jueves, 18 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 9

—Eso sí que me gustaría verlo.
Paula se echó a reír, y el sonido pareció bañar a Pedro en una oleada inesperada de timidez. Sintió que lo cubría y que lo excitaba, y se quedó de piedra. Ni siquiera pensaba plantearse algo así, porque nunca volvía sobre sus pasos en lo concerniente a sus relaciones personales. Paula y él eran compañeros de trabajo, nada más.
Sin embargo, mientras se decía a sí mismo que tenía que controlarse, sintió que lo recorría una ráfaga de energía sexual, y fue más que consciente del humor que brillaba en los ojos de ella, y de la textura casi luminosa de su piel. Se dijo que el primero era porque se estaba riendo de una broma suya y que la segunda se debía a la buena iluminación del restaurante, pero ni siquiera él se lo creyó.
—¿Me estás escuchando? —le preguntó ella.
—Sí. Los especiales de pescado dependen de la gente del mar.
—No, te estaba diciendo que voy a ir creando mis especiales poco a poco, porque no quiero meter un montón de platos nuevos en el menú de golpe. Los iré añadiendo cuando el Pedro empiece a funcionar. Además, también he estado trabajando en un menú personal; hay pescado de temporada que sólo está disponible en ciertas épocas del año, así que podré ir jugando en base a eso. Y lo mismo con otros productos.
—Fruta en verano, sopa en invierno —dijo él.
—Bueno, me gustaría pensar que mi imaginación va un poco más allá, pero sí, ésa es la idea.
Pedro le echó un vistazo al menú, y vio que contenía los platos básicos, como pescado a la plancha y al vapor, sopas, ensaladas y diversos acompañamientos. Al recordar su puré de patatas con ajo, se le hizo la boca agua. Le ponía algún ingrediente secreto, que ni siquiera le había revelado a él.
—¿Pasteles de maíz? —dijo, al leer el listado de especiales—. Creía que íbamos a especializarnos en cocina del norte, ¿no son algo típico del sur?
—Depende de cómo se preparen.
Pedro sacudió la cabeza al leer otro punto.
—¿Patatas fritas con pescado?, ¿crees que es una buena idea? Queremos crear un establecimiento con platos selectos, no un restaurante de comida rápida junto al muelle.
—Oye, ¿te parezco enfadada? No sé si sabes que me estás tocando bastante las narices. Tú querías un menú especial, ¿no?
—Sí, pero…
—Me contrataste para que consiga que la comida sea una experiencia especial para nuestros clientes, ¿no?
—Sí, pero…
—A lo mejor podrías dejarme hacer mi trabajo antes de empezar a quejarte.
—Paula —le dijo él, con voz suave pero firme—, yo tengo la decisión final en lo referente al menú, está en el contrato.
Pedro casi pudo oír el rechinar de sus dientes.
—Muy bien, marca todo lo que te parezca objetable y vuelve en dos días. Organizaré una degustación, y podrás probar todos los platos que no te hayan convencido. Estaré en la cocina y podrás arrastrarte hasta mí suplicando mi perdón, y después nunca, jamás volverás a cuestionar mis selecciones en los menús.
Pedro soltó una carcajada.
—No pienso arrastrarme y seguiré cuestionando todo lo que me venga en gana, pero lo de la degustación me parece bien —sacó su PDA, y le preguntó—: ¿a qué hora quedamos?
—A las tres.
—Perfecto. Si no me impresionas, yo decidiré lo que entra en el menú, claro.
—Cuando se congele el infierno.
—Según he oído, ha empezado a hacer bastante frío por allí abajo.
Pedro sonrió al oír que mascullaba algo entre dientes que no alcanzó a entender. Le gustaba el hecho de que ella se hubiera endurecido en los años que llevaban separados, ya que así no tendría problemas para controlar al personal de la cocina. En ese momento, recordó que Gloria le había comentado que Paula había apuñalado a alguien, y aunque estaba deseando oír la historia, decidió que no era el momento adecuado.
