martes, 23 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 33

Paula iba a protestar, pero cuando sus labios cubrieron los suyos y sintió la calidez de la suave caricia, el deseo estalló en su interior. La pasión anuló todo sentido común, y al entregarse al beso, supo que después tendría que enfrentarse a las consecuencias.
Ladeó la cabeza de forma instintiva, y abrió la boca antes de que él se lo pidiera; sin embargo, en vez de hacer lo que se esperaba de él y profundizar el beso, Pedro siguió acariciándola castamente, mordisqueando su labio inferior antes de recorrerlo con la lengua.
De acuerdo, se estaba portando como un caballero, y eso sería algo bueno en circunstancias normales, así que Paula  decidió darle un par de pistas más. Lo rodeó con los brazos, y se apretó contra él. Su vientre abultado le dificultaba poder restregar los senos contra su pecho musculoso, pero movió los hombros y se inclinó un poco hacia delante para que él captara el mensaje.
O no, pensó varios segundos después, cuando él no hizo otra cosa que besarla suavemente con las manos sobre sus hombros.
—¿Qué te pasa?, ¿por qué has venido? —le preguntó finalmente, tras apartarse un poco de él.
Pedro le apartó un mechón de pelo de la cara, y se lo colocó detrás de la oreja antes de decir:
—Te estoy seduciendo.
¿Que la estaba seduciendo?, ¿con aquellos besos castos y recatados?
—Pues a mí no me lo parece. Si esto es por lo que dijo Jaime, olvídalo. No necesito sexo por piedad.
Él tuvo la desfachatez de sonreír.
—Yo diría que sí que lo necesitas, pero a mí me interesa más que eso.
Paula  no supo cómo reaccionar. Por un lado, anhelaba volver a experimentar la intimidad física, tocar y ser tocada, y esa parte de su relación con Pedro siempre había funcionado muy bien. Pero había algunas complicaciones; además de que trabajaban juntos y de que habían estado casados, tenía que tener en cuenta los cambios físicos que había provocado su embarazo.
—Esto es una locura —dijo, antes de volverse.
Pedro la siguió hasta la entrada de la casa, y apretó el botón para cerrar la puerta del garaje.
—No lo es. Paula, te deseo y creo que el sentimiento es mutuo. ¿Qué problema hay?
Sus palabras hicieron que le flaquearan las rodillas, pero al bajar la mirada y ver su vientre abultado, le entró el pánico.
—Está la cuestión del bebé —dijo.
—Tendremos cuidado —Pedro abrió la puerta de la casa, y le indicó que entrara—. Puedes decirme lo que tengo que hacer, es algo que te encanta.
—No es un problema de seguridad, si es a eso a lo que te refieres —le dijo ella. Tras dejar el bolso sobre la mesa del recibidor, se volvió hacia él y añadió—: hay otras cuestiones que hay que tener en cuenta.
Pedro se acercó a ella, y posó las manos sobre su vientre.
—¿Te refieres a tu belleza radiante? O a lo mejor estás hablando de tus pechos, que son mucho más grandes de lo que recordaba.
Paula no pudo evitar sonreír.
—¿Te has dado cuenta?
—Me he obsesionado.
—¿En serio?
—Sí, sobre todo antes de que supiera que estabas embarazada. Me preguntaba lo que habrías hecho para agrandarlos.
A Paula le gustó mucho oír aquello.
Pedro empezó a frotarle el vientre en círculos lentos y sensuales, y añadió:
—No me importa que tu cuerpo sea diferente —dijo, antes de inclinarse a besarla con suavidad—. ¿O vas a obligarme a suplicar?
—No estaría mal, de hecho…
Paula  no pudo seguir hablando, porque Pedro le metió la lengua en la boca.
Él la besó profundamente, en una caricia posesiva y experta que la dejó sin aliento. La recorrió una oleada de sensaciones cuando él deslizó las manos por sus brazos y por su espalda, como si quisiera volver a familiarizarse con cada centímetro de su cuerpo.
Cuando ella lo rodeó con los brazos, él ladeó la cabeza y le acarició la lengua con la suya. Entre ellos existía un fuego ardiente, una calidez que hacía que Paula anhelara estar desnuda en la cama, con él llenándola. La combinación de los besos y de su imaginación provocó que su cuerpo se inflamara de pasión, por lo que sus pechos se tensaron y sus pezones se sensibilizaron hasta que apenas pudo soportar el roce del sujetador. Su entrepierna se humedeció de expectación.
