viernes, 19 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 13

—Vivimos en una zona fantástica del país, ¿por qué no vamos a aprovecharlo? —comentó ella.
Un reportero del periódico Seattle Times se acercó más y le preguntó:
—¿Van a incluir en la carta vinos de Washington?
—Por supuesto, y también de Oregón y de la Columbia Británica. También tendremos una selección de licores de california, de Francia y de otros sitios, pero nuestro enfoque es regional.
Las dos horas siguientes fueron un remolino de presentaciones y de comentarios para intentar promocionar el restaurante. Pedro se mantuvo cerca de ella, hasta que Paula decidió ir a la cocina a ver cómo iban las cosas. Cuando volvió a salir, vio a Zaira acercándose a ella con Gloria Alfonso.
Lo cierto era que formaban una extraña pareja. Gloria era una mujer menuda, con el pelo blanco y unos penetrantes ojos azules, y su ropa costaba más que la deuda exterior de varias naciones isleñas juntas. Zaira se cernía sobre ella como una hermosa amazona de más de metro ochenta, con su pelo oscuro y ondulado cayéndole a la espalda y sus resplandecientes ojos verdes que parecían reírse ante el mundo entero; sin embargo, lo que más llamaba la atención de ella era el corazón tatuado que tenía en uno de sus hombros desnudos, y el movimiento de sus pechos en la camiseta ajustada que llevaba.
—Mira a quién me he encontrado —le dijo con una sonrisa de oreja a oreja, antes de soltar el brazo de Gloria—. Ya se conocen, ¿verdad?
La mujer mayor se colocó bien la manga de la chaqueta de lana blanca como la nieve que llevaba, y soltó un bufido de indignación.
—¿Quién es esta persona? —dijo.
—Hola, Gloria —le dijo Paula, con una sonrisa forzada. Gloria le había dejado muy claro que nunca la perdonaría por haber dejado a su querido nieto; al fin y al cabo, para ella casarse con un Alfonso era una cumbre que muy pocos podían alcanzar—. Me alegro de verte, ella es mi amiga Zaira.
Gloria le lanzó una mirada a la mujer en cuestión, y se volvió de nuevo hacia Paula.
—Si tú lo dices…
—Oh, Paula y yo somos amigas desde hace mucho tiempo —le dijo Zaira con voz alegre—. Nos conocimos cuando ella iba a la escuela de cocina. Yo vivía a su lado, y un día vino a quejarse de que hacía demasiado ruido.
Paula hizo una mueca, consciente de lo que estaba por llegar.
—Era por culpa del sexo, claro —siguió diciendo Zaira,en voz un poco más baja—. Me atraen los hombres más jóvenes que yo, y la situación puede volverse bastante ruidosa. Me sentí fatal, pero Paula fue muy comprensiva y nos hicimos amigas.
La expresión de Gloria permaneció imperturbable, pero su boca se tensó. Era un gesto que siempre la traicionaba, y que compartía con su nieto.
En ese momento Pedro se unió a ellas, y Gloria se volvió hacia él.
—¿Conoces a esta mujer? —le preguntó, mientras señalaba a Zaira.
—Sí —admitió Pedro, con un gemido.
—Cuéntale lo de aquella vez que te vi desnudo —le dijo Zaira con un suspiro, antes de alejarse de ellos.
Tras mirar a Zaira y después a su abuela, Pedro se apresuró a marcharse. Paula supuso que no podía culparle dadas las circunstancias, pero por desgracia, su huida la dejó sola con Gloria.
—Así que Pedro te ha contratado —comentó la mujer, con la voz teñida de desagrado.
—Sí, tengo un contrato de tres años.
—Comprendo.
—¿Has probado la comida?
Gloria le lanzó una mirada a la bandeja de un camarero que pasó cerca de ellas, y comentó:
—Tengo un estómago delicado.
El insulto fue tan descarado, que a Paula le resultó casi gracioso. Casi. No le sorprendió darse cuenta de que a Gloria no le había hecho gracia que la contrataran, porque por alguna razón, nunca le había caído bien. Era difícil sentir afecto por alguien que parecía tan decidido a mantenerla apartada.
—Es una lástima, estamos recibiendo comentarios muy positivos.