Volvió a mirar el menú, y comentó:
—Deberíamos acordar el precio de los platos en los que estamos de acuerdo, sospecho que vamos a discutir sobre el tema.
—Aquí tengo detallados los costes.
Sacó varias hojas más de papel, y fueron calculando la cantidad aproximada en cada plato y lo que costaba prepararlo. calcularon los costes totales, que abarcaban la elaboración, el servicio y los gastos fijos del establecimiento, haciendo una estimación del total de clientes que podrían tener por noche y dividiendo esa cifra entre los costes que se generaban por día.
—Tus raciones son demasiado grandes, tendríamos que cobrar demasiado —comentó Pedro.
—Es preferible a que se vayan con hambre y tengan que pararse en una hamburguesería de camino a casa.
Pedro se preparó para la batalla que se avecinaba.
—¿Quién necesita trescientos gramos de mero?
—El pescado es muy diferente a la carne, una ración de cien gramos no es normal.
—Estamos hablando de un producto de mucha calidad.
Paula empezó a golpetear con el lápiz en la mesa, y comentó:
—Caramba, y yo que pensaba que éste iba a ser un restaurante de calidad. ¿Es que estaba equivocada?
Antes de que Pedro pudiera contestar, Zaira  entró en el comedor con un tipo al que no reconoció. La amiga de Paula se quedó un poco atrás, señaló al recién llegado y, sin decir palabra, Pedro claramente dijo:
—¡Lo quiero!
Pedro soltó un gemido.
—Es el repartidor de los vinos, ¿quién va a hacer el pedido? —dijo Zaira en voz alta.
—Yo —contestaron Paula y Pedro al unísono.
El miércoles, Pedro entró en el bar deportivo de la familia poco después de las nueve de la noche. El local se había despejado un poco al acabar el último partido, y ya sólo quedaban los habituales y unos cuantos ejecutivos que no querían volver a casa, por lo que el noventa por ciento de la clientela era femenina.
Su hermano Federico estaba detrás de la barra, con un auditorio de una docena de bellezas de enormes pechos que le escuchaban y se reían mientras le invitaban abiertamente a sus respectivas camas. O quizás no tan respectivas, con Federico nunca se sabía.
Su hermano siempre había sido así, pensó Pedro con una sonrisa, antes de saludarle con la mano y de ir hacia una mesa que había en un rincón. En el instituto, Federico había tenido un montón de mujeres interesadas en él; algunas se habían sentido atraídas por el hecho de que era el lanzador del equipo de béisbol, y otras por el hecho de que era un Alfonso. A los hermanos de su familia nunca les faltaba compañía femenina.
Al acercarse a la mesa, vio que su hermana, Dani, ya estaba sentada allí. Tenía una cerveza delante, y por su expresión ultrajada, estaba claro que ya se había enterado de lo que pasaba.
—Hola, peque. ¿Qué tal te va? —le preguntó, al sentarse junto a ella.
—¿Tú qué crees?, estoy intentando sacarme el cuchillo que me han clavado en la espalda.
Si hubieran sido pequeños, le habría hecho cosquillas hasta que se rindiera y después la habría abrazado para que se desahogara llorando; sin embargo, ya no tenía esa opción, y Pedro no supo qué hacer para que se sintiera mejor.
—Hola, Pedro.
Pedro levantó la mirada, y vio que se le acercaba Lucy, una de las camareras.
—¿Lo de siempre? —le preguntó ella.
Pedro asintió.
—Dani ha pedido unos nachos, ¿traigo para dos?
—Que sea para tres, Federico vendrá enseguida.
—Marchando.
Cuando la camarera se volvió, Pedro vió en primer plano su redondeado trasero en los ajustados pantalones cortos que llevaba. Sólo Federico podía conseguir que sus empleadas llevaran pantalones cortos y camisetas escotadas en Seattle, en invierno.
Se volvió hacia su hermana y se inclinó para darle un beso en la mejilla, pero ella se apartó y sus ojos marrones lo miraron acusadores.
—¿Cómo has podido hacerlo? —le preguntó.

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