martes, 30 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 56

Dejó el vaso en una mesa, y siguió diciendo:
—Ha sido lo más difícil que he hecho en toda mi vida. Ha sido incluso peor que cuando tuve que darla en adopción, porque ahora sé lo que me he perdido y en aquel entonces sólo podía imaginármelo.
Paula sentía su dolor como si fuera el suyo propio.
—No puedo arreglar las cosas, pero por si te sirve de algo, quiero que sepas que estoy increíblemente orgullosa de ti. Lo has hecho muy bien.
—¿En serio?
Paula asintió, se colocó frente a él y se puso de puntillas para poder besarlo en la boca.
—Camila es una chica muy afortunada, tiene un padre fantástico.
Pedro la rodeó con los brazos, y la apretó contra sí. Cuando su boca se cerró sobre la suya, Paula  sintió su necesidad descarnada tanto de sexo como de un alivio para el dolor. Quería encontrar consuelo en ella.
Paula cedió, porque le resultaba inimaginable alejarse de él. Ella también lo deseaba, pero mientras sus manos fuertes le recorrían la espalda y su lengua le acariciaba el labio inferior, era consciente de que estaba cometiendo un error.
No había cambiado nada; en todo caso, lo que acababa de hacer Pedro había confirmado lo que ella ya sabía. Él era un buen hombre que amaba a Camila lo suficiente para hacer unos enormes y dolorosos sacrificios, pero ésa nunca había sido la cuestión. El problema había sido su incapacidad para amar a alguien aparte de su hija, el hecho de que no les hubiera abierto el corazón ni a su hijo ni a ella.
¿Había cambiado, o ella estaba dando cabezazos contra un muro emocional inamovible?
—Tierra llamando a Paula—murmuró él, mientras le besaba el cuello—. Estás a kilómetros de aquí, ¿quieres que pare?
Paula sintió que su cuerpo entero estaba ardiendo, que sus terminaciones nerviosas imploraban su cercanía. Lo rodeó con los brazos, y se rindió a sus sensuales caricias.
—Claro que no —susurró.
—Bien.
Pedro volvió a cubrirle los labios con los suyos, y Paula los abrió para dejarle entrar; mientras la lengua de él penetraba en su boca, se dijo que había escogido un momento de lo más inoportuno para darse cuenta de que aún estaba enamorada de él.
Paula intentó convencerse de que el amor era una emoción que no existía, a pesar de que podía sentir cómo crecía en su interior. «Ahora no», se dijo, mientras Pedro tiraba del borde de su camisa. Aquél no era un momento para pensar, sino para sentir.
Después de quitarle la camisa y de tirarla sobre la mesa que había junto al sofá, Pedro deslizó las manos por sus hombros y sus brazos hasta llegar a sus pechos.
—Son más grandes —comentó, con una sonrisa traviesa.
—Sí, y es algo que ya hemos discutido.
—Me gustan.
—Típico de un hombre.
—Es que soy uno —dijo, mientras rozaba sus pezones con los pulgares.
La pelvis de Paula se contrajo ante sus caricias, y todo su cuerpo se tensó de anticipación.
—Me encanta —murmuró.
—Bien.
Sin dejar de acariciarle los pechos, Pedro se inclinó y salpicó su cuello de besos lentos, suaves y húmedos que provocaron que ella se estremeciera.
—Eres tan hermosa… siempre lo has sido, pero con el embarazo estás radiante —después de mordisquearle la mandíbula, Pedro besó su piel hasta llegar a la oreja y tomar el lóbulo en su boca—. Te deseo —le susurró al oído.
Paula se derritió al oír aquellas eróticas palabras y sentir su aliento en su piel, y empezó a temblar. Quería que él se diera prisa, que se apresurara a dar el siguiente paso, pero al mismo tiempo también quería que aquello durara eternamente.
—Oh, Pedro… —susurró, mientras se apoyaba contra él—. Siempre supiste cómo hacerme arder.
Él levantó la cabeza, y sus bocas se encontraron en un beso lento y profundo. Paula se aferró a él mientras sus lenguas acariciaban, restregaban y provocaban, mientras sus labios se aplastaban y se fundían. Pedro bajó las manos hasta sus caderas para acercarla aún más hacia sí, pero su vientre abultado se lo impidió.
Paula se apartó un poco, bajó la mirada hacia su barriga y se echó a reír.
—Me parece que tenemos un pequeño problema.
—Encontraremos una solución —le dijo él—. Vamos.
Pedro la tomó de la mano y la condujo hacia su habitación; en cuanto llegaron, alargó la mano para desabrocharle el botón de los vaqueros.
—Será mejor que te quites tu ropa mientras yo me voy desnudando sola.
—Me gusta desnudarte.
—Sí, pero a mí me gustas más desnudo.
—Me has convencido.
Pedro  empezó a quitarse la camisa mientras ella hacía lo propio con los zapatos y los calcetines, y ambos estuvieron desnudos en cuestión de treinta o cuarenta segundos.
Él apartó la colcha, y Paula se tumbó encima de las sábanas; aún era media tarde y el sol entraba a raudales por la ventana, por lo que no había ninguna sombra en la que ocultarse. Por primera vez desde que se había quedado embarazada, se sintió gorda y torpe. Sabía que en teoría podía hacer el amor hasta casi el último mes, pero en la práctica…
—¿Qué pasa? —le preguntó Pedro, mientras se tumbaba junto a ella—. Parece que hayas chupado un limón.
