miércoles, 10 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 47

-¿Estás segura de que no regresará? -le preguntó a Jose.
-¡No lo sé! Escucha, no sé por qué se marchó ni adónde fue, ni siquiera si volverá. ¡Vuelvo junto a mi pareja antes de que encuentre a otra chica!
Paula se soltó del apoyo de Pedro y le impidió escapar.
-Jose, espera. Lamento haberte tratado de esta manera, pero debes saber que estoy muy preocupada por Delfina.
La chica suavizó su postura.
-Le dije que volviera a casa, de verdad, Paula, pero no creo que lo haga. Si vuelve a llamar, veré... veré si puedo averiguar dónde se aloja.
-Gracias.
«Si es que tiene un sitio donde alojarse».
Cerró los ojos ante ese pensamiento y una vez más sintió la mano de Pedro en su hombro.
Los volvió a abrir. En vez de haber vuelto junto a su cita, Jose seguía allí de pie, indecisa.
-Mmm, estaba pensando... no se me ocurrió antes, pero solíamos ir a un sitio y fingir que estábamos solas en una aventura. Nos contábamos historias descabelladas. Una vez, el año pasado, cuando Pepi tuvo problemas con tu padre, amenazó con escaparse y ocultarse allí hasta que él lamentara lo cruel que había sido.
-¿Dónde?
-Más o menos a un kilómetro y medio de aquí, en Bucktown, en la pendiente que hay junto a las vías del ferrocarril, hay un pequeño cobertizo. Al menos solía estar. No sé si sigue allí, con tanta construcción nueva.
Les explicó cómo encontrar la entrada y cómo subir por la cuesta que llevaba hasta allí.
-Lo comprobaremos, Jose. Gracias -dijo Pedro.
-De verdad -añadió Paula-. Gracias -en cuanto se marchó la joven, se volvió hacia Pedro-. Por diez minutos, ¿puedes creerlo? -se cobijó en sus brazos como si fuera lo más natural del mundo-. Debía de estar saliendo cuando llamó Tomás.
La abrazó y Paula tuvo que forzarse para no llorar. Tenían otro sitio que comprobar, de modo que había esperanza. No obstante, se quedó quieta unos momentos, recordando cómo Pedro solía abrazarla en los viejos tiempos.
Insegura del tiempo que habían permanecido así, ella temblando contra la fortaleza rocosa de Pedro, poco a poco fue consciente de la presencia de Tomás. La rigidez que sintió le indicó. que él también lo había notado.
-Lo siento -le dijo Tomás a Paula-. Si hubiera podido detener a tu hermana y encerrarla en mi despacho sin que las autoridades cayeran sobre mí, lo habría hecho.
Se separó del abrazo de Pedro y cruzó los brazos, como si pudiera frenar el anhelo que amenazaba con consumirla.
-No habrías podido hacerlo -le dijo al propietario del club-. Delfina no habría ido sin oponer resistencia.
-Pasen a mi oficina -sugirió Tomás-. Quizá pueda descubrir qué pasó -se detuvo para hablar con Magda-. Pregúntale a la gente si alguien vió que sucediera algo con la chica.
Magda repitió la pregunta en el micro unido a los auriculares que el personal y ella llevaban.
Al entrar en la oficina, el teléfono sonaba. Tomás respondió y escuchó un momento. Luego dijo:
-De acuerdo, mándalo aquí -y colgó. Se volvió hacia ellos-. Un camarero llamado Juan vió a Delfina  discutir con un hombre.

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