lunes, 4 de septiembre de 2023

Traición: Capítulo 53

Después del paseo tomaron una cena ligera, tostadas con huevos revueltos y salmón ahumado, la comida favorita de Olivia.


—¿Puedo rezar ahora mis oraciones en vez de después? —le preguntó a su madre mientras Pedro salía del salón para cerrar la casa con llave.


—¿A qué tanta prisa, cariño? —le preguntó Paula.


—Pedro me ha prometido que me contará un cuento para que me duerma. Es un cuento de fantasmas, creo.


—No puede ser. Tú ya tienes demasiada imaginación...


—Pero Pedro dice que es un cuento precioso. Su madre solía contárselo a él cuando era pequeño. Es sobre las navidades.


—Ah, ya entiendo. Entonces debemos confiar en Pedro, ¿Verdad?


Olivia siguió a su madre a la cocina para dejar los platos en el fregadero, y aprovechó para preguntarle:


—Mami, ¿Tú quieres a Pedro como a un amigo?


Resultaba obvio que había estado cavilando sobre su relación.


—Sí —respondió, algo inquieta—. Nos conocemos desde que éramos niños. Ya te lo dije.


—¿No fue él tu Príncipe Azul?


—¿Por qué dices eso? —inquirió a su vez Paula, ruborizada, mientras se agachaba rápidamente para llenar el lavavajillas.


—Cuando lo miras, parece como si estuvieras soñando despierta.


—Vaya —rió—. ¿Y cómo puedes saber tú si alguien está soñando despierto o no?


—Fácil. Tienen una expresión distante. Pedro me dijo que tú solías visitar todos los días a su madre. Y que ella te enseñaba a tocar el piano.


—Cariño, yo siempre te dije que la señora Alfonso me había enseñado a tocar.


—Es que yo no sabía quién era la señora Alfonso —explicó Olivia—. No sabía que ella era la madre de Pedro. Me gustaría ver la casa en la que vivieron. Él me dijo que su madre fue a reunirse con su padre en el cielo, donde ahora son muy felices.


Paula dejó lo que estaba haciendo para acariciarle tiernamente una mejilla.


—Estoy segura de ello. Los dos eran muy buenos.


—¿De quiénes hablan? —les preguntó Pedro, entrando en ese momento en la cocina.


—Olivia me estaba diciendo que le gustaría ver dónde vivieron tus padres.


—Hay un pequeño problema, Olivia —le dijo él—, ya nadie vive allí.


—¿Está embrujada? —inquirió Olivia, estremeciéndose.


—Toda vieja casa tiene un pasado, Olivia. Como esta. Y la buena gente deja siempre una buena atmósfera.


—De verdad que me gustaría ver dónde creciste —le confesó la niña, acercándosele—. Me gustaría ver dónde mamá recibió sus clases de piano. ¿Cómo se llamaban tus padres?


Por encima de la cabeza de Olivia, la mirada de Pedro se cruzó con la de Paula. No tuvieron necesidad de decirse nada.


—Mi madre se llamaba Livi. El nombre de mi padre era Horacio. Eran unas personas maravillosas. Y los dos eran muy guapos, también.


—¡Sí que debieron haberlo sido! —exclamó la pequeña—. Tú eres tan guapo. Y mis primas piensan lo mismo. ¿Tus padres no eran australianos? Tú tienes algo de acento.


—No eran originarios de Australia. Eran «Nuevos australianos», como se los llamaba en aquellos tiempos, Olivia. Eran gentes venidas de Europa, de Gran Bretaña, del sureste de Asia. Constituíamos lo que se llamaba una sociedad multicultural, como la de los Estados Unidos.

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