martes, 30 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 53

—Los champiñones tienen un olor un poco raro —comentó Paula, mientras se envolvía el dedo anular de la mano izquierda en un paño limpio.
—Son champiñones, se supone que tienen que oler así. ¿Vas a necesitar puntos?
—¿El dedo sigue unido a mi mano?
—Vale, haz lo que quieras.
Pedro entró en la cocina. Aún se movía con cautela, pero en general se estaba recuperando muy bien de la intervención.
—¿Sangra mucho? —le preguntó a Zaira.
—Estoy bien —se apresuró a decir Paula.
—Como un grifo, pero creo que no ha llegado al hueso —dijo su amiga.
—Podría llevarla a rastras a Urgencias —comentó Pedro.
—No, no podrías —dijo Paula, mientras se colocaba entre los dos—. Estoy aquí, así que dejen de ignorarme. Estoy bien, los cortes y las quemaduras son gajes del oficio. No pasa nada, la herida ya no sangra casi.
En un par de minutos dejaría de aplicar presión, Zaira le vendaría el dedo y asunto concluido. Si salía corriendo cada vez que alguien se cortaba en la cocina, nadie comería en el restaurante.
—¡Está aquí! —exclamó Dani, al entrar en la cocina—. Ya ha salido la crítica sobre los nuevos restaurantes, y vosotros salís en ella.
Dani dejó el periódico sobre el mostrador y empezó a pasar páginas. Tanto Jaime como los dos cocineros que habían estado cortando verdura se acercaron a ella, y Paula se las ingenió para colocarse delante de Pedro y de Zaira; si se quedaba detrás de ellos, no podría ver nada.
De repente, el escozor del corte se desvaneció mientras un pelotón entero de mariposas tomaba posesión de su estómago.
—Habrán dicho algo positivo, ¿verdad? —susurró—. ¿Por qué iban a decir algo malo?
—Porque es un periódico —dijo Zaira en tono gruñón—. ¿Qué saben ellos de la buena cocina?
—Seguro que sólo engullen comida rápida —murmuró Jaime.
Paula se mordió el labio inferior mientras Dani seguía pasando páginas, y contuvo el aliento cuando apareció un extenso artículo especial en el que se hablaba de varios restaurantes nuevos de Seattle.
El amigo de un amigo les había avisado de que se había publicado y les había dicho que se mencionaba el Waterfront, y Dani buscó por la página hasta que encontró un pequeño recuadro.
—¡Aquí está! —exclamó. Cuando todos se inclinaron al mismo tiempo hacia delante para poder leerlo, ella lo agarró de un plumazo y dijo—: Ya lo hago yo.
Dani empezó a leerlo en voz alta, mientras todos parecían contener la respiración.
—«Aunque en este artículo sólo os íbamos a hablar de los restaurantes nuevos, el Waterfront ha renacido de sus cenizas como un fénix. Hace unos cuantos meses, lo que nos esperaba allí era pescado pasado y un menú insípido y carente de originalidad, pero hoy día el Waterfront es el local de visita obligada para aquéllos que quieran disfrutar de una comida fabulosa. No es sólo el hecho de que la chef Paula Chaves haya redefinido el concepto «delicioso» con sus menús innovadores y sus perfectas combinaciones, sino que además el comedor nos ofrece unas vistas maravillosas y un buen servicio, y proporciona el marco perfecto para una excitante y adictiva experiencia culinaria».
Paula lanzó un grito, y empezó a dar saltos. Zaira se unió a ella, y se abrazaron la una a la otra sin dejar de saltar. Pedro las rodeó con los brazos, y de repente se formó un abrazo colectivo en la cocina.
—Felicidades, sabía que podíamos conseguirlo —dijo Pedro.
—Yo también… aunque tú sólo estás al cargo del «marco» —bromeó Paula—. ¡Tengo un menú adictivo! Sabía que éramos buenos, pero no sabía si alguien sería suficientemente inteligente para darse cuenta.
—Pues parece que sí.
—Siempre me han gustado los periodistas —comentó Jaime.
—Deberíamos celebrarlo, voto por una botella de champán —dijo Zaira.
