jueves, 18 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 6

—Lo estás sacando de contexto. En aquel entonces estábamos casados, y un restaurante es un espacio demasiado pequeño para que un matrimonio pueda coexistir en él.
—En aquellos tiempos dijiste un montón de cosas, pero me pregunto cuántas fueron acertadas.
Paula esperaba que él se enfadara ante aquel comentario que lo cuestionaba, pero Pedro sonrió y dijo:
—Supongo que el sesenta por ciento, más o menos.
—Me parece que estás siendo demasiado generoso.
—Claro, porque estamos tratando de un tema muy interesante.
—¿Te refieres a ti mismo?
—¿A quién si no? —la sonrisa de Pedro se ensanchó aún más.
—Hombres… —refunfuñó ella, antes de quitarse el abrigo y dejarlo sobre el mostrador.
Tuvo mucho cuidado de mantenerse de espaldas a él, para que no pudiera ver su sonrisa. Pedro aún podía hacer que quisiera cortarlo en pedacitos, pero nunca había sido un hombre aburrido.
—Ya no estamos casados, así que estoy segura de que trabajaremos bien juntos, siempre y cuando recuerdes los límites de tu autoridad —se volvió hacia él, y señaló la puerta de la cocina—. Éste es mi mundo, así que ni se te ocurra invadirlo y tomar el control.
—De acuerdo. Gloria prometió que sólo se acercaría al restaurante como comensal, fue una de las condiciones que le puse para acceder a ayudarla, así que ella tampoco te molestará.
—Perfecto.
Aunque Paula no creía que la abuela de Pedro  fuera tan mala como él la pintaba, nunca habían tenido una relación demasiado estrecha. Siempre que estaba cerca de ella, Gloria parecía olisquear el aire como si su olor le resultara desagradable.
Se sacó una pequeña libreta del bolsillo, y dijo:
—Vale, manos a la obra. Necesito una semana para poner a punto la cocina, y como ya tengo un montón de ideas sobre el personal, sólo hay que pensar en la limpieza y en el abastecimiento del equipo y de la comida. Antes de decidir lo que hace falta, tenemos que hablar de los menús.
—¿Para cuándo puedes tenerlos listos?, yo te daré el visto bueno final.
Paula enarcó una ceja.
—¿Vas a decirme lo que tengo que cocinar?
—Esta vez, sí.
Paula no pensaba ceder, pero decidió dejar aquella batalla para cuando estuvieran listos los menús.
—Dentro de un par de días te diré cómo va la cosa. ¿Cuánto tardarás en tener lista la parte delantera del local?
—Dos semanas.
Pedro utilizó un lápiz óptico para comprobar algo en su PDA, y Paula se acercó un poco para poder mirar por encima de su hombro.
Aquello fue un gran error, porque de inmediato fue más que consciente de su cercanía. El calor  de su cuerpo pareció alimentarla desde dentro, y sus pulmones se llenaron de su aroma; por desgracia, él seguía teniendo su olor de siempre, una mezcla de piel limpia masculina y de algo que era único en él.
Los recuerdos olfativos eran muy poderosos. Eso era algo que había aprendido en la escuela de cocina y que a menudo utilizaba cuando trabajaba, pero en ese momento se quedó atrapada en un remolino de recuerdos que incluían estar tumbada desnuda junto a él, escuchando su respiración después de que la dejara temblorosa y exhausta de satisfacción sexual.
Paula retrocedió un paso.
—Supongo que habrás planeado algo para la nueva apertura, ¿no? —comentó, satisfecha al comprobar que su voz sonaba normal.
Tener pensamientos sexuales relacionados con Pedro era algo inapropiado, porque además de estar divorciados, ella estaba embarazada, y dudaba que a él la idea le resultara demasiado excitante.
—Quiero una gran fiesta para la primera noche. Sin servicio en las mesas, sólo se prepararán platos de degustación para que la gente pueda probar lo que puedes ofrecerles. Invitaremos a la prensa local, y a los finolis.
—¿Los «finolis»? —dijo ella, con una sonrisa.
—Gente de negocios, celebridades, como quieras llamarlos.
—Supongo que les encantaría saber lo entusiasmado que pareces.
