viernes, 29 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 35

 –Sólo pudo decirme que su abuelo había ordenado que se instalara una placa en su honor. Está en la iglesia del pueblo.


–¿Llegaste a verla?


Paula sacudió la cabeza.


–No, no tuve tiempo.


–Pero nada te impide volver…


Paula se ruborizó al recordar la nota que había enviado a Pedro.


–No, supongo que no.


–En tal caso, se me ocurre que podríamos ir una de esas noches. Cuando Adrián sepa que conoces al primo de Isabella, estará encantado de llevarnos.


–No sé qué decir, Pilar. Alberto no quería que hiciera nada. Quizá sea mejor que deje las cosas como están.


–De acuerdo… Haz lo que quieras. Pero si cambias de opinión, avísame.



Pedro miró la abertura en el muro. Era lo único que no se había arreglado cuando se restauró la mansión. Era una vía de escape. Él mismo la había usado de niño y luego de adolescente para ir al pueblo a jugar o a salir con chicas. Se dió la vuelta y subió hacia el olivar para comprobar si faltaba mucho para la recolección. Por el camino, sus pies rozaron una mata de tomillo y su aroma le recordó una vez más a Sarah Gratton. No le había pedido el número de teléfono ni le había ofrecido el suyo. No la había llamado, a pesar de que tenía la excusa perfecta con la estatua de Lucía. Le parecía desconcertante. Si era la mujer que él pensaba, habría llamado o al menos le habría enviado una nota para darle las gracias por la comida. Y no lo era, habría llamado para recuperar el contacto con cualquier excusa diferente, como un pendiente supuestamente perdido en la casa o la posibilidad de que se hubiera dejado sus gafas de sol en el coche. La espera le estaba volviendo loco. Incluso había empezado a soñar con ella. Soñaba con sus ojos, con la suavidad de su cabello y con el contacto de su piel. Y siguió soñando con ella durante los días posteriores, a pesar de que se dedicó en cuerpo y alma a los preparativos de la recolección porque se tenía que marchar a un viaje de negocios por Europa.



Pilar se acercó a la mesa de Paula y dejó una caja envuelta en papel amarillo que venía con un sobre.


–Parece que tienes un admirador –dijo–. ¿No será ese campesino peludo que es primo de una actriz famosa?


Por suerte, Paula no tuvo que responder. En ese momento sonó el timbre que daba comienzo a las clases y Pilar se marchó. En cuanto se quedó a solas, abrió el sobre. La nota de su interior decía así: "Un regalo de mi jardín. Para que haga compañía a tu pelargonium. Pedro". Abrió el paquete a toda prisa. E incluso antes de quitar el papel y descubrir la maceta y la planta, supo que contenía un regalo especial. Un regalo extraordinariamente personal. Una mata de tomillo. Sólo entonces, se preguntó cómo era posible que supiera lo del pelargonium, el nombre latino del geranio. Sus antiguos alumnos le habían regalado uno porque sabían que le gustaban mucho. Y sólo había una explicación: Pedro habría entrado en la página web de su antiguo instituto y habría descubierto el enlace de su blog, Italiano para principiantes, donde días antes había mencionado el asunto de pasada. 

Aventura: Capítulo 34

 –Me alegro. ¿Cómo es?


–Precioso. Di un paseo, saqué unas cuantas fotografías y hasta me metí en una propiedad privada. Lo típico –respondió en tono de broma.


–Vaya. No me digas que te persiguió un campesino peludo y armado con una escopeta…


Paula rió.


–No, ni era un campesino ni era peludo ni iba armado con una escopeta. Aunque al principio desconfiaba de mí porque pensó que yo era una paparazzi que se había escabullido en su propiedad –explicó– . Por suerte, cambió de opinión cuando vió que no llevaba más cámara que la del teléfono móvil.


–Dios mío, ¿Una paparazzi? ¿Dónde has terminado? ¿En el nido de amor de algún personaje famoso?


–En la casa del primo de una famosa. Isabella Alfonso.


Pilar soltó un silbido de admiración.


–¿En serio? Adrián está loco por esa actriz…


–Pues eso no es todo. Cuando el dueño de la casa se dió cuenta de que yo sólo era una profesora loca que había salido de excursión y se había metido donde no la llamaban, se apiadó de mí y me invitó a comer.


–¿Y qué pasó? No me dejes así… ¿Era guapo? ¿Está soltero? ¿Cómo se llama?


Paula ni siquiera sabía si estaba soltero, pero tenía la seguridad absoluta de que no llevaba anillo de casado porque se había dedicado a admirar sus manos morenas, grandes y elegantes mientras cortaba el pan y aliñaba la ensalada.


–¿Paula? ¿Me has oído? Te he hecho una pregunta…


Paula sacudió la cabeza.


–Ah, sí, disculpa… Estaba pensando en otra cosa. Pero no hay mucho que decir. Sólo hemos comido. Nada más –afirmó–. ¿Y tú? ¿Qué has hecho?


–Lo de siempre. Ayer salí a tomar algo y hoy he estado cocinando y haciendo limpieza. Aunque tienes una cara tan despejada y llena de energía que lamento no haberte acompañado a tu excursión. La próxima vez que salgas, iré contigo.


–Me han recomendado la calzada romana de Arpino…


–¿Una calzada romana? ¿No te parece que exageras un poco con tu gusto por la historia antigua? –preguntó.


–Sospecho que se te han quitado las ganas de acompañarme.


–Y tanto. Pero, ¿Qué ha pasado con la mujer de la fotografía que me enseñaste? ¿Has descubierto algo?


–Sí y no. Por lo que Pedro me contó, parece que Lucía falleció en 1944 por culpa de una epidemia de gripe.


–¿Pedro? ¿Ése es su nombre?


Paula hizo caso omiso y siguió con su explicación.


–Lucía trabajaba para la familia de Pedro. Me dijo que salvó a su abuelo cuando era un bebé. Lo amamantó ella misma.


–Vaya… ¿Y eso es todo?


–Bueno, creo recordar que la muerte es el final de las cosas –se burló.


–Vamos, Paula, no me digas que no vas a investigar nada más. ¿No quieres saber quién era? ¿Ese hombre no sabía nada sobre su familia? 

Aventura: Capítulo 33

Al terminar el último texto, Pedro volvió a la página del instituto y buscó a su ex, Tomás; resultó ser un joven rubio, de sonrisa agradable. Pero no encontró nada del tal Alberto, así que dió por sentado que no sería uno de sus ex compañeros de trabajo. Sin embargo, empezaba a estar convencido de que Paula era exactamente lo que afirmaba ser. Una profesora inglesa que había salido de excursión de fin de semana. Una profesora que, además, tenía el corazón roto por una relación anterior y no sabía cómo reaccionar cuando deseaba a otro hombre.  Se preguntó qué podía hacer y se acordó del mensaje que había leído en su teléfono. Por lo visto, estaba buscando un amante italiano. Y como sabía cualquiera que leyera las revistas de cotilleos, él no carecía precisamente de experiencia en ese sentido. Sólo tenía que descubrir lo que más deseaba. Pero no tenía prisa. Esperaría un poco antes de ponerse en contacto con ella. Además, siempre cabía la posibilidad de que fuera ella quien diera el primer paso. 


Italiano para principiantes.


"…Como invitada de un hombre cuya familia ha vivido en esa zona durante siglos. De un hombre que habla un dialecto más antiguo que el latín. De un hombre alto, moreno y seductoramente encantador cuyos ojos y cuya sonrisa resultan más cálidos y más sensuales que el propio sol de Italia".


Paula volvió a leer lo que había escrito en su imaginación cuando estaba en la casa de Pedro y que se disponía a subir al blog. Pero no sabía si era adecuado. A fin de cuentas, no quería que la gente empezara a hacer conjeturas. La gente era muy maliciosa y sacaría conclusiones apresuradas sobre su encuentro en la intimidad. Sacudió la cabeza y se dijo que a la gente no le importaría, si es que alguien leía su blog. Además, empezaba a pensar que ella era más maliciosa que nadie. El propio Pedro había insinuado que la renuncia a su antiguo empleo había sido una forma maquiavélica de castigar a su ex por haberla dejado. Al final, añadió unas líneas que rebajaban el tono: "Podría aburrirlos con todas esas descripciones, pero sería cruel por mi parte. En lugar de eso, les pondré los dientes largos con las fotografías que hice en su jardín y en su huerto antes de que yo me marchara y me rindiera a otra de las pasiones de los italianos, el helado".


–Hola, Paula –dijo Pilar–. ¿Qué tal el fin de semana? ¿Estuviste en ese pueblo al que querías ir? Isola… Isola de…


–Isola del Alfonso –la interrumpió–. Sí, estuve. Y quería darte las gracias. Tus instrucciones para llegar fueron perfectas. 

Aventura: Capítulo 32

 –Era una uva muy grande –respondió con humor– . Hoy he estado de excursión en el campo.


–¿Y adónde has ido?


Paula sacó el teléfono móvil, buscó las fotografías que había hecho y contestó:


–Aquí, a Isola del Alfonso.


–Ah, vaya… ¿Has probado sus vinos? Son excelentes.


–Sí, los he probado. Y tienes razón, lo son.


–Tan excelentes como Isabella Alfonso–comentó el camarero–. ¿Sabes que su familia vive allí?


–Cómo no lo voy a saber… He comido con su primo, Pedro Alfonso.


Él la miró con asombro.


–¡Vaya! No sabía que tuvieras contactos en la alta sociedad.


–No es para tanto –dijo ella, restándole importancia–. Pero me temo que no he llegado a conocer a Isabella. ¿Es tan bella como dicen?


–¿Tan bella? Es bellísima… Tiene una sonrisa verdaderamente hermosa –contestó con vehemencia–. Cuando sonríe, te sientes como si estuvieras volando. Te sientes como si te hubiera besado.


Justo entonces, entró un cliente nuevo y Angelo la tuvo que dejar. Paula siguió mirando las fotografías y se detuvo en la que Pedro le había sacado. Casi no se reconoció. Sus ojos brillaban, su boca parecía rogar un beso y su cuerpo se inclinaba hacia delante como ofreciéndose a él. Se ruborizó. Ahora entendía que Pedro le hubiera ofrecido que se quedara en su casa a pasar la noche. Seguramente había pensado que lo deseaba. Y cuando recibiera la postal, estaría absolutamente seguro de ello.



Pedro descubrió la página web del colegio internacional donde Paula daba clase y, por supuesto, se puso a investigar. Paula Chaves había sido jefa del Departamento de Historia del Instituto Maybridge y ahora estaba en Roma, cubriendo la baja temporal de una profesora que acababa de ser madre. Tras admirar la fotografía de su ficha profesional, que era la de una mujer segura y fría, radicalmente distinta a la que había conocido aquella tarde, buscó la página web del Instituto Maybridge y repitió la operación. Había dejado caer que el director de su antiguo instituto estaba deseando que se marchara, pero Pedro no se llevó esa impresión. Todo lo que se decía sobre ella eran halagos, e incluso habían añadido un enlace a un blog que aparentemente estaba escribiendo en Roma y que se llamaba Italiano para principiantes. Pulsó el enlace y empezó a leer. Tardó poco en descubrir que ella adoraba la Historia antigua y que sabía mucho de los romanos. Incluso se preguntó si escribiría algo sobre su viaje a Isola del Alfonso y su aventura con uno de sus habitantes. 

Aventura: Capítulo 31

Últimamente desconfiaba de todo el mundo. Hasta de su hermano Federico, al que había creído capaz de traicionar a la familia y vender información a los paparazzi porque siempre andaba corto de dinero. Miró a Nonna y vió que se había quedado dormida en un sillón, de modo que la dejó y se marchó al despacho, donde encendió el ordenador y descargó la fotografía de Paula, la que le había hecho con su móvil, la que había enviado a su dirección de correo electrónico sin que ella lo supiera. La echaba de menos. Estuvo mirando la imagen durante un buen rato, intentando recordar todo lo que había pasado, todo lo que había dicho. En su historia había algo extraño, algo que no terminaba de encajar y que no parecía relacionado con Bella. Pero fuera lo que fuera, tenía que descubrirlo. Así que se conectó a Internet, escribió su nombre en un buscador y empezó a investigar. 



