miércoles, 20 de septiembre de 2023

Aventura: Capítulo 12

 –¿Cómo? Sí, sí… Me encuentro bien –dijo, volviendo a la realidad–. Éste es el lugar donde Alberto le hizo aquella fotografía. Donde se vieron por última vez.


Su bisabuelo le había contado que aquel día de principios de verano hicieron el amor en la hierba, por última vez, antes de que él se alejara por el camino que llevaba al pueblo y saliera para siempre de su vida. Paula bajó la cabeza y contempló la hierba. Lo único que había en ella era su pamela, que se le había caído.


–¡Sarah! –exclamó él, creyendo que iba a perder la consciencia.


–Está seca…


–¿De qué está hablando?


–De la hierba.


–Claro que está seca. Es otoño.


Ella frunció el ceño y se intentó concentrar.


–¿Otoño?


–¿Se encuentra bien? –repitió él.


–Sí, por supuesto que sí.


Él le acarició la mejilla y le secó una lágrima.


–Entonces, ¿Por qué llora?


Paula se llevó una mano a la cara y se sorprendió al comprobar que tenía razón.


–No estoy llorando. Es que tengo alergia al polen –se excusó.


–¿Alergia al polen? ¿En otoño?


Paula sintió el eco de un contacto dulce en los labios, como si la hubiera besado. Pero no podía estar segura. Su imaginación le estaba jugando una mala pasada. Sólo sabía que debía reaccionar y marcharse de allí.


–Soy alérgica a los crisantemos. Es una dolencia hereditaria. Y ahora, si no le importa será mejor que me vaya.


Ella puso los pies en el suelo, pero la debilidad de sus piernas la traicionó y él la tuvo que agarrar del codo para que mantuviera el equilibrio. Cuando ya estuvo seguro de que no se iba a derrumbar, dijo:


–Por cierto, ha sido un encuentro muy interesante. Si quiere que le conceda una entrevista, deje su número a mi secretaria y se pondrá en contacto con usted. Pero le recomiendo que no tarde mucho. Puede que cambie de opinión.


Paula arqueó una ceja, sin entender nada. Sin embargo, la referencia al número de teléfono le recordó que aquel desconocido seguía en posesión de su móvil.


–Mi móvil –dijo, extendiendo una mano–. Por favor.


–Cuando haya terminado.


Él se apartó, apoyó los codos en la tapia y se dedicó a cotillear las fotografías de Paula. Eran las típicas fotografías de una turista. Imágenes de la ciudad, de su piso y del colegio donde trabajaba. Las que había estado subiendo al blog.


–¿Viene de Roma?


Ella no se molestó en contestar. Se limitó a imitarlo y apoyarse en la tapia para dar descanso a sus débiles piernas.


–Parece que ha estado muy ocupada. Hay fotografías de media ciudad.


–Sí, he hecho tantas que pronto no me quedará nada que fotografiar –afirmó.


–Yo no estaría tan seguro de eso. Pero dígame… ¿Por qué le interesaba mi casa? No es precisamente un monumento nacional. 

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