viernes, 19 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 12

—Vale.
—Pareces nerviosa —añadió su amiga, con una sonrisa—. No te preocupes, todo va genial.
—Has estado todo el rato en la cocina, así que sabes lo mismo que yo: nada.
—Pero tengo un buen presentimiento y podría ponerme a bailar de entusiasmo, como la protagonista de Flashdance. Vaya, se me nota la edad, ¿no? ¿Serviría de algo decir que tenía doce años cuando vi la película?
—¿De verdad los tenías?
—No me acuerdo.
Zaira  había cumplido los cuarenta en diciembre, y lo había celebrado con un largo fin de semana en México y una serie de camareros cachas. Paula siempre había admirado la capacidad que tenía su amiga para disfrutar de la vida.
—Me gusta tu jersey —comentó Zaira, señalando con un gesto la prenda de color verde esmeralda.
—He pensado que lo mejor será enseñar el escote mientras lo tengo.
—Bien hecho. Apenas tienes barriguita, y la chaqueta la disimula. Venga, no puedes remolonear aquí para siempre.
Paula asintió, y dejó que su amiga la precediera hasta el comedor del restaurante. Al salir de la cocina, un camarero rubio pasó junto a ellas, y Zaira lo agarró del brazo.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Ted —le contestó él, con una gran sonrisa.
—Vale —Zaira se volvió hacia Paula, y le dijo—: él es el candidato número uno.
Paula aún se estaba riendo cuando se volvió a enfrentarse al gentío, pero su buen humor se esfumó al ver la cantidad de gente que abarrotaba el comedor. Habían enviado unas quinientas invitaciones, y aparentemente, todo el mundo había decidido asistir.
La suave música apenas se oía entremedio del barullo general de las conversaciones. Los invitados estaban de pie en grupitos, charlando y riendo, mientras los camareros con uniforme blanco circulaban con bandejas de comida.
El bar estaba a tope, pero aquello no era de extrañar, porque había barra libre. Paula deseó poder tomarse algo para tranquilizar sus nervios, pero hizo acopio de valor e intentó decidir qué dirección tomar. En ese preciso momento, se abrió un pequeño pasillo entre la multitud, y al ver a Pedro en el centro de la sala, alto y muy guapo con un traje oscuro, su cuerpo reaccionó y la recorrió una oleada de calor, amor y de deseo.
Utilizó su experiencia en la cocina para lanzarse a sí misma varios insultos demoledores, pero como aquello no disminuyó lo más mínimo su súbito e inapropiado deseo, se recordó que Pedro y ella ya habían intentado mantener una relación y que no había funcionado. Él había dejado que se marchara sin una sola protesta, y ella había llegado a preguntarse si alguna vez la había querido de verdad.
—Así que estamos solos tú y yo, pequeño —susurró, mientras acariciaba ligeramente su vientre.
Entonces cuadró los hombros, y se metió de cabeza en la multitud.
—Hola, me alegro de verte. Gracias por venir.
Paula sonrió, charló y se mostró encantadora con la posible clientela mientras se iba acercando a Pedro, pero él fue a buscarla antes de que pudiera llegar a su lado.
—Va muy bien, ha venido mucha gente —comentó él.
—Sí, claro, porque la comida es gratis —le dijo ella al oído—. Ya veremos cuántos de ellos están dispuestos a venir pagando otra noche.
Pedro soltó una carcajada, y después la presentó a varios oficiales gubernamentales.
—Antes solíamos venir aquí muy a menudo —comentó una guapa abogada—. Pero últimamente…
Paula hizo un gesto despreocupado, y comentó:
—Puedes decir sin tapujos que la comida era horrible, yo no era la cocinera.
La mujer se echó a reír.
—Tienes razón. He probado la mayor parte de los platos, y todo está buenísimo.
—Gracias. Queremos ofrecer la comida tradicional, por supuesto, pero también animar a la gente a que pruebe cosas nuevas.
Pedro posó una mano en la base de su espalda, y Paula sintió que sus terminaciones nerviosas se descontrolaban.
—¿Has probado las patatas con pescado de Paula?, son increíbles. Cometí el error de decir que no tenían suficiente categoría para estar en nuestro menú, pero me convenció con un solo bocado.
—Creí que nunca lo admitirías —le dijo ella.
—Estaba equivocado.
—¿Te importaría bordar eso en una almohada? —le dijo la abogada, muy sonriente—. A las mujeres de todo el mundo les encantaría verlo.
—No, gracias.
Después de despedirse de la abogada, se acercaron a otro grupo de ejecutivos. Después de presentarles a Paula, Pedro dejó que ella les explicara su intención de utilizar productos locales siempre que fuera posible.

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