—Ahora mismo. Ve a por una botella de champán del barato —respondió Pedro.
Paula soltó una carcajada, y fue a la cámara refrigerada a buscar un pequeño trozo de atún.
—¿Tienes hambre? —le preguntó Pedro, cuando ella volvió y empezó a cortarlo en el mostrador.
—Es para Al —al ver su expresión de incomprensión, añadió—: el gato. Está haciendo muy buen trabajo con el control de roedores, así que voy a invitarlo a la fiesta.
Paula puso el pescado en un plato, fue a la parte trasera del local y llamó varias veces al animal. Cuando el enorme gato apareció, lo acarició y dejó el plato de atún frente a él. Al lo devoró en menos de treinta segundos.
—No sabía que le gustara tanto el pescado —comentó Pedro desde la puerta.
—Es un gato con muy buen gusto, era atún de calidad extra.
Cuando Al se fue para limpiarse después del festín, Paula recogió el plato y miró a Pedro con una sonrisa.
—Lo hemos hecho muy bien.
—Sí, es verdad. Pensé que tardaríamos más, pero no pienso quejarme.
—Yo tampoco.
Paula vio algo en su mirada que hizo que le flaquearan las piernas y que se le secara la boca.
—¿Recuerdas que me prometiste que lo haríamos otro día? —le dijo él, con voz sugerente.
—Sí.
—¡Paula! —la llamó Dani—. Tu madre al teléfono.
—¡Ya voy! —se volvió hacia Pedro, y le dijo—: lo siento.
—No te preocupes, sé dónde vives.
Paula le echó una ojeada al corte del dedo mientras iba hacia el teléfono, y comprobó que ya había dejado de sangrar. Al agarrar el auricular, levantó el dedo en dirección a Zaira.
—Hola, mamá.
—Hola, cariño. Tu padre y yo hemos visto el artículo sobre ti en el periódico. Es fantástico, felicidades.
Zaira apareció con el botiquín, y se puso a cortar unas gasas y unas tiras de esparadrapo.
—Gracias —dijo Paula. Aguantó el teléfono entre la oreja y el hombro, puso el dedo debajo del agua del grifo e intentó contener una mueca de dolor.
—Hemos decidido que no podemos esperar más para ver el restaurante, así que vamos a ir a visitarte.
—Genial, ¿cuándo?
—Dentro de un par de semanas. Como el sábado es tu día más ajetreado, llegaremos el domingo y nos quedaremos hasta el martes.
Zaira le vendó el dedo, y lo aseguró con el esparadrapo.
—Perfecto, estoy deseando veros a papá y a tí.
—No, no vamos sólo los dos, tus hermanas y los niños también quieren ir. Por desgracia, Sean y Jack tienen que quedarse por el trabajo.
—El clan entero —dijo Paula con voz débil—. Mi casa es un poco pequeña, y una amiga está viviendo conmigo temporalmente.
—No te preocupes, hemos reservado plaza en un hotel. Te enviaré un correo electrónico con todos los detalles. Nos hace mucha ilusión, Paula.
—A mí también.
Charlaron durante varios minutos, y cuando colgó, Zaira tomó un sorbo de champán y comentó muy sonriente:
—Vaya momento para estar embarazada, ¿no?
Paula le lanzó una mirada cargada de envidia a la copa de licor.
—Y que lo digas. Van a venir mis padres con mis hermanas y sus hijos, y querrán venir a ver el restaurante.
—Claro.
—Van a fisgonear por mi casa, y querrán hablar de mis planes de futuro.
—Los padres son así.
—Se preocuparán porque voy a criar a mi hijo yo sola.
—Seguro.
—¡Los cuatro fogones posteriores han dejado de funcionar! —las interrumpió Jaime—. No puedo trabajar en estas condiciones.
Paula soltó un gemido. No podía permitirse perder la mitad de los fogones, aquella noche esperaban estar al completo.
—Voy a llamar —dijo, mientras se apresuraba a ir hacia su despacho. Aquél era su mundo, una locura continua.
—Entonces, tenemos que hablar de los champiñones —le dijo Zaira—. Tienen un olor un poco raro.

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