garganta, empezaron a temblarle los muslos y sus pechos parecieron extenderse hacia él, se dio cuenta de que la situación iba por muy mal camino. En aquellas circunstancias, una reacción visceral hacia su ex marido parecía una idea poco recomendable.
No le preocupaba que su reacción tuviera algún significado especial; estaba embarazada, y por lo tanto se pasaba el día entero en un baño de hormonas. Se echaba a llorar al ver algún anuncio sensiblero, sollozaba cuando un niño abrazaba un cachorrillo, y sentía la necesidad de mandarle al mundo entero una postal edulcorada.
Así que, fuera lo que fuese lo que estaba sintiendo en ese momento por Pedro no tenía nada que ver con él. El culpable era el pequeño feto que llevaba en su vientre… aunque eso no impedía que se comportara como una tonta, claro.
Tenía que recordar que era una chef de armas tomar con fama de ser dura y difícil, además de perfeccionista. Trabajaba con unos cuchillos muy afilados, y podía partir huesos de pollo con sus propias manos.
—¿Lista para enfrentarte al mundo? —le preguntó Pedro al acercarse a ella.
—Claro, al menos a la parte que me toca —Paula lo siguió hasta la puerta principal, y comentó—: voy a necesitar una llave.
Él se metió la mano en el bolsillo, y sacó un llavero.
—Están marcadas. Puerta principal y trasera, despensas, bodega y almacén de licores.
Pedro abrió la parte derecha de las puertas dobles de madera y cristal, y se apartó a un lado para dejar que ella le precediera. Paula entró en el local en penumbra, y deseó no haberlo hecho en cuanto el olor la golpeó de lleno.
—¿A qué huele? —preguntó, mientras se abanicaba con una mano.
Parecía una desagradable mezcla de piel chamuscada, pescado y carne en descomposición y madera podrida.
—Es un olor bastante fuerte —admitió Pedro—. Las despensas no se limpiaron antes de cerrar, era aún peor cuando vine la semana pasada.
Paula no pudo imaginarse algo peor, y apenas pudo contener las ganas de vomitar. Estaba embarazada de casi cuatro meses, pero era la primera vez que sentía náuseas.
Pedro abrió las puertas de entrada de par en par, y encendió los ventiladores.
—Enseguida se despeja.
Ella frotó el zapato contra la moqueta, y comentó:
—El olor no va a desaparecer limpiando sólo una vez.
—Ya lo sé. Ésta es la única zona donde no hay parqué, así que cambiaremos la moqueta en cuanto acabemos con el suelo.
Pedro  rezó para que con aquello bastara. Al menos el local estaba bastante bien, ya que tenía un techo alto y unos grandes ventanales; por regla general, a la gente le gustaba disfrutar de las vistas.
Pedro se acercó a unos grandes caballetes que mostraban el diseño que tendría el comedor, y comentó:
—Como puedes ver, estamos haciendo algunos cambios, pero no hay tiempo para una remodelación completa.
—Claro.
Paula pasó junto a él, sin prestar demasiada atención a los diseños. La parte delantera del restaurante no era de su incumbencia, ni le interesaba demasiado. Lo que quería era ver la cocina, así que fue hasta la parte posterior del comedor y pasó por la puerta batiente. La peste era aún peor allí, pero la ignoró mientras contemplaba sus nuevos dominios.
Mientras observaba la enorme parrilla, los ocho fogones y los hornos, se dijo que al menos todo estaba bastante limpio. Había una zona de preparación, con un largo mostrador de acero inoxidable que tenía un fregadero para las ensaladas y un gran surtido de ollas, sartenes y cuencos. Ni siquiera tuvo que cerrar los ojos para imaginarse cómo sería… el calor de la parrilla y de los fogones, el silbido del vapor, los gritos de «plato acabado», o «listo para cocinar».
Debido a la época en que se había construido el local, la cocina era grande y estaba bien ventilada. Las esteras parecían nuevas, y al tomar una de las ollas, comprobó que era resistente y de buena calidad. El siguiente paso era comprobar la despensa.
—Al menos podrías fingir que te interesa —dijo Pedro, desde la puerta de la cocina.
—¿El qué? —le preguntó ella, al volverse hacia él.
—La parte delantera del local, la decoración y la organización de las mesas.
—Claro —Paula pensó durante unos segundos, sin saber qué decir—. Está muy bien, es realmente impresionante.
—¿Crees que puedes engañarme?
—No, pero tampoco debería sorprenderte mi reacción. Sólo me importa lo grande que es el comedor y la configuración de las mesas.
Era importante saber cuántas mesas de seis y de ocho había, y el planteamiento a seguir en caso de que hubiera un grupo bastante grande. Una de las cosas que más molestaban al personal de cocina era un pedido sorpresa para doce.
—Preguntaré para informarme. Bueno, ¿qué te parece?
Paula  sonrió, y admitió:
—No está mal. Voy a tener que hacer un inventario detallado, ¿cuál es el presupuesto para nuevo equipamiento?
—Prepara una lista con lo que necesitas, y ya te diré algo.
—Soy la chef ejecutiva, así que tendría que decidir lo que se compra.
—Se te olvida que te conozco, Paula. Te conectarás a Internet y empezarás a comprar Dios sabe qué en Alemania y en Francia, y te habrás gastado veinte de los grandes antes de que me dé cuenta.
Ella se volvió para que no pudiera ver su sonrisa, y dijo:
—Yo sería incapaz de hacer algo así.
—Sí, claro. Y lo dice la mujer que pidió un juego de cuchillos como regalo de boda.
Paula se volvió de golpe, más que dispuesta a ponerlo en su lugar.
—Pedro…

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