—¿Qué quieres decir?
—Estás pensativa, y eso nunca es una buena señal.
—Me preocupa que esto sea un poco incómodo.
Pedro se apoyó en un codo, y sonrió.
—¿Lo ves?, ésa es la diferencia entre los hombres y las mujeres. A tí te preocupa que tengamos que hacer algunos ajustes y que a mí no me guste, y yo no hago más que fantasear con tenerte encima mientras te acaricio los pechos y dejo que hagas lo que quieras conmigo.
Sus palabras dibujaron en la imaginación  de Paula una imagen muy vivida que la excitó aún más, y su cuerpo entero se tensó al pensar en hacer el amor en aquella postura.
—Vale, lo haremos a tu manera —le dijo.
—Vaya, muchas gracias.
Pedro la besó y ella se abrió a él de inmediato, ansiosa por sentir el placer que él podía proporcionarle. Mientras su lengua penetraba en su boca, él deslizó una mano por su costado desnudo, por su cadera y por su muslo.
Paula se puso de espaldas y abrió las piernas para él. Pedro se colocó entre sus muslos, rozó apenas su centro, y después acarició su otra pierna.
—Has pasado de largo el objetivo —murmuró ella contra su boca.
—No, sé exactamente cuál es mi objetivo —respondió él, mientras apretaba su erección contra su pierna—. Me lo estoy tomando con calma, así que relájate. Tenemos toda la tarde. A ver, ¿por dónde iba?
En vez de retomarlo desde donde lo había dejado, es decir, torturándola sin tocarla apenas, Pedro  subió las manos hasta sus pechos y empezó a acariciar sus curvas acercándose paulatinamente hacia sus pezones, pero sin llegar a tocarlos. Los rodeó una y otra vez, hasta que Paula creyó que iba a enloquecer de deseo, y cuando finalmente los acarició, ella sintió que la sacudía una descarga de placer.
—¿Bien? —le preguntó él, mientras bajaba por su cuello con un reguero de besos.
—Excelente.
—Estoy a tu servicio.
Pedro cambió de posición para poder tomar un pezón en su boca, y ella se rindió a la suave succión y a las caricias de su lengua. La recorrió una oleada de fuego, y sintió que se derretía. Su sangre le pulsaba entre las piernas al ritmo del latido de su corazón.
Él se apretó contra ella acariciando, besando y chupando hasta que  Paula sintió que se quedaba sin aliento, y en su interior fue creciendo una energía agitada que rogaba ser liberada.
Pedro deslizó la mano entre sus piernas, y en esa ocasión deslizó los dedos por sus rizos húmedos y acarició su centro anhelante. Sus dedos se movieron en círculos y después frotaron justo el nudo de placer, y mientras él repetía el proceso una y otra vez, Paula sintió su miembro duro contra su muslo, y su deseo avivó el suyo propio. Necesitaba más.
—Más rápido —susurró—. Más fuerte.
Pedro obedeció con una rapidez que ella agradeció, y sus dedos empezaron a moverse sobre su resbaladizo centro en un ritmo diseñado para que ella perdiera el control.
Paula levantó las rodillas, abrió aún más las piernas y clavó los talones en la cama mientras su cuerpo se arqueaba anticipando el clímax; de repente, su mente se llenó con la imagen que él había creado antes y se imaginó encima de él, sintiéndolo en su interior mientras alcanzaba el orgasmo. Incapaz de quitarse aquella idea de la cabeza, lo agarró de la muñeca para que se detuviera.
—Quiero estar encima.
La boca de Pedro se curvó en una sonrisa de anticipación muy masculina.
—Como quieras, tómame como te dé la gana.
Después de colocarse de espaldas, la ayudó a colocarse a horcajadas sobre él. Paula  lo tomó en su mano para guiarlo a su interior, mientras descendía sobre su miembro.
Pedro  la llenó por completo, y ella sintió que su cuerpo se contraía a su alrededor mientras él se movía en su interior.
—Tú marcas el ritmo —le dijo él, con un gemido—. Estoy en tus manos.
Paula se movió buscando la posición más cómoda y erótica, y su cuerpo volvió a contraerse.
—Me gusta —susurró, antes de cerrar los ojos.
Empezó a ascender y a descender lentamente, y aunque al principio se movió con cierta torpeza, no tardó en encontrar un ritmo que estremeció sus terminaciones nerviosas. Incrementó el ritmo, y al poco volvió a hacerlo. Abrió los ojos, y vio que él la estaba mirando.
—Déjate llevar —susurró él, mientras deslizaba la mano entre los dos y empezaba a frotar su centro henchido.
Hasta el último músculo de Paula se tensó mientras la presión crecía en su interior. Pedro la acarició con un poco más de fuerza y estrechó el movimiento circular, y ella no pudo aguantarlo más. El orgasmo relampagueó a través de ella, y la sacudieron espasmos de puro éxtasis. Siguió cabalgando sin cesar, mientras soltaba una exclamación de placer. Arriba y abajo, una y otra vez, mientras lo poseía y lo hacía suyo, mientras su propio cuerpo se contraía alrededor de su miembro.

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