miércoles, 24 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 37

Pedro entró en el Waterfront poco después de las diez. El comedor aún estaba sorprendentemente lleno, y había tres parejas esperando para sentarse. Aquella noche iban a salir tarde.
Saludó a la maître, y buscó con la mirada a Randy. Su asistente era demasiado inexperto para quedarse a cargo del local un viernes por la noche, pero no había habido otra alternativa. Primero le pediría un informe, y después iría a ver cómo le iba a Paula.
Mientras cruzaba el comedor, vio que Randy salía como una exhalación de su despacho. El joven aminoró el paso al ir hacia él, y al llegar a su lado, le agarró del brazo.
—Se ha acabado el pinot del menú de degustación —le dijo, en voz baja y cargada de tensión—. Paula está muy enfadada. Escogió otro vino sin dejarme hacer cuentas, así que no sé si estamos perdiendo dinero o no.
—¿Se ha acabado el pinot?, ¿cómo es posible? —gimió Pedro.
Randy se limitó a encogerse de hombros.
—Genial. Primero iré a calmar a Paula, y después pasaremos la noche como podamos y lo arreglaremos por la mañana. Habéis servido un vino decente, ¿no?
—Eso creo. Paula no quiso que yo interviniera en la decisión.
—De acuerdo, yo me ocuparé de todo.
Pedro le dió una palmadita en la espalda, y después fue a la cocina. Al cruzar la puerta batiente, se encontró inmerso en la locura de una cocina a pleno rendimiento.
—Paula, me he enterado de que…
Algo le pasó volando junto a la oreja, y golpeó en el marco de la puerta. Al volverse, Pedro vió un enorme cuchillo de carnicero clavado en la madera. Sobre la cocina descendió un silencio total, con la única excepción del ruido del vapor y de la parrilla.
—¿Qué demonios…? —Pedro se volvió y vió a Paula junto al mostrador, mirándolo con expresión furiosa.
—Vaya, se me debe de haber resbalado —dijo ella, sin mostrar la menor sinceridad o preocupación.
Pedro no podía creer lo que acababa de pasar.
—Me has lanzado un cuchillo —dijo, más atónito que enfadado.
Ella se encogió de hombros en un gesto despreocupado, pero el brillo de furia de sus ojos era más que patente.
¿Le había lanzado un cuchillo, y encima estaba enfadada?
—¿Qué demonios te pasa? —le preguntó.
—No sé de qué estás hablando, ya te he dicho que se me ha resbalado.
Paula se volvió hacia los platos que estaba preparando, y la conversación volvió a reanudarse. Pedro se la quedó mirando, sin saber lo que estaba pasando. Era imposible que Paula estuviera tan enfadada porque se hubiera acabado el vino.
Ella le alargó unos platos con brusquedad, y le dijo:
—Mesa dieciséis. ¿Te ha dicho Randy que se nos ha acabado el pinot del menú de degustación?
—Sí.
—La próxima vez que te largues en medio de la noche más ajetreada de la semana, será mejor que dejes al mando a alguien competente.
Paula le dió la espalda sin más, y empezó a leer en voz alta los nuevos pedidos que fueron llegando. Pedro se la quedó mirando durante un segundo, y finalmente salió al comedor. Allí estaba pasando algo, pero no tenía ni idea de qué podía ser.
Volvió a su despacho después de servir los platos y de charlar durante unos minutos con algunos de los comensales, y al entrar se encontró a Zaira esperándolo.
—¿Estás bien? —le preguntó ella.
—¿De verdad te interesa?
—No sé lo que ha pasado, pero tienes un problema muy gordo. Nunca había visto a Paula tan enfadada, ¿qué has hecho?
—No tengo ni idea. Todo estaba bien cuando me fui, y ahora está hecha una furia. Me ha lanzado un cuchillo a la cabeza.
—Ya me he enterado. Menos mal que tiene buena puntería.
Pedro no quiso pensar en lo que habría pasado si ella hubiera fallado.
—Gloria ha estado aquí, ¿qué te apuestas a que la vieja ha metido cizaña?
Aquello era más que probable, pero Pedro no sabía qué habría podido decirle a Paula  para que ella reaccionara así.