—Quiero que el restaurante se ponga en marcha, y la fiesta es un mal necesario.
—No pongas eso en las invitaciones. Empezaré a trabajar en el menú para la fiesta en cuanto acabe con el del restaurante. Ah, y utilizaré a tus proveedores hasta que metan la pata, pero para la inauguración, yo me ocupo del material. Tengo mis propios suministradores de pescado, y prácticamente viven en el mar.
—¿En serio?, ¿tienen agallas y aletas?
—Ya sabes lo que quiero decir. Acudiré a ellos para los pedidos especiales.
—De acuerdo.
Paula echó un vistazo a su libreta, para ver qué más quedaba por comentar. Levantó la mirada hacia él, y empezó a decir:
—¿Tienes…? —frunció el ceño al ver que la observaba con una expresión extraña, y le preguntó—: ¿qué pasa?
—Nada —contestó él, antes de retroceder un paso.
—Tienes una expresión muy rara, ¿en qué estabas pensando?
—No he dicho nada.
—Venga, te pasa algo.
—No.
Pedro maldijo para sus adentros, incapaz de recordar la última vez que lo habían pillado mirándole los pechos a una mujer. ¿Qué le importaba a él la anatomía de Paula?
No le importaba lo más mínimo desde hacía años, pero… ella parecía diferente, tenía un aire de seguridad en sí misma que no recordaba. Quizás se debía al éxito que tenía últimamente, pero aparte de eso, estaba lo de sus pechos.
Eran más grandes, no tenía ninguna duda. Bajó la mirada hacia ellos, y se apresuró a apartarla. Pues sí, eran más grandes. El jersey que llevaba se ceñía a sus curvas antes de caer de forma holgada por debajo de la cintura, y además, había estado casado con ella, así que la había visto desnuda infinidad de veces. Paula siempre se había quejado de que era demasiado masculina, de que su cuerpo era todo ángulos y líneas planas, y de que sus pechos eran pequeños.
Pero los tenía más grandes… ¿cómo era posible? Podía haberse hecho un implante, claro, pero Paula no era de ésas… ¿no? Además, si estaba dispuesta a operarse para aumentar el tamaño de sus pechos, ¿por qué no se había puesto alguna talla más?
Pedro sacudió la cabeza, y se dijo con firmeza que tenía que pensar en otra cosa. Era el cofundador de una corporación multimillonaria y estaba al mando de un restaurante, así que no debería tener ningún problema para acabar aquel encuentro sin obsesionarse con los pechos de su ex mujer.
—¿Quién viene contigo? —le preguntó, para cambiar de tema—. Mencionaste a dos personas.
—Jaime, mi segundo chef, y Zaira.
Pedro soltó un juramento, y se apresuró a decir:
—Ni hablar.
Paula enarcó las cejas.
—Perdona, pero no tienes ni voz ni voto en esto. Zaira es mi asistente, se ocupa de un montón de cosas y es la mejor supervisora de comedor que hay. La necesitaremos cuando estemos a tope.
Pedro sabía que sería primordial tener un supervisor cuando el restaurante estuviera lleno, alguien que se asegurara de que se sirviera el plato correcto y en el momento justo en cada mesa, y que ayudara tanto a la cocina como al servicio del comedor. Tenía que ser alguien capaz de controlar lo que pasaba en todo el local, y que pudiera mantener al tanto al chef.
—¿Cómo sabes que vamos a estar tan ocupados?, se tarda algún tiempo en conseguir una buena clientela.
—Oye, que estamos hablando de mí. La gente vendrá —dijo ella, con una sonrisa.
—Hablando de mi ego… —rezongó Pedro entre dientes.
—No, gracias.
Paula volvió a repasar su lista, y tras comentar varios puntos más, dijo:
—Voy a ofrecerles un salario muy bueno a mis cocineros, así que será mejor que te vayas preparando.
—Tengo un presupuesto.
—Sí, y un restaurante con reputación de servir una comida horrible. Pedro, sólo vas a estar aquí durante cuatro meses, y soy consciente de lo que significa eso. Quieres deslumbrar a todo el mundo y después largarte a toda prisa, y aunque me parece genial, deslumbrar tiene un precio.

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