El camino de vuelta a Roma fue tan rápido como cómodo. Paula le dió su dirección al conductor, y cuando el vehículo se detuvo ante la calle peatonal donde vivía, se inclinó hacia delante y dijo:


–Si le doy una nota para el señor Alfonso, ¿Podría hacérsela llegar?


–Naturalmente, signora. La dejaré en el palazzo de camino a casa.


Paula se quedó asombrada. Pedro vivía en un palacio. Pero enseguida se acordó de que los romanos llamaban palazzo a cualquier edificio residencial.


–Gracias.


Abrió el bolso y sacó un bolígrafo y la postal de la Plaza de España que pretendía enviar a su madre y que ahora iba a tener otro fin. "Sólo quiero reiterarle mi agradecimiento por este día. No soy tan buena cocinera como Graziella, pero si está dispuesto a correr el peligro, ¿Permitiría que le devolviera su hospitalidad una noche de éstas?" A continuación, añadió su número de teléfono y su dirección y firmó con su nombre de pila, sin apellido. Pero tras leerla rápidamente, le pareció que era una nota demasiado fría y añadió un post scriptum. Segundos después, salió del coche. En cuanto puso un pie en la calle, un ejército de periodistas se abalanzó sobre ella y la empezó a interrogar. No entendía casi nada, pero era evidente que querían saber quién era y dónde estaba Bella.


–Io non lo so… –respondió, echando mano del poco italiano que conocía–. Discúlpenme, pero no los puedo ayudar.


Paula se colgó el bolso del hombro y empezó a andar calle arriba. Un par de periodistas la siguieron y se pusieron tan pesados que decidió pasar de largo al llegar a su edificio y seguir adelante. Por fin, se los quitó de encima y entró en el café que se encontraba al final de la calle. El café donde desayunaba todas las mañanas, antes de ir a trabajar.


–Hola, Paula. ¿Qué quieres tomar?


–Hola, Angelo. Un caffe freddo, per favore.


–¿Quieres algo dulce?


–No, gracias, estoy llena. He comido antipasto, pasta al funghi, dolcelatte…


Paula se esforzó en pronunciar los platos por sus nombres en italiano porque había llegado a un pacto con Angelo, consistente en que ella hablaría en su idioma y él, en inglés.


–Pero eso no es dulce –alegó él.


–Bueno, me he comido una uva.


–¿Sólo una uva? 

miércoles, 27 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 30

Nonna frunció el ceño.


–¿Una inglesa? ¿Cómo se han conocido?


–Entró en nuestra propiedad, aunque no sabría decir si sólo quería dar una vuelta o si tenía segundas intenciones.


Ella suspiró.


–Pero sospechas que tenía segundas intenciones, claro.


–Ya sabes que Bella y Leandro tienen problemas. Los tiburones han olido la sangre y serían capaces de hacer cualquier cosa.


–Oh, Pedro… Lo siento mucho. Pensé que habías encontrado a alguien que te gustaba.


Pedro asintió. Nonna, como todos la llamaban cariñosamente, aunque su nombre era Rosario Lucía Leone, estaba impaciente por verlo sentar la cabeza. Quería ver a una nueva generación de niños en la casa. Niños que llenaran las salas con su alegría y sus risas.


–Bella y yo lamentamos haberte decepcionado.


–Qué tontería. No me han decepcionado. Yo sólo quiero que sean felices… ¿Sabes que ya había visto a tu invitada? Estuvo esta mañana en la iglesia.


–¿En la iglesia? ¿Y qué quería?


–No lo sé. Quizás quisiera hablar con el párroco, pero en ese momento estaba ocupado en el confesionario. Yo había ido a poner unas flores bajo la placa de Lucía Mancini y ella se quedó en la entrada y echó un vistazo a su alrededor –respondió Nonna–. Durante un momento, tuve la impresión de que…


–¿De qué?


–De que la conocía. Pero se marchó rápidamente.


–Es curioso que menciones a Lucía. Estuvimos hablando de ella. Le conté que había salvado la vida de mi abuelo y que lo había criado hasta que su padre volvió de las montañas. Paula cree que el pueblo debería erigir una estatua en su honor.


–¿Por salvar a tu abuelo?


–No, por salvar el pueblo.


–Pues no lo entiendo…


–Ten en cuenta que, si mi abuelo no hubiera sobrevivido, Isola del Alfonso no sería el pueblo que es en la actualidad.


–Eso es cierto. Ni sería lo que es ni yo te habría tenido a tí – admitió–. Pero dime, ¿Vas a volver a ver a esa mujer, a la inglesa?


–No lo sé. Ha dicho que ya había visto lo que había venido a ver.


–¿Y qué ha venido a ver?


Pedro se hizo la misma pregunta. No tenía la menor idea. Sólo sabía que Paula Chaves había sacado unas cuantas fotografías de los alrededores, que había comido con él y que, sorprendentemente, había rechazado su oferta de quedarse a dormir. Una oferta perfecta para ella, porque tendría ocasión de echar un vistazo a la casa y a la propiedad. Cabía la posibilidad de que se hubiera equivocado y no fuera una periodista. Cabía la posibilidad de que se hubiera ido por simple miedo, porque se había asustado con el beso y con lo que pasó cuando le ofreció aquella uva. A fin de cuentas, acababa de sufrir una decepción amorosa. Se había separado de ese Tomás y quizás no se sintiera con fuerzas para una aventura. Al pensar en ello, lamentó ser tan desconfiado. 

Aventura: Capítulo 29

Durante unos segundos, ninguno se movió. Permanecieron en silencio, sin saber qué hacer. Paula pensó que un apretón de manos habría sido demasiado formal; pero por otra parte, un beso habría sido demasiado peligroso. Al final, optó por el apretón de manos.


–Adiós, Pedro.


Él mantuvo el contacto un momento y dijo:


–Quando veniamo a contatto di ancora…


Después, le soltó la mano y Paula se acomodó en el asiento trasero del vehículo. No había entendido la frase de Pedro; pero fue evidente que él no esperaba respuesta, porque cerró la portezuela a continuación. El coche se puso en marcha y empezó a descender por la carretera. Ella miró hacia atrás y vió que Pedro seguía exactamente donde lo había dejado. Se preguntó qué estaba haciendo. La había invitado a quedarse en su casa y había rechazado la invitación. Por fin, Pedro desapareció en la distancia y el chófer redujo brevemente la velocidad para pasar por las puertas de hierro que cerraban la propiedad de los Alfonso. Los periodistas que esperaban en el exterior se subieron a sus motocicletas y a sus coches y los siguieron de inmediato, pero ella no les prestó atención. Estaba demasiado asombrada con su propia cobardía. Una vez más, había optado por lo seguro. Una vez más, se había dejado dominar por el miedo y por las imposiciones de su sentido común. Había hecho exactamente lo que hizo cuando, en lugar de marcharse de viaje al terminar los estudios, en lugar de extender las alas y aprender a volar, decidió quedarse en la seguridad del nido y enamorarse del primer hombre que le gustó un poco.  Y ahora, en Roma, volvía a cometer el mismo error. Pero, por primera vez en su vida, había vivido una experiencia nueva y ajena por completo a su control. No sabía lo que le había pasado cuando Pedro la besó y cuando le dió aquella uva. Sólo sabía que su mundo había cambiado de repente y que, aunque sólo había durado unos instantes, había sentido algo apasionante y embriagador. Algo que había desbocado su corazón y su deseo. Algo sublime. En cierta manera, era como si aquella mañana hubiera salido de la carretera ancha y despejada de su vida y se hubiera internado en un camino estrecho y sinuoso que avanzaba entre bosques oscuros. Cuando giró la cabeza hacia la ventanilla y vió que ya habían tomado la autopista de Roma, que la devolvería a su existencia segura y bien organizada, deseó volver a estar en el camino del bosque.


Quando, había empezado a decir Pedro. Cuándo. Habría dado cualquier cosa por estar tumbada en la hierba, tumbada entre sus brazos. Cualquier cosa por un solo día con él. Se quedó donde estaba, mirando el coche que se alejaba en la distancia y que desapareció tras un destello breve del sol en su techo de metal.


–Tu invitada se ha ido.


Se giró y vio a Nonna.


–No sabía que ya hubieras vuelto.


–Graziella me dijo que estabas comiendo con tu joven amiga y no quise molestar –declaró mientras le daba dos besos.


Pedro la tomó del brazo y la llevó al interior de la casa.


–No habría sido una molestia –afirmó–. Estoy seguro de que habría estado encantada de conocerte.


–O por lo menos, de que se habría mostrado encantada para que yo me sintiera bien –ironizó su abuela–. Por cierto, ¿Quién era?


–Se llama Paula Chaves. Es una inglesa que ha venido a ver el pueblo. 

Aventura: Capítulo 28

Pedro se levantó y añadió:


–Graziella la llevará a una habitación donde podrá dormir.


–No, gracias.


Paula no tenía sueño. La adrenalina inundaba sus venas, y su piel estaba tan sensible que cualquier brizna de aire se la ponía de gallina. Necesitaba marcharse. Primero había sufrido un vahído por un beso y después, estaba a punto de sufrir otro por chupar los dedos a su anfitrión. Era muy extraño. Tenía que volver a Roma antes de hacer algo verdaderamente estúpido.


–La comida estaba excelente, Pedro, pero será mejor que me vaya.


Pedro no quiso presionarla.


–Está bien. Como guste.


Paula ya se había levantado cuando él añadió:


–Sin embargo, no puedo permitir que vuelva en tren.


–¿Cómo?


–Si no quiere esperar a la noche para volver conmigo…


–No se preocupe por mí. Estaré bien.


Pedro siguió hablando como si ella no hubiera dicho nada.


–Pondré el chófer de Bella a su disposición, para que la lleve a Roma.


–¿El chófer de Bella? Pero, ¿No había dicho que no estaba aquí?


–Y no lo está. Federico se disfrazó de mi prima para que los periodistas nos siguieran a nosotros. Fue bastante fácil. Con un poco de maquillaje y una peluca, se parece muchísimo a ella.


–¿Federico se disfrazó de Bella? Será una broma…


–No, en absoluto. Sólo tuvimos que completar el disfraz con unas gafas de sol y el abrigo que le va a regalar a esa chica. Como ha visto, es muy guapo. Da el pego.


Paula sonrió a su pesar.


–Ahora lo entiendo… Cuando me crucé con él, me pareció que tenía unos labios más rojos de lo normal. ¡Se había puesto carmín!


–Tuvo que ponérselo para engañar a los paparazzi que estaban en la calle cuando nos dirigimos al coche. Pero no se preocupe. La seguirán, pero el coche tiene ventanillas ahumadas y no podrán fotografiarla.


–Entonces, ¿Por qué me van a seguir? Seguro que lo saben…


–Pero también saben que Bella adora la publicidad y que no suele rehuir a la prensa. Por eso les da el esquinazo con tanta facilidad cuando se lo propone –explicó–. En cuanto vean que el coche se pone en marcha, los periodistas la seguirán hasta Roma y usted nos habrá hecho un favor a mí y a todos los habitantes del pueblo.


–Vaya… Espero que también me dediquen una estatua.


–O una placa, por lo menos. Pero, ¿Está segura de que se quiere ir? No ha tenido tiempo de ver nada…


–He visto suficiente –dijo ella mientras recogía el bolso y la pamela–. Incluso he visto más de lo que imaginaba… Ha sido muy amable conmigo, Pedro. Gracias por todo.


–No hay de qué.


Pedro cruzó con ella el jardín y la llevó al garaje, que estaba a cierta distancia de la casa. Al verlos, el conductor abrió la portezuela a Paula y se sentó al volante para dejarles un momento a solas. 

Aventura: Capítulo 27

 –No se sienta tan mal, Paula –dijo él mientras aliñaba la ensalada–. No ha hecho nada malo. La elección fue de su ex.


–Pero Tomás adoraba su trabajo.


–Y usted.


–Sí, es verdad. Sin embargo, ya no me importa. Estoy haciendo lo que quiero. He dado el primer paso en mi proyecto de dar la vuelta al mundo.


–¿Y es feliz?


