jueves, 18 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 8

—Me parece bien tener en cuenta las cualificaciones y todas esas cosas, pero quiero a alguien con quien pueda acostarme —dijo Zaira.
Paula ignoró a su amiga, y volvió a mirar la solicitud que tenía delante.
—He oído hablar bien de él, ponlo en la lista —comentó, mientras hacía algunas anotaciones en una libreta.
—Pero está casado, y le es fiel a su mujer —protestó Zaira—. Puedo aceptar lo primero, pero no lo segundo.
—Estamos hablando de resucitar un restaurante, no de tu vida sexual.
—¿Por qué tienen que excluirse mutuamente?, puedo ser una buena empleada y tener una estupenda vida sexual al mismo tiempo; de hecho, tener relaciones sexuales de forma regular me mantiene de buen humor.
Paula bajó la mirada hacia los papeles, para que Zaira no la viera sonreír.
—Céntrate —le dijo.
—Eres una aguafiestas desde que estás al mando —comentó Zaira, con un suspiro.
—Y supongo que seguiré así. ¿Quién es el siguiente?
Mientras Zaira les echaba una ojeada a los papeles, Paula recorrió con la mirada el comedor. Lo habían pintado, las ventanas tenían cortinas nuevas, habían quitado la vieja moqueta y el suelo ya estaba acabado. El olor del barniz competía con el del jabón y la lejía que llegaba desde la cocina, y Paula se sentía más que agradecida de que el pestazo a comida podrida hubiera desaparecido. Su cuarto mes de embarazo estaba ya bastante avanzado, y no quería sufrir náuseas matinales a aquellas alturas.
—Alerta, ******* a las diez en punto —murmuró Zaira.
Paula se volvió, y vio a Pedro acercándose a ellas. Estaba muy guapo, con una chaqueta negra de cuero y unos vaqueros, y caminaba con el paso firme y sensual típico de los hombres Alfonso. Estaba claro que tenían buenos genes, aunque por desgracia, procedían de Gloria. Aunque a Paula no le caía bien aquella mujer, sabía que sus nietos habían heredado su firmeza de carácter y su determinación.
—Ya no es un *******, ahora es nuestro jefe —dijo, ignorando el súbito nerviosismo que sintió.
—Para mí, siempre será el ******* que te hizo llorar durante dos semanas seguidas al abandonarte.
Técnicamente, había sido Paula quien se había ido de la casa, pero sabía lo que quería decir Zaira. Pedro no había hecho nada para que se quedara, y desde luego, después no había intentado recuperarla.
—Eso fue hace mucho tiempo —le recordó a su amiga—. Ya lo he superado, y tú deberías hacer lo mismo.
—Puede.
—Hola, señoras —dijo Pedro al llegar junto a ellas. Les alargó un envase de cartón con tres vasos de café, y añadió—: les he traído algo para ayudarlos con el proceso de selección.
Zaira tomó uno de los vasos, y al ver el logotipo del Daily Grind, la empresa de Pedro, comentó:
—Prefiero Starbucks, pero supongo que tendré que conformarme.
—Genial —dijo él—. Hola, Zaira. Hacía mucho que no te veía.
—Sí, es verdad —dijo ella. Se levantó de su silla, y gracias a sus botas negras de cuero, quedó casi a la misma altura que él—. ¿Qué tal te va?
—Muy bien.
—Tengo entendido que tú estás al mando.
—Sí.
Zaira tomó un sorbo de café, y comentó:
—Cada vez que entro en uno de tus locales, me acuerdo de la vez que te vi desnudo y me entra la risa —sin más, se alejó de ellos.
Paula cerró los ojos e hizo una mueca. Su amiga los había pillado una vez haciendo el amor, y después de salir apresuradamente, se había quedado tras la puerta cerrada, quejándose de la gente que no tenía el detalle de hacer algún ruido para que el resto del mundo pudiera saber lo que pasaba y no entrar sin avisar.
Pedro se sentó en el asiento que acababa de quedar libre, y tomó uno de los cafés restantes.
