jueves, 25 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 45

Paula se obligó a sonreír mientras la otra mujer se quitaba su abrigo de piel y se lo colgaba del brazo.
—Buenas tardes, Paula.
—Hola, Gloria. Gracias por venir a visitarnos, aunque me sorprende verte de nuevo en la cocina.
Gloria enarcó sus perfectas cejas y contestó:
—Aunque Pedro y tú piensen  que están al mando, sigo siendo la accionista mayoritaria de la empresa.
Eso probablemente explicaba que no hubiera un sistema de bonificaciones.
—Si has venido por algún asunto laboral, será mejor que vayamos a mi despacho.
Paula no quería tener que lidiar con Gloria en público, aunque no le hacía ninguna gracia estar con ella en ningún sitio, y mucho menos en el espacio limitado de su despacho; teniendo en cuenta la bomba que la vieja bruja había soltado en su última visita, no quería ni pensar en lo que podía tener entre manos en esa ocasión.
—Pedro no está, ¿quieres que lo dejemos para otro día? —era dudoso que accediera, pero una mujer tenía derecho a soñar.
—No, he venido a verte a tí —Gloria se detuvo al ver la amplitud de la habitación, y dijo—: El despacho de Pedro es mucho más pequeño que éste.
—Sí, es verdad.
—¿No tendría que haberse quedado él con el más grande?
—No.
—¿Vas a ofrecerme algo de beber?
—¿Quieres algo?
—La verdad es que no.
—Entonces no, no voy a ofrecértelo —Paula sonrió antes de decir—: ¿Alguna otra pregunta?
—He venido porque he recibido varias quejas sobre la comida.
—¿De verdad? Me sorprende, porque yo no he recibido ninguna.
Aquello no era totalmente cierto. Había habido el típico cliente que quería que su plato de pescado supiera a algo totalmente diferente, o que insistía en que se le cocinara la comida hasta extremos imposibles que sólo conseguían que el plato perdiera sustancia, pero nada fuera de lo común.
—Parece que te sientes muy orgullosa de tus patatas fritas con pescado, pero me han comentado que el plato es muy vulgar. No es el tipo de comida que deberíamos servir en un restaurante tan selecto como éste.
Paula  se sintió muy orgullosa de sí misma, por ser capaz de ver la parte humorística de aquella situación.
—Tu opinión me parece muy interesante, pero aunque seas la principal accionista de la empresa, yo no trabajo a tus órdenes, y aunque lo hiciera, tengo un jugoso contrato con una cláusula que establece que puedo decidir lo que se les sirve a los clientes. Intento estar abierta a los consejos, pero es mi nombre el que aparece en la parte superior del menú.
—No sé por qué Pedro accedió a darte tanto control, es ridículo —dijo Gloria, fulminándola con la mirada.
—Puede, pero eso es lo que hay. Aunque me preocupa que hayas estado recibiendo quejas, ¿por qué no me das los nombres y los números de teléfono de los clientes insatisfechos? Me encantaría hablar con ellos personalmente para invitarlos a una cena gratis.
Paula  esperó a ver qué le respondía, convencida de que no iba a poder darle aquella información porque se había inventado lo de las quejas.
—Pedro no va a casarse contigo. No sé si pensaste que podrías convencerlo debido a tu embarazo, pero es inútil. Lo dejaste escapar una vez, y Pedro no va a permitir que vuelvas a tomarle el pelo.
Paula se mordió el labio inferior, y necesitó toda su fuerza de voluntad y sus valores morales para no decirle que Pedro y ella habían hecho el amor… y no una sola vez, sino durante toda una noche. Una y otra vez como conejos.
Pero logró contenerse; al parecer, se estaba acostumbrando a todo aquel rollo de actuar con madurez, y además, no estaba interesada en Pedro de esa forma.
—Si él mostrara interés en tí, me vería obligada a desheredarlo.
—¿Me estás diciendo que no recibiría nada desde un punto de vista financiero?
—Exacto.
—Como ya ha ganado millones con el Daily Grind, no creo que eso sea un gran drama para él —Paula se levantó, y añadió—: Gloria, no sé lo que quieres, pero no vas a conseguirlo aquí. Ve a torturar a otra persona, no me interesan tus juegos.