Paula se preguntó si lo era. Pero no en términos generales, sino ese mismo momento, con los rayos de sol que atravesaban la parra de la pérgola, con el murmullo suave de los insectos, con el aroma de la comida y con las bromas de Pedro Alfonso.


–Sí, lo soy.


Él la miró fijamente. 


–Entonces, Paula, permítame decir que me alegro mucho de que empezara su viaje en Roma –afirmó.


 –Y yo.


Estuvieron charlando un rato, sobre cosas intranscendentes, mientras daban buena cuenta de la comida. La pasta y el pollo estaban tan buenos como la ensalada. Y cuando Pedro le ofreció un melocotón como postre, ella lo tuvo que rechazar.


–Lo siento. Estoy llena.


–Pero tiene que tomar postre… ¿Una pera? ¿Una ciruela tal vez?


–No puedo más.


–¿Una uva? –preguntó, desesperado.


Paula soltó una carcajada. Hacía mucho tiempo que no se reía tanto.


–No, no, le prometo que no podría comerme ni una vulgar uva.


Pedro no le hizo caso. Alcanzó una uva, se la llevó a los labios y dijo:


–La resistencia es fútil.


Paula supo que estaba a punto de caer en la tentación. Pero no le importó. A fin de cuentas, había estado cayendo en la tentación todo el día. Y poco a poco, en el calor de la tarde y bajo la mirada intensa de Pedro, que la animaba a pegar el bocado, se inclinó hacia delante, abrió la boca y cerró los labios sobre la uva y sobre los dedos de su anfitrión. La uva estalló en su lengua y el zumo empapó los dedos de Pedro. En tales circunstancias, era completamente normal que se los lamiera.


Italiano para principiantes.


"Podría aburrirlos con descripciones minuciosas sobre el pan casero, los entremeses, la pasta al funghi, el pollo al romero y la ensalada de queso y fruta que tomé como invitada de un hombre cuya familia ha vivido en esa zona durante siglos. De un hombre que habla un dialecto más antiguo que el latín. De un hombre alto, moreno y seductoramente encantador cuyos ojos y cuya sonrisa resultan más cálidos y más sensuales que el propio sol de Italia".



–¿Paula?


Paula sacudió la cabeza y vió que Pedro le había puesto una mano en el brazo y que la estaba mirando con preocupación.


–Lo siento. Me ha parecido que se iba a desmayar.


–¿Cómo?


–Ha cerrado los ojos durante unos segundos y he pensado que con el calor y el vino…


Paula se quedó desconcertada. Sólo había tomado una copa de vino. Y no hacía tanto calor como para marearse. Al parecer, el simple hecho de lamerle los dedos a Pedro Alfonso bastaba para ponerla al borde del desmayo.


–Lo siento. No debería beber a estas horas. Una simple copa de vino y mire lo que pasa –se excusó.


Pedro se encogió de hombros.


–Está en el campo. Coma, relájese y…


–Relajarse es una cosa –lo interrumpió–, pero desmayarse o quedarse dormida encima de la mesa es otra bien distinta.


–Razón de más para que descanse un poco. 

Aventura: Capítulo 26

 –Soy profesora de Historia en un colegio que imparte las clases en inglés.


Pedro arqueó una ceja.


–Ah, es cierto. Ya me había comentado que estudió Historia.


–Sé que parece incongruente. Venir a Italia a dar clases de Historia es como ir a Newcastle a vender carbón.


–¿Newcastle? ¿Carbón? –preguntó sin entender nada.


–Sólo es una metáfora. Newcastle es una localidad del norte de Inglaterra que tenía muchas minas de carbón.


–Entiendo… Pero de todas formas, dijo que estudió Historia moderna, no antigua.

 

–Sí, eso me temo. Nada que ver con la Roma clásica.


–¿Y le gusta? 


–Mucho.


–Pero supongo que extrañará a su familia y a sus amigos – afirmó.


–No tanto. Estamos en contacto todo el tiempo. Nos enviamos mensajes de correo electrónico o hablamos por teléfono o por Skype.


–Pero no es lo mismo. Un mensaje o una llamada no dan abrazos.


Ella rió.


–Tiene toda la razón; pero siempre quise viajar… Cuando salí del instituto, consideré la posibilidad de tomarme un año libre antes de ir a la universidad. Al final, decidí estudiar primero y dejar los viajes para más tarde.


–Pero las cosas se complicaron.


–En efecto. Terminé los estudios y planeé el viaje. Pero entonces, me ofrecieron un trabajo magnífico y conocí a Tomás.


–Y todo fue bien hasta que Tomás tropezó con esa roca.


Paula volvió a reír.


–Sí, más o menos. En cualquier caso, me pareció un buen momento para volver a mis planes antiguos. Firmé un contrato con una agencia que buscaba profesores para dar clases en colegios del extranjero y hasta conseguí una carta de recomendación del director… Una carta llena de elogios, como si ardiera en deseos de que me marchara –ironizó–. Pero no me extraña. Tomás también era profesor en el instituto. Un profesor muy querido.


–De manera que tuvo que renunciar a su empleo porque su ex trabajaba en el mismo lugar… –comentó– Me parece injusto. Debería haber renunciado él.


–Y lo hizo. Pero Tomás era el jefe del departamento de deportes y los chicos lo adoraban. Además, yo era quien siempre quiso viajar.


–¿Insinúa que se marchó para que Tomás pudiera volver? – preguntó con una sonrisa–. Ah, veo que me he equivocado con usted, Paula Chaves… No es tan encantadora y positiva como yo creía.


–¿Ah, no?


–Claro que no. Cada vez que su Tomás vaya al instituto, recordará que tiene su empleo gracias a usted. Y Micaela pensará lo mismo. Y no lo podrá soportar. Más tarde o más temprano, le pedirá que cambie de empleo y Tomás la culpará a usted. Es absolutamente maquiavélico.


–No, no, yo no pretendía eso.


A pesar de su rápida negativa, Paula no lo tenía tan claro. Quizás fuera cierto. Afin de cuentas, había imaginado mil veces a Tomás en los corredores del instituto, echándola de menos y lamentando el error que había cometido al abandonarla. 

lunes, 25 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 25

Paula estaba más acostumbrada a maullar que a rugir. Pero en cualquier caso, se había ganado su atención. Y decidió seguir con la broma.


–¿Que debería perder unos cuantos kilos? No creo que sea lo más adecuado. Le recuerdo que está embarazada.


Paula permaneció en un silencio atónito durante unos segundos y, a continuación, rompió a reír. Reía tanto que se le saltaban las lágrimas; tanto, que Pedro le dió una servilleta para que se las secara.


–Usted es todo un caso, ¿Eh? –dijo cuando se tranquilizó.


–Pero le hago reír. Y eso es mucho mejor que tragarse sus sentimientos y guardarlos bajo doble llave –alegó Pedro.


–Supongo que sí.


–Por no mencionar que es más divertido que ser una remilgada.


–Sí, también es verdad.


–Pero volviendo a lo que me estaba contando, decía que tropezó en una piedra y que su nuevo rumbo la llevó a Roma. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?


–Bueno…


Ella no siguió hablando porque Graziella reapareció entonces y se puso a recoger los platos que habían usado para comerse los entremeses.


–Grazie. Squisito –le dijo Paula.


–Prego, signora –respondió Graziella.


Graziella dijo algo más, pero Paula no la entendió. 


–Le estaba diciendo lo que va a servir a continuación. Pasta con salsa de champiñones, pollo al romero y una ensalada con queso y fruta –le tradujo Pedro.


–Creo que nunca me acostumbraré a comer tanto a estas horas…


–Yo tampoco como tanto cuando estoy en Roma. Pero es fin de semana y estamos en el campo. Aquí se come, se echa una siesta en las horas de más calor y luego, al atardecer, se sale a dar un paseo.


–Suena muy bien. Pero me temo que eso está fuera de mi alcance. No quiero perder el tren de vuelta.


–Pero si no ha visto casi nada todavía… Disfrute de la comida y descanse un poco esta tarde. Cuando baje el sol, le enseñaré los viñedos, el río y el pueblo, todo lo que gustó tanto a su amigo –le prometió–. Y después, la llevaré en coche a Roma. O si lo prefiere, puede quedarse a pasar la noche.


Paula sintió pánico. Se había dejado llevar y había estado coqueteando con él, pero aquello iba demasiado deprisa y no estaba preparada.


–Es muy amable de su parte, pero…


Graziella los interrumpió nuevamente; esta vez, para servirles la comida. Pero las cantidades eran tan grandes que Paula miró a Pedro y declaró:


–Por favor, pídale que me ponga menos. Si me sirve cantidades como ésas, no podré probarlo todo.


Pedro asintió y se lo pidió a Graziella, que terminó de servir y se marchó.


–¿En qué idioma se lo ha pedido? –preguntó entonces Paula–. No me ha parecido italiano.


–Porque no lo es. Es un dialecto de esta zona. Un dialecto que se hablaba mucho antes de que llegaran los romanos. Por cierto, ¿Quiere que le ponga un poco de pimienta?


–Oh… Sí, gracias, un poco.

 

–A todo esto, aún no me ha dicho cuánto tiempo lleva en Roma.


–Más o menos un mes.


–¿Y se divierte?


–¿Cómo no me iba a divertir? Tengo un gran trabajo y un piso precioso.


–¿Tiene un trabajo? –preguntó, desconcertado.


–Naturalmente.


–Lo siento. No pretendía parecer sorprendido. Sólo me ha extrañado porque como no habla muy bien mi idioma…


Ella sonrió. 

Aventura: Capítulo 24

 –Lo cual indica que no todas las piedras son malas.


–Las piedras son sólo piedras, Pedro. Pero es verdad que cualquier cosa puede ser determinante en la vida.


–¿Por eso ha venido a Italia? ¿Porque tropezó con una piedra?


–No fue exactamente una piedra; ni fui yo quien tropezó. Digamos que el hombre con quien me iba a casar se tropezó con una roca de tamaño considerable… Con una roca que se llama Micaela. Ahora, ella se ha quedado embarazada y yo estoy aquí.


Él la miró con detenimiento. Era evidente que aquel asunto le dolía, pero Paula Chaves mantenía el control de sus emociones. No corría el peligro de quedarse a solas con una mujer que rompería a llorar en cualquier momento.


–Debe de ser una mujer enorme.


–¿Qué?


–Ha dicho que es una roca de tamaño considerable.


–Hablaba metafóricamente –protestó.


Pedro soltó una carcajada.


–Lo sé, lo sé. Es que no me he podido resistir a la tentación de reírme un poco a costa de esa mujer. Ya sabe, las rocas son grandes, redondas, pesadas… Y no me ha parecido que eligiera esa metáfora por casualidad.


–Pobre Micaela. No, sólo quería decir que Tomás tuvo un tropiezo y que…


–Y que Micaela, que ya estaba bastante gorda, terminó con un estómago redondo como una sandía.


Esta vez fue Paula quien rió. 


–Basta, Pedro. Deje de reírse de ella.


–¿Por qué? ¿A qué vienen tantos remilgos? Al fin y al cabo, esa mujer le robó a su hombre. No tiene por qué ser tan… positiva – ironizó.


 –¿Positiva? ¿Yo? Eso es un golpe bajo.


–Está bien, retiro lo dicho. Pero recuerde que esto es Italia, no Gran Bretaña. Aquí puede mostrar sus emociones. Aunque prefiera expresarlas con metáforas –comentó–. Admita que le gustaría arrancarle los ojos a esa mujer.


Paula sacudió la cabeza.


–No, no es cierto. No lo hizo a propósito. No trazó un plan para robarme a Tomás. Se echaron una simple mirada y…


–Ah, la dulce y positiva Paula Chaves–la interrumpió–. Dígame una cosa, ¿Siempre se rinde sin pelear antes?


–No, por supuesto que no.


–Pero ese hombre le interesaba…


–Sí, en efecto.


–¿Hasta qué punto? Es decir, ¿Se interpuso entre ellos y luchó con uñas y dientes? ¿O los metió en la cama, los tapó un poco y les sirvió un chocolate caliente para que estuvieran más cómodos? –se burló.


