lunes, 22 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 27

—Pero tú eres la chef del local, y estuvimos emparentadas durante un tiempo. ¿No te sentirías más cómoda con otro gerente?
—Creo que tú y yo trabajaríamos muy bien juntas, y estoy convencida de que harías un trabajo fantástico.
—¿En serio? Caramba, es genial. A lo mejor hablo  con Pedro para ver qué le parece.
—Pedro pensará que es una idea estupenda —dijo Paula, consciente de que el verdadero problema iba a ser Gloria.
—Entonces empezaré con mi campaña cuanto antes. Si no necesitara el estupendo seguro médico por Martín, hace años que me habría ido de la hamburguesería. En cuanto lo hagan fijo en el trabajo, dejo la empresa… bueno, si no consigo que me pongan al mando del Waterfront.
—Entonces tienes un plan, ¿no?
—Sí —Dani tomó un sorbo de su refresco, antes de volver a dejarlo sobre la barra—. Ya sé que no es de mi incumbencia, pero ¿cómo llevan Pedro y tú lo de trabajar juntos?
—Muy bien. Supongo que teníamos que divorciarnos y pasar tres años separados antes de poder ser amigos. Un poco retorcido, ¿no?
—No sé, me parece una lástima que no pudierais arreglar las cosas.
Paula  asintió como si estuviera de acuerdo con ella, pero no era así. Sabía que había sido imposible que Pedro y ella permanecieran casados después de que él le rompiera el corazón.
Antes de casarse, habían acordado que tendrían hijos, la única discusión había sido sobre si serían tres o cuatro. Cuando habían descubierto que estaba embarazada, él se había alegrado tanto como ella, y se habían abrazado con fuerza, entusiasmados, asustados y decididos a hacerlo lo mejor que pudieran.
Pero Pedro había ido cambiando con el paso de los días, y al llegar al cuarto mes de embarazo, ella había empezado a preguntarse si él quería realmente tener hijos con ella o no. Pedro se negaba a hablar del niño, o a acompañarla a la ginecóloga… y entonces había tenido el aborto.
Los primeros dolores la habían aterrorizado y se había apresurado a ir al hospital, pero todo había acabado antes de que llegara a la sala de reconocimiento.
Pedro había dicho todas las palabras adecuadas y la había abrazado mientras ella lloraba; sin embargo, no le había creído, ya que en cierta manera, había parecido más aliviado que triste.
Se había dicho a sí misma que no debía juzgarlo, que cada uno expresaba el dolor a su manera, pero sus sospechas se habían confirmado varios meses después, cuando le había sugerido que volvieran a intentarlo.
Aún podía verlo, en el otro extremo del sofá, mirando hacia la pared como si no quisiera mirarla a los ojos. Él le había dicho sin andarse con rodeos que no quería tener hijos, ni en ese momento ni nunca, y además se había negado a decirle por qué había cambiado de idea.
Paula se había preguntado si aún la amaba y había hecho todo lo posible por intentar captar su atención, pero él se había ido apartando de ella paulatinamente, hasta que había resultado imposible alcanzar su corazón. Se había ido en un último esfuerzo desesperado por lograr que admitiera que la quería, con la esperanza de que fuera a por ella y le rogara que volviera a su lado, pero en vez de eso, él le había dicho que era lo mejor.
Pedro calculó los ingresos del día. Aún superaban las previsiones y las reservas seguían llegando sin parar, y aunque le habría gustado decir que los responsables eran el nuevo comedor o los anuncios publicitarios, sabía que el éxito se debía al menú de Paula.
—¿Te ha sobrado algo de comida? —le dijo su hermano Agustín, al entrar en el despacho.
—Claro. Le diré a Paula que te traiga algo.
Llamó a la cocina, y Zaira contestó y le dijo a modo de saludo:
—¿Por qué llamas?, ¿es que eres demasiado importante para caminar los siete o nueve metros que hay desde tu despacho hasta la cocina?
—Exacto. ¿Puedes decirle a Paula que venga?
—Oye, que no trabaja para ti.
—Creo que tendrías que revisar su contrato, claro que trabaja para mí. Y tú también.