—No puedes echarme de aquí —dijo ella, mientras se ponía en pie.
—Pues yo creo que es lo que está haciendo —comentó Zaira desde la puerta—. No he podido evitar oír lo que estabais diciendo, qué situación más desagradable —con una enorme sonrisa, añadió—: Pero ya que estamos en plan sincero, quiero que sepas que me he acostado con Federico y con Agustín. No al mismo tiempo, claro, porque habría sido un poco incómodo, pero lo he hecho con los dos. Eso te dará algo en qué pensar.
—Zorra —siseó Gloria.
Zaira se echó a reír.
—Si eso es lo mejor que puedes hacer, no entiendo por qué te tiene miedo tanta gente.
Después de que Gloria agarrara su abrigo y se marchara a toda prisa, Zaira se acercó a la mesa y Paula y ella chocaron las manos.
—Madre mía, esa mujer necesita un ajuste de actitud urgente. ¿Estás bien?
—Sí —contestó Paula—. ¿Es verdad que te acuestas con Agustín?
—Acabo de salvarte el cuello, ¿qué te parece si me lo agradeces y me subes el sueldo?
—Te agradezco que acudieras al rescate, pero no era necesario. ¿Es verdad que te acuestas con Agustín?
—Sólo lo hicimos una vez. Estuvo bien, pero se acabó —frunció el ceño, y admitió—: Somos amigos. Es raro, porque nunca he creído que sea posible tener un amigo del sexo masculino, pero así es.
Paula no supo qué decir; en primer lugar, a Zaira le encantaba hablar de sus conquistas, siempre decía que eso era casi la mejor parte. Y en segundo lugar… ¿sólo amigos?
—No hace falta que te sorprendas tanto, él es diferente. Me gusta.
—¿Te gusta desde un punto de vista romántico?
—No, simplemente me gusta como persona —su rostro se tensó, y le dijo—: Todo esto es información confidencial, y no puedes contárselo a nadie.
—Genial, material para chantaje —dijo Paula, con una gran sonrisa.
Pedro volvió al restaurante justo antes de las cinco, y sonrió al entrar en la cocina y encontrarse con el familiar caos que precedía al fantástico menú de Paula.
—¿Qué tal va todo? —le preguntó casi gritando, para que le oyera a pesar del ruido.
—Genial —le contestó ella.
—Tu abuela ha venido y ha amenazado a Paula —comentó Zaira al acercarse a por dos ensaladas.
—Le advertí que me iría si se entrometía —masculló Pedro.
Paula sacudió la cabeza, como si estuviera advirtiéndole que se callara.
—Genial, ella aprieta las tuercas y tú te largas, y así tendremos que lidiar con ella nosotras solas —dijo Zaira, con una mueca de exasperación—. Muy varonil de tu parte, recuérdame que te llame si me surge cualquier urgencia —sin más, agarró otra ensalada más y salió de la cocina.
—Ni siquiera me he quitado el abrigo, y ya he perdido una batalla con ella —comentó Pedro.
—Zaira tiene un don para hacer que cualquier hombre se sienta incapaz de ganar contra ella. He intentado avisarte, pero ya era demasiado tarde.
—Pareces muy alegre, está claro que Gloria no ha causado demasiados daños.
—Me mantuve firme.
—¿A quién ha venido a ver?, ¿a tí o a mí?
—A mí.
—¿De qué quería hablar contigo?
—De lo de siempre, de lo importante que es ella y lo insignificante que soy yo. Entonces llegó Zaira y le comentó que se ha acostado con Federico y con Agustín, así que supongo que hemos acabado en empate.
—Recuérdame luego que le dé las gracias.
Después de ir a dejar el abrigo a su despacho, Pedro fue a comprobar cómo iba todo en el comedor. Tenían reservas hasta las nueve, lo que no estaba nada mal para un miércoles. Las mesas ya estaban llenas, y había varias parejas esperando en el bar.
—El comedor está controlado —le dijo a Paula, cuando volvió a la cocina—. ¿Quieres contarme la verdadera razón de que Gloria viniera a verte?

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