–¡Basta ya! Tomás me importaba mucho, pero…


–No hay peros que valgan, Paula. Enfádese. Maldiga a su ex. Insulte a esa mujer. Sé que lo está deseando… Le prometo que no se lo diré a nadie.


Ella chascó la lengua y dijo:


–Bueno, es verdad que Micaela debería perder unos cuantos kilos.


Pedro pensó que no había sido precisamente el comentario de una tigresa, sino más bien el de una gatita. 

Aventura: Capítulo 23

 –Se ha olvidado del comité encargado de las celebraciones. Cuando inauguren el monumento, habrá que dar algún tipo de fiesta…


Él sonrió.


–Caramba… Las vidas de docenas de personas van a cambiar porque usted y yo nos encontramos hace un rato y nos pusimos a comer.


–¿Se está riendo de mí?


–No. En absoluto.


–Vamos por la vida con tanta seguridad, Pedro… Pero depende de la suerte. A veces, el más frágil de los hilos soporta cualquier peso, por grande que sea. Otras, el más fuerte se rompe sin advertencia alguna.


–Tiene razón, Paula. La vida es extraordinaria. Piense en el cúmulo de casualidades que se han producido para que usted y yo nos conociéramos. Por ejemplo, ¿Por qué ha aparecido en Isolla del Alfonso hoy, en lugar de cualquier otro día? ¿Por qué tomó ese camino en ese momento y no cualquier otro momento?


Paula se encogió de hombros.


–Bueno, esto tiene fácil respuesta. Es fin de semana y no tenía mucho que hacer, de modo que decidí visitar el pueblo.


–¿Porque un amigo le había hablado bien de él?


–¿Un amigo? Ah, se refiere a Alberto… Sí, por eso. ¿Y usted?


–Lo mío ha sido por un simple retraso. Si hubiera llegado antes, cuando yo pretendía, habría ido directamente a las bodegas en lugar de pasar por casa y directamente a las bodegas en lugar de pasar por casa y jamás nos habríamos encontrado –contestó. 


–Y supongo que llegó tarde por culpa de los periodistas…


–Y porque Federico estaba conmigo. Viajábamos en la limusina de mi prima.


–Qué curioso… Yo también he llegado más tarde de lo que esperaba. Un amigo me hizo el favor de comprobar los horarios de los trenes. Tenía intención de venir a primera hora, pero al final me quedé dormida.


Pedro se preguntó si ese amigo sería el mismo que le había recomendado la visita al pueblo.


–Y por si no fueran coincidencias suficientes –intervino él–, Federico decidió escaparse y abrirle la puerta en el preciso momento en que usted llegaba.


–¿Por qué?


–¿Por qué? ¿A qué se refiere?


–¿Por qué se escapó su hermano?


–Ah, eso… Le insinué que, ya que estaba aquí, podía pasar un rato con Nonna. Había ido al pueblo a hacer unas compras, pero Federico no estaba de humor para esperar.


–Tal vez tuviera miedo de que esa chica de Roma se cansara de esperarlo a él y se fuera con otro –opinó ella.


–Lo lamentaría mucho. Mi hermano le llevaba un regalo. Un abrigo que Valentino diseñó para Bella.


–Así que era eso lo que llevaba bajo el brazo… –dijo ella, sacudiendo la cabeza–. Un momento de impaciencia y toda una vida de arrepentimiento.


–Bueno, dudo que se marche sin esperarlo.


Ella se encogió de hombros.


–Nunca se sabe. Un día crees que tu vida está bajo control y al día siguiente tropiezas con una piedra, te sales de tu camino y terminas planeando la instalación de una estatua en un pueblo de la provincia italiana del Lazio con un perfecto desconocido. 

Aventura: Capítulo 22

 –Dicho así, una placa en la iglesia no parece homenaje suficiente. Por lo menos, merecería una estatua en la plaza del pueblo.


Paula frunció el ceño.


–¿Usted cree? Yo diría que la propia supervivencia de Isola del Alfonso es un monumento más que suficiente a la memoria de Lucía. Aunque por otra parte, no estaría mal… El mundo está lleno de monumentos que honran las guerras. Por una vez, podrían haber levantado uno que honrara el amor.


–No podría estar más de acuerdo.


–Además, las mujeres están muy mal representadas en cuestión de monumentos. Casi todos son de hombres.


–Pues no se hable más. Lucía tendrá un monumento.


Ella lo miró con intensidad, sorprendida.


–¿Así como así?


–No, no será tan fácil. Como es lógico, la propuesta tendrá que conseguir el apoyo del alcalde. Y si él lo aprueba, aún faltará la del líder de la oposición… Que naturalmente, se opondrá.


–Ah, políticos…


–Peor que eso. Además de políticos, son familia. Primos lejanos.


–Oh, vaya.


–Pero se convocará a los vecinos al pleno y todos podrán exponer sus opiniones. De hecho, estoy pensando que debería asistir a ese pleno y explicar por qué le parece tan importante. Ayudaría a facilitar las cosas.


–Lo dudo mucho. Mi italiano es tan terrible que no me entenderían…


–Vamos, Paula, haga un esfuerzo. A fin de cuentas, es por una buena causa.


–Cierto. Y supongo que también sería un buen motivo para que me esforzara por mejorar mi italiano. Allora… –dijo con una sonrisa.


–Entonces, trato hecho. Asistirá y conquistará los corazones de los vecinos.


–¿Cómo podría negarme?


–No puede. Ha sido idea suya. Pero le advierto que el asunto no terminará ahí.


–¿Ah, no?


Pedro negó con la cabeza.


–Aunque la oposición pierda después de un debate que en cualquier caso será interminable, faltará lo más importante de todo.


–¿A qué se refiere?


–A cuánto costará y quién lo va a pagar.


–Bueno… Se me ocurre que el precio podría importarles menos si usted convence a su prima para que inaugure el monumento.


Él rió.


–¿Convencer a Bella? ¡Es una idea magnífica! Con ese cebo, el dinero no les importará nada. Tendrían ocasión de salir en todas las revistas del corazón en compañía de la preciosa Isabella Alfonso.


–¿Lo ve? Ya hemos encontrado la solución.


–Empiezo a pensar que ésta no es la primera vez que encuentra solución a un problema aparentemente insoluble…


–Es que he participado en muchos comités dedicados a recaudar fondos. Lo primero que se tiene que hacer para conseguir algo es conseguir el apoyo de algún famoso del lugar –explicó.


–¿Tiene experiencia con comités? –preguntó Pedro, fascinado con ella–. Me alegro mucho, porque tendremos montones… Uno, para decidir el nombre del artista que se encargará de realizar el monumento. Otro, para aprobar el diseño y los materiales que se utilizarán. Y uno más, para decidir el lugar exacto del emplazamiento. 

Aventura: Capítulo 21

 –Entonces, está muerta…


–Ella y su niña fallecieron en el invierno de 1944, por la gripe.


–Qué horror.


Durante un momento, Pedro tuvo la sensación de que Paula estaba a punto de llorar.


–Murió mucha gente, Paula.


–Pero el bebé sobrevivió, ¿Verdad?


–Sí, mi abuelo sobrevivió. Aunque, para entonces, ya no era un bebé.


–No, ya imagino que no… Comprendo que su abuelo fuera tan generoso con Lucía. Le debía la vida. De no haber sido por ella, ninguno de nosotros…


Paula no terminó la frase. Había cometido un error imperdonable. Y de repente, fue él quien empezó a interrogar.


–¿Ninguno de nosotros, Paula? ¿Qué quiere decir con eso? 



Italiano para principiantes.


"Las vistas son maravillosas. Las montañas que ven en la distancia, que en invierno están cubiertas de nieve, son los Apeninos. Aquí todavía hay osos y lobos… il lupo, como llaman al lobo en italiano. Los habitantes de estas tierras son muy agradables. A pesar de que entré sin darme cuenta en una propiedad privada, su dueño me invitó a comer con él a la sombra de una pérgola sobre la que crecía una parra".



Pedro se dió cuenta de que estaba conteniendo la respiración mientras esperaba la respuesta de Paula. Por algún motivo, sabía que su respuesta iba a ser importante. Y ella se quedó inmóvil, como si se estuviera preguntando lo que debía decir.


–¿Ninguno de nosotros? –repitió él.


Paula sacudió la cabeza y dijo:


–Sí. De no haber sido por ella, ni usted ni yo estaríamos aquí, comiendo juntos. Además, la casa seguiría en ruinas, los jóvenes del pueblo habrían emigrado al norte y los viñedos de su bisabuelo habrían terminado en manos de alguna multinacional que se habría dedicado a producir vino de poca calidad.


Pedro pensó que era una respuesta aceptable. Incluso más profunda de lo que esperaba. Pero supo que Paula le ocultaba algo y se llevó una decepción. Tuvo que recordarse que aquella mujer no era más que otra periodista ambiciosa. Que no era real. Que trabajaba a sueldo de alguna de las revistas del corazón que le habían hecho la vida imposible desde su infancia. 

viernes, 22 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 20

 –¿De dónde ha sacado esa idea?


–Antes de venir, estuve investigando un poco por Internet –explicó–. Pero supongo que habré malinterpretado lo que leí… Mi italiano no es tan bueno como me gustaría.


–No, no lo ha malinterpretado. Mi bisabuelo fundó la cooperativa después de la Guerra Mundial. Quería ayudar a reconstruir nuestra comunidad y decidió dar una parte a reconstruir nuestra comunidad y decidió dar una parte de los viñedos a los habitantes de Isola del Alfonso. Si no hubiera sido por eso, los jóvenes se habrían marchado a trabajar a las fábricas del norte.


–¿Su bisabuelo estuvo aquí? ¿Durante la guerra?


Él sacudió la cabeza.


–Claro que no. Francesco Alfonso era enemigo de los fascistas. Cuando se presentaron en la casa para detenerlo, huyó y se unió a los partisanos de las montañas.


–¿Y su familia?


–Su esposa estaba embarazada. Los aldeanos la escondieron para que pudiera unirse a él más tarde, pero falleció poco después de dar a luz.


–Debió de ser una época terrible. El mundo antes de la penicilina –observó Paula–. Pero no me mire así…


–¿Cómo la miro?


–Como si pensara que no sé de lo que estoy hablando. Me mira como miran muchos hombres a las mujeres cuando hablan de deportes, coches o guerras… Pero yo soy especial. Sé lo que significa un fuera de juego, sé cambiar un enchufe y, por si eso fuera poco, soy licenciada en Historia moderna.


 –La felicito –dijo, divertido con su actitud–. Quizás me lo pueda explicar… Me refiero al fuera de juego.


–No sea condescendiente conmigo.


Él sonrió.


–Tiene razón. Discúlpeme.


–¿Qué le pasó al bebé de su bisabuela?


Pedro empezaba a sentir verdadera curiosidad. No sabía por qué le estaba haciendo ese tipo de preguntas, tan personales. Quizás las formulaba para asegurarse de que se había ganado su confianza. Quizás, porque pretendía ablandarlo con preguntas inocuas antes de pasar a lo que realmente le interesaba. O quizás, porque había cometido un error con ella y era exactamente lo que decía ser, una simple turista. En cualquier caso, lo descubriría pronto.


–El niño quedó al cuidado de una mujer que trabajaba para la familia. Ella acababa de dar a luz, de modo que lo pudo amamantar y fingió que era suyo para salvarlo de los fascistas. Más tarde, en 1944, mi bisabuelo volvió y lo reclamó.


–¿Ella lo amamantó?


Pedro soltó una carcajada.


–Naturalmente. ¿Qué esperaba que hiciera? ¿Que lo enviara a las montañas para que los partisanos lo enviara a las montañas para que los partisanos lo alimentaran con leche de cabra?


–No, supongo que no, pero debe admitir que esa historia parece sacada de una novela romántica –contestó Paula.


–Sí, eso también es verdad.


–¿Sabe quién era ella, la mujer que crió al niño? ¿Sabe cómo se llamaba?


–Cómo no lo voy a saber. Se llamaba Lucía. Mi abuelo encargó que pusieran una placa en su honor en la iglesia del pueblo. 


La expresión de Paula se volvió tan triste que Pedro se quedó extrañado. Aunque fuera una historia trágica, habían transcurrido más de sesenta años desde entonces y, además, ella no había conocido a aquella mujer.


Aventura: Capítulo 19

Y durante unos segundos, había faltado poco para que se dejara engañar por su apariencia inocente. Porque los inocentes no besaban así, con tanta pasión. Porque las mujeres no aparecían de repente en la propiedad de un hombre y se entregaban a él de inmediato. Le estaba siguiendo la corriente porque sabía que echarla no habría servido de nada. Si se la quitaba de encima sin más, no pasaría mucho tiempo antes de que otra persona se presentara en la casa. Además, Nonna, su abuela, le había enseñado desde pequeño que, con el soborno suficiente, nadie era inmune a la tentación. Pedro prefería fingir que había mordido el anzuelo de Paula Chaves y simular que se convertía en el amante italiano que, al parecer, buscaba. De ese modo, su atención se centraría en él y su prima y su marido podrían seguir tranquilamente con sus vidas. Pero no sabía cuánto tiempo podría engañarla. Tal vez una semana. O quizás un mes. Aunque viendo su fotografía, habría estado dispuesto a estar con ella una eternidad. Cuando Paula volvió del cuarto de baño, él sirvió dos vasos de agua, le dió uno y propuso un brindis.


–Salud. Por las visitas inesperadas y los hombres apresurados.


–¿Los hombres apresurados?


Él le ofreció una silla y respondió:


–Por supuesto. Si mi hermano no hubiera salido de aquí a toda prisa, usted no habría entrado en mi propiedad y no nos habríamos conocido.


–No, supongo que no.


Paula aceptó el brindis y echó un trago de agua. Se había quitado las gafas, así que Pedro pudo ver sus ojos por fin.  Eran de color gris. Gris claro.


–¿Cómo ha dicho que se llamaba? Me refiero a su hermano…


–Federico. Estudia Bellas Artes. O al menos, estudia en teoría… Porque no me parece que se esfuerce demasiado.


Él se sentó frente a Paula. Un momento después, Graziella llegó con unos entremeses y los dejó en la mesa. Pedro alcanzó una botella de vino y la abrió.


–Debería probar este vino –dijo mientras se lo servía–. Es de una variedad de uva creada por mi abuelo… La obra de toda su vida. Tiene un fondo de hierbas aromáticas y un regusto a miel, melocotón y melón. Desde mi punto de vista, aúna todo lo bueno que se puede encontrar en Isola del Alfonso.


–Veo que el vino es su pasión…

 

–Un hombre debe tener una pasión. Mi abuelo creó la uva y el sabor, y yo me dedico a mejorarlos en la medida de lo posible para que pase a las siguientes generaciones.


Paula probó el vino y sonrió, encantada.


–Está delicioso. Es como beberse un día de verano.


Pedro asintió.


–Me gusta su descripción. Es tan buena que habría pagado una fortuna a cualquier empresa de publicidad por un eslogan como ése. ¿Cuánto me piensa cobrar? – preguntó con humor.


–Oh, no mucho –respondió ella mientras él le servía entremeses en el plato–. Me contentaría con un poco de pan…


–Eso está hecho.


–Tenía entendido que los viñedos de esta zona estaban en manos de la cooperativa local. 

Aventura: Capítulo 18

Él la tomó de la mano y siguieron andando.


–Aunque también ayuda el hecho de que soy botánico –añadió.


–Ah.


Pedro se inclinó, arrancó unas ramas de tomillo y se las dio.


–En Isola del Alfonso no tenemos souvenirs para los turistas; pero meta esas ramas en su bolso y le aseguro que, la próxima vez que lo abra, se acordará de nuestro pequeño pueblo.


Ella aceptó el regalo con una sonrisa y él volvió a escudriñar sus ojos, que no podía ver porque seguía con las gafas puestas. Paula Chaves tenía el cabello de color las gafas puestas. Tenía el cabello de color castaño, lo cual sugería que sus ojos podían ser del mismo color. Pero sólo era una posibilidad. También podían ser verdes. O dorado oscuro, como la miel. Al llegar al patio, Pedro llamó a Graziella para hacerle saber que ya estaban allí. Luego, se giró hacia Paula y vió que fruncía el ceño. Era evidente que se había estado esforzando por entender loque decía.


–La comida se servirá enseguida. ¿Le apetece beber algo?


–Un vaso de agua, por favor. ¿Podría lavarme las manos?


–Por supuesto que sí. Entre en la casa y tome el corredor de la izquierda. No tiene pérdida –contestó él.


Él la observó mientras ella se alejaba. Paula se había recogido el cabello en una especie de moño del que se había soltado un mechón. Sin dejar de andar, se llevó una mano a la cabeza y devolvió el mechón a su sitio con la naturalidad de quien había repetido mil veces la misma tarea. Pero al alzar los brazos, la camiseta también se le levantó. Y Pedro tuvo ocasión de admirar unos centímetros de piel que le reafirmaron en lo que ya había imaginado: Paula no tomaba nunca el sol. Estaba muy blanca.


En cuanto desapareció de la vista, alcanzó su teléfono móvil y echó un vistazo a la fotografía que le había sacado en la vieja pared. Estaba realmente bella; sonreía con inocencia y el cuello de la camiseta se le había bajado un poco, lo suficiente para que se atisbara la parte superior de uno de sus senos. Pedro pensó que era una profesional excelente, pero no lo sorprendió demasiado. Nadie, salvo una profesional excelente, lo habría engañado a él. El día se había complicado mucho. Primero, por la aparición inesperada de Bella; y luego, por el descubrimiento de que Federico se marchaba a Roma para ver a una chica sin esperar a que Nonna volviera del pueblo. A pesar de ello, supuso que debía estarle agradecido. Al menos, Federico se había tomado la molestia de llamarlo por teléfono para hacerle saber que una intrusa había entrado en la propiedad. Pero no las tenía todas consigo. Federico no había dicho que le había abierto la puerta él mismo. Sin embargo, tampoco le extrañó que se lo hubiera callado. Paula tenía una sonrisa maravillosa. La clase de sonrisa que podía hechizar a un hombre y hacerle olvidar, aunque sólo fuera durante un momento, que aquella puerta estaba cerrada por un buen motivo. Cuando la vió, sentada en aquella tapia, se llevó una sorpresa. Llevaba ropa informal y tenía la cabeza hacia atrás, como si estuviera tomando el sol. Nada parecía indicar que le estuviera esperando. Pero Pedro no se dejaba engañar por las apariencias. La última vez que confió en una desconocida como Paula, descubrió que era una periodista y que había aprovechado su estancia en la casa para hacer fotografías de Bella y de Leandro, que se acababan de casar, y vendérselas a una revista del corazón. Ahora, Bella y Leandro estaban a punto de separarse. La prensa lo sabía y buscaba sangre, así que Pedro supuso que Sarah sería una paparazzi que había decidido a utilizar el mismo truco que les había funcionado la vez anterior. 

Aventura: Capítulo 17

 –Me alegro por ella –declaró con una sonrisa–. ¿Puedo hacer fotografías?


–¿De los paparazzi? ¿O de las vistas?


–La idea de fotografiar a los fotógrafos me parece muy tentadora –comentó Paula–, pero sólo quería inmortalizar el paisaje. Sé que a Alberto le gustaría verlo.


Pedro sintió una punzada de irritación. Empezaba a estar harto de que Paula se refiriera todo el tiempo a aquel tipo. Mientras ella hacía fotografías, él se mantuvo al margen. Y luego, al ver que enfocaba unos tejados rojos que asomaban tras una colina distante, observó:


–Aquello es Arpino. La localidad donde nació Cicerón.


–Ah, Cicerón… El hombre que escribió que una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma.


–Veo que está bien informada.


–Es que tengo esa frase en un imán del frigorífico –ironizó.


–En tal caso, Cicerón debía de estar en lo cierto –dijo con humor–. Arpino es un lugar interesante. Hace poco han descubierto una calzada romana debajo de la plaza; pero si quiere tener unas vistas realmente bonitas de ese pueblo, le recomiendo que suba a la torre de la iglesia.


–Gracias por la recomendación.


–De nada. Como usted y yo hemos empezado con mal pie, estoy haciendo un esfuerzo por ser un buen anfitrión –dijo con una sonrisa.


–Y lo está consiguiendo. Todo es tan bello y tan antiguo en Italia… En mi país también tenemos monumentos y edificios antiguos, pero la historia italiana no es una simple edificios antiguos, pero la historia italiana no es una simple atracción para turistas; forma parte del presente, de la vida.


–Bueno, los italianos llevamos mucho tiempo en estas tierras. Cuando los británicos de entonces todavía construían con cañas y barro, nosotros ya construíamos con piedra. Que es mucho más duradera. Pero sigamos adelante… –la invitó mientras la tomaba del brazo–. Tenga cuidado. El camino que cruza el olivar es muy empinado.


–¿El olivar? Vaya…


Paula no se pudo resistir a la tentación de sacar fotografías de los olivos. Y él la miró con tanto humor que dijo:


–Lo siento. Sé que me estoy comportando como una turista absoluta.


–No se disculpe.


Las personas tendemos a menospreciar lo que nos rodea porque estamos acostumbrados a ello. La posibilidad de verlo a través de unos ojos nuevos me parece sumamente refrescante. Cuando avanzaron hacia el patio principal de la mansión, se quedó perpleja. Y no fue por las vistas del valle que se extendía ante ellos, sino por el propio patio y por el huerto lleno de verduras y de hierbas aromáticas por el huerto lleno de verduras y de hierbas aromáticas por el que tuvieron que pasar.


–Qué maravilla… –alcanzó a decir.


–¿Le gusta? ¿Es que es jardinera?


–No, pero mi madre lo es. Siempre ha tenido un jardín y un huerto –explicó–. ¿Qué planta es ésa?


–Una thymus citriodorus aureus. Una variedad del tomillo.


–Y conoce su nombre en latín… Es impresionante.


–¿Cómo no lo voy a conocer? A fin de cuentas, soy romano. Por lo menos, de lunes a viernes –bromeó. 

Aventura: Capítulo 16

 –¿Le apetece dar una vuelta por el jardín? –siguió diciendo–. Creo que le gustará.


–¿No íbamos a comer? 


–¿Es que tiene prisa?


Ella sacudió la cabeza. 


–No, supongo que no, pero…


–¿Pero?


–Nada. Sólo me estaba preguntando si usted será de la clase de hombres que prefieren desatar un nudo antes que cortarlo.


–No sé si la entiendo…


–Me refiero a su invitación a comer. En lugar de llevarme directamente a la mesa, pretende darme una vuelta por su propiedad.


–Ah, bueno… Siempre he pensado que el sentimiento de anticipación es una parte importante del placer – explicó.


–¿Del placer? ¿Insinúa que su invitación debe preocuparme? –preguntó, coqueta.


Él hizo caso omiso de su coquetería y respondió:


–En absoluto. Graziella es una gran cocinera. Puede estar segura de que la comida estará a la altura de sus expectativas. E incluso es posible que las supere.


Pedro la llevó por el jardín. Al cabo de un rato, se detuvo en un punto desde el que se veía el pueblo y todas las tierras adyacentes, incluidas varias granjas y bodegas. Paula se llevó la mano a la frente y, utilizándola a modo de visera, contempló el paisaje.


–¿Hay osos en las montañas?


–¿Osos? –preguntó, sorprendido–. Sí, quedan unos cuantos osos en el Parque Nacional. Y la población de lobos está creciendo muy deprisa… ¿Por qué lo pregunta?


–Porque pensé que Alberto, mi amigo, me estaba tomando el pelo cuando dijo que había osos –contestó–. Es un paisaje muy bonito… Pero casi no se ve su casa. Los árboles la ocultan por completo.


–No se ve porque se alza en una zona más baja que ésta, asalvo de los vientos. Tenga en cuenta que los inviernos de esta zona son muy duros –le explicó–. ¿Y bien? ¿Qué le parece? ¿Las vistas están a la altura de lo que esperaba?


–Desde luego que sí. Alberto aseguró que era un lugar muy bonito, pero se quedó corto. Es impresionante –confesó–. ¿Dónde está el río?


Él alzó un brazo y se lo señaló.


–Allí, a la izquierda de aquella arboleda… En el extremo más alejado del pueblo.


–Ah, sí, ya lo veo –dijo ella–. Por cierto, hay mucha gente en la carretera…


Paula se refería a los periodistas que habían seguido a Pedro y al hermano de Isabella.


–Son los paparazzi. Han seguido a Bella esta mañana.


–¿Es que su prima está aquí? No me extraña que se mostrara tan desconfiado conmigo al principio…


–Bueno, digamos que he tenido una mañana de lo más interesante.


–Y aun así, está dispuesto a permitir que haga fotografías de su casa –observó.


–Porque no corro el menor peligro. Bella no está aquí. A decir verdad, Bella no estaba en el coche al que siguieron.


–Entonces, ¿Dónde está?


–En otra parte. 

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 15

Italiano para principiantes.


"Me salí de la ruta turística y, mientras sacaba estas fotografías en la plaza de un pueblo, me sentí como si nada hubiera cambiado en siglos. Bueno, nada salvo los coches, la televisión digital, Internet, los teléfonos móviles"…


Paula Chaves se volvió a poner las gafas. Pedro se acercó a la tapia para ayudarla a bajar, pero ella intentó rechazar su ayuda.


–Ya bajo sola.


–No sea tan obstinada. Antes ha estado a punto de desmayarse.


Pedro le puso las manos en la cintura y la bajó de la tapia. Ella se estremeció al sentir su contacto, aunque lo disimuló.


–Gracias.


–Quédese un momento ahí. ¿Está mareada?


Paula sacudió la cabeza.


–No, estoy bien.


–¿Seguro?


–Seguro.


Él le puso las manos en los hombros y mantuvo el contacto para asegurarse de que, efectivamente, estaba bien. Y entonces, notó su aroma. Un aroma cálido, dulce. El de una mujer que se encontraba en brazos del hombre al que deseaba. Durante unos momentos, no fue Paula quien se aferró a Pedro para mantenerse en pie, sino Pedro quien se aferró a ella. Sentía la necesidad de hundir la cabeza en su cabello, en la curva de su cuello, entre sus pechos. Paula se inclinó para recoger la pamela y preguntó:


–¿Quién era el hombre que ha salido antes de la propiedad? Parecía tener prisa.


–Ah… Era mi hermano –dijo él, recuperando el aplomo–. Tenía prisa porque una chica le está esperando en Roma.


Ella frunció el ceño.


–¿Su hermano? No se parece mucho a usted, aunque es muy guapo.


–Es que somos hijos de padres diferentes. Mi madre se volvió a casar tras el fallecimiento de mi padre.


Pedro la tomó del brazo y la llevó lentamente hacia el jardín de la casa.


–De todas formas, mi hermano siempre va con prisa a todas partes –continuó–. Todavía no ha aprendido la virtud de la paciencia; el valor de tomarse las cosas con calma para disfrutar del viaje.


Pedro lo dijo con segundas intenciones, pero Paula era una desconocida y no captó la ironía. Ella no podía saber que, durante dos años, había estado viviendo como un monje y se había dedicado a cuidar de sus viñas y a mantenerse alejado de la clase de mujeres que se sentían atraídas por los famosos. De una clase de mujeres que, en otro tiempo, le habían parecido presas fáciles, ratones en un juego donde él era el gato. Pero él no era el gato. Giuliana se lo había demostrado. Y no volvería a cometer el mismo error.


Aventura: Capítulo 14

 –Porque tuve una niñera inglesa hasta los seis años. Y era tan natural como irónica –contraatacó.


–Eso lo explica todo. ¿Y qué pasó cuando cumplió seis años?


–Que ella se marchó y yo volví a casa.


–Pues hizo un gran trabajo con usted. A fin de cuentas, sólo era un niño…


–Y fue recompensada por su esfuerzo. Pero sobra decir que no lo hablo tan bien porque lo aprendiera a una edad tan temprana.. Estuve estudiando un año en Cambridge, en la universidad –le informó.


Ella suspiró y dijo:


–¿Sabe que le envidio? Puede hablar dos idiomas con fluidez. Yo me estoy esforzando con el italiano, pero sin demasiado éxito. Aún tengo dificultades para pedir un simple bocadillo –bromeó.


–Pues permítame que le ahorre la molestia.


–¿Me va a pedir un bocadillo?


–No, le recomiendo algo más sustancial. Tengo la impresión de que ha estado a punto de desmayarse… Y francamente, no creo que se deba a que la haya besado.


Paula pensó que se estaba subestimando a sí mismo. Pero al menos, ahora sabía que el beso no había sido obra de su imaginación.


–Es que esta mañana no he desayunado.


–Grave error…


–Desde luego. 


–Y mi brusquedad no la ha ayudado mucho –admitió–. Discúlpeme. Mi prima es actriz y tenemos problemas con la prensa. Con los fotógrafos, ya sabe.


–Lo siento. No lo sabía.


Él se encogió de hombros.


–Bueno, eso es normal. Bella todavía no ha firmado ningún contrato en Hollywood, así que no me extraña que lo desconozca. ¿Qué le parece si la invito a comer? Me gustaría restaurar su fe en la hospitalidad de los habitantes de Isola del Alfonso.


Mientras hablaba, una mujer salió al patio y empezó a poner la mesa debajo de la pérgola. Sin esperar respuesta, Pedro se giró hacia ella y se puso a hablar tan deprisa en italiano que Paula no entendió ni una palabra. Al final, la mujer asintió y él miró nuevamente a Paula.


–Ya he informado a Graziella. Si no quiere decepcionarla, no tendrá más remedio que aceptar mi invitación.


–No, claro. Cómo voy a decepcionar a Graziella…


–Ah, y si quiere hacer más fotografías, adelante.


–¿Está seguro de que no le importa?


–En absoluto.


–Bueno, a decir verdad… Estaba esperando que apareciera alguien para que me hiciera una fotografía a mí.


Él frunció el ceño, como si entendiera por qué quería fotografiarse en una pared derrumbada de su propiedad.


–¿Para qué? ¿Para demostrar a su amigo que ha estado aquí?


–Sí… bueno, no. No exactamente. Estoy segura de que mi amigo me creería. Al fin y al cabo, no tiene motivos para desconfiar de mí, ¿Verdad? 


–No lo sé. Pero en el futuro, debería ser más cuidadosa con lo que hace.


–Yo no estoy tan segura. Hasta el momento, todo me ha salido bien.


Él hizo caso omiso de la provocación y le pidió que se sentara en lo alto de la tapia. Acto seguido, preguntó:


–¿No quiere quitarse las gafas?


–No hace falta.


Ella miró directamente a la cámara del teléfono móvil.


–Ahora, diga formaggio.


Paula rió y él le hizo la fotografía. 

Aventura: Capítulo 13

A Paula le sorprendió que la casa fuera suya. No encajaba en la imagen de un ejecutivo de mediana edad con una casa de campo.


–Es una casa encantadora. Y las vistas son preciosas –explicó–. ¿Es que he cometido algún delito? Pensaba que hacer fotografías desde un camino público era perfectamente legal.


–Creía haber dejado claro que ese camino no es público. Forma parte de mis propiedades, señorita.


–¿Y por qué no ha puesto un cartel? En estos casos, se pone un cartel para que la gente sepa que no se puede pasar –alegó ella–. En fin, devuélvame el teléfono móvil y borraré las fotografías de inmediato.


–No es necesario. Ya las borro yo.


–Pero…


–No recibimos muchas visitas en Isola del Serrone –la interrumpió–. Sobre todo, de ciudadanos ingleses.


–¿Ah, no? Bueno, no puedo decir que me sorprenda. Tal vez recibieran más visitantes si fueran más amables con ellos.


Él sonrió.


–Y dígame, ¿Hasta qué punto quiere que sea amable?


–Hasta ninguno.


Él se encogió de hombros y la miró con desconfianza. Evidentemente, no creía que se hubiera acercado al pueblo y mucho menos a su casa para disfrutar de las vistas.


–No estamos en la guía turística, señorita.


–¿Y qué? Yo no soy una turista.


–¿No? Entonces, ¿Qué está haciendo aquí? 


Paula estudió su cara con detenimiento. Tenía el cabello de color negro, rizado. Su piel era dorada, sus pómulos parecían esculpidos en piedra y su nariz resultaba tan romana que podría haber sido la de una estatua. Era extraordinariamente guapo. Y extraordinariamente arrogante. El tipo de hombre contra el que su madre le habría advertido. En lugar de contestar a su pregunta, cambió de conversación. Podría haberle dicho la verdad, pero pensó que no era asunto suyo.


–¿Sabe que me tiene en desventaja?


–Por supuesto.


–Ha leído los mensajes de mi teléfono móvil y sabe cómo me llamo. Pero no yo conozco su nombre.


–No me diga… –ironizó–. En tal caso, permítame que me presente. Io sono Pedro Alfonso, signora Chaves.


–¿Alfonso? –preguntó con interés–. Supongo que eso quiere decir que nació aquí, en el pueblo…


–Supone mal. Yo nací en el norte de Italia, pero mi familia es de Isola del Alfonso –puntualizó Pedro–. Y ahora que ya sabe mi nombre, ¿Le importaría responder a la pregunta que he formulado antes?


–Faltaría más. Un conocido mío estuvo en su pueblo hace muchos años y quedó tan impresionado con la hospitalidad de sus gentes que decidí acercarme y comprobarlo en persona –contestó–. Por cierto, ¿Sabe que habla mi idioma maravillosamente bien?


Él sonrió.


–Y usted, ¿Sabe que tiene una increíble capacidad para cambiar de conversación?


–No crea; no es para tanto. Pero lo he dicho en serio. Además de hablar bien mi idioma, lo habla con tanta naturalidad como ironía.

Aventura: Capítulo 12

 –¿Cómo? Sí, sí… Me encuentro bien –dijo, volviendo a la realidad–. Éste es el lugar donde Alberto le hizo aquella fotografía. Donde se vieron por última vez.


Su bisabuelo le había contado que aquel día de principios de verano hicieron el amor en la hierba, por última vez, antes de que él se alejara por el camino que llevaba al pueblo y saliera para siempre de su vida. Paula bajó la cabeza y contempló la hierba. Lo único que había en ella era su pamela, que se le había caído.


–¡Sarah! –exclamó él, creyendo que iba a perder la consciencia.


–Está seca…


–¿De qué está hablando?


–De la hierba.


–Claro que está seca. Es otoño.


Ella frunció el ceño y se intentó concentrar.


–¿Otoño?


–¿Se encuentra bien? –repitió él.


–Sí, por supuesto que sí.


Él le acarició la mejilla y le secó una lágrima.


–Entonces, ¿Por qué llora?


Paula se llevó una mano a la cara y se sorprendió al comprobar que tenía razón.


–No estoy llorando. Es que tengo alergia al polen –se excusó.


–¿Alergia al polen? ¿En otoño?


Paula sintió el eco de un contacto dulce en los labios, como si la hubiera besado. Pero no podía estar segura. Su imaginación le estaba jugando una mala pasada. Sólo sabía que debía reaccionar y marcharse de allí.


–Soy alérgica a los crisantemos. Es una dolencia hereditaria. Y ahora, si no le importa será mejor que me vaya.


Ella puso los pies en el suelo, pero la debilidad de sus piernas la traicionó y él la tuvo que agarrar del codo para que mantuviera el equilibrio. Cuando ya estuvo seguro de que no se iba a derrumbar, dijo:


–Por cierto, ha sido un encuentro muy interesante. Si quiere que le conceda una entrevista, deje su número a mi secretaria y se pondrá en contacto con usted. Pero le recomiendo que no tarde mucho. Puede que cambie de opinión.


Paula arqueó una ceja, sin entender nada. Sin embargo, la referencia al número de teléfono le recordó que aquel desconocido seguía en posesión de su móvil.


–Mi móvil –dijo, extendiendo una mano–. Por favor.


–Cuando haya terminado.


Él se apartó, apoyó los codos en la tapia y se dedicó a cotillear las fotografías de Paula. Eran las típicas fotografías de una turista. Imágenes de la ciudad, de su piso y del colegio donde trabajaba. Las que había estado subiendo al blog.


–¿Viene de Roma?


Ella no se molestó en contestar. Se limitó a imitarlo y apoyarse en la tapia para dar descanso a sus débiles piernas.


–Parece que ha estado muy ocupada. Hay fotografías de media ciudad.


–Sí, he hecho tantas que pronto no me quedará nada que fotografiar –afirmó.


–Yo no estaría tan seguro de eso. Pero dígame… ¿Por qué le interesaba mi casa? No es precisamente un monumento nacional. 

Aventura: Capítulo 11

 –Ni lo piense –dijo Paula.


Él no intentó cachearla. Tal vez, porque en la camiseta y los vaqueros ajustados que llevaba no había sitio ni para esconder una cucharilla de plata. O tal vez, porque prefirió reservarse ese placer para más tarde. Fuera como fuera, Paula no se sintió ni incómoda ni nerviosa con la situación. Y esto también era extraño. Súbitamente, él volvió a activar el móvil y leyó sus últimos mensajes. Cuando terminó, la miró por encima de sus gafas de sol y preguntó:


–¿Ya lo ha encontrado, Paula Chave?


Sarah se quedó sin aire al oír su nombre. Lo había pronunciado de un modo inmensamente sensual. De hecho, cada movimiento de aquel desconocido parecía una caricia.


–¿Qué? –preguntó.


–Que si ya ha encontrado a su amante italiano de ojos oscuros.


Ella se maldijo para sus adentros. Obviamente, había leído el mensaje de Alberto. Pero nadie que hubiera dado leído el mensaje de Alberto. Pero nadie que hubiera dado clase a un montón de adolescentes se habría permitido el lujo de ruborizarse en situaciones embarazosas. Habría sido un desastre. Como buena profesora, Paula sabía lo que debía hacer en ese tipo de situaciones: Plantarse firmemente en el suelo, mirar a los ojos del alumno que la hubiera provocado y contestar con una réplica rápida que arrancara una carcajada a la clase.


–¿Por qué lo pregunta? ¿Es que le interesa el puesto?


La frase habría surtido efecto si hubiera sonado tan afilada e irónica como pretendía, pero algo salió mal y sufrió un cortocircuito entre su cerebro y su boca, entre el concepto y la expresión delconcepto. Fue por sus ojos. Oscuros como la noche y con un destello de luz, un rayo, en sus profundidades. Bajo aquella mirada, la ironía perdió fuerza y sus palabras se convirtieron en una invitación tan dulce que él extendió un brazo, le acarició el cabello y le puso la mano en la mejilla. Paula no supo qué hacer. No podía pensar. Hasta tuvo la extraña sensación de que se desvanecía. Su cerebro estaba demasiado ocupado con la multiplicación de señales que recibía. El sol que calentaba sus brazos, su cuello, sus pechos. La curva sensual de sus brazos, su cuello, sus pechos. La curva sensual de aquellos labios que se cernía sobre ella. El aroma de su piel. Sólo tenía que abrir la boca y pronunciar un monosílabo que tenía en la punta de la lengua, «No». Y por fin, la abrió. Pero dijo exactamente lo contario.


–Sí…


Por si no fuera suficiente, se apretó contra él, cerró las manos sobre sus hombros y se dejó caer lentamente hacia atrás, a sabiendas de que la sostendría y la acompañaría en la caída hasta quedar tumbados en la hierba. Durante un momento, pensó que había triunfado. Sentía el peso de su cuerpo y la caricia de una de sus manos, que había introducido por debajo de su camiseta y avanzaba poco a poco hacia sus pechos. Los pezones se le pusieron duros al instante.


–Lucía…


–¿Qué ha dicho?


Paula abrió los ojos. Ni siquiera sabía que los hubiera cerrado. Y al descubrirse sentada en la tapia, supo que había imaginado toda la escena. Efectivamente, el desconocido la estaba abrazando; pero sin intenciones libidinosas. Parecía preocupado por la posibilidad de que se desmayara en cualquier instante.


–¿Se encuentra bien? 

lunes, 18 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 10

Las manos le temblaban cuando volvió a sacar el teléfono móvil para hacer una fotografía de la mansión restaurada. La vieja tapia, la pared de Lucía, era lo único que no se había restaurado. Era muy extraño. Se quitó la pamela, se abanicó y miró la casa mientras se preguntaba quién viviría en ella. Le pareció poco probable que fueran los mismos propietarios que tenía cuando sirvió de refugio a Alberto. Unos segundos después, cuando sirvió de refugio a Alberto. Unos segundos después, vió que había una piscina y llegó a la conclusión de que la habría comprado algún ejecutivo rico de Roma para usarla como casa de campo para pasar los fines de semana. En cualquier caso, se dijo que allí no iba a encontrar las respuestas que necesitaba. Pero antes de volver sobre sus pasos, sintió la necesidad de hacer algo más. Se volvió a poner la pamela, se encaramó a la tapia semiderruida, se apoyó igual que la Lucía en la foto de Alberto y cerró los ojos, dejando que el sol le calentara la cara.


–¿Está cómoda?


Paula se sobresaltó al oír la voz y parpadeó, confundida. El hombre que estaba ante ella parecía haber salido de la nada. Llevaba unas gafas oscuras y no podía verle los ojos, pero tuvo la impresión de que su tono había sonado amigable o, al menos, neutral.


–Oh, discúlpeme… Espero no haberme metido en una propiedad privada –se disculpó.


–Me temo que sí, signora.


–Pero hay un camino que…


–Y también hay un muro y una puerta –la interrumpió.


–Sí, pero…


–Una puerta que estaba cerrada.


–Un hombre me la abrió. Un joven que salía en ese momento.


Entonces, Paula cayó en la cuenta de que el desconocido no estaba hablando en italiano, sino en su idioma.


–¿Cómo lo ha sabido? –preguntó.


–¿A qué se refiere?


–A que soy inglesa.


–Ah, eso… –dijo el hombre con una sonrisa–. El joven que le abrió la puerta tuvo la deferencia de advertirme que tenía visita.


–¿De advertírselo? Cualquiera diría que he venido con intención de entrar en la casa y robarles la vajilla de plata o algo así –protestó Paula.


Ella esperaba que el hombre comprendiera que estaba siendo ridículo y que, quizás, hasta soltara una carcajada. Pero no lo hizo. En lugar de eso, alcanzó el bolso de Paula y se puso a rebuscar en él.


–¡Eh! ¿Se puede saber qué diablos está haciendo? ¿Es que su madre no le enseñó que nunca, bajo ninguna circunstancia, se debe hurgar en el bolso de una dama?


–Para empezar, todavía no he determinado si usted es una dama –replicó.


Él hombre echó un vistazo a los mensajes del teléfono móvil y, a continuación, la miró a ella como si estuviera considerando la posibilidad de cachearla. 

Aventura: Capítulo 9

Justo entonces, se dió cuenta de que el propietario del café la estaba mirando.


–Buon giorno –le dijo.


Él la miró unos segundos más y desapareció en el interior del local.


Paula se encogió de hombros. La actitud del hombre no había sido particularmente amistosa, así que en lugar de dirigirse al café para preguntarle sobre el pueblo, se dirigió a la iglesia. Además, supuso que el párroco estaría mejor informado. Había olvidado la fotografía escaneada de Lucía y no podría enseñarle su imagen; pero al menos, podría describir la antigua mansión y quizás, con un poco podría describir la antigua mansión y quizás, con un poco de suerte, localizar a su familia. El interior de la iglesia le pareció terriblemente oscuro en contraste con el sol del exterior, pero vio que varias personas estaban esperando junto a los confesionarios. Al parecer, el cura iba a estar ocupado un buen rato. Mientras admiraba el interior de la iglesia, una mujer que estaba poniendo flores a la Virgen la miró fijamente. 


Paula llegó a la conclusión de que los habitantes de Isola del Alfonso no estaban acostumbrados a los forasteros. Y como no quería molestar, salió del recinto con intención de volver más tarde. Ya en el exterior, siguió el camino que ascendía hasta la cumbre del cerro. Eso era justo lo que necesitaba. Un lugar elevado desde el que poder contemplar toda la localidad. Pasó por delante de casas escondidas tras paredes que de vez en cuando dejaban entrever, a través de sus puertas de hierro forjado, un patio pequeño o tiestos con flores de colores intensos. Al divisar la arboleda que se abría más adelante, apretó el paso. Pensó que debía de estar cerca de la cumbre. Pero de repente, se encontró ante un muro que parecía más moderno que el camino.  Sonrió, dando por sentado que habrían levantado el muro para que las cabras no se escaparan y empezaran a vagar por el pueblo, y llevó una mano al pomo de la puerta. Justo entonces, salió un hombre con el que estuvo a punto de chocar. Iba con prisa y llevaba una especie de abrigo bajo el brazo. Los dos se quedaron muy sorprendidos. Pero él reaccionó antes y, con una reverencia ligeramente teatral, dijo:


–Il mio piacere, signora.


–No se preocupe –contestó ella mientras él le abría la puerta–. Gracias… Es decir, grazie.


–De nada, signora inglese. Que tenga un buen día. 


El hombre sonrió y se marchó tan deprisa como había aparecido. Ella siguió adelante y se detuvo para echar un vistazo a su alrededor. Tras el muro no había nada. Sólo el camino de antes, que avanzaba entre árboles y arbustos hasta la cumbre del cerro. Sarah cruzó los dedos para que la cumbre estuviera libre de vegetación y pudiera estudiar la zona. Cuando por fin llegó a su destino, se quedó sin aliento. El camino terminaba junto a los restos de una tapia, tan antigua que los arbustos la habían colonizado. Era la tapia donde Lucía se había sentado décadas atrás para que Alberto donde Lucía se había sentado décadas atrás para que Alberto le hiciera aquella foto. Una foto en la que sonreía. A pesar de que, con toda seguridad, era consciente de que estaba a punto de perder a su amante. Se acercó a la tapia y puso la mano en uno de los bloques de piedra, calientes bajo el sol. Y entonces, se llevó la segunda sorpresa. En lugar de los restos de una mansión, se encontró ante una casa señorial en perfecto estado y más grande de lo que había supuesto. Era evidente que la habían reconstruido después de la guerra. A su alrededor crecían viñas cargadas de uvas, y en uno de los lados de la casa, había una parra que se encaramaba a una pérgola. Al fondo se oía el rumor de un tractor con el motor encendido y lo que parecía ser algún curso de agua. 

Aventura: Capítulo 8

Italiano para principiantes.


"Mis queridos lectores: Este fin de semana he dejado la cultura, la historia y la familiaridad de la ciudad y he subido a un tren para conocer mejor el campo. Comprar un billete de tren sin hablar el idioma del país sería bastante difícil, pero mi italiano ha mejorado mucho y ya me desenvuelvo en ese tipo de situaciones. «Un’andata e ritorno, per favore…». Por desgracia, sé pedir las cosas, pero no entiendo lo que me dicen después. Mis oídos no están acostumbrados a los sonidos y las inflexiones del idioma. Tengo que escuchar las cosas diez veces y, aun así, sólo entiendo una de cada cinco palabras. Pero al final, conseguí comprar el billete de tren y Pero al final, conseguí comprar el billete de tren y llegar sana y salva a mi destino".




Pedro Alfonso estaba furioso. Isabella Alfonso podía ser la estrella más fulgurante del cine italiano, pero en ese momento no era su estrella favorita. Él tenía intención de salir de Roma a primera hora de la mañana. Lamentablemente, su prima se presentó de improviso en su casa y lo involucró de lleno en sus indiscreciones al aparecer con un ejército de paparazzi pegado a sus talones. Isabella sabía que él odiaba a la prensa. Habían destrozado la vida de su madre y también destrozarían la de ella si no se andaba con cuidado. Y ahora, en lugar del tranquilo viaje matinal a Isola del Alfonso que había previsto, se encontraba en una limusina en compañía de Isabella y de su hermano, un adolescente que estaba de muy mal humor.


–Alégrate un poco, Federico. Al menos, tú vas a sacar algo de todo esto –declaró Pedro.


–Deja de hacerte el duro. Sabes que harías cualquier cosa por Bella –respondió el adolescente con rapidez.


Pedro miró a su hermano. Era tan guapo que con maquillaje, una peluca, unas gafas oscuras y el abrigo de Isabella por encima de los hombros, se parecía mucho a ella. Se parecía tanto como para engañar a los periodistas, que los habían seguido.


–Sí, es verdad que haría muchas cosas por ella; pero no cualquier cosa –contraatacó Pedro, sonriendo–. A diferencia de tí, yo jamás me habría prestado a pintarme los labios.




Las montañas se alzaban brusca y claramente desde el fondo del valle. Paula las miró y contempló sus tranquilos y soleados picos mientras intentaba imaginarlos en mitad del invierno, cubiertos de nieve, entre aullidos de lobos y gruñidos de osos. Sin embargo, siempre cabía la posibilidad de que lo de los lobos y los osos hubiera sido una invención de Alberto. A fin de cuentas, su bisabuelo era un hombre muy creativo. A pesar de estar a principios de octubre, el sol calentaba tanto que se alegró de haberse puesto una pamela. Cuando llegó al puente, se detuvo un momento para ver el río, que llevaba poco caudal tras el largo y tórrido verano. Después, durante el ascenso hacia el pueblo, se dedicó a mirar a un lado y a otro en busca de pueblo, se dedicó a mirar a un lado y a otro en busca de los restos de alguna mansión. La mansión de la foto de Lucía. Sus pasos la llevaron a una plaza que parecía dorada bajo la luz del sol y que estaba llena de árboles. Tenía tiendas pequeñas, un café cuyo propietario se dedicaba a instalar la terraza en ese momento y una iglesia sorprendentemente grande. Se detuvo en mitad de la plaza y giró lentamente sobre sí misma, tomando fotografías con el teléfono móvil. Era un lugar tan bonito que podría haber servido como localización para una película. 

Aventura: Capítulo 7

Se había gastado tanto dinero en ropa que casi no lo podía creer; pero intentó animarse pensando que, por lo menos, ya no tendría que gastarse una fortuna en un vestido de novia. Tomás no iba a volver con ella. Ni ella tenía la menor intención de regresar al instituto Maybridge. Había tomado una decisión y era tarde para arrepentirse. Por otra parte, hay una norma no escrita que dicta que nadie debe ir a Italia sin llevar al menos un par de zapatos. Yo me he comprado tres pares, los que veis a continuación. Paula estiró una pierna, admiró los zapatos que se estiró una pierna, admiró los zapatos que se había puesto aquel día y les sacó una foto con el teléfono móvil para subirla al blog. Después siguió escribiendo: "Como ven, Roma es mucho más que un montón de ruinas antiguas. Pero como sé que arden en deseos de ver iglesias y no los quiero decepcionar, aquí tenéis una imagen de Santa María del Popolo. Seguro que la reconocéis enseguida. Salía en una de las escenas de la película «Ángeles y demonios». ¿Aún les parece que Roma es aburrida? No, seguro que no".


Mientras escribía, Paula pensó que su blog no era lo que el director de su antiguo instituto tenía en mente cuando le propuso la idea. Pero sonrió para sus adentros y pensó que, con un poco de suerte, se espantaría y lo retiraría del servidor de Internet del Maybridge. Después, miró las fotografías y se preguntó si Tom se molestaría en leerlo. E incluso si la propia Louise se podría resistir a la tentación de echarle un vistazo. Algunas de sus excompañeras de trabajo la habían escrito para comentarle que Micaela se había quedado embarazada, pero para ella no fue una sorpresa. El propio Tomás se lo había confesado días antes. No quería propio Tomás se lo había confesado días antes. No quería que se enterara por terceros, de modo que se lo había dicho él mismo. Como si así le fuera a doler menos. Por fin, dejó de escribir y comprobó el correo electrónico. Tenía un mensaje de su madre, con una fotografía adjunta en la que aparecía su padre recibiendo un premio por sus veinticinco años de servicio en el trabajo. También tenía uno de Alberto, quien quería saber si había avanzado algo con la búsqueda de un amante italiano. Respondió de forma escueta a sus padres y a su bisabuelo. No tenía tiempo para extenderse. Y a decir verdad, tampoco tenía tiempo para buscarse amantes. Pilar se había ofrecido a presentarle a algunos de sus amigos, Paula Todavía no había superado lo de Tomás. A continuación, echó un vistazo a los mensajes de sus colegas del Maybridge. Una quería saber si le iba bien y otra, si podía pasar por Roma y quedarse en su casa unos días. Respondió afirmativamente en los dos casos y les habló por encima de su nueva vida y de sus nuevos compañeros de trabajo, que ya la habían invitado a conocer sus casas. Sin embargo, tampoco tenía tiempo para socializar en ese sentido. Además, en la capital italiana había demasiadas cosas que hacer y demasiadas cosas por ver. Había hecho la carrera de Historia, pero la ciudad era mucho más que Julio Cesar, Antonio y Cleopatra y la muralla de Adriano. Era tanto más que dedicaba casi todo su tiempo libre a pasear por ahí como una turista, sacando fotografías y disfrutando de los impresionantes paisajes. No obstante, cuando llegó el sábado de su segunda semana en Italia, salió de Roma para visitar un pueblo. El pueblo de Isola del Alfonso. No tenía intención de revelar su identidad a nadie. Sólo quería saber lo que le había pasado a Lucía. Quería saber si estaba viva y, de estarlo, si se encontraba bien. A fin de cuentas, su familia tenía una deuda con ella. 

Aventura: Capítulo 6

Paula prefirió no añadir que estaba lloviendo cuando llegó y que se empapó porque pensaba que Roma era la ciudad del sol eterno y no se le había ocurrido llevar ni una gabardina ni un paraguas. Y en cuanto al ejercicio, su forma física era tan lamentable que tenía miedo de que las escaleras la mataran.


"Mi casa tiene un balcón pequeño. Los geranios que veis en la fotografía son un regalo de mis alumnos nuevos, que son encantadores y extraordinariamente amables y siempre presentan sus deberes a tiempo".


En la fotografía que subió al blog se veía algo más que los geranios del balcón. Era una vista preciosa de la ciudad, con sus cúpulas, sus tejados rojos y el Memorial de Victor Manuel, que parecía una tarta gigantesca, en mitad de la imagen. Una vista perfecta para disfrutar de ella mientras se tomaba una taza de café a primera hora del día o una copa de vino por la noche, con la ciudad iluminada. A Paula le habría gustado compartir esos momentos con Tomás, aunque su ex odiaba viajar. Sólo había hecho un viaje con él; un viaje de fin de semana a Francia. Y aunque sólo tenían que subirse a un transbordador para cruzar el Canal de la Mancha, tuvo que echar mano de todas sus mañas para convencerlo. Lamentablemente, no había avanzado mucho con la promesa que le había hecho a Alberto. Seguía sola, sin amante italiano. Y de momento, tendría que disfrutar de las vistas sin más acompañante que la taza de chocolate que se había servido. Es verdad. Hay montones de iglesias. Por cierto, la cúpula que se ve en la distancia, a la izquierda, es la cúpula de San Pedro. Y eso es el mercado de Esquilino, el mercado donde hago la compra. Tiene muchos productos que no encontraríais en el mercado de Maybridge. Por ejemplo, las flores de zucchini, que allí llamamos courgettes; compré algunas y las puse en un bol porque el color amarillo es muy alegre, pero los romanos se las comen rellenas de queso y fritas en abundante aceite de oliva. Ahora, una nota para las chicas; sobre todo para las de la sala de profesores: El de la siguiente fotografía es Salvatore, vendedor de la mortadela y el dolcelatte más sublimes que se puedan imaginar. La comida de Roma es fabulosa. Voy a tener que subir muchas veces las escaleras de mi calle si quiero que mi ropa nueva me siga quedando bien. Ah, sí. La ropa.


Paula se estaba empezando a divertir en Roma. Pilar, la secretaria inglesa del colegio donde iba a trabajar, había ido a recogerla al aeropuerto. Fue ella la que le consiguió el piso de alquiler donde vivía; por lo visto, pertenecía a un familiar de su novio. Cuando Paula vió el destartalado edificio, se deprimió; pero tras llevar dos semanas en Roma, se dió cuenta de que era afortunada. Estaba en el centro, era de techos muy altos y tenía unas vistas maravillosas. Pilar le enseñó todo lo necesario sobre los transportes públicos, le dió una vuelta por la ciudad y, tras echar un vistazo a su vestuario, le advirtió muy seriamente que la ropa barata que utilizaba como uniforme de profesora en el instituto de Maybridge no sería adecuada en Roma. Allí era más importante la calidad que la cantidad. Trabajo nuevo, vida nueva. A Paula le pareció que comprar ropa nueva era una consecuencia casi inevitable de lo anterior, de modo que dejó que Pilar la llevara a sus outlets preferidos, donde se compró ropa de Armani, Versace y Valentino que le quedaba especialmente bien porque había perdido algo de peso durante los meses anteriores. Y por supuesto, también se compró un par de gafas de diseñadores famosos. Definitivamente, la ropa de batalla que compraba en el mercado de Maybridge habría estado fuera de lugar en Roma. Sobre todo, cuando hasta sus propios alumnos parecían salidos de una pasarela de modas.  "Los italianos son increíblemente elegantes. Lo son hasta en clase. Mi primera tarea como profesora consistió en comprarme un vestuario nuevo. Fue difícil, pero sé que apreciarán mi sacrificio". 

viernes, 15 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 5

 –No.


–Oh, vamos, seguro que no es tan difícil de localizar. Echaré un vistazo en Internet.


Paula alcanzó su ordenador portátil y buscó el nombre del pueblo, Isola del Alfonso.


–Veamos lo que encuentro –continuó–. ¿Era un pueblo muy pequeño?


–Déjalo estar, Paula.


–¿Por qué?


–Porque hay cosas que deben permanecer en el pasado.


–¿Tú crees?


–Por supuesto que lo creo. Si Lucía sigue con vida, es de suponer que tendrá una familia. Nadie quiere que los esqueletos que todos guardamos en los armarios se empiecen a mover de repente – observó Alberto.


–Tú no eres un esqueleto.


Él la miró con seriedad y ella suspiró.


–Lo siento, Alberto. Ya sabes que tiendo a meterme donde no me llaman –se disculpó.


Su bisabuelo alcanzó la caja con intención de devolver la su bisabuelo alcanzó la caja con intención de devolver la fotografía al lugar de donde la había sacado.


–No la escondas –dijo ella.


–Es lo mejor que puedo hacer. Está en muy mal estado.


–Conozco a alguien que la podría escanear y limpiar de tal modo que parecería nueva. Todos necesitamos recuerdos que nos calienten durante las noches frías. Tú mismo lo has dicho –le recordó.


Alberto asintió.


–Sí, es verdad que he dicho algo parecido. Hagamos una cosa… Dejaré que te la lleves y la escanees si tú me prometes que te tomarás la medicina que te he recetado.


–¿Un amante italiano?


–En efecto. Un amante italiano –respondió con una sonrisa–. Día y noche, hasta que los síntomas de tu tristeza hayan desaparecido.


Paula se preguntó por dónde empezar con el blog. Ni siquiera sabía si debía escribirlo para sus alumnos, para sus colegas de profesión, para sus padres o para ella misma. Pero en cualquier caso, se puso manos a la obra. 


Italiano para principiantes.


"Los puedo ver a todos, sentados antes de clase y gruñendo por tener que leer el blog de la señorita Chaves con todas las cosas que tienen que hacer. ¿Tienen que hacer cosas? Haganlo en primer lugar y será historia, pasada. A no ser que se viva en Roma, donde la historia está por todas partes. ¡Alto! ¡No dejen de leer todavía! Sé que piensan que este blog va a tratar de monumentos y ruinas antiguas y que va a ser un blog aburrido. Pero concedanme una oportunidad. Quizás les apetezca saber dónde vivo. Mi domicilio se encuentra en una calle muy estrecha, una calle adoquinada y tan empinada que tiene un escalón cada dos o tres metros. Está cerrada al tráfico, pero los jóvenes que van en moto la usan de vez en cuando como atajo y con cierto riesgo para sus vidas. Vivo en el último piso de un edificio amarillo que está a la izquierda. Y dudo que necesite un gimnasio para hacer ejercicio. La calle y las escaleras me mantendrán en forma".