viernes, 12 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 58

-Y tengo otra pista que quiero seguir -lo interrumpió antes de que estallara. Se quitó la otra zapatilla y las metió en la taquilla-. Pero no puedo conseguir la información que necesito. Quizá tú puedas.
-¿Qué clase de información? -gruñó.
-La dirección para un lugar llamado Humboldt House. Estoy convencida de que es un refugio para jóvenes financiado con fondos privados ,pero no he sido capaz de que me dieran la dirección.
-Pondré a alguien en ello de inmediato -prometió.
-Bien. Te llamaré más tarde.
Cuando oyó el clic del otro lado de la línea, ya tenía su localización. Estaba a menos de dos kilómetros... Podría llegar hasta ella en cuestión de minutos.
Había sido listo en insistir que se llevara uno de los teléfonos nuevos con tecnología GPS, antes incluso de saber que le resultaría tan útil. Se felicitó por un trabajo bien hecho.
Comenzó a desvestirse. Consciente de que no tenía una toalla con la que cubrirse, se sintió avergonzada cuando una de las nadadoras la miró con ojos centelleantes y se apartó, como si tuviera miedo de que pudiera contaminarla.
Preocupada por tener que dejar la cartera en una taquilla abierta, vació la bolsa de plástico que contenía el cepillo de dientes, la pasta dentífrica, el peine y el aerosol para el pelo que lo había convencido de que la dejara comprar. Metió la cartera dentro y se llevó la bolsa con ella a la ducha.
Qué extraño que después de tan poco tiempo en la calle, ya empezara a pensar de forma distinta a la habitual. Era algo que tendría que incluir en su historia.
El agua apenas estaba templada, el chorro apenas era suficiente, pero la ducha le pareció el paraíso. Se echó jabón líquido del dispensador que había en la pared y se enjabonó el cuerpo y el pelo.
Podría haberse quedado todo el día bajo el agua, pero Pedro la estaría esperando, así que a regañadientes cerró el grifo y con las manos se ayudó a quitarse el exceso de agua del cuerpo. Luego aprovechó los secadores de mano que servían para que las nadadoras se secaran el pelo, lavó sus braguitas y usó uno para secarlas.
Durante varios minutos, el ruido del motor del aparato fue lo único que oyó. Al parar y ponerse unas braguitas limpias, en el vestuario reinó una quietud sobrenatural. Miró alrededor.
Al fin se había quedado sola.
Nadie alzó la vista cuando avanzó por el pasillo con las manos en los bolsillos, la cabeza baja, la gorra sobre las gafas de sol.
Al principio, al no verla fuera, pensó que había llegado demasiado tarde al parque. Entonces vio a Alfonso salir del edificio con aspecto fresco, el pelo todavía mojado. Eso le había indicado dónde podría encontrarla. Alfonso ni siquiera notó su presencia cuando pasó al lado de él.
Abrió el armario de un hombre de la limpieza y sacó un pie con un cartel de «cerrado por limpieza». Comprobó el pasillo una vez más. Despejado. Luego se dirigió hacia el vestuario de las mujeres, con la intención de colocar el pie para impedir que entrara alguien. Primero se detuvo ante el surtidor de agua para tragarse una pastilla que lo ayudara en su cometido.
Abrió la puerta y se asomó con cuidado. Al principio no vio a nadie. Luego entró con la espalda apoyada contra la pared alicatada, y la vio. Estaba vestida y trataba de peinarse el pelo enredado.
El pulso le martilleó y la piel se sofocó en una mezcla de anticipación y temor.
Después de todo, nunca antes había quitado una vida humana.

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