—Querida, la comida es gratis. ¿Qué esperabas?
Eso era lo que Paula pensaba más o menos, pero no estaba dispuesta a admitirlo.
—En fin, me ha alegrado volver a verte, pero tengo que…
De repente, Gloria la agarró del brazo y le dijo:
—No vas a poder cazarlo de nuevo.
—¿Qué?
—Me refiero a Pedro. Ya te ha olvidado, aunque sigo sin entender lo que vió en tí.
—Sí, ya lo sé. Me lo dejaste muy claro desde el principio —Paula se zafó de su mano, y deseó que su madre no le hubiera inculcado con tanto ahínco que había que ser amable con la gente mayor.
Pedro  la había dejado marchar sin una sola protesta, pero Gloria prácticamente había organizado una fiesta para celebrar el divorcio; al menos, eso era lo que le había contado Federico.
—No eras lo bastante buena para él, nunca te importó lo suficiente. ¿Qué clase de mujer rompe su matrimonio?
Aquella acusación tan injusta hizo que Paula se apresurara a excusarse, y mientras se alejaba, sintió el deseo irracional de volverse hacia aquella mujer y decirle a pleno pulmón que por supuesto que le había importado. Había amado a Pedro  con todo su corazón, y habría hecho lo que fuera por él… excepto resignarse a no tener hijos. Formar una familia era lo único a lo que no estaba dispuesta a renunciar.
—Vieja estúpida… —murmuró, antes de tomar una copa con crema de marisco de una bandeja y bebérsela en un par de tragos.
—He visto el humo, y he venido a toda prisa.
Paula se volvió, y al ver a Federico, se apoyó contra él.
—Tu abuela es horrible, se me había olvidado cuánto.
—Nadie consigue olvidarla del todo, tú te habías limitado a reprimir el recuerdo traumático. Es lo que hacemos todos, para poder sobrevivir —la rodeó con los brazos y le dio un beso en la cabeza, antes de añadir—: es una fiesta fantástica, y la gente está encantada con la comida. Creo que tienes el éxito asegurado.
—Eso espero.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó él en voz baja.
—Tengo el antojo de comerme un sorbete de naranja. Estoy rodeada por toda esta fantástica comida, y no puedo pensar en otra cosa.
—Eso es enfermizo.
—Eso suponía yo.
Pedro se acercó a ellos, arrastrando tras él a Zaira.
—Haz algo, me está preguntando mi opinión sobre los camareros —le dijo a Paula.
—Hay tanto donde elegir… —dijo Zaira, antes de centrar su atención en Federico—. Vaya, hola. Veo que no te has ido a entrenar para la temporada.
—No, este año no.
—Qué lástima, me gusta verte trabajar. Te mueves muy bien.
—Dejenlo ya. Son mis amigos, no puedo soportarlo —protestó Paula.
—Pues vas a tener que superarlo —le dijo Federico con una sonrisa, antes de alargar una mano hacia Zaira—. ¿Vamos?
—Vamos.
Se fueron juntos sin más, y Paula los siguió con la mirada.
—No sé por cuál de los dos debería preocuparme, aunque supongo que era inevitable, porque se conocen desde hace años. Pero Federico siempre estaba yendo y viniendo, y Zaira… —se detuvo por un segundo, y finalmente admitió—: no sé por qué ha esperado tanto. Al menos, ella conseguirá que se olvide de que la temporada de béisbol está a punto de empezar.
—No tengo nada en contra de tu amiga, pero ninguna mujer podría conseguir algo así.
—Entonces, le servirá de distracción.
—A lo mejor.
—Zaira puede manejarlo, ella puede manejar a cualquiera.
—Desde luego, tiene bastante práctica.
Paula  estuvo a punto de ofenderse en nombre de su amiga, pero entonces se dio cuenta de que Pedro no estaba hablando con ella. Bueno, estaba girado hacia ella y por lo tanto encarado hacia la dirección correcta, pero su atención estaba más centrada en su pecho que en su cara.
Nunca había tenido el tipo de cuerpo capaz de llamar la atención de los hombres, así que tenerlo durante un tiempo le resultaba muy satisfactorio. Perverso, pero satisfactorio.

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