martes, 23 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 32

Ya intenté contratarla antes, pero ella me dijo que tenía bastante con un incidente de nepotismo. Le dije que habría querido contratarla aunque no estuviéramos emparentados, pero no me creyó.
Paula  tuvo la sospecha de que Dani querría alejarse de cualquier negocio familiar durante un tiempo, pero no hizo ningún comentario al respecto.
—Las cosas te han ido muy bien, tu empresa está en plena expansión —se limitó a comentar.
—Es aún más impresionante si se tiene en cuenta que estamos en la ciudad donde surgió Starbucks, la competencia es enorme.
—Es verdad, pero has encontrado tu hueco; está claro que somos una sociedad de consumidores compulsivos de café —con un suspiro, Paula admitió—: Lo echo muchísimo de menos, y antes de que me digas que puedo tomar descafeinado, te recordaré que no es lo mismo.
—Ya lo sé, pero sólo te quedan unos meses —Pedro le lanzó una mirada a su vientre, y le preguntó—: ¿Vendrá tu madre a acompañarte cuando nazca el bebé?
—Sí. Dice que ha estado en el nacimiento de todos sus nietos hasta ahora, y que no quiere perderse éste —Paula posó una mano sobre su barriga, y añadió—: Creo que está un poco decepcionada.
—¿Porque va a tener otro nieto?, eso es imposible —dijo Pedro, perplejo.
—No, sé que está muy contenta por lo del niño, pero el problema es la forma en que me he quedado embarazada. Mis dos hermanas lo hicieron todo a la perfección, pero yo estuve dando tumbos durante cinco años antes de decidir lo que quería hacer con mi vida. Dejé la universidad dos veces y trabajé en docenas de sitios, y sé que mis padres se sintieron frustrados conmigo. Ahora estoy embarazada de un hombre al que no conocerán nunca, y del que no sabemos nada. Lo único que tenemos de él es una lista de características y un breve historial médico.
Pedro se inclinó hacia ella, y la tomó de la mano.
—Esperaste a encontrar lo que te gustaba, en vez de conformarte con un trabajo que no te llenara. ¿Cuánta gente tiene el valor de hacer algo así? No quisiste comprometer tus principios, y eso es algo loable.
—No seas tan bueno conmigo, empezaré a llorar.
—No, por favor. A los hombres nos horrorizan las lágrimas —bromeó él—. Hacen que nos sintamos chantajeados.
—Siempre fui muy buena en ese aspecto —comentó Paula, con una sonrisa.
—Sí, es verdad. Eres una persona muy sincera.
Pedro también lo había sido, excepto en el tema de los hijos. Habían sido simplemente dos buenas personas enamoradas, y Paula se preguntó qué era lo que había fallado en su matrimonio.
—¿Por qué no lo logramos? —le preguntó con voz suave.
—No lo sé.
—Fue como si todo fuera perfecto un día, y al siguiente aparecieran un montón de grietas por todas partes. Tuvieron que empezar a crearse un día en concreto, pero no se veían.
—A lo mejor éramos demasiado jóvenes —comentó él.
—Los dos teníamos veintitantos, no éramos unos niños. Pero quizás tengas razón, y no estábamos preparados para las tensiones del matrimonio —Paula lo miró directamente a los ojos, y le dijo—: Nunca te odié.
—Me alegro. Yo tampoco.
¿Era cosa de ella, o de repente había empezado a hacer mucho calor?
—Al menos ahora podemos ser amigos —dijo, consciente de que tenía que apartar la mano de la de él.
El hecho de estar sentados tan cerca, mirándose a los ojos tomados de la mano, creaba una cierta sensación de intimidad. Demasiada. Además, se había creado entre ellos una corriente sensual, y Paula se sintió de repente muy consciente de su cuerpo masculino… de sus planos duros y sus anchos hombros. Sabía qué aspecto tenía desnudo, y cómo tocarlo para hacer que se tensara de placer.
—Vaya, mira qué tarde es —se apresuró a decir, mientras apartaba la mano—. El tiempo ha volado, ¿verdad?
Pedro miró su reloj, y dijo:
—Son las ocho y media.
—Ya lo sé, pero estoy cansada y mañana hay que trabajar, y encima es viernes, así que estaremos a tope; además, tendría que llamar a Zaira para asegurarme de que todo va bien en el restaurante.
—Paula, ¿qué te pasa? ¿De qué tienes miedo?
—De nada —Paula se levantó y bajó la mirada hacia la mesa sucia—. Debería ayudarte a limpiar.
—Al cuerno con eso. ¿Por qué huyes?
—¿Crees que estoy huyendo? Estoy aquí parada, ¿lo ves? —dijo, mientras levantaba un pie para demostrárselo.
Pedro se levantó, y se acercó a ella.
—¿He dicho algo que te haya puesto nerviosa?
No, ella se las había ingeniado para ponerse nerviosa sin ayuda de nadie. Pero era más que eso, se sentía… incómoda. Y excitada sexualmente. Y muy embarazada. Dudaba que aquel cúmulo de circunstancias le resultara demasiado atrayente a Pedro.
—Bueno, ha sido genial —le dijo, mientras retrocedía hacia la puerta—. La cena, la conversación… todo. Realmente fantástico. Gracias, te lo agradezco de verdad.
Paula  agarró su abrigo y su bolso, abrió la puerta y salió a toda prisa. Treinta segundos después, encendió el motor de su coche y se alejó de allí a toda velocidad.
«¡Libre al fin!», se dijo, incapaz de controlar los latidos desbocados de su corazón. Lo peor de todo era que no podía explicar lo que había pasado; de repente, se había sentido muy consciente de Pedro desde un punto de vista sexual, y había tenido miedo de no poder controlarse. La abstinencia era mejor que sufrir un rechazo, pero se sentía mal por haber salido huyendo. A lo mejor tendría que haberse explicado.
—Sí, claro. Ésa sí que es una conversación que estoy deseando tener con mi ex marido y jefe.
Cruzó Seattle hasta llegar a su pequeña casa de alquiler, y después de dejar el coche en su garaje de una sola plaza, apagó el motor. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había un coche tras ella. Un deportivo pequeño que le resultaba muy familiar.
Paula salió del garaje justo cuando Pedro salía de su Z4.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—Asegurarme de que llegas bien a tu casa, mientras intento entender por qué estás tan asustada.
—No estoy ni asustada ni nada, sólo cansada. Es tarde, he disfrutado de una agradable velada y después me he ido. Nada más.
Pedro  la agarró del brazo, la atrajo bruscamente hacia su cuerpo, y bajó la boca hacia sus labios.
—No creo que sea sólo eso —le dijo, antes de besarla.

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