—En cuanto la cosa se calme un poco, iré a hablar con Paula. ¿Podrías avisarme si intenta irse?
Zaira vaciló por un momento, pero finalmente dijo:
—Vale, pero sólo porque estoy preocupada por ella. No creas que a partir de ahora voy a ponerme de tu parte.
Paula se sentía como si llevara cinco días despierta y acabara de terminar un maratón. Le dolía todo el cuerpo, le retumbaba la cabeza y sólo quería poder dormir un montón de horas. Quizás así podría olvidar lo que Gloria le había dicho.
No quería creerlo, pero tenía la prueba doblada en un bolsillo. La adolescente se parecía muchísimo a Pedro, y aunque saber que él tenía una hija explicaba muchas cosas, le dolía enterarse por fin de la verdad.
—No vas a irte de aquí hasta que hablemos.
Paula levantó la mirada, y vió a Pedro en la puerta de su despacho. Parecía más grande de lo normal, ya que ocupaba todo el espacio y bloqueaba su única vía de escape. Sabía que escucharle sería una prueba de madurez, aunque sólo estaba de humor para tener una buena pataleta; de hecho, ya había perdido el control cuando le había tirado el cuchillo. No era algo que hubiera planeado, pero un segundo estaba cortando carne, y al siguiente había oído su voz y el cuchillo había parecido escapar de su mano y había salido volando hacia él.
Se sentó pesadamente en una silla, y respiró hondo. Había muchas cosas por decir, pero no sabía por dónde empezar o cómo explicar lo que sentía.
—Has intentado matarme —le dijo él, antes de ir a sentarse frente a ella—. ¿Te importaría decirme por qué?
—He reaccionado sin pensar.
—Qué alivio, no me gustaría saber que has estado planeando mi asesinato.
—Lo siento, no debería haberlo hecho —dijo ella, consciente de que podría haberle hecho mucho daño.
—Ya sé que no permites que tus cocineros te lleven la contraria —comentó Pedro, mientras cruzaba los brazos.
—Sí, es una de las ventajas de mi trabajo —Paula intentó sonreír, pero no lo consiguió. Le ardían los ojos, tanto por las lágrimas contenidas como por el agotamiento.
—Zaira me ha dicho que ha venido Gloria, así que estoy seguro de que ella ha tenido algo que ver con lo que ha pasado. No sé qué puede haberte dicho para ponerte así.
—¿De verdad? —Paula se preguntó si estaba hablando en serio, si era posible que se hubiera pasado horas viendo a su hija actuar en una función del instituto y que no se imaginara lo que su abuela podía contar—. Entonces, será mejor que aclaremos las cosas ahora mismo.
Paula se metió la mano en el bolsillo, y después de sacar el folleto de la obra, lo alisó y lo empujó por la mesa hacia Pedro para que él pudiera ver la foto. Lo contempló con atención mientras él miraba aquella hoja de papel, y vio que, aunque su expresión permanecía imperturbable, su boca se tensaba.
Fue como si la hubiera golpeado.
En algún rincón de su mente, en la esquina más recóndita y oscura de su corazón, había mantenido la esperanza de que lo que le había dicho Gloria fuera una mentira, que hubiera otra explicación a pesar del parecido físico. No quería saber que el hombre al que había amado y con el que se había casado le había ocultado un secreto tan descomunal, que había estado dispuesto a tener un hijo con otra mujer, pero tal y como le había dicho Gloria, no con ella.
—Te ha contado lo de Camila —dijo Pedro al fin, con voz queda.
Paula se reclinó en el respaldo de la silla, y permaneció en silencio. No estaba intentando dificultarle las cosas, pero sabía que se echaría a llorar si abría la boca.
—Es mi hija —añadió Pedro, al levantar la mirada hacia ella—. No supe cómo decírtelo. Cuando estábamos saliendo juntos no me pareció relevante, y cuando nos casamos no supe qué decir ni cómo hacerlo. Cuanto más esperaba, más difícil me resultaba explicártelo, pero nunca fue mi intención ocultártelo.
—Estábamos casados y me quedé embarazada, ¿ni una sola vez se te ocurrió comentarme que ya habías pasado por aquello?

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