—Genial, presume de tu autoridad. Paula, reclaman tu presencia —Zaira colgó sin más.
Pedro miró a su hermano, y le dijo con calma:
—Enseguida viene.
—¿Has llamado para que venga? —dijo ella, al entrar en el despacho con un paño de cocina en la mano—. En mi contrato no pone nada de…
Paula se detuvo en seco al ver a Agustín. Su rostro se iluminó, su boca se curvó en una enorme sonrisa, y echó a correr hacia él como si la estuviera persiguiendo una manada de lobos.
—¡Agustín!, ¡has vuelto!
Se lanzó hacia él con la seguridad de una mujer que sabe que la van a agarrar. Agustín sonrió, y la rodeó con los brazos.
—Hola, Paula —le dijo, mientras inclinaba la cabeza hacia ella.
Paula hizo lo mismo, y sus frentes se tocaron.
—Has vuelto, mi marine favorito ha vuelto.
Pedro sabía que Paula adoraba a sus hermanos. Ella solía decir que era porque se había criado con dos hermanas, y anhelaba un punto de vista masculino en su vida. Hasta ese momento, no le había importado lo más mínimo; sin embargo, al ver a Agustín dar una vuelta con ella alzada en sus brazos, con los pies en el aire, sintió unas ganas tremendas de soltar un gruñido. Se dijo que le traía sin cuidado lo que Paula hiciera en su vida privada, que ya no era su mujer. Un par de besos no le daban ningún derecho, y de todas formas, él no la quería; incluso se dijo que Agustín jamas se sentiría interesado por su antigua cuñada, pero la sensación de malestar no se desvaneció.
Cuando Agustín la dejó en el suelo, ella lo miró con una sonrisa entusiasmada y le dijo:
—Pedro me comentó que te habías ido de los marines. ¿Es cierto?, ¿es algo definitivo?
—Sí, había llegado el momento.
—Perfecto, así te veré más. Hay varios platos que quiero que pruebes, tengo las mejores patatas fritas con pescado, te vas a caer redondo. Me pedirás de rodillas que te dé la receta, pero no pienso hacerlo.
En ese momento, Zaira salió de la cocina. Llevaba unos vaqueros negros y un jersey rojo ajustado que enfatizaba su largo cabello oscuro y ondulado, y parecía una sexy amazona al acecho. Pedro vio cómo fijaba su atención en Agustín, y mentalmente le dio unos treinta segundos de libertad a su hermano antes de caer en sus garras.
—Así que tú eres Agustín—dijo ella, al acercarse—. He oído hablar mucho de ti, pero empezaba a creer que eras una invención de la gente.
—Genial, otra conquista más —suspiró Paula—. Agustín te presento a Zaira, una amiga mía. Zaira, Agustín. Trátalo con amabilidad, acaba de salir de los marines.
Pedro contuvo las ganas de reír al ver que Paula intentaba proteger a su duro hermano menor, y se preguntó qué pensaría Federico al enterarse de que ya había sido reemplazado.
—Encantado, señora —dijo Agustín. Soltó a Paula, y alargó una mano hacia Zaira.
—Si vuelves a llamarme «señora», voy a tener que enseñarte modales —comentó ella, con una mueca.
—De acuerdo. Zaira.
—Mucho mejor.
Pedro se acercó un poco para ver el espectáculo.
Zaira recorrió con la mirada a Agustín, y comentó:
—Si acabas de volver del extranjero, a lo mejor necesitas que alguien te enseñe los cambios que ha habido en Seattle. Yo estaría más que dispuesta a hacerlo.
—Aprecio tu oferta, pero tengo entendido que estás saliendo con mi hermano.
—¿Con Federico? Lo estaba, pero ya lo conoces. Su atención dura unos quince minutos.
—No pareces demasiado afectada.
—Porque mi propia atención dura unos dos minutos menos que la suya —contestó Zaira, con una sonrisa—. No pasa nada. No me interesa nada serio, sólo pasarlo bien.
La invitación era obvia, y Pedro tuvo que admitir que la franqueza sexual de la amiga de Paula atraía a los hombres.

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