Pedro dejó su boca y empezó a mordisquearle la mandíbula hacia la oreja; cuando empezó a chuparle el lóbulo y la piel que había justo debajo, Paula se estremeció.
—Dormitorio —le susurró él al oído.
Ah, sí. Eso facilitaría bastante las cosas.
Paula  empezó a retroceder por el pasillo, e incluso consiguió encender una luz para no tropezar con nada. Sin detenerse, Pedro le agarró el jersey y se lo quitó por la cabeza, y esperó a que llegaran al dormitorio para lanzarlo sobre una silla.
Ni siquiera se molestaron en encender una lámpara, porque se filtraba luz suficiente por la puerta abierta. Pedro se colocó tras ella, le apartó el pelo a un lado y se inclinó para mordisquearle el cuello.
—Recuerdo que tus pechos estaban muy sensibles la última vez —comentó contra su piel—. ¿Te ha vuelto a pasar?
A Paula le sorprendió que recordara algo relacionado con su primer embarazo.
—Eso creo, no han tenido demasiada acción últimamente —dijo ella.
—Iré con cuidado.
En cierto modo, Paula hubiera preferido que fuera rápido. Una buena seducción era algo muy placentero, pero estaba desesperada por un poco de desahogo; sin embargo, cuando él empezó a recorrerle los hombros con besos y le desabrochó el sujetador, decidió disfrutar de sus mimos un poco más.
Después de tirar el sujetador encima del jersey, Pedro tomó sus senos en las manos y empezó a descender por su cuello salpicándolo de besos. Paula se sintió en el séptimo cielo, y cerró los ojos. Pedro la sujetó con cuidado, tocándola apenas pero lo suficiente, y recorrió su piel con la punta de los dedos en un movimiento circular que se fue acercando más y más al centro. Entonces la besó suavemente en el cuello, y frotó los índices contra sus pezones.
El contacto fue algo exquisito, y Paula se arqueó. Quería más, necesitaba más.
—Otra vez —susurró.
Pedro obedeció, y acarició una y otra vez sus pezones tensos mientras incrementaba poco a poco la presión. Paula sintió que la recorría una llamarada que la hacía arder desde dentro, y los músculos de su entrepierna se tensaron.
Mareada, se dijo que era demasiado placer.
Pedro la soltó, y después de hacer que se volviera hacia él, poseyó su boca en un beso que a Paula  le llegó al alma. Él volvió a cubrirle los pechos con las manos, y apretó sus pezones entre el pulgar y el índice.
Paula se estremeció cuando una oleada de placer líquido la recorrió, y se aferró a Pedro, atrapada en aquel clímax inesperado.
Ella se dijo que aquello era imposible, que nunca había alcanzado el orgasmo así, pero la realidad era innegable, y siguió en la cima del placer mientras él continuaba acariciándola; sin embargo, aquello no era suficiente, y sólo hacía que deseara más. Retrocedió un paso, y alargó la mano hacia la camisa de Pedro.
—Quítatela —le exigió.
—Me gustan las mujeres que saben lo que quieren —dijo él, con una sonrisa.
Mientras él se ocupaba de su propia ropa, ella acabó de desnudarse. Por un segundo se preocupó por el tamaño de su vientre, así que se apresuró a meterse en la cama.
Pedro se tumbó junto a ella de inmediato y Paula se preguntó si la situación iba a volverse un poco incómoda, pero entonces él la abrazó y deslizó una mano entre sus piernas mientras la besaba. En cuanto sus dedos rozaron su calidez excitada, Paula se olvidó de todo menos del potencial placer que podía sentir. Sus piernas se abrieron, sus caderas empezaron a ondular y se quedó sin aliento.
—Estás muy cerca —le dijo él contra su boca.
Eso era quedarse muy corto, pensó ella, mientras hincaba los talones en el colchón. Su cuerpo entero se tensó, y el deseo creció hasta tragársela entera.
Pedro  encontró aquel nudo de placer, y empezó a frotarlo. Sus dedos se movieron sobre su piel resbaladiza y henchida, acercándola, elevándola, tensándola con cada rápido círculo.

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