—¿De verdad la necesitas?
—Lo siento, pero sí. Es muy buena en su trabajo, y me cuida las espaldas —además, Zaira podría quitarle algo de presión conforme fuera avanzando el embarazo—. Nos hemos convertido en un equipo.
—Genial.
—Sólo vas a estar aquí durante cuatro meses —le recordó ella—. No va a ser tan horrible.
—Estamos hablando de Zaira, así que puede ser un desastre.
—No para nuestro terrible y todopoderoso gerente.
—No creo detectar suficiente reverencia en tu voz. Éste es mi restaurante, y mientras esté aquí, soy un dios.
—Debo de haberme perdido esa circular, ¿podrías volver a mandármela?
—Yo mismo te traeré una copia —Pedro recorrió el comedor con la mirada, y le preguntó—: ¿qué te parece?
—No está mal.
—¿Que no está mal?, ¿sabes cuánto nos está costando?
—No, y me trae sin cuidado. La parte delantera del local es cosa tuya.
—No has cambiado en nada. ¿Qué pasará cuando abras tu propio restaurante?, entonces sí que tendrás que ocuparte de todo.
—Me las arreglaré, Zaira tiene muy buen gusto.
—¿Estás segura de que no querrá hacer una especie de sex shop?
Tras pensarlo durante unos segundos, Paula  dijo:
—Tienes razón, será mejor que hable con Federico. Seguro que alguna de sus ex novias es decoradora de interiores.
—Eso si recuerda cuál de ellas es, claro.
—Otra vez tienes razón. Vaya, esta mañana estás en racha.
Paula tomó un sorbo de café, y contestó:
—¿Y desde cuándo estás tú ocurrente?
—Desde hace ciento cuarenta y tres días, hubo un boletín especial en los noticiarios.
—Me lo perdí.
—Supongo que estará con la circular donde pone que eres un dios.
Pedro sonrió, y ella le devolvió el gesto. Aunque le apetecía seguir bromeando con él, sabía que era mucho mejor que mantuvieran una relación estrictamente profesional. En el pasado, habían empezado charlando animadamente y las cosas se habían ido volviendo más peligrosas con cada segundo que pasaba, y a pesar de que ya se sentía completamente inmune a él, no quería correr ningún riesgo.
—Llevas algún tiempo fuera del negocio, ¿cómo te sientes al volver?
—Bastante bien, es algo que me resulta muy familiar. Creía que no lo echaría de menos, pero dirigir un restaurante tiene algo especial. Todo cambia constantemente, y cada hora, cada día, es diferente. El tiempo es siempre el enemigo, y la siguiente crisis está a la vuelta de la esquina.
—Parece que realmente lo has echado de menos.
—A lo mejor.
—Espero que recuerdes lo bastante para conseguir que tu mitad del local funcione.
—Tu fe en mí es conmovedora.
Pedro la vio echarse un poco hacia atrás, como si quisiera alejarse de él, y supo lo que estaba pensando como si lo hubiera dicho en voz alta: que había sido él quien no había tenido fe en ella. Aquello no era cierto, pero sabía que Paula no le creería. Con sus esfuerzos por protegerla de Gloria, lo único que había conseguido había sido agrandar el abismo de un matrimonio que se estaba desmoronando. Pero todo aquello pertenecía ya al pasado, así que lo mejor era olvidarlo.
Paula sacó una carpeta de una mochila bastante estropeada, y dijo:
—Aquí tienes algunos menús de degustación. He marcado los platos que quiero servir en la gran fiesta de inauguración, y he puesto un interrogante junto a todos aquellos que no estoy segura de poder servir ese día en concreto. Los inventarios cambian con mucha rapidez, y mis proveedores no pueden confirmarme si tendrán las piezas más exóticas hasta el mismo día de la fiesta.
—Ah, sí, los infames proveedores que prácticamente viven en el mar —dijo Pedro, mientras tomaba las hojas de papel.
—A veces se disfrazan de pez —